sábado, 30 de enero de 2016

CRÓNICA DE LA REUNIÓN DEL G. CÓRDOBA EL 28 DE ENERO DE 2016

REUNIÓN DEL GRUPO DE CÓRDOBA: ULTIMO JUEVES DEL PRIMER MES DEL AÑO BISIESTO DE 2016


Poco a poco fuimos llegando al punto de encuentro: ese donde se entretejen  sentimientos… “esos jueves últimos de mes”.

Esta vez una de esas ideas fijas era darle un fuerte apretón a Andrés Luna por sus buenos resultados de su último informe médico. Su semblante era radiante, digno reflejo del interior.

La primera copa fue invitación suya. Con ella brindamos por él y por todos los que formamos esta gran pandilla, ¡exuberante  pandilla!. Un nuevo motivo de júbilo fue la presencia entre nosotros de nuestro compañero Rafael Marín Palomares. Todos le mostramos nuestra más sincera felicitación por su reciente jubilación, así como el seguir viéndolo en esos jueves últimos de mes. Y sin más dilación… pusimos la “sinhueso” en ristre y a luchar con ella. ¡Y tanto que se lucho! El tumulto de la batalla fue en aumento hasta el punto de despertar a unas palomas de dormían, plácidamente, en el último rinconcillo de la almena más alta de la torre de la Malmuerta. ¡Anda… sajeraooo!  Bueno, por lo menos de los que estaban en la andanada baja de “Los Pedroches” (ha de entenderse el bar).

Magnifica plática, sólo interrumpida cuando hizo su presencia en la alargada mesa, un cochinillo frito que encendió los ojos de allí presentes, hasta el punto,  y dado que esa “sin hueso” hubo de entretenerse en otros quehaceres más placenteros, de provocar la detención del fragor del combate. Donde ponemos el ojo, ponemos nuestro destino.

Duro poco la paz. Nuevamente se reanudó el combate. Voló en los alrededores nuestro recuerdo de Manuel Cuenca, al que esperamos ver en abril. Grato semblante de su paso entre nosotros. Yo diría: fructífero recuerdo el dejado; un buen poso; un grato sentimiento hacia un hombre bueno y entregado. ¡Gracias Manolo!

Voló otra vez entre nosotros, a propuesta de Manolo Ruiz Nieto, de celebrar la próxima reunión de los jueves (que debería ser sábado o domingo) en su parcela, a la que muy gustosamente se ofreció Antonio Gómez Ramírez como gran chef de arroz con “delicatesen de mar”. Esperemos que esta vez no se malogre a última hora y con todo el pescado vendido… mejor dicho “comprado”. A ello habrá que dedicar nuestro esfuerzo.

Así fue trascurriendo la noche hasta que, igualmente, poco a poco, fuimos abandonando el lugar, satisfechos del emocionante y vibrante encuentro mantenido. Allí quedaron las ascuas del combate y aquellos a los que aún les sobraba algo de valentía.


¡Hasta la próxima!

Andrés Osado Gracia

jueves, 14 de enero de 2016

MAYO DE 1965. MI ULTIMO DIA EN EL INTERNADO

Amargos recuerdos de infancia

¿Qué hacía yo, solo en aquella habitación? Era la pregunta que golpeaba insistentemente en mi cabeza. ¿Cómo había llegado a esa situación?


La mañana del día anterior, se presentó apacible y luminosa: de esas que siempre se alude para destacar que es primavera. Era el mes de Mayo de 1965; de las flores y de la Virgen María.

Por todos aquellos parajes de la Sierra de Hornachuelos se respiraba la fragancia de las jaras, de los pinos, acebuchinas y las elegantes lavandas.

Como siempre, para no alterar el reglamento que regía en aquella institución, la campana sonó a las 7 de la mañana. De igual manera, una vez realizados todos los quehaceres de costumbre, nos dirigimos a la capilla para la meditación y misa.

A partir de ahí todo siguió el curso normal de actividades: adecentamiento de los dormitorios, estudio, clases, recreo etc. En uno de los momentos del día, no recuerdo exactamente en cual, nos reunieron en el patio. Formamos en semicírculo, frente a los baños (dicho de una manera fina, pero que entre nosotros los llamábamos letrinas, váter o meaderos). Lo normal era dar unas vueltas en fila y al toque del silbato, lanzarnos en veloz carrera hacia el ping-pong, los pichonchos o cualquier otra actividad recreativa. Pero esta vez no parecía que se iba a cumplir la norma. Conforme nos íbamos colocando, las miradas de sorpresa e incertidumbre se cruzaban entre nosotros. Todo ello se produjo en un silencio absoluto, donde sólo se dejaba oír el arrullo de alguna que otra tórtola. Como he dicho, aquella situación se presentaba totalmente nueva para nosotros. Allí estábamos los alumnos de primero y segundo, del curso escolar 1964-65. Para mí era el segundo curso que estudiaba en aquella institución.

Frente a nosotros, impertérritos, estaban las figuras hieráticas de los “formadores”: D. Gaspar, D. Antonio D. Francisco Javier y alguno más. En esos momentos, sus rostros graves, aumentaban la sensación de angustia que nos tenía en ascuas.  Entre ellos y nosotros, se había instalado un gran silencio, un profundo y sonoro silencio. Así estuvimos durante un largo y apesadumbrado espacio de tiempo.  El sol, fiel testigo, se mantenía a la espera justo encima de nuestras cabezas.

Una vez colocados adecuadamente, la voz de D. Antonio empezó a retumbar entre los muros de aquel patio de recreo, no se si convertido en patio de “tortura” o eran figuraciones mías. D. Antonio era un hombre alto, espigado, que ocultaba sus ojos tras unas gafas oscuras, dándole a su semblante una sensación de dureza indescriptible. Como iba diciendo, empezó su alocución tras esas gafas oscuras, que no sirvieron para ocultar  la expresión de su rostro: una espeluznante y macabra “mala leche” se marcó en su cara, al igual que en las del resto de formadores. Pues bien, señalando hacia los WC, dijo:

-¿Quién ha pintado esas figuras obscenas por detrás de las puertas? ¡El que haya sido que dé un paso al frente!.

De nuevo, las miradas entre nosotros se cruzaron; pero ahora con más intensidad e incomprensión.

-¡Aquí nos quedaremos hasta que aparezca el culpable!- volvió a insistir el de las gafas oscuras.

Así estuvimos hasta que transcurrido un tiempo, quizás una eternidad, nos subieron al estudio. Allí permanecimos hasta la hora de comer: como es lógico, en ese entorno, ni el más valiente de los valientes del mundo, habría dado tal paso al frente. (Por cierto si alguno de los que leéis este relato fue el autor, por favor decidlo, pues el alma de este relator y  algunas almas más, quedaran exoneradas de culpabilidad).

Ese día, en el comedor, estuvimos todo el tiempo en silencio, pero esta vez sin lectura que lo acompañara, como, por otra parte, era frecuente.

Terminado el almuerzo, de nuevo nos subieron al estudio. Las clases y las demás actividades continuaron su curso normal.

Yo, no subí. Al contrario, fui apartado, inmediatamente, del grupo y llevado al majestuoso despacho de D. Gaspar, que en su día había sido el de la marquesa. Según decían, continuaba exactamente igual: una mesa de despacho de madera de raíz, unas cortinas rojas de terciopelo y un ventanal grandísimo. Me sentaron en una silla, donde cabían como cinco o más y con gran solemnidad y “hombría” nuestro señor Rector me imputó la autoría de las pinturas obscenas (deberían estar bien dibujadas) que había en los WC… sin haberse dignado preguntarme si efectivamente había sido yo (ahora diríamos que me lo imputó por Real Decreto) Como es normal en un niño de esa edad, lo único que dije es que no había sido. Eso lo repetí una y otra vez. Yo apenas sabía dibujar, no era mi fuerte.

Con voz solemne y sin ápice de compasión, pronunció las terribles palabras:

-¡Quedas expulsado de aquí. Mañana te enviaremos a tu casa. Ahora ve a recoger todas tus cosas!

Esa fue la sentencia, la dura y terrible sentencia que me aplico “él” y sólo “él”, D. Gaspar. Aquellas palabras martillearon mi cabeza y aún hoy las recuerdo con amargura y desasosiego.

Una vez fuera del despacho, D. Eduardo, me condujo al estudio (que ya se encontraba vacío) para recoger mis libros, lápices y demás material escolar. Después al dormitorio, para hacer lo mismo con  toda la ropa y meterla en el pequeño baúl que tenía. Terminada la rutina,  que les era de aplicación a todos los expulsados, me aislaron en un dormitorio, de los que utilizaban para los que venían de paso o de visita. Allí permanecí solo; apartado de todos vosotros; como si fuera un apestoso animal. No me dejaron ni despedirme de,  al menos,  los más allegados.
Lo que ocurrió al día siguiente: el viaje y la llegada a mi casa, será otra historia. 

Si alguien fue testigo de los hechos que se me imputaron, o puede dar luz sobre ellos, ruego, por favor,  que me lo aclaren.

¿Por qué me encontraba en esa situación?

Conil de la Frontera (Cadiz), 14 de enero de 2.016

Rafael Raya de la Mora