viernes, 19 de febrero de 2016

LA LLEGADA. Un relato de Antonio Gómez Ramírez

CRÓNICAS DE LOS ÁNGELES

Cuando salí de mi pueblo, Priego de Córdoba, con 12 años, camino del Seminario, iba con la ilusión del niño ávido de lo nuevo y con la incertidumbre e inseguridad del que se sabe fuera del castillo protector de la familia. El viaje, primero a Córdoba y posteriormente a Hornachuelos,  fue todo un acontecimiento para mí, ya que por aquel entonces (1963) era el desplazamiento más largo jamás realizado en mis 12 añitos de vida.

Recuerdo perfectamente, con esta memoria fotográfica de la que mi cerebro está dotado, la gran impresión que recibí cuando el Autobús (Alsina Graells) enfiló el Puente Romano y vi el río Guadalquivir desde la altura de mi asiento y un poco más lejos, las siluetas de las construcciones antiguas
(Mezquita, Puerta del Puente, Palacio del Obispo y la de la que sería al final y a la postre, mi futura casa: el Seminario de San Pelagio). Las sensaciones que recibí son inenarrables. En primer lugar me impresionó la grandeza de los edificios, la anchura del río, el puente, la cantidad de gente que deambulaba por la calle, y claro, yo acostumbrado al corralito del pueblo, me sentía tan pequeño, que me aplasté contra el asiento hasta llegar a los muelles que había debajo del skay.

Pasado ese primer momento de sorpresa y de impresión, y llegados a la estación de autobuses (entonces ubicada en la Avd. del Gran Capitán, junto al extinto teatro/cine Duque de Rivas), recibí la segunda impresión del “cateto”: la Ciudad (edificios, bullicio, calles anchas, coches, bares, locales…) y un largo etc. de sensaciones, que a lo largo de la caminata, maleta y talega incluidas, desde la Avenida Gran Capitán a la Calle Amador de los Ríos, me fueron dando el empuje suficiente para empezar la nueva vida que me esperaba.

Una vez allí, en San Pelagio, me sentí como la hormiga que va al hormiguero, hormiga por el sentimiento de pequeñez, y hormiguero porque era tal el número de niños que íbamos llegando, que verdaderamente parecía un reguero de hormigas que el hormiguero (Seminario) se iba tragando.

Ya dentro, cubiertas las curiosidades del edificio, por la inspección curiosa realizada por aquellos pasillos anchos, largos, inacabables, con puertas a derecha e izquierda; aquellos patios amplios,  aporticados, con rasgos de usarse para el fútbol, con porterías pintadas en la pared; el comedor enorme; la sorpresa de encontrarme una Iglesia dentro de un edificio, en fin una serie de sensaciones tan nuevas que iban haciendo que mi miedo fuera pasando poco a poco, por mor de la curiosidad.

Una vez que las autoridades (léase curas) constataron que estábamos todos, nos pusieron en fila y se procedió a nuestra clasificación para embarcarnos en los autobuses renqueantes, contratados a la Empresa San Sebastián, para llevarnos camino de Hornachuelos, en busca de la que sería nuestra casa durante dos años: Santa María de los Ángeles.

El viaje en el autobús, iniciado en silencio, fue cambiando, al poco de arrancar, al bullicio propio de la edad de los viajeros.  Conforme íbamos avanzando por la carretera de Palma del Río, el paso por el Castillo de Almodóvar (la carretera antigua bordeaba el monte donde está enclavado), fue un acontecimiento memorable, ya que nadie esperaba ver un castillo de verdad y tan bien conservado. Aún recuerdo la cara de sorpresa de los que tenía cerca y que imagino la mía sería igual.  Así a medida que el autobús rodaba, se nos presentaban los fértiles y llanos terrenos de la vega del Guadalquivir, con sus plantaciones de naranjos y las huertas preparadas para las hortalizas, todo de un verde exuberante, solo roto por el color chillón de las naranjas, que por esa fecha ya estaban madurando. Acostumbrado como estaba en mi pueblo, a ver nada más que olivos, montes, cerros “pelaos” y campiña seca, aquello me indujo a pensar (fantasía infantil) que me llevaban a un jardín infinito, donde todo sería como en aquellos campos alegres.

Pronto salí de aquellos pensamientos, ya que cuando el autobús giró a la derecha para coger el desvío de Hornachuelos,  el paisaje empezó a cambiar, primero con la vista de la presa del pueblo, recibí una enorme impresión: no había visto tanta agua junta en mi vida, y segundo porque pasado el pueblo, enfilamos una “carreterucha” estrecha, mal asfaltada y serpenteando entre montes, con una flora desordenada, que apenas dejaba ver el suelo.

El viaje por dicha carretera provocaba bastantes sobresaltos a cada curva, ya que el autobús parecía que no cabía y daba la impresión de que en las curvas viajabas fuera de la vía y que el estómago se te salía por la boca. Por fin, y después de muchos saltos por los baches,  en un viraje abrupto a la izquierda, dónde había un castillete en ruinas con una cruz (que después supimos se denominaba “palo de banderas” y que fue famoso por las aventuras que allí se desarrollaron y que dejaré para otros capítulos), apareció ante nuestra vista el edificio del Seminario Menor Santa María de los Ángeles.

Fue cuando dije, ¡! tierra trágame!!, ya que nos encontramos un edificio en plena construcción y pensé si tendríamos que trabajar en la obra. Pero no, había una parte, la de construcción, la más alta, que estaba ya habitable y que contenía dormitorios, duchas, baños, comedor, la Capilla y todos los servicios dispuestos a atender a los recién llegados. Nos repartieron por las dependencias para instalarnos, nos dieron un número para bordar en la ropa (durante un tiempo la ropa se lavaba en el Seminario) y me correspondió el 44, del que he hecho talismán. Me instalaron en el dormitorio de la última planta junto a nuestro querido Antonio Lara Castro (q.e.p.d) y aquí, el día del Señor del 4 de Noviembre de 1963, empiezan las aventuras y desventuras de dos años inolvidables. Estas aventuras y desventuras, que procuraré guarden cierta cronología, serán relatadas en sucesivas entregas que os prometo.

Por ahora, aquí tenéis la primera entrega.

Un abrazo a todos.

Antonio Gómez Ramírez

13 comentarios:

  1. Gracias d. Antonio por compartir tu relato y experiencias de tu gran primer viaje.

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  2. De trocitos, esta vez el tuyo, vamos reconstruyendo, o mejor dicho sacando nuevamente a la luz, nuestras experiencias vividas.
    Me ha encantado por la gran cantidad de magníficos detalles, que por simples (en aquellos momentos impactantes), no dejan de ser grandes. Gracias

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  3. Antonio Estepa Romero19 de febrero de 2016, 8:13

    Esperaré con impaciencia las próximas entregas. ¡Inmejorable comienzo! Gracias, Antonio, por revivir en nosotros aquellos inolvidables años. Un abrazo.

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  4. Sr. Antonio, magnífica la forma de traernos a la mente aquel trozo de vida, que para muchos de los críos que pasamos por allí nos dejó una huella indeleble y aun viva.
    Impactantes las palabras y también las imágenes.
    Como nos pasa a muchas personas con el paso de los años se van borrando las fisonomías, pero se quedan las vivencias compartidas.
    Gracias por el acierto de ponernos delante y de forma tan magistral aquel recuerdo de nuestra infancia.

    Un saludo entrañable.
    Juan Martín.


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  5. Buenos recuerdos y magnifica memoria amigo Gomez, he disfrutado con tu relato y espero seguir disfrutando en lo sucesivo. Gracias amigo

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  6. Antonio creo que todos los que llegábamos de los pueblos, vivimos las misma emociones que tú. Por un momento mis recuerdos afloran en mi pensamiento y con tu relato los he vuelto a revivir.
    Gracias.
    Un abrazo, Paco Polo

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  7. Antonio Gómez: Enhorabuena por este extraordinario comienzo de tus crónicas de los Ángeles.
    Seguro que con esa memoria fotográfica, nos harás disfrutar con tu lectura y con revivir muchos recuerdos que están dormidos en nuestra mente.
    Un abrazo.
    Manolo Jurado.

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    1. Estupendo relato, Antonio. Los del 64 nos encontramos el seminario ya terminado y nos gusta que nos contéis la situación original.
      Prometo competir contigo en rememorar aquellas tiernas vivencias.
      Un abrazo

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  9. Emotivo y extraordinario relato, muy vívido, casi todos pasamos por ese mismo carrusel emocional Antonio, gracias por este pedazo de vida.
    Un abrazo.

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  10. Emotivo y extraordinario relato, muy vívido, casi todos pasamos por ese mismo carrusel emocional Antonio, gracias por este pedazo de vida.
    Un abrazo.

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  11. Gracias por contribuir tan magistralmente a la formalización del Gran Puzzle de nuestra común identidad de seminaristas. Enhorabuena por esas vivencias que desde ya son de todos nosotros.
    Poco Raya.

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