domingo, 16 de octubre de 2016

Primeras discusiones filosóficas

El Directorio de Vacaciones

Sería allá por el año 1967 en Santa María de los Ángeles, cuando D. Gaspar nos reunió en clase para darnos un librito de normas a seguir en vacaciones llamado: "Directorio de vacaciones", en el cual se nos marcaban unas pautas de conducta a cumplir como seminaristas en nuestros pueblos, y para que todo se entendiera bien nos hizo leerlas en voz alta con los consiguientes comentarios aclaratorios por su parte.
Una de aquellas pautas decía que si íbamos por la calle andando y junto a nosotros caminaba una chica debíamos de cambiarnos de acera. También se decía entre otras varias recomendaciones, que debíamos acudir a la parroquia regularmente para ayudar al párroco en los actos religiosos y estar a su disposición, lo que prolongaba nuestra actividad religiosa del Seminario en vacaciones, y ser obedientes en casa.
Una vez terminada la lectura, nos instó a que hiciéramos algún comentario sobre las dudas que tuviésemos al respecto o sobre lo que no se entendiera.
Cuando leí todos aquellos planteamientos, pensé un poco en como eran mis vacaciones en el pueblo, y en como me portaba en casa en verano.
Antes de levantar la mano lo dudé un momento, pero por fin me decidí y alcé el brazo para exponer sinceramente mi pregunta.
D. Gaspar se me quedó mirando un instante con aquella mirada suya profunda y analítica, como si ya conociera mis dudas, y al fin me dijo: A ver Martín, tu pregunta.
Empecé planteando mal mi comentario quizás por mi poca experiencia, pues dije directamente: "Que yo no podría comprometerme a cumplir todas aquellas normas de conducta en verano".
D. Gaspar seguía mirándome fijamente sin inmutarse lo más mínimo, el silencio que se hizo en el aula era lo suficiente espeso como para sentirme arrepentido de inmediato por haber hecho el comentario, pero ya era tarde. 
Como se esperaba una aclaración por mi parte, pude seguir diciendo que en verano muchos chicos y chicas de mi edad trabajábamos en el pueblo en las labores de recolección habituales del campo, y que con los sueldos que ganábamos ayudábamos a nuestros padres.
Que eso era lo normal en las familias corrientes de los pueblos.
El ir juntos las chicas y los chicos de la cuadrilla hablando en grupo al trabajo, o en el mismo tajo trabajando unos junto a otros, o estar todos juntos a la hora de comer. Por la misma razón yo no podría estar siempre en la parroquia ayudando al párroco, pues no podría dejar el trabajo para ir a casa a asearme, y luego llegar con tiempo suficiente a los actos religiosos que se celebraban a diario en la parroquia.
Terminada mi explicación me senté cabizbajo y un poco cohibido, sintiendo la mirada de mis compañeros sobre mí, y esperé preocupado a que don Gaspar me contestara con una reprimenda como mínimo.
D. Gaspar dijo, que aquellas normas eran para orientarnos en nuestra conducta, y que debíamos ser responsables con nuestra condición de seminaristas dando buen ejemplo, y que si algún día teníamos algún problema que le llamásemos a él por teléfono para pedirle consejo, que él nos orientaría y que además nos haría una visita seguramente en agosto si lo consideraba oportuno, dando el asunto por zanjado.
Y así ocurrió en mi caso, don Gaspar pasó a visitarme en agosto.
Recuerdo que vino a verme un día de agosto a casa por la mañana, y que aquel día yo tenía un grupo de chicas y chicos de mi edad en el patio, dándoles clase sobre las nociones elementales de la escritura y las cuatro operaciones básicas aritméticas. 
A mí don Gaspar me pareció complacido con lo visto, me preguntó cómo me iba con la recuperación de mis asignaturas pendientes, y para nada me sacó a relucir las normas del directorio, el cual guardé en casa durante un tiempo, pero creo que nunca más lo volví a leer.
Cuando podía acudía a la parroquia, donde a veces coincidía con Juan Pedro Beteta, que en paz descanse. Juan Pedro era otro compañero seminarista del pueblo, pero de un curso superior al mío. No teníamos mucho contacto esa era la verdad, pues al ser de otro curso superior los galones que tenía marcaban una distancia entre nosotros, aparte de que las coincidencias y las aficiones personales que había entre ambos eran muy pocas, o casi nulas.
Por aquel tiempo a veces iba a ayudar en misa a los Padres Dominicos de la Universidad Laboral, que atendían la Iglesia de la barriada de los Ángeles.
Recuerdo una ocasión en que mi padre muy satisfecho me dijo un día de regreso a casa, que cuando yo leía la Epístola el padre Dominico no apartaba la vista de mí, quizás sorprendido por la soltura en la lectura o porque detectó en la pronunciación, que algunos nombres y expresiones de la Biblia poco comunes yo los repetía buscando sinónimos más entendibles para la gran mayoría de los vecinos de cultura escasa. 
Me quedó claro lo que dijo don Gaspar, que de lo que se trataba era de ser responsables y honestos ante los demás y con nosotros mismos, por eso yo tenía la conciencia tranquila pues seguí comportándome como siempre había hecho, seguía siendo uno más entre todos los amigos y las amigas con los que salíamos en grupo por el pueblo. 
Me llamaban amigablemente el "curita" cuando se referían a mí en concreto, así todo el mundo sabía de quién se hablaba cuando comentaban algo de mí en mi ausencia.
A don Gaspar le agradeceré siempre su franqueza de trato conmigo, y seguramente pecaré de egoísta si digo que me pareció creer en alguna ocasión que me tenía aprecio, supongo que igual le pensaría a todos los demás compañeros, pues era un hombre de trato franco y amable.
Siempre me he considerado un estudiante mediano, un currante que sacaba los cursos adelante a base de trabajar duro, aunque he de reconocer que cada año que pasaba me resultaba más cómodo y fácil el estudio. 
Por eso me parecieron muy de agradecer las palabras de aliento y reconocimiento de don Gaspar interesándose por facilitarme la continuación en el Seminario cuando en su día le comuniqué que deseaba dejar el seminario. 
Todo lo aprendido en el Seminario de la mano de los superiores me fue de una gran valía, tanto en la vida familiar como en la profesional le he encontrado sentido a muchos de los conceptos aprendidos sobre el respeto por la igualdad de las personas, ya sean hombres o mujeres. 
La importancia y el sentido de la disciplina y el trabajo, incluidos los aspectos religiosos más allá de la simple teoría "infantilona" y repetida como un mantra. 
Aquella formación básica que recibíamos en el Seminario desde los valores de la Fe Cristiana como ejes de la vida, creo que fueron un fundamento esencial para la gran mayoría de nosotros, aportándonos un fondo de riqueza moral y espiritual que muchas personas no tuvieron nunca la oportunidad de recibir.
Aquel "Directorio de Vacaciones", que no supe valorar en un principio, nos marcaba la acera por la que debíamos caminar cuando una chica iba junto a nosotros en el pueblo, y aun siendo insuficiente para ejercer en la vida real, era sin embargo un apunte de más altura de por donde debíamos mirar para ser buenos ejemplos para con nosotros mismos y para con los demás como personas honestas.
También valía para después, cuando nos desenvolviésemos en la vida como adultos.
Lo básico de aquel Directorio de Vacaciones siempre lo he tenido presente como recurso, me ha servido de mucho en la vida el recordar aquella prudencia recomendada, pues en más de una ocasión me he tenido que cambiar de acera a tiempo antes de meterme de patitas en el barro. 
O cuando me he visto avocado por las circunstancias de la vida a pisar charcos enormes, evitándome con ello grandes complicaciones personales, de las que me habría resultado muy difícil salir ileso.
Desde aquí, deseo manifestar mi agradecimiento a la labor pedagógica y formadora de todo aquel equipo de profesores, que bajo la jerarquía de don Gaspar nos ayudaron desde las limitaciones de la época a todos nosotros en nuestra formación como alumnos, y también como ciudadanos. 
Todos los jóvenes que tuvimos la suerte de estudiar en aquellos años bajo su tutela, tanto en el Seminario Menor de Santa María de los Ángeles en Hornachuelos, como en el Seminario Mayor de S. Pelagio en Córdoba, les hemos de estar agradecidos.
Yo al menos así lo siento.

Juan Martín
11 de Octubre de 2016  

9 comentarios:

  1. Lamento no estar de acuerdo contigo en la apreciasión de la "bondad" del autoritario rector.

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  2. Amigo Paco, yo solo puedo contar lo que sentí desde mi punto de vista al recordar aquellos años, después de lo vivido como adulto.
    Para mí, la experiencia personal del Seminario Menor de los Ángeles, al igual que en el de S. Pelagio, fue en su conjunto muy aleccionadora y positiva.
    Un abrazo.
    Juan Martín.

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  3. Yo comulgo con Juan Martín. Paco Moreno sufrió una experiencia muy cruel, es cierto, algo puntual aunque totalmente inaceptable.Estoy seguro de que el profesor causante de aquella ignominiosa cobardía se habrá arrepentido mil veces. Y es cierto que hubo cosillas, naturalmente. Pero en general creo que todos estamos orgullosos de nuestro paso por allí. Los criterios pedagógicos de los años sesenta nada tienen que ver con los de hoy. Eso hay que considerarlo también.
    Un abrazo para todos.

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  4. Otra cosa: de ese Directorio de vacaciones de don Gaspar recuerdo con cierto cachondeo que nos advertía que tuviésemos mucho cuidado con las amigas de nuestras hermanas, que con la cosa de haber un seminarista en casa venían a la nuestra sólo para darnos palique. Que mucho ojo.
    Lo bueno de todo aquello es que era verdad, que venían a mi casa las amigas de mi hermana. Pero yo tan a gusto...

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    1. Amigo José María, el hecho cierto es que yo salía con un grupo de amigos chicos y chicas con la naturalidad de todo el mundo, si íbamos al baile se bailaba, sin esconder que era seminarista.
      Cosa que en su momento le conté a mi tutor, y no se escandalizó por ello. Si me recomendó de que fuera responsable y no diera esperanzas a ninguna chica, si yo no tenía intención de nada serio.
      Un abrazo.
      Juan Martín.

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  5. manuel miguel jurado caballero17 de octubre de 2016, 19:14

    Amigo Juan Martín:
    Gracias por haberme recordado el "Directorio de Vacaciones" que ya permanecía casi olvidado en mi memoria. Todos aquellos consejos útiles en las vacaciones de verano que nos alejarían de las tentaciones carnales que lógicamente se nos presentarían.
    También me has traído al recuerdo aquellas faenas en el campo y otras propias de tierras con regadío. Apenas llegaba al pueblo de vacaciones, sin día de descanso, mi padre me despertaba a las 6 de la mañana, para empezar a recoger las patatas. Así durante 8 veranos consecutivos. Aunque las faenas del campo eran duras, esa fue mi mejor escuela de verano.
    En cuanto a D. Gaspar, mi experiencia personal es bien distinta a la tuya. De todas formas tengo en la memoria que el Sr. Rector muy duro, durante los dos o tres primeros cursos, se fue suavizando poco a poco en su comportamiento y posiblemente hacia el curso 66-67 era más cordial y cercano.
    Aprovecho la oportunidad para enviarte un cordial abrazo.
    Manuel Jurado.

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    1. Amigo Manuel, aquella época llena de vivencias infantiles nos reúne aun hoy en la distancia a muchos de los que pasamos por aquel centro.
      Ya es un mérito enorme que sigamos en contacto por el solo hecho de rememorar aquellos días.
      Un abrazo.
      Juan Martín.

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  6. Muy bien amigo Juan, nos vienen muy bien el que expongas tus sentimientos.
    Se trata de eso que cada cual saque los suyos. Por cierto, me has dado pie para que yo exponga los mios, sobre una situación muy parecida. Un abrazo

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    1. Amigo Andrés, me alegro de que desees compartir tus recuerdos, es seguro que nos enriquecerán a todos los que participamos de este blog entrañable del Seminario.
      Recordando algunas vivencias verídicas de nuestras vidas de estudiantes.
      Un abrazo.
      Juan Martín.

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