domingo, 11 de febrero de 2018

Los comienzos de lo nuestro

Hasta que un día (veinte años más tarde) alguien llamó a mi puerta

Valencina de la Concepción (Sevilla). Julio de 1993



-Papi, aquí hay un hombre que pregunta por Fili…

Es un domingo caluroso de esos de ola sahariana. A media mañana, antes de que apriete mucho “el Lorenzo”, la Peque y yo nos estamos empleando a fondo en los cuidados de la piscina; ella, en mitad del césped, peleando con el toldo por ver si lo doblega, y yo, con el limpia fondos. Han llamado al timbre de la puerta del jardín y la primera en llegar es nuestra perrita Candy pero al no poder abrir se queda muy alerta con su rabillo tieso esperando a mi hija.

Me brinca de repente el corazón en el pecho al escuchar lo de Fili. Ya nadie me llama así; bueno, quizás Frasqui, Antoñillo o Rafael, mis amigos del pueblo; ¿pero aquí en Valencina?... Nervioso, acudo a la puerta. Pero… ¿Cómo es posible?... Me encuentro frente a un hombre que viene vestido con un mono azul muy raído, de los tiempos de cuando trabajó en el aeropuerto de Palma; ha cambiado un montón en lo físico, ha perdido mucho volumen y orondez, pero no cabe duda alguna… Es Agustín, “El Añoro” de siempre.

-¡Agustín!!!! -lo miro sin creérmelo del todo mientras le tiendo los brazos.
-¡Sí, yo mismo!!! -me responde riéndose a su manera de siempre, a carcajada limpia. Y nos abrazamos como si llevásemos muchos años, tantos como veinte, sin vernos.
-Pero… ¿qué coño haces aquí, y vestido así, con un mono de trabajo?...
-Nada de particular, que los domingos me toca repasar los setos.
-¿Pero, qué setos? – pregunto incrédulo.
-Chiquillo, cuáles van a ser? Pues los de mi casa…
-Pero… ¿Qué casa, dónde vives?
-No te lo vas a creer -me dice con esa sonrisa suya amplia que le oculta los ojillos por completo-. Vivo allí mismo -y me señala un chalet poco más abajo-. En el número 5 de esta misma calle.
-¿Pero cómo va a ser posible eso, si yo llevo aquí seis años?
-Ea, pues yo llevo tres.
-¿Hemos sido vecinos tres años sin saberlo?
-Eso parece.
-La madre que me parió…
-María Josefa Cívico, en efecto -se carcajea el tío.

Se acerca mi mujer a ver qué pasa con tanto abrazo y familiaridad con un extraño. Seguramente refunfuñando por lo bajito creyendo que me estoy escaqueando del trabajo de la piscina. Quien la lleva la entiende, no sería la primera vez. Ni la última.
-Peque, mira qué cosa, parece mentira… Este hombretón resulta que es un antiguo amigo mío del seminario, se llama Agustín…
-Anda, en una semana llevamos dos, eh -se pone en plan displicente mientras lo saluda con dos besos.
-Bueno, sí, es verdad -digo mirando a Agustín-. Hace unos días nos tropezamos con Jaime y su mujer en el Corte Inglés, tío, después de veinte años. Estuvimos cortadísimos. Pero, Peque -continúo hablando con mi mujer-, la cosa es que Agustín lleva tres años viviendo ahí mismo, en la casa esa rara de ahí abajo, la de los cimborrios… Y nosotros sin enterarnos.

De no haber sido por tanta cercanía con él en el seminario durante tantos años, y, sobre todo, por los últimos años en san Telmo, no lo hubiera reconocido. Sigue siendo un hombre ancho, de carnes, pero nada que ver con el último “Añoro” que yo recuerdo. Ha debido perder veinte kilos por lo menos. Lo hicimos pasar a nuestro porche y, como era de esperar, no puso reparos a un par de cervezas con su platito de queso y sus rodajas de caña de lomo. Habrá perdido peso, sí, pero su apetito y su lustre siguen intactos.
-Oye, ¿Y cómo te has enterado de que yo vivo aquí?
-Lo que son las cosas, casualidades de la vida, anteayer mismo coincidí con Jaime en la presentación de un libro de un amigo común. Él fue quien me dijo que vivías aquí, que, por lo visto, se encontró con vosotros el otro día. Y se quedó tan extrañado como vosotros cuando se enteró de que también yo vivo a vuestro lado sin saberlo. ¡Qué cosas!

Y nos contamos nuestras vidas, es natural. Él terminó Teología en san Telmo, con Pedro y otros compañeros de su curso, del 63; pero no fue ordenado sacerdote por una trifulca de las suyas con el cardenal de Sevilla, Monseñor Bueno Monreal, y otra con nuestro obispo de Córdoba, monseñor Cirarda. Agustín ha sido siempre muy suyo, nunca se ha doblegado ante la sinrazón. Bueno Monreal lo echó del cargo de bibliotecario en san Telmo, y Agustín lo denunció por despido improcedente. Y ganó en los tribunales, naturalmente. Y el prelado nunca se lo perdonó. Y no sólo eso, sino que contagió su rencor a Cirarda quien, solidariamente, le hizo la vida imposible a Agustín prohibiéndole que cursara Derecho de manera paralela a Teología. Como nuestro amigo hiciera caso omiso, el obispo se vengó negándole la orden sacerdotal. Así se las gasta la Iglesia. Miento, la Jerarquía eclesiástica. Finalmente, terminó Derecho y ahora es catedrático de Derecho Mercantil en la Universidad de Jerez. No me ha extrañado nada. De haber sido ordenado sacerdote, ahora sería Cardenal. Y no lo digo por sus proporciones corporales, su papada canóniga ni sus apetitos, sino por su sesera, la más brillante de cuantas hayan pasado por el seminario. Nunca vi cosa igual. En san Telmo, recuerdo que iba a clase con su antigua Olivetti a cuestas y tomaba los apuntes a máquina, sobre la marcha, de manera que cada clase era convertida por sus manos en un capítulo de un libro. Un caso.
-Si os apetece, esta tarde después de la siestecita de rigor, os pasáis por casa y conocéis a Paqui, mi mujer.
-Vaya, así lo haremos.

Y yo le conté la mía, mi historia desde que salí de san Telmo. Que muy pronto me ennovié con “La Arailla”, como estaba escrito; que estudié Medicina y ella Enfermería, ambos en Córdoba; que nos casamos estando yo en quinto de carrera y vivimos de su sueldo de enfermera; que tuvimos nuestra hija única; que hice la especialidad de Medicina Interna en el hospital Reina Sofía; luego, nuestro destino de nueve meses en Pozoblanco para abrir y poner en marcha el flamante hospital y, finalmente, mis oposiciones y mi plaza definitiva aquí en Sevilla, en el hospital de Valme.

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Y tengo que decir que este encuentro casual con Agustín lo va a cambiar todo, nuestras vidas patas arriba. Llevamos, la Peque y yo, siete años en Sevilla, seis viviendo en nuestro chalet de Valencina, y nuestras expectativas sociales no se están cumpliendo. En el hospital nos encontramos a gusto, pero socialmente estamos aislados, en tantos años no hemos conseguido entablar amistades sólidas. Solo con nuestros vecinos Viki y Antonio. Y, además, demasiado lejos de nuestras familias respectivas. Tanto fue así, que anduvimos barajando por un tiempo trasladarnos a Granada, al hospital Virgen de las Nieves con mi antiguo maestro y amigo Juan Jiménez Alonso. Y en esas cábalas estamos cuando han sobrevenido estos acontecimientos críticos.

Y, de pronto, con estos encuentros recientes, primero con Jaime y ahora con Agustín, algo o alguien ha hurgado en mi interior y encendido los rescoldos de mis recuerdos tan ocultos y apagados por tantos años. Al salir de “El Corte Inglés” hace una semana mi mujer me sorprendió lloriqueando, me pudo la emoción. “¿Pero, qué te pasa?” -me dice sorprendida. Me pasaba que se me cogió un pellizco en el estómago al ver y abrazar a Jaime. ¡Joer, son muchos años y muchas las vivencias compartidas, hemos crecido y nos hemos hecho hombres juntos! Y veinte años sin saber nada el uno del otro… 

¡Qué curiosa la vida, qué extrañas las criaturas!... De manera que yo que me juramenté con ellos hace tantos años en el dormitorio de “los Pajaritos” que jamás los olvidaría; yo, que era el más amistoso, el más empalagoso, el más cariñoso, si queréis, los he tenido perdidos y olvidados en algún rincón escondido de mi memoria. Tanto fue el afán y el ahínco por sacar adelante mi carrera de médico, tan a pecho tomé mi nuevo cometido, que olvidé, casi a conciencia, mi pasado. Como algo que no interesa, que no viene a cuento. Estamos a lo que estamos. Lo del seminario fue muy bonito mientras duró, como se dice ahora, pero hoy lo que de verdad importa es sacar mis cursos, seguir con la beca y hacerme médico. ¿Quién lo iba a decir? No me reconocía a mí mismo en los primeros años de carrera. Todo mi horizonte, toda mi vida y mi pensamiento, eran para mi novia y mis estudios. No había cabida para más. Jamás renegaría de mis amigos, eso nunca, pero los aparté de mi pensamiento y los sustituí por otros nuevos de la facultad de Medicina. Vale, puede entenderse lo de mis primeros años de carrera sabiendo todo el mundo lo aferrado y constante que he sido siempre con los estudios. ¿Pero, y luego? ¿Por qué, ya de médico, no hice nada por interesarme por sus vidas? No me lo explico. Permanecí en la espiral de seguir siendo el número uno, el mejor, como lo fui en la carrera. Ahora, En el MIR, lo mismo: estudio, sesiones clínicas, publicaciones… Me convertí en el residente favorito de los médicos adjuntos y de mis jefes, y todos me colocaron la pesada vitola de figura en ciernes. Apenas tuvimos, la Peque y yo, vida social en aquella Córdoba tan provinciana, algo que mi mujer sigue reprochándome. Todo era hospital y estudio. Si salíamos una noche de Feria de mayo, de Patios o de Cruces, mientras la Peque se lo pasaba en grande bailando hasta empaparse de sudores, yo me aburría en solitario reconcomiéndome de mala conciencia por estar allí haciendo el vago. En mi mundo de residente no había lugar para divertimentos superfluos, sólo me permitía, para despejarme, una hora de tenis casi a diario con mi hermano Frasco y otros amigos de la facultad  o algún partidillo de fútbol en un descampado de nuestro barrio. Tampoco en ese mundo mío tan hermético cupieron mis amigos del alma.

Ellos, mis amigos del seminario, por su parte, no se habían perdido la pista del todo. Todos ellos maestros formados en la escuela de Magisterio de san Telmo, la profesión les propició más oportunidades de reencontrarse. Antonio Luna, Jaime, Manolo Estepa, Salva y Luis Enrique se veían de vez en cuando con el cura Pedro, y hacían sus reuniones más o menos periódicas, casi siempre por Navidad. Muy vagamente recuerdo un día que todos ellos se llegaron a verme al hospital Reina Sofía estando yo de guardia. Y me avergüenzo recordando la tibieza de mis emociones al encontrarme con ellos. Habían pasado diez años y, claramente, yo no era el mismo. Encima, acaeció dicha visita en un tiempo, creo que en diciembre del 83, en el que la Peque y yo estábamos completamente enfrascados en un tema de capital importancia para nosotros, como fue el estudio y tratamiento de ambos como pareja infértil y la búsqueda a la desesperada de alguna alternativa viable para poder traer al mundo a nuestra hija.


Pero todo eso era agua pasada. Ahora, la casualidad o el destino me los ha puesto a mano. Sería imperdonable dejar pasar, otra vez, esta amistad revisitada que pasa en un tren de cercanías.

(Continuará) 

8 comentarios:

  1. José María por lo que veo, relatas la vida que te tocó vivir desde la óptica de un luchador que se ha hecho a si mismo, y no se olvida de sus compañeros de estudio.
    Eso es encomiable, a la vista de lo que todos hemos visto a nuestro alrededor y por experiencia propia. La vida es una lucha diaria, y es natural que no podamos llevar adelante el mismo nivel de apego con quienes nos acompañaron en la juventud.
    Por eso el mérito de este blog, que nos permite reencontrarnos.
    Un abrazo.
    Juan Martín

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  2. Comprendo a la perfección el tema de pasar páginas en la juventud.
    Ahora recogemos los trozos de historia que no volaron del todo, que quedaron enganchados en un recodo del tiempo.
    Disfrutar de estos reencuentros y relatos como ex-seminaristas consuela de tanta amistad y vivencias pasadas. Aunque desde el fondo del pasado nos sonría melancólicamente la tristeza.
    Un abrazo para todos los amigos de este blog y uno en especial para ti que nos brindas tu vida y tus recuerdos a chorretones.
    Pedro

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  3. Eso nos ha pasado a casi todos. Hemos vivido muy cerca y sólo la casualidad, o vaya usted a saber que, nos hicimos conscientes de esa proximidad. Pero afirtunadamente, no ha sido tarde.
    ¡Venga...!

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  4. José Maria esas experiencias personales que nos cuentas, me temo que son casi las mismas en muchos casos de los antiguos compañeros del Seminario .
    Son etapas de la vida y la inercia nos ha llevado a dedicarnos casi en exclusiva, a nuestras profesiones y a la crianza y educación de los hijos, en mi caso tres.
    Pasados los años, unos antes y otros más tarde, siempre volvemos la vista atrás y hacemos una valoración de todo lo acontecido y de las cosas que te gustaría retomar o poder cambiar.
    Ahora también estamos en una etapa muy bonita y queremos disfrutarla.
    Sigo pendiente de la continuación. Recibe un abrazo.

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  5. Es verdad todo lo que decís. Me gusta mirar hacia atrás para comprender mejor la situación presente, nuestra feliz comunión en la amistad.
    El siguiente capítulo trata de la consolidación del gran grupo y su evolución en el tiempo.

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  6. Leyéndote se comprende eso de "abrir las carnes". Abrirlas de par en par y trufarlas de sentimientos y vivencias. Gracias Fili por este revivir de infancias y adolescencias, pilares imprescindibles para apoyar la vida y gracias también por tender ese puente, sobre el río de la amistad, a los otros pilares, el de la madurez y la vejez. La vida así se hace explicable y divertida.
    Un abrazo
    Rafa Vilas

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  7. Gracias muchachos. Pronto os entregare el último episodio de la saga.

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