sábado, 28 de julio de 2018

REUNION DE LOS VICARIANOS CORDOBESES

EN LA SOCIEDAD DE PLATEROS 

Córdoba, 26 de julio de 2018 

A veces, el camino, como ciclo iniciático en espiral, que a algunos les gusta recordar, por aquello de insinuarles a Hegel y Marx, es necesario iniciarlo al revés, o a la inversa, o en un vaivén incesante, como ustedes quieran. 

¡Que no! ¡Que no tengo dos copas de más, ni he perdido el seso! 

Es que así, adquiere todo su significado los derroteros de la reunión de Plateros. Si, si, derroteros o “derrocheros” (admítase esta última expresión, como licencia del autor) 

Digo derroche, por toda la sapiencia que… “se derrochó” por aquel recinto. Los ventiladores, cual arañas siniestras, se encargaron de esparcirla por doquier, para comprensión de los allí reunidos. 

Pues bien, con la luna dibujando un surco luminoso, sobre las aguas de nuestro Guadalquivir, tocaba retroceder, mientras esperaba el autobús, recordando los acontecimientos vividos recientemente. Eran las 11’45, por supuesto, de la noche. Aguas abajo, nuestro primado Paco Sánchez, acompañado de Antonio Hidalgo, hacían lo mismo. La Ribera, lucía hermosa. 

Aún resonaban en mis oídos, las carcajadas provocadas por los chistes que, a la limón, intercalaban Antonio Martínez y Paco Nieto, apostillando algún comentario. Geniales ambos. 

Tuvimos un especial recuerdo para todos aquellos compañeros que lo están pasando mal, con sus dolencias. En especial: Agustín, Fernando, Manolo Aranda, Paco Raya. Nuestros mejores deseos de que lo puedan llevar de la mejor forma posible. 

Diego llamó, disculpándose por no poder asistir. Alguien dijo que no había entendido bien si era porque estaba en las Tendillas o porque tenía una “tendinitis”. Pobrecillo, encima con cachondeos, después de todo lo que le está doliendo. ¡Diego, ya sabes que te deseamos una pronta recuperación! 

Echamos en falta a muchos compañeros, que por sus vacaciones, tampoco pudieron asistir. 

El momento “duende” apareció de improvisto… “Una, Grande y Libre” Así, como suena, Carlitos comenzó un extenso debate sobre estos tres conceptos. Y ni corto ni perezoso, apostilló, como culmen de su disertación… “Unicidad del Ser” ¡Toma ya! ¡Es que no nos merecemos a este Carlitos! 

Pero, para no ser menos, el otro filósofo, Antonio Martínez, destapó su tarro de las esencias y apostilló, como culmen del sentido de desarrollo social “la sexualidad, esa que cultiva uno solito, acrecenta el conocimiento del “Yo” y la que se hace en pareja, “contribuye a hacer amigos” 

Ante esto… ¿creen ustedes que yo puedo seguir escribiendo vulgaridades? ¿Entienden ahora, eso de “ciclo iniciático y derrocheros? Pónganle, vuestras señorías, el sinónimo que quieran, a la explosión de sabiduría que se derramó en Plateros. 

Irrepetible noche la surgida entre esos arcos. 

Como viene siendo frecuente, también, nuestro primado, impuso el Solideo de Vicariano, al recientemente incorporado Rafael Serrano. Otro más en el bote. 

Claro está, también dimos cuenta de nuestros “caramales” previos levantamientos de tapadera, osease, la parte del pan que va encima de los mismos, a fin de discernir, qué bocata estaba aderezado con o sin mahonesa. Eramos pocos, pero la variedad de gustos, quedó patente. “Yo con, el otro sin, el de más allá con un poquito” y así sucesivamente hasta sobrepasar el aguante de Juan, nuestro amable camarero amigo. 

Voy a mirar mi agenda, a ver si se me olvida algo… 

Ah, si. He de recordar que ya mismo se pondrá el listado de la lotería de Navidad. Este año, Carlitos tiene reservado el número, en el sitio de siempre. Aún no se debe pasar a retirarlo hasta confeccionar la lista. 

Creo que ya está todo dicho. Si algo se me ha olvidado, de lo cual no dudo, que alguien lo indique en los comentarios. 

Hasta la próxima. 

Salud para todos

Andrés Osado Gracia

sábado, 21 de julio de 2018

Buscando a Wally


Viaje al futuro: La cuadratura del círculo ante la mirada de los nietos.

Fue al recoger mis libros, la ropa y las demás cosas de la camarilla cuando sentí en la garganta aquel nudo que ya conocía de otras veces. La marcha del Seminario no era por una sanción de la jefatura, marchaba por una orden imperativa del Estado que me mandaba hacer el servicio militar. Estaba diciendo adiós a unos años inolvidables de estudio y compañerismo, a los profesores, al edificio emblemático, y a un estilo de vida religioso centrado en el estudio, en el orden metódico, en el trabajo y en la disciplina.

A mí siempre me quedaba el consuelo del reconocimiento de mis superiores, pero por delante tenía el recorrido imprevisto de una etapa incierta, en donde me las tendría que ver yo solo sin la tutoría de los profesores. Me despedí en silencio y sin ruido, cargué en la moto aquella enorme talega llena de ropa, y traspasé la gran puerta de la entrada. En la acera arranqué el motor y bajé hasta el Arco de Triunfo, el viejo edificio del Seminario parecía que también me despedía en silencio.

Atravesé despacio el antiguo Puente Romano, para tomar la salida de Córdoba por la carretera de la campiña, de regreso a la casa de mis padres.    

La llegada al complejo militar del CIR, en un principio me pareció un viaje ya familiar como los que hice para ir al Seminario Menor, incluso el entorno era parecido. Se veían los mismos campos llenos de chaparros y peñascos que había en los Ángeles, luego descubrí que también había un riachuelo y un embalse enorme.

En el CIR se me asignó un dormitorio, nos entregaron un petate (una gran talega) para guardar nuestras cosas, un correaje, ropa, botas, calcetines, zapatillas deportivas y mudas interiores. Me dieron una cama, una taquilla, el número 9174,  y un fusil de asalto Cetme. La primera orden fue dejar recogidas todas las cosas y la cama hecha.

No me sentí apenado ni triste, aquello era lo que me tocaba hacer o el destino me tenía preparado. Recordaba las palabras de D. Gaspar: me dijo que se harían gestiones una vez terminado el campamento, para que  pudiera irme a estudiar a S. Telmo.

La vida en el campamento militar se transformó de inmediato en una rutina diaria de marchas en orden cerrado, de ejercicios de fortalecimiento físico con tablas de gimnasia en grupos con rollizos de madera. Y en mi caso, se completó con un curso de sanitario por las tardes, una casualidad por la que pude ampliar mis nociones de enfermero empezadas en los Ángeles. Allí recibimos una formación muy completa dada por un oficial médico, y también un manual de primeros auxilios, para realizar curas en situaciones difíciles, recibiendo un diploma que me acreditaba como sanitario de 1ª.

En el Campamento encontré otros buenos compañeros de mili, y otros superiores. Allí empecé a reflexionar en serio sobre mi futuro, al son de aquellos toques de corneta que como la campana de los Ángeles, nos marcaban la distribución de la actividad diaria.

El día de la Jura de Bandera lucía un sol espléndido, nosotros desde primera hora ya estábamos sudando, con todas las Compañías formadas desde hacía un buen rato, ante un entarimado montado al efecto para las Autoridades locales y los Mandos.

En una amplia zona delimitada por unos cordones con banderines, estaban también nuestros familiares. Era el mes de junio del año 1972.

En el aire festivo del ambiente se notaba entre nosotros la tensión del momento, cuando sonaron aquellos dos toques agudos de corneta. A continuación oímos la voz potente de nuestro coronel por los diferentes altavoces del recinto, que desde la tarima nos habló del honor, y del significado que tenía para nosotros aquel acto de la Jura de Bandera.

Terminada la breve alocución, siguió un corto silencio. Luego su voz sonó contundente diciendo una sola palabra:  ¡¡Bata...llón!! Y al instante cientos de manos golpearon con fuerza el cierre de los cetmes produciendo un sonido seco. Todo el Batallón al unísono adoptó la posición de firmes, quedando las Compañías dispuestas por secciones para el desfile. Dando inicio así, aquel solemne acto de la Jura de Bandera en Cerro Muriano, al ritmo de una alegre marcha militar.

Terminado el campamento, me llevé el recuerdo de una grata experiencia personal aprendidos claramente los significados de algunos conceptos básicos como servicio, jerarquía y respeto. No exenta de algunas anécdotas simpáticas y de hechos curiosos, vividos en aquel período de instrucción.

Fui destinado al Sevilla al Rgto. Mixto de Infantería Soria 9, siendo trasladado al Batallón de Carros de Combate. Allí me encontré curiosamente bajo el mando del mismo capitán de mi Compañía en el Campamento, pasé una mili tranquila y me licencié siendo cabo 1º.

Después de unos días en casa con la familia, decidí buscar un empleo estable en Cataluña, aconsejado por un compañero del ejército. 

No debía tener demasiada prisa, pero tampoco perder el tiempo en lo tocante a buscar la necesaria estabilidad como adulto, dentro de la sociedad en la que iba a vivir.

Siempre interpreté después de observar los paréntesis de la vida experimentados, que las cosas casi nunca pasan por casualidad, sino que es el destino el que nos viene dado a partir de lo que vamos escribiendo cada día con el resultado de nuestros actos.

Algo parecido a lo que dijo aquel científico llamado Einstein sobre la energía, que ni se crea ni se destruye, sino que solo se transforma. Pero aplicándolo a cada una de las personas, según los hechos individuales y la conciencia particular. 

Así me parecía a mí, que las personas nos forjábamos como el hierro candente sobre el yunque, pero también exigiéndonos desde el interior con disciplina y reflexión. Por eso me propuse ser fiel a los esquemas recibidos, aplicándome a mí mismo en primera persona todo lo aprendido que consideré importante. Supuse que cumpliendo mi parte en el contrato de la vida, lo demás en buena lógica vendría rodado todo por su propio peso, como algo lógico: A la Acción, siempre le sigue la consecuencia de la Reacción. 

Un secreto que deduje a partir de lo experimentado en cada una de las etapas que me había tocado vivir: Con la familia y en el trabajo del pueblo, en la escuela de Lérida, en el Ejército, y muy especialmente en el Seminario desde el concepto religioso.

A veces en la vida hay que saber frenar, otras veces sortear obstáculos, preguntándonos como unos buenos estrategas de unidad: ¿Quién? ¿A dónde? ¿Por dónde? y ¿Cuándo?

Esa experiencia, era algo que yo quería hacer llegar a quienes formaran parte de mi entorno. Actuar en función del momento, pero aplicando siempre la filosofía del respeto por uno mismo, e intentando siempre ser correctos con los demás, a pesar de nuestras limitaciones personales, que son muchas y cuentan bastante.

Estando atentos a la voz del sentido común, leyendo la realidad desde el manual de comportamiento recibido en todos aquellos años de estudio.

El otro aspecto a considerar era de crecimiento interno, enfocado desde la creencia religiosa que se nos inculcó desde pequeños. Pensando que a diferencia de los animales, las personas nos debemos un respeto, y también a quién nos puso en la Tierra.

Ya que no somos piedras, ni plantas ni animales inferiores. La vida ha de tener un sentido muy superior al de solo reproducirnos, el de progresar, el sufrir penalidades o calamidades.

De ahí mi agradecimiento constante a la formación recibida en el Seminario, que me permitió sin duda poder acceder a esa forma filosófica de entender la vida, desde la base de la Fe y el concepto del Credo.

Hoy ya abuelo, cuando me toca hacer de canguro de algún nieto, me fijo cuando salimos al parque en los diferentes niños y niñas pequeñitos que corretean, y pienso en el largo recorrido de aprendizaje que les queda por delante.

El parque infantil es un Universo en miniatura con sus propias leyes, allí se comparten los juguetes y los diferentes aparatos por igual, sin exclusiones ni diferencias. He aprendido a pedir disculpas a los niños por mi intromisión con la mirada, como un punto de encuentro sin palabras, absolutamente aséptico que nos identifica a cada cual. Máxime en esa edad de los primeros balbuceos ante el Mundo de los adultos traspasándonos ideas de comprensión sin palabras.

Aun saltando la distancia de los años que nos separan, es el misterio de la vida que tenemos la suerte de compartir, lo que nos une en el parque a los yayos y a los críos.

Nos fiamos de quién nos ayuda desde la sinceridad y la nobleza mirándonos a los ojos, nos entendemos con los nietos desde la amabilidad dadas nuestras carencias ante una mente infantil, que a veces infravaloramos abusando en exceso de la prohibición.

Con un gesto se les ofrece agua apenas sin hablar, o con la mirada les señalo el columpio y te entienden a la primera, entonces les acompaño hablando despacio.

Jugar, compartir y ayudar desde la seguridad y sin enredos, los críos deducen con una inmediatez increíble, y se enfadan cuando no se les entiende.

La ternura hacia los demás, y la comprensión desde el respeto que nos hace posible el crecimiento como personas a lo largo de las generaciones, son la clave. También vale para los adultos, lo he aprendido en el parque sin discursos, jugando con ellos.

Los pequeños se fían de los mayores porque nos presuponen de forma segura, que representamos el conocimiento y la protección que necesitan ante lo desconocido.

He podido comprobar en la avidez de sus curiosas miradas infantiles, que no les podemos dar gato por liebre, so pena de caerles mal, o de crear una confusión  en sus pequeñas cabezas, ellos ya tienen su criterio propio desde que nacen y juzgan lo que hacemos.

Al igual que en las anteriores etapas de la vida, ahora los nietos son los profesores que me enseñan cada día a reflexionar si lo que yo hago es correcto.

Es la confluencia de la vida que nos pone delante de los ojos, la posibilidad de aprender de ellos como si fueran el resumen de todos nuestros anhelos pasados.

Como una realidad que no es teoría, sino personitas verdaderas que ahora tenemos la responsabilidad de enseñarles desde nuestra experiencia, en pequeñas dosis de ida y vuelta: el afecto, la seguridad, el respeto y la benevolencia.

Nos miran con la superioridad que les da el vernos tal y como realmente somos los adultos ante sus ojos, cuando actuamos ante ellos como si los pequeños no se dieran cuenta de lo que decimos, o de lo que hacemos.

Ellos nos ven desde que nacen con el sexto sentido de su instinto maternal, y hasta las ideas que pensamos los adultos nos las ven y las escuchan en tres dimensiones. Como si todos los mayores fuéramos de cristal transparente para ellos, subidos en este tren de la vida en el que vamos recorriendo juntos como pasajeros, un camino generacional de afectos y experiencias personales peldaño a peldaño.

Ellos son el futuro, y nosotros ocupamos el último escalón del presente en el que se apoyan, para seguir prosperando como el siguiente proyecto humano, por encima de nuestra efímera prepotencia de adultos.

Hoy hemos asistido los padres y los yayos al final de curso en la guardería, y les hemos visto seguir la coreografía al ritmo de una canción, según les indicaban las profesoras con sus atuendos de baile. Algunas niñas y algunos niños miraban al patio de sillas y empezaban a llorar. Otros sin embargo, saltaban contentos en la tarima metidos en el papel y giraban sobre sí la mar de animados. Cada persona somos un mundo desde pequeños, y arrancamos con las herramientas que nos han tocado.

Igual que nosotros cuando éramos niños a la hora de jugar o de estudiar, cantar, o tocar la bandurria en el coro de la Iglesia.

Según los veo, me recuerdan las etapas por las que pasé de pequeño, y me anima pensar que al igual que en mi generación, a ellos también les tocará esforzarse y superar escollos con alegrías o con llantos, como pasajeros de la vida en este tren enorme, que nos lleva de viaje por el Cosmos.

Así se ve la vida renovada en los nietos que recogen la antorcha que les damos, cuando los miramos desde el espejo retrovisor de los años, reflejándose en los críos nuestra propia ilusión como abuelos, mientras juegan en el parque.

Igual que les pasó a todos los anteriores abuelos que en el Mundo han sido, desde el principio de los tiempos, cuando el parque infantil era el simple campo. El ser humano en la actualidad traducido en los pequeños que hoy llegan a la guardería, en la primera graduación del curso.

Qué inmenso es este proyecto inteligente del que formamos parte como granitos de arena en este Mundo que llamamos Tierra, algo que va mucho más allá del simple escalón que pisamos ahora, en este tramo de la Historia de la Humanidad.

Es la reflexión que se me ocurre contemplando a los críos jugando en el parque, que el tiempo nos pone en el camino por el que hemos de seguir como civilización y como ciudadanos individuales, aunque seamos yayos.

Conscientes de que somos tripulantes por igual de un Planeta formado de tierra y agua, que como una nave intergaláctica atraviesa el Cosmos arrastrada por una estrella dentro de una Galaxia enorme.
Una más de los cientos de millones que llenan el Firmamento.

Juan Martín.

martes, 10 de julio de 2018

Crónica de la 29ª reunión Grupo Madrid

Restaurante “La Cátedra” (Hotel El Bedel) 
Alcalá de Henares (Madrid) 

7 de julio de 2018 

Un mes justo desde el último encuentro. ¡Cómo lo pasamos en este sanferminero día! 

La cita era a las 12 en la Plaza de Cervantes, junto a su hidalga estatua. Cuando estábamos a punto de salir del aparcamiento oí unos silbidos, como los que se oyen en La Gomera, el “Silbo Gomero”, que le llaman. Pero afinando mi castigado oído se parecía mucho más a los cabreros montañeses de Asturias, Cantabria o Galicia. A los pocos segundos localicé la “emisora”: era Manolito Jurado que hacía entrada triunfal en el párking con Manuela, su bella esposa, y al vernos se emocionó tanto que no podía emitir vocablos y optó por los sonoros silbidos, digo yo. 

Sobraba tiempo, y los cuatro nos dirigimos tranquilamente hacia el punto de encuentro. Enseguida vimos llegar a los anfitriones, Agustín y Leo. Calurosos abrazos, después de cincuenta años que no nos veíamos. 

El encuentro era un poco especial, pues íbamos a conocer a compañeros del 61. Estuvimos esperándolos unos diez minutos. Manolo nos comunicó que estaban haciendo su tour y que nos veríamos en el restaurante. La primera visita que hicimos fue a la catedral. No quedamos en la entrada ya que se estaba oficiando el sacramento del Bautismo. Seguidamente nos dirigimos hacia la Casa de Cervantes. Fotos obligadas junto a Don Quijote y Sancho. Yo soy más de Sancho, no sé por qué. Me identifico más con él. Lo veo más humano, más cercano, más bonachón que Don Quijote. Incluso en la morfología biológica estoy más cerca de aquél que de éste, fíjate tú. 

Estaba en el primer piso, visitando las dependencias del escritor, cuando oí claramente que me llamaban por mi nombre desde abajo. Era Antonio Porras Ramírez. Cincuenta años nos separaban desde la última vez que nos vimos. Otro como Agustín, que no le pasan los años, bueno si le pasan pero no le rozan ¡qué tíos!. 

Se acercaba la hora del almuerzo y nos fuimos para el restaurante. Antes de llegar nos encontramos con Paco Ruiz y Vale. El resto del personal los saludamos después, en el abrevadero. Victoriano y Consuelo llegaron a la hora convenida, acompañados de Cari. El cariño que le tenemos todos a Cari es directamente proporcional al que le profesábamos a Antonio. Por eso tiene que seguir siempre con nosotros. Estando ella, está él. Es obvio indicar que echamos de menos a los ausentes: el camarlengo Vilas y esposa, al sumiller del aceite, Antonio López, el príncipe del bel canto, Antonio Rodríguez, y tantos otros.

Creo que fue Fernando Horcas el que nos distribuyó unos cartelitos con nuestro nombre y el de nuestras esposas. Bonito detalle, que nos facilitó mucho nuestra identificación. Parecíamos congresistas cervantinos. 

Entre bocado y bocado nos pusimos al día de todo. Porras hasta se acordaba que estaba detrás de mí en el estudio. ¡Qué memoria! Y no es por la cabeza, porque yo la tengo más gorda que él y no me acuerdo de tanto. ¡Pero si hablamos de memoria, el Jurado es único! Su humildad le impide reconocerlo y se excusa en que lo tiene todo en el móvil. Entre bromas y recuerdos entrañables se pasaron las horas. ¡Qué pronto se pasa el tiempo cuando se está a gusto! 

Antes de terminar quiero darle las gracias, en nombre de todos, a Agustín y a Leo por su entrega y dedicación para que todo saliera bien. Gracias chicos porque ha sido un encuentro maravilloso. 

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No he querido detenerme en describir un poco esta maravillosa ciudad de Alcalá de Henares, porque para eso está internet que lo hace mejor que yo. 

He llegado a Móstoles una vez más henchido e hinchado de emociones. Yo creo que por eso estoy tan gordo. 

¡Hasta la próxima, buena gente! 

Paz y bien.

Antonio Estepa Romero