sábado, 25 de abril de 2020

Relato de Juan Martín Santiago

Regreso al futuro

Ante aquel hombre arrodillado con los ojos como platos, pude notar claramente el enfado de quien nos observaba, destilando un oscuro olor a soldadura eléctrica 

En este año 2020 confinados por la presión del coronavirus, el encierro a la fuerza nos obliga a mitigar las horas escarbando en los recuerdos, buscando alrededor de lo que somos y deduciendo a partir de lo que fuimos, o pudimos ser. En un vano intento de encontrar explicación a este castigo planetario. 

Sobre la mesa virtual, aparecen una tras otra cada secuencia de nuestra vida separando las emociones, al revisar despacio cada acierto y cada error hasta donde nos alcanza la memoria. Fue entonces cuando apareció la imagen de aquella salida de juventud en un utilitario, que nos llevó hasta las inmediaciones de Sevilla, en donde fuimos expuestos en grupo ante alguien, que desde arriba miraba nuestros pensamientos. 

Empezando por el principio, he de recordar la infancia que pasó muy rápida, quedaron prendidos en la memoria el olor del alpechín en el pueblo en invierno, la escuela de las monjas, la casa de mis abuelos junto al taller mecánico, el ruido seco de los aperos de labranza mientras los mulos tiraban del arado entre los olivos, y la escarcha humeante sobre la yerba. Recuerdo las mujeres y los hombres en la lumbre, pinchando el pan y el tocino sobre las brasas, y comiendo migas con leche antes del duro trabajo. 

En la juventud, tiene un lugar preferente el recuerdo de la etapa de estudiante en el Seminario Menor de los Ángeles y en S. Pelagio. Junto a las asignaturas, de la mano de los superiores aparecieron los conceptos más importantes de la Oración, la Compasión y el Respeto al Creador, que luego se quedaron para siempre como unos referentes de vida troquelados en la conciencia, a los que recurriría a menudo como se hace con los apuntes de clase antes de hacer un examen. 

Los seres Humanos llegamos como una parte culminante de la vida, hechos de la misma pasta que el resto de criaturas. La voluntad y la conciencia eran como las herramientas, que ayudan en el camino de la maduración a lo largo de los años. Luego en el momento de descansar en la presencia de Dios Padre, a todos se nos premia según los logros y las obras realizadas: Eso era lo que nos decían en aquellas enseñanzas. 

El año 1974, estando viviendo en Barcelona aproveché unos días de vacaciones y decidí ir a visitar la familia en Córdoba, tenía la nostalgia de la tierra. Allí me quedaban algunos amigos y amigas con los que me escribía, y a los que pasé a visitar sin falta. Recuerdo que tomando unas tapas en un bar de la judería, alguien dijo que podíamos ir a un pueblo de Sevilla, en donde pasaban unas cosas muy extrañas y curiosas, animándome a no dejar pasar la oportunidad de poder unirme a ellos en aquella aventura. 

Un joven del grupo tenía disponible el coche de su padre, y yo les podía llevar por tener carnet de conducir, así que los cuatro dos chicas y dos chicos, nos metimos en el 850 y salimos por la N-IV en dirección a Sevilla a media tarde. 

Al llegar al pueblo indicado, aparcamos el coche en un barbecho a las afueras, allí se había levantado un sencillo altar junto a una cruz de grandes dimensiones, y en un lado contiguo destacaba una imagen de la Virgen María. Hacia allí nos fuimos caminando sin dejar de observar el entorno, que era en realidad un puro rastrojo de trigo. 

En el suelo junto al altar medio acurrucados en unas mantas, se podían ver una serie de personas que en silencio parecían esperar algo. Nosotros por no estorbar nos fuimos hacia un lado, y desde allí observábamos aquel conjunto de hombres y mujeres, que en voz baja hablaban sin poder oír lo que decían. 

No llevábamos mucho rato mirando cuando una mujer dijo en voz alta y clara: Por allí vienen. 

Mirando hacia Sevilla pudimos ver a media altura en el cielo oscuro una luz que a intervalos se hacía pequeña o grande, que venía lentamente hacia donde estábamos. 

Luego un avión normal de pasajeros apareció en el cielo y la luz menguó hasta no verse. 

Después volvió a salir aquella luz, y otra vez aumentó de tamaño, luego bajó de intensidad y desapareció. 

A continuación empezamos a notar en la explanada un viento no muy fuerte, nadie dijo nada, pero en la tarde calmada aquella brisa parecía chocante. 

Aquel hecho ya por sí solo, era una cosa de lo más curiosa, pero a continuación pasó algo que nos dejó totalmente sorprendidos: Un señor de los que había allí sentado entre los presentes, empezó a caminar de rodillas de forma rápida hacia el altar hasta quedar parado. A su alrededor nos fuimos congregando todos los presentes y pudimos oír que hablaba con alguien en lo alto, invisible para los demás y esbozando una media sonrisa, pero por mucho que mirábamos encima nuestro, allí no se veía a nadie ni a nada. 

El vidente que así lo llamaron, estiró un brazo hacia una mujer y empezó a decir cosas que la hicieron llorar. Después siguió haciendo la misma operación con el resto de personas del corro, hablaba y contestaba a preguntas o pensamientos de los presentes. 

Aquello me pareció algo inaudito, por mis creencias yo no podía aceptar que el vidente estuviera en contacto directo con Dios, los Ángeles, Jesucristo o la Virgen María. 

En mi cabeza noté un rechazo total hacia todo lo que allí pasaba, fue entonces cuando la mano apuntó hacia mí y la tomé como hicieron los demás, yo no me arrodillé ni articulé palabra alguna, el vidente hablaba por su cuenta y mi cabeza seguía bloqueada. Sin abrir la boca yo me pregunté para mis adentros: ¿Si allí había alguien, quiénes eran, y qué querían aquellas supuestas criaturas celestiales? 

Noté de inmediato en el entorno como un fuerte enojo o sorpresa, de quienes fuera que estuvieran suspendidos en el aire: Mi cabeza seguía bloqueada, entonces intuí una duda o consulta entre...¿dos criaturas de diferente rango?.. La oleada del enfado la noté con toda claridad, con brusquedad inesperada una orden mental me mandó arrodillarme. 

Entonces si que me asusté un poco, junto a la orden imperativa noté el olor a soldadura eléctrica o de carbón de fragua que también conocía de mi época de aprendiz de herrero, me llegó nítidamente a la cara como si fuera el aliento de un dragón. 

Todo el mundo estaba expectante y en silencio, la mano del vidente seguía cogida con la mía y en mi mente seguía la pregunta:... ¿Quiénes sois? 

En ese momento me arrodillé junto al vidente, demostrando con ello humildad y respeto ante mi ignorancia de no saber con quiénes estábamos hablando. El vidente seguía hablando y me dijo que yo era un descreído, que no aceptaba lo que allí pasaba. Siguió con la mano buscando a los demás, y la volvió hacia mí por tres veces con el mismo resultado. 

Luego el vidente pidió bendecir lo que quisiéramos ofrecerle, algunas medallas, cruces y escapularios que elevó hacia arriba. Pasado ese momento dijo que cantáramos alguna canción: Entonces todos los presentes en coro, como se hace en las procesiones de los pueblos, improvisamos una canción mariana: "Con flores a María". 

Luego se puso a comentar con quienes tenía a su lado algunas impresiones, y la gente poco a poco empezó a irse, dejando libre aquel sitio y marchando para sus casas. 

Igual hicimos nosotros que nos fuimos hacia el coche, y al pasar junto a la imagen de la Virgen de una forma espontánea, nos arrodillamos y cada cual en silencio rezó alguna oración. Fue al subir al coche cuando me noté algo confuso o mareado, entonces decidí andar un poco por aquel rastrojo segado para despejar la cabeza. 

De regreso cada cuál se centró en sus pensamientos, hicimos el camino hablando solo lo justo, aquella escena nos había impactado, ya no había el mismo clima de alegría y desenfado que se respiraba entre nosotros al iniciar el viaje. 

El trabajo en Barcelona me absorbía por completo, y aquella salida en Córdoba se fue quedando en el olvido. No obstante a lo largo de los años, algunas situaciones en las que me vi involucrado me hicieron pensar, si por alguna razón quienes asistimos a la reunión con el vidente, quedamos protegidos contra daños que de otra manera hubieran sido serios accidentes: Intuiciones, ayudas inesperadas, caminar por un sitio y parar unos segundos antes de que se desplome un bloque de piedra de un alero, o cambios repentinos en la profesión que ahorraron descalabros insospechados. Coincidencias que comentaban las personas que las veían, como unos simples golpes de suerte. 

En mi interior no obstante hice cábalas, y recordé, que el primer cambio importante que se dio en mi vida empezó mucho antes, cuando inicié en el Seminario de los Ángeles el primer curso de bachillerato por el año1966. 

Allí empecé a relacionar la oración con el compromiso personal basado en el respeto hacia la Divinidad, pareciendo que a partir de esa forma de entendimiento o diálogo, se deducía la evidencia de que alguien nos observaba ya desde el nacimiento y actuaba individualmente con cada criatura desde la altura Celestial. Siempre desde esa distancia entre la condición humana y la Divina, con una actitud seria de prudencia, y avanzando hacia la mayor madurez personal y global a lo largo de generaciones. 

En esta pandemia del coronavirus no obstante, pienso que el momento nos obliga a reflexionar muy en serio sobre el tipo de camino que tomará la Humanidad, ante la evidencia real de todo el daño que sufre el Planeta, por la contaminación del aire, del agua, la tierra y los seres vivos. Más la ingente cantidad de productos no reciclables. 

25 de abril de 2020

domingo, 5 de abril de 2020

Poema de esperanza




TAL VEZ 


La luna, cuando se vistió de jazmín, 

quedó algo extrañada. 

Veía con más nitidez a la Tierra. 

Antes de que el sol se cubriera de carmesí, 

le preguntó: 

             —¿Sabes por qué la tierra brilla más? 

El, con algo de extrañeza, se encogió de hombros 

A la mañana siguiente, cobrada su energía solar, 

Le dijo a la Tierra: 

            —Te noto triste, por otro lado, algo contenta. 

Ella, le contesto: 

            —Estoy triste porque no veo a 

los niños jugar por las calles y no se por qué. 

            —Alegre porque, tal vez, los humanos 

han acabado con los humos de CO2: 

de las fábricas tóxicas, de los aviones con sus estelas lacerantes, con las guerras… 



¡Seguro, los niños, jugarán nuevamente! 

¿Contribuiremos al aumento de su alegría? 



Andrés Osado
Córdoba, 3 de abril de 2020 

Mes de reclusión y aprendizaje.

miércoles, 18 de marzo de 2020

VISITA A LOS ANGELES

DE VUELTA A LOS ÁNGELES


¡La tercera vez que lo iba a intentar!

Esta vez, habíamos quedado Francisco Sánchez, Manolo R. Medrán, Carlitos y un servidor de ustedes. 
Cuando me monté en el coche, el corazón comenzó a palpitar algo más rápido de costumbre. Era para no preocuparse. No tanto como para hacerle, la correspondiente pregunta, nuestro médico de consultas (nunca mejor dicho) el siempre sonriente, amigo Fili.
En un momento de la alegre conversación que llevábamos, mi mente retrocedió al pasado.
Me vi montando en un autobús, mirando la elegante y acorazada figura del Castillo de Almodóvar. Observé cómo se hacía más y más colosal. Al rato, la fui perdiendo de vista. En ese momento volví a la realidad. “Esta vez, afortunadamente el hecho de haber menos curvas, y el haberme hecho mayor, no me hizo echar fuera, todo el desayuno que había tomado; cosa que normalmente me pasaba antiguamente, nada más pasar bajo su sombra. (Si, Fili, a pesar de ese potingue que se llamaba “biodramina” o de no haber tomado líquidos) No fallaba… todo fuera, hasta la última papilla. El pobre conductor se acordaría de mi durante todo el día.
Seguimos alegremente el camino. Manolo Medrán estaba tentado de encontrar un hueco por donde entrar y robar naranjas, pero, por mucho que mirábamos, no lo encontramos. Todo estaba “alambrado y bien alambrado”
—¡Ay que ver con lo que me gustan a mí la naranjas robás!— decía con cara de contrariedad.
Llegamos a Hornachuelos, tras un breve cafelito en el restaurante Los Álamos, apalabramos el futuro almuerzo para el Encuentro. Cuando llegó José María, más sonriente que un niño con un juguete nuevo, nos montamos en su coche.
Por un momento pensé que Bartolo nos llevaba de regreso al Seminario, después de haber ido al pueblo.
No había transcurrido mucho cuando el coche giró a la derecha, al igual que aquel autobús de la empresa Sánchez Navas. Pero esta vez, las arrugas del camino por el tiempo pasado, empezaron a notarse inmediatamente. Parecía que en lugar de por tierra, viajábamos por un mar bravío.
¡Pobre camino! ¡Pobre coche!
José María que, esta vez, no me llamó D. Andrés, me dijo que por allí no podía pasar un coche de los nuestros, so pena de dejarse los bajos o tener un reventón en las ruedas. Desde luego, no hacía falta que lo demostrara matemáticamente.
¡Cuantos arrempujones nos dimos Manolo, Carlitos y yo, que íbamos detrás! Demostramos, aún más, el afecto que nos tenemos. Claro, el Sr. Sánchez, como buen Señor Regulador, iba tranquilito y todo anchote delante. Creo que un poquito acojonado iba, como demuestra lo siguiente. Cuando nos bajamos nos increpó:
—¿Y vosotros por qué le dabais tanta conversación a José María? ¿No veíais que miraba hacía atrás como si tal cosa?
Lo cierto es que, nuestro alegre conductor, se sabía el camino con los ojos cerrados y conducía el coche solo.
¡Vallas por todo el camino! ¡Demostraban la ambición humana de apropiarse del campo, aunque no fuera suyo! La sorpresa fue al llegar al llano del campo de fútbol y verlo de la misma manera. ¡Estaba aprisionado entre alambres de espinos! Las pobres encinas se sentían de igual. Esas pobres encinas que, sin cuidado alguno, están muriendo al no poder soportar el cautiverio y el escarabajo que está atacándolas, según nos dijo José María. Nosotros mismos pudimos observar: palidecían en un mortal tono amarillento para luego caer sin remisión.
Afortunadamente, seguimos por el camino. Tras cruzar el pozo, esta vez no tuvimos que montarnos en aquellos camiones, que cubiertos por una larga lona, nos llevaron al Seminario.
Avanzamos por lo que ahora llaman “bosque” y nosotros llamábamos el “camino del campo de fútbol”. El lindero permanecía, pero su fisonomía, algo ajada, se había acompasado a la nuestra.
Miré hacia mi derecha y vi el surco, ahora seco, lleno de lascas y jaramagos. El que antiguamente jugueteaba con brillos de cristal y alegraba, con su canto, el sendero, ahora permanecía mudo. Busqué esa imagen que colocamos en una encina, pero no la hallé.
Al llegar al “Palo Banderas” algo hizo cambiar mis sentimientos apesadumbrados.
¡Allí estaba! ¡Los Ángeles!
¡Majestuoso, nos dio la bienvenida!
¡Por fin lo vi!
Cuando José María, hizo sonar el cerrojo de la puerta y nos dijo que pasáramos, me contuve un momento. No me atrevía a entrar. No se si era miedo de lo que pudiera encontrarme, o asombro ante un regalo que no te atreves a abrir.
¡Por fin entré!
Todos los sentimientos de pesadumbre desaparecieron.
El sol coloreaba de claros oscuros al patio. Estaba tal y como lo dejé hacía ya cincuenta y tres años, más o menos.
José María, presumía como un niño pequeño, del apaño que le habían dado al patio. Sinceramente lo quiera como si fuera algo suyo. A veces decía, ésta ha sido vuestra casa. Sí nos recalcó mucho que D. Demetrio el Obispo, tiene mucho interés en que todo quede perfecto.
¡Cuanta emoción me embargaba!
A mis otros tres acompañantes, no les iba a ser menos, según la expresión de sus rostros.
Mis pies, ahora cansados y no tan fuertes como los de antes, volvían a pisar aquel lugar de tantas vivencias. Sin embargo, mi mente se sintió por unos momentos juvenil, alegre y juguetona como antaño.
Después de haber permanecido absortos, mirando todo nuestro alrededor y comentando la ubicación de todas las instalaciones, de la planta baja, nuestro guía nos insistió en reanudar la marcha.
Pasé por aquel lugar, amigo Rafael Raya, por el que nos tuvieron en pie durante tanto rato. Unas cosas, no recordaba, pero esa permanece inalterable en mi conciencia. Sigue aún en su sitio. Pasé de largo, miré hacia otro lugar y no dije nada.
Nos dirigimos directamente al comedor. Vuelta a los recuerdos. A esa venta por donde, los más próximos a ella, tiraban eso que llamaban morcilla o chorizo. No nos pusimos de acuerdo del lugar donde comían los curas. Por lo menos yo decía otro. Creo que de todas las cosas nos la sacará de dudas nuestro querido amigo Manolo Jurado o quien sea.
Posteriormente subimos a los dormitorios. Ahí me pasó una cosa curiosa. A pesar del mal estado en el que se encontraban, debido a la barbarie humana, no pensaba en ello.
Trataba más bien de recordar el lugar. De revivir aquellos felices momentos.
No tenía noción por donde andaba. Mi mente no se ponía en situación. Sólo al llegar a las duchas supe dibujar instantáneamente ese lugar. Yo no hacía nada más que repetir, porque así lo recordaba, que yo entraba a los dormitorios por otro sitio. Ellos insistían en que era por este lado. Fuimos subiendo, pero yo buscaba un dormitorio largo, con unas ventanas que daban muy cerca del campanario.
Por fin subimos a un dormitorio, al ultimo. Allí tuve la sensación de haber estado. Algo me decía que en el tercer o cuanto armario empezando por el principio, colgaba mi sotana y dormía. Miré por una ventana y noté la presencia del campanario. Sin duda ese era el lugar. Ahí, por las noches medio oculto entre las sábanas le daba chupetones a ese bote de leche condensaba que había logrado pasar la inspección de los inspectores de talegas, por llamarlos de una forma elegante.
Cuando vi los aseos, colocados al final de la entrada, por la parte que daba al río, ya no tuve dudas. Por cierto, Manolo Medrán dormía cerca de ellos.
Otro momento que me hizo afianzar mis recuerdos, fue el ver que frente a la salida del dormitorio estaba el cuarto de un superior. Entré e hice una foto del lugar donde estaba colocada su mesa de despacho. La estaba viendo como si no hubieran pasado los días. Muchos sabéis de ese despacho, por lo que ahí lo dejo.
Ahora si, empezamos a bajar por las escaleras que yo recordaba. Por las que incluso se llegaba al estudio donde resonó ese guantazo de que le dieron a nuestro querido compañero Pacomo. Por lo visto luego hicieron clases y capilla.
¡Ah! Se me olvidaba, mientras subíamos por las escaleras que no figuraban en mi apartado mental, llegamos al coro de la Capilla. Allí volvieron a resonar en mis oídos esas notas de aquel niño, Rafa Vilas, que una voz parecida a esos niños de la Filarmónica de Viena. Me llegó el recuerdo de esa canción de entonaba siempre que nos despedíamos al irnos de vacaciones. Espero que entre todos logremos hacerla sonar. He tratado de recordarla, pero sólo me viene una que podía decir: “rosa de abril, que en tus divinos ojos” No estoy seguro. Mentes más privilegiadas habrá ente nosotros que sepan hacerla revivir.
Todo estaba destrozado, pero disfrutamos del momento. Nuestros pocos recuerdos encontraron la paz.
Mi querida esposa me dijo, al llegar a casa, que venía como iluminado. Pues la verdad es que tenía toda la razón. Es como si mi infancia, que fue muy buena, se hubiera incrustado nuevamente dentro de mi.
Por lo que observé, tampoco se podían quedar atrás los que me acompañaban.
Mis piernas no daban para más. José María nos llevó de regreso al pueblo, donde nos tomamos unas patatas fritas con huevos y chorizos de caza. Esta vez los chorizos se colaron bien adentro de nuestros estómagos.
Bueno, ya está bien.
Hemos de conseguir ponerle nombre a todo y darle apariencia en algún documento.
Un abrazo.
Andrés Osado 
Córdoba, 16 de marzo de 2020, quinto día de reclusión

lunes, 24 de febrero de 2020

Crónica de la 40ª Reunión Grupo Madrid

Casa Pepe 
Fuenlabrada (Madrid) 

22 de febrero de 2020 

Desde que estaba en el Seminario, sobre todo ya en San Pelagio, las tardes-noches del domingo son deprimentes para mí. Todavía sigo con esa melancolía. Por eso tengo que hacer un esfuerzo, se lo merecéis, para contar en unas líneas lo que acaeció ayer en la cuadragésima reunión de nuestro Grupo ¡ahí es nada! 

Creíamos que no íbamos a poder asistir: mi nuera tuvo que ir al hospital porque había expulsado el tapón mucoso, anunciando el futuro parto, y estábamos a la espera de acontecimientos. Esta fue la causa del retraso a la comida. Cuando llegamos nos encontramos a Antonio, Manuel, Paco y Victoriano en la barra apurando el pesebre. Valoramos muy positivamente la espera. En los pequeños detalles es donde se demuestra la unión que existe en el Grupo. Si a esto hay que añadir el papel de argamasa que nuestras chicas realizan en el conjunto, este “edificio” no lo destruye ni la borrasca “Gloria”. 


Enseguida pasamos al comedor. Antes de sentarnos, Consuelo le hizo entrega a Andrea de una mantita de bebé, hecha a mano por aquella, para nuestro futuro nieto. ¡Una preciosidad! ¡Artesanía de la buena! Cada día descubrimos facetas nuevas en nuestro Grupo. Muchas gracias, Consuelo. 

Una vez sentados, Antonio Porras me provocó para pedir las famosas ánforas de sopa de mariscos. Yo, que tengo mejor reata que un mulo blanco, asentí con sonrisa bobalicona. Nos trajeron dos porque se sumaron Victoriano, Paco y Manuel ¡envidiosos! Victoriano, Manolo y yo hicimos cuenta de una y Paco y el Porras se pelearon con la otra. Yo quise solidarizarme con estos últimos pero cuando metí el cazo no extraje nada más que caldo. Antonio Porras tiene una muñeca que ya querría para sí Sara Baras. ¡No dejó en el fondo ni una almeja, el tío! La próxima vez pido una ánfora para mí solo. 

La comida se desarrolló como siempre: amena, ora tensa, ora distendida, según los temas. Tocamos las pensiones, Seguridad Social, Agricultura, etc. Victoriano nos anunció que su farmacéutico de cabecera, el gran Artemio, se ha evaporado y llega a la farmacia savia nueva. Aunque el abastecimiento de la pastilla erótica cree tenerlo asegurado, lo veo con las orejas encanutás, como cuando un mulo se va “asombrár”. ¡Yo no sé cuándo este tío va a empezar a bajar la posología! ¡Está hecho un brazo de mar mientras que yo soy un pobre arroyuelo sin apenas caudal! ¡No hay derecho! 

Después de los chupitos levantamos la acampada para sentarnos de nuevo en la terraza. Hacía una tarde primaveral y queríamos alargar el encuentro. Ya estamos pensando en la próxima reunión de primavera en Los Ángeles. Todos estamos ilusionados con asistir. Será un encuentro muy emotivo. Hay compañeros que no hemos vuelto desde que salimos y aquellos parajes encierran muchos recuerdos. 

Es obvio decir que nos acordamos de todos los ausentes. Vuestras ausencias son solamente físicas porque os llevamos siempre en nuestro corazón. ¡Cáspitas, qué bonito me ha quedao, ¿no?! 

Nos levantamos no si antes fijar la fecha de la próxima reunión: 21 de marzo. Naturalmente las fechas pueden sufrir, como la Bolsa, diferentes fluctuaciones. 

Hacedme el favor de ser felices. 

Paz y bien

Antonio Estepa Romero

lunes, 3 de febrero de 2020

Crónica de "El FILI" del encuentro en Las Margaritas

La tarta de Daniel

Córdoba 30 de enero de 2020

Con la sala parroquial al completo, a la hora de la paella, estaríamos allí cobijados más de sesenta criaturas soplándole a los platos. Desde al menos dos horas antes fuimos llegando unos y otras. En el ínterim, entretuvimos el tiempo con unos frutos secos, aceitunas y unas tortillas de papas de rechupete. Hubo lugar para cuatro o cinco consultas médicas de éstas de aquí te pillo, aquí te mato: regañarle al Vilas y al Sánchez por sus perímetros crecientes, y ponerme al día de los muelles cardiacos, aún calentitos, del Martínez Rangel; para bromear con Paco Moreno por sus entradas tan políticamente quisquillosas en Facebook, y agradecerle, por otra parte, las bonitas estampas de esa Córdoba bella y misteriosa que nos regala; también para felicitar a Rafael Pérez Molina por el reciente nombramiento de su hijo como Secretario de Estado para la Seguridad. Y para, en fin, departir de cualquier asunto, incluido el dichoso coronavirus, de todos con todos y todas. Sin agria política ni fútbol. Ni religión, que si no, la liamos. Desde luego, no podían faltar de la cháchara la famosa batallita de cuando Antonio Gómez le marcó un penalty apoteósico al Jaime ni las divertidas anécdotas de curas que cuenta don Pedro Antonio en sus años con nosotros en los Ángeles. Creo que ha sido la reunión "vicariana" más exitosa, a juzgar por el número de asistentes. ¡Joer, hasta se presentó el mismísimo Dean de La Mezquita Catedral, nuestro insigne don Manuel Pérez Moya!... Y, bueno, luego la pandilla habitual, solo que esta vez casi al completo, tanta gente como en nuestras reuniones anuales.

Hubo, gracias Dios, presencias no usuales que nos alegraron muchísimo, como la de Chamuza, el Chiqui, la del Paco Carrillo, Ángel Lucena, Gregorio o el cura Pepe. Claro que siempre hay ausencias, cada cual tendrá las suyas. Permitidme que, sin menoscabo de otros ausentes ilustres, yo eche de menos a Antonio Estepa, nuestro gran gourmet y mejor animador, y a Paco Molina, sin cuyos concursos la sobremesa pierde glamour: ya nos conocemos de memoria todo el repertorio fotográfico que se proyecta, y, sin embargo, no hay manera de que aprendamos las entradas ni las entonaciones del karaoke de "Amigos para siempre"; a Paco César, el errante donostiarra, tan lejano y, a la vez, tan próximo con sus saludos poéticos diarios; a mi amigo José Pablo, serio y reservado, pero mi amigo; al "Añoro" y sus carcajadas estentóreas; al "Faema", a quien nunca hemos disfrutado en estos encuentros, pero que todos añoramos... No sé cómo se las gastará ahora, pero en nuestros tiempos yo me sentía muy identificado con él en su manera de desenvolverse, sus despistes, su inocencia casi infantil, su sencillez...

La cosa esta vez consistía, además, en darle un merecido homenaje a Anita, ya frágil anciana, que en nuestros años legos fue cocinera en san Pelagio, y, al decir de muchos de los presentes, sacó de fatiguitas hambrunas a más de cuatro, propinándoles bajo manta algún que otro huevo frito de más, un puñado extra de higos secos o alguna magdalena distraída del comedor de los curas. Los de mi curso no nos acordamos, quizá porque no coincidiríamos con ella en san Pelagio. Acudió Anita acompañada de su familia, sobrinas y sobrinos nietos, y compartieron con nosotros tortilla, paella y polvorones sobrados de estas fiestas pasadas. Hubo luego unas palabras de tierno y sentido agradecimiento por parte de Anita, y ¡cómo no! una respuesta simpática de Carmen, nuestra madrileña prieguense, priora de nuestras santas.

Al reclamo de Andrés Osado por wassapt el día anterior de que echáramos polvorones para los postres, se me ocurrió aportar una tarta espléndida que ni siquiera se había descubierto de su envoltura, destinada, en un principio, para los invitados del cumpleaños de mi nieto Daniel la tarde anterior a este evento nuestro. El caso es que con tal exceso de condumio para estas celebraciones infantiles la tarta quedó olvidada en el frigo. Y entonces fue cuando yo me dije: "ésta, pa mañana". Pero acaeció que a los postres, los organizadores, con muy buen criterio, pensaron que por grande que fuera la tarta -que lo era- no iba a ser suficiente para probarla todo el mundo; de manera que acordaron, así, a bote pronto, regalársela a Anita como prebenda improvisada y tan oportuna, oye. Y así se hizo. La familia se despidió de todos llevándose la tarta bajo el brazo... Y tan contento todo el mundo. En esto que, enterada la Peque de lo sucedido, se lleva la mano a su boca en señal de asombro y nos cuenta entre risas, que la dichosa tarta está adornada con dinosaurios de dulce y un letrero de felicitación que reza: Feliz cumpleaños, Daniel.

A ver cuando Anita abra la tarta qué pensará...

La cosa siguió luego, horas más tarde, con una visita nocturna y guiada a la Mezquita. Pero es otra historia a la que servidor no acudió, y de la que dará muy buena cuenta nuestro cronista oficial, don Andrés Osado.

Bueno, aparte de esta anécdota graciosa de la tarta, deseo felicitar y agradecer a nuestros amigos los promotores la espléndida organización del evento; a Antonio Caballero, "El Pajarillo", por su acogida en su salón parroquial; a Carlitos, hombre para todo y además reportero poco dicharachero; y al magnífico cocinero, Antonio Monzón, por su arroz tan sabroso como candente.

Sed buenos.

Jose Mª Rivera Cívico "El Fili"
31 de enero de 2020

Clica sobre el arroz para ver la galería fotográfica y no te quemes.

Encuentro en Las Margaritas - Crónica de Andrés Osado

HOMENAJE DE ANITA
IGLESIA DE LAS MARGARITAS

—En el día del Señor, a treinta de enero del año dos mil y veinte, válgame el cielo, mi señor Don Quijote “El Fili”, que no quisiera rememorar, con estas letras, su elocuente descripción, de aquellas angelicales figuras, que limpiaban por doquier, aquel castillo que por nombre usaba el de Santa María de los Ángeles. Angelicales figuras que, miradas desde abajo, enervaban nuestros… ya sabe vuecencia a lo que me refiero y que quedó tan bien denotado en su larga prosa que ya nos dedicó. Cosa que no me atrevo yo a remendar agora. 


—Sea pues dicha, de aquesta manera, lo sucedido en aqueste homenaje que acabamos de celebrar. 


Estábamos reunidos, en cierta ocasión y como viene siendo frecuente, Pepe López, Carlitos, Manuel Rafael, el Señor Sánchez, Antonio Martínez y un servidor de ustedes, cuando tomó la palabra Pepín. 


—Ayer estuve reunido con Manolo Vida y Antonio Caballero y propusieron que, como Anita vive en Las Margaritas y está ya un poquito mayor, le podíamos hacer un homenaje, por el tiempo que estuvo cuidando de nosotros en los seminarios, tanto de Hornachuelos como de San Pelagio. 


¿Cómo no hacer algo por Anita? ¡Ella que tanto de desvivió por nosotros! Durante un buen rato estuvimos hablando se sus bondades para con nosotros. 


Yo la recuerdo, con un brazo, como suele decirse, en jarras, y no parando de hablar. ¡Hay que ver lo que hablaba! 


Dicho y echo, enseguida nos pusimos de repartir las funciones y ordenar los pasos a seguir. 



Primero hablamos con Antonio Caballero. Ofreció sin inconveniente alguno los salones de la parroquia, para que escogiéramos el más adecuado. 


En segundo lugar, pusimos a funcionar al señor de la lista. Cosa que el muy distinguido Manolo Sepúlveda que, sin demora alguna, tomó cartas en el asunto. En un lado quienes iban al perol, en el otro, quienes se apuntaban a la visita nocturna de la Catedral. 


Posteriormente y dado que hubo de suspenderse la visita nocturna a la Mezquita Catedral, el día de la comida de Navidad, le propusimos a Rafael Serrano que realizara las gestiones para hacerla en esta ocasión. Como a Rafael no hace falta decirle dos veces las cosas, lo consiguió en un visto y no visto. Se había conseguido la visita para esa noche. ¡Además gratis! 


Dada la formidable aceptación que tuvo la llamada, nos quedamos algo “acongojados” (entiéndase lo otro) por lo que la realización del perol suponía. Y la lista seguía aumentando. Todo iba viento en popa. Incluidos nuestros nervios. ¡Faltaba lo principal! ¿Quién haría un buen perol para tantas personas? 


Pero como siempre hay mentes lúcidas y en este caso tenía que ser, como no, la de una mujer: Sole, propuso que un hombre de su pueblo, Antonio, se podría ofrecer para confeccionarnos el perol. ¡Alleluya! Si hubiéramos ido en barco, habríamos gritado ¡Tieeeeeraaaaa! 


Las mismas personas, nos volvimos a reunir. Determinamos las viandas a comprar. Y casi vimos la luz. 



El miércoles a las 10 en punto, con tres carritos a toda vela, nos pusimos a rellenarlos. Para las 11 horas estábamos metiendo en el frigorífico las bebidas correspondientes, y acomodando lo demás, en el salón de la Parroquia. Lindo y espacioso salón, por cierto. Los nervios se aplacaron un poco, pero aún no del todo. Ya sólo faltaba la carne y el cocinero. 


Para desear que todo saliera bien, nos tomamos unas cervecitas en un bar de enfrente. 


A las 12 cuando llegué al salón parroquial, ya estaban allí dos Antonios: Caballero y Bazuelo. Poco a poco llegaron los siguientes como viene siendo costumbre. Cuando llegó Carlitos con la carne y Antonio con su Perol, respiramos profundamente. ¡Todo empezó a marchar perfectamente! 


Empezamos a preparar el salón. Antonio, el cocinero, a lo suyo. 


De pronto, se presentó un hombre moreno, alto y aguerrido. Se trataba de Pacomo. Portaba un baúl, casi como aquellos que llevábamos al Seminario. 


—Estos son los torraos que ha mandado, a mi casa, Miguel López. 


¡Qué cantidad y cuán buenos los torraos! Dimos cuenta de ellos rápidamente y eso que había para un regimiento. Menos mal que Miguel sabe que somos gente de buen comer. 


Al rato, como si fueran dos Reyes Magos de Órjiva, se presentaron Lola y Manolo Sepu, con dos toneladas de rico pan de la tierra y de buen horno. ¡No podían faltar! 


Poquito a poco, se fue llenando el salón y el bullicio iba en aumento. ¡Como debe de ser, de la gente que se reúne para disfrutar de la charla y la amistad! 


Algo más tarde, llegó Anita e Inés, rodeadas de su familia. Aunque los años habían hecho acto de presencia, en Anita, su sonrisa seguía intacta. Rápidamente se sentó y todos fuimos a mostrarle nuestro agradecimiento y simpatía. Lo que si noté es que ¡las ganas de hablar no habían desaparecido con la edad, aún diría que le cundían más! No paraba de hablar. Nos contó de sus discusiones con las monjas porque a veces nos daba algo de comer bajo cuerda. De cómo desparecían algunas cosillas de la cocina y ella, muy picarona, se encogía de hombros como diciendo “¿acaso la bicicleta es mía? 


¡Que buena era! Esa bondad aún sigue mostrándose en su rostro. 


Sinceramente no recuerdo a otra de las chicas que allí había, pero siempre he tenido presente la fisonomía de Anita, su voz y su forma de tratarnos. 


El cocinero seguía a lo suyo. Algunos echándole una mano, no muchos. Carlitos, también a lo suyo, a las fotos que luego subirá nuestro Vilas y a echarle una mano al del perol. En una de esas, junto con el Sr. Sánchez, acudieron a la llamada del cocinero, no porque ya estuviera listo el arroz, sino porque se había acabado el butano. Nuestro diligente compañero Antonio Caballero recurrió a todas las botellas de que disponía pero “que si quieres arroz Catalina” Todas estaban vacías. Menudo problema. 


¡Ay! Murphy, siempre tienes que aparecer justo en el momento menos oportuno. 


Menos mal que nos entrenaron, nunca mejor dicho, para solucionar todas las adversidades. Juan Villén salió al quite y se ofreció a ir a su casa a por una. Es que ya se ha convertido en otro Margarito (vive en el barrio) y en un “pis pas”, ayudado por el Sr. Sánchez, el arroz siguió burbujeando alegremente. ¡No hay quien pueda con nosotros! 

Mientras tanto, Anita seguía hablando. No había quien pudiera con ella. Sigue con la misma energía. 

No vayáis a pensar que los torraos y las tortillas sólo se regaron con las cervecitas, ni mucho menos. Tres, fueron tres quienes aportaron el vino de los dioses: 


Rafael Pérez Molina, el blanco de su bodega, que con eso no hay que decir más. 


Juan Hinojosa, tinto del que no le pregunté su procedencia, pero no importaba porque no hacía falta 


Miguel Estepa, otro blanco del que tampoco necesitó denominación de origen, según sus catadores. 


En definitiva, brebaje hubo en cantidad. 


Mientras, Rafa Vilas y con la poquilla ayuda de un servidor, logramos hacer funcionar unos artilugios digitales que, seguramente nuestros nietos de cinco años, los hubieran conseguido solucionar en unos minutos y no las dos horas que nos tiramos nosotros. 

Y llegó el arroz, exquisito, delicioso, suculento, en su punto. Cada uno fue por su plato e incluso se repitió. Genial el cocinero. “El divino Antonio” 


Pero no terminó con el arroz, el seguir degustando de manjares, ya que se sacaron las naranjas que Paqui e Ildefonso, habían traído allá de su Palma. ¡Vaya cosa rica y de eso doy fe, porque sí las comí! 


Luego, la hora de los recuerdos, que para eso se había logrado poner en funcionamiento el artilugio del que antes hablamos. ¡Que tiempos! 



Terminados los recuerdos plásticos, o documentales, Manolo Vida le hizo entrega a Inés, del regalito que entre todos le habíamos preparado. Antonio Caballero hizo lo mismo con Anita. Ambos con sus correspondientes palabritas de agradecimiento. Si su hermana nos los agradeció con pocas palabras, podéis imaginaos que Anita habló por lo que le había faltado a su hermana más lo que os podáis imaginar. Al parecer no había tenido suficiente con las casi cuatro horas que habíamos tenido antes. Luego una madrileña, asumida por ella misma como natural de Andalucía, especialmente de Priego de Córdoba, por nombre Carmen, tomó la palabra que cerró el acto de entrega de regalos: 


—Anita, te quiero dar las gracias por haber cuidado de estos maridos nuestros, cuando aún eran pequeñitos… pero podías haberles echado algo más porque les falta a todos un gran hervor. 


Se que algún piropo más dijo sobre nuestras bondades, pero por pudor prefiero reservármelos. Es que Carmen no puede pasar sin nosotros. Lo curioso es que nuestras queridas esposas aclamaron profusamente su alocución. ¡Es que están muy unidas en sus opiniones sobre nosotros! ¡Qué seríamos nosotros sin ellas! 


Doy mi enhorabuena a todos los currantes, al escribiente, asistentes, a Antonio Caballero por habernos dejado su Parroquia, Manolo Vida, Rafael Serrano y a Manolo Pérez Moya, por habernos invitado a realizar la visita nocturna a la Mezquita-Catedral. 


Bueno ya está bien, que si sigo va a llegar el día de la próxima concentración, de la que, entre Antonio Luna y Manolo Sepúlveda os darán buena cuenta de ella. Que no faltéis. 


¡Ah! Se me olvidaba. Mientras veíamos las fotos, repartimos los polvorones que habían traído Toñi y el Fili. Cuando llegó la hora de la tarta, empecé a darle vueltas a cómo se servía. No había ni platos ni cucharas. Pregunté si alguien quería llevársela y nada. Yo al ver tanta chiquillería, familia de Anita, no se me ocurrió otra cosa que dársela y decirle que se lo habíamos comprado para la familia. 

—Pero Andrés que has hecho— me dice Fili, —no ves que esa era una tarta que nos sobró del cumpleaños de mi nieto, que pone feliz cumpleaños (creo que me dijo Daniel) y además lleva unos dinosaurios. 

A lo hecho pecho, quizás ni miren el nombre, lo malo es que al ver los dinosaurios se piensen que van con doble intención. Menos mal que Anita es muy buena y sabrá comprender. ¡Ay, que no tengo remedio! (En eso coincide mi querida esposa con Carmen) 


Sed felices. 


Córdoba, 2 de enero, día de La Candelaria, de 2020
Andrés Osado Gracia 

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domingo, 15 de diciembre de 2019

Comida navideña del Grupo cordobés

NAVIDAD CORDOBESA: 
CRÓNICA DE UNA COMIDA VICARIANA

Decía nuestro entrañable Gongora:
“Caído se le ha un Claver 
Hoy, a la Aurora, del seno…” 

Ese sentimiento me embargó ayer en la comida navideña, que a duras penas lograron organizar nuestros compañeros Francisco Sánchez, Carlitos y Antonio Martínez, bajo la supervisión del incomparable Manolo Sepu. 

Efectivamente, hablaba de sentimiento y más concretamente de amistad y alegría, el que revoloteó en el Restaurante “La Cope” 


A las 14:15, en punto, Antonio Martínez dio orden de que comenzasen a traen las oportunas viandas. Plazo de cortesía para que todos estuviéramos en los lugares de salida. Digo salida, porque ya desde pequeños nos enseñaron que, a la voz de “Deo gracias” en el comedor, todo el mundo se ponía manos a la obra. Ahí de aquel que se despistara en unos segundos: ¡si los manjares eran buenos, volaban en un visto y no visto! Pues ahora, ya de mayorcitos y con la lección aprendida, nos pasa igual. ¡Es que el rescoldo queda aún encendido! 

Primeramente, brindamos por los ausentes, por los allí reunidos y por el cumpleaños del señor de la fargo, Miguel.

En un momento de la comida, observé detenidamente a las personas que allí nos encontrábamos y aprecié la alegría en todos los rostros. Cuánta satisfacción sentí en ese instante. Estábamos felices. Alegres conversaciones. Sin oír claramente, intuía el motivo de tanta animación, Por un momento olvidamos los problemas de nuestra vida y nos sentimos como si el tiempo hubiera retrocedido. ¿Quién dice que no existe la máquina del tiempo? 

Aunque por un lado se colocaron las mujeres y por otro los hombres, sé a ciencia cierta, que lo prefirieron así y se lo pasaron de lo lindo. Por un momento, descansaron de oír nuestras interminables historietas. 

El Claver de Santa María de los Ángeles 
Se derramó sobre nosotros 

Excelente y bien servida, fue la comida que nos ofrecieron en el restaurante. 

Hubo impaciencia por terminar, ya que estábamos viendo el tomo de folios que nuestro querido Paco Moli, nos tenía preparados. Eran, como no, un manojo de notas musicales, dispuestas e impacientes por resonar entre aquellas paredes. ¡Que grande es Moli! 

Convertido en Director, a la vez que Solista, el simpar Vilas tomó la batuta y comenzó a ordenar el canto. Digo ordenar no porque siguiéramos la numeración que había indicado Moli, sino porque seguíamos la orden que se antojaba a cada persona de las allí reunidas. Una mano levantada, al igual que sus señorías hacen en el Congreso de los Diputados, indicaba la página sugerida-impuesta. ¡Que obedientes somos! Tanto se siguió la disposición establecida que, hasta se cantaron canciones que no estaban entre aquellos papeles. 

Tan disciplinados obedientes fuimos que, incluso la sugerencia de: 

“O cantáis EL CRISTO DE SCALA COELI o me marcho para Priego” —¿no es verdad Carmen? 

Se convirtió en una orden. Gracias a los móviles, pudimos seguir perfectamente la letra (para que luego digan que los móviles son el diablo) Así Carmen no tuvo que marcharse para Priego. ¡Bien por Carmen! 

Poco a poco, fuimos desgranando páginas, no sólo para deleite nuestro, sino también para el de algunas comensales de las mesas de al lado. Verdaderamente sonó bien. 

Tanta relevancia alcanzaron nuestros cantos que, hasta Carmen y Sole, se lanzaron a acompañarlos con unos excelentes bailes. ¡Es que no se puede aguantar tanto arte! ¡Bravo por ellas! 

El éxito fue rotundo. Hasta el punto de que algunas comensales de al lado, pidieron, autografiado por Moli, un librito de canciones. 

También sonó el Himno de rigor: "AMIGOS PARA SIEMPRE" 

Esta vez Carlitos inmortalizó el acto con sus fotos de costumbre. Como siempre el redactor-jefe Vilas las incluirá en su apartado correspondiente. 

Antes de despedirnos, nuestro hermano mayor, Ildefonso, con su característica paciente y sonriente voz, nos deseó unas felices fiestas y que la salud nos acompañara siempre. 

Justo a las 18:30, esta vez a la orden del jefe del restaurante, abandonamos el lugar. Después de tres avisos. 

Pero en la puerta, como resistiéndonos a la despedida, continuamos la amena conversación. 

Luego… colorín, colorado… 

¡¡FELIZ NAVIDAD!!

Andrés Osado Gracia