domingo, 27 de noviembre de 2016

ALGO VOLO SOBRE EL NIDO DE CLARA Y MANOLO

REUNION JUEVERA, TRASLADADA AL SABADO, DIA 26 DE NOVIEMBRE DE 2016, DE LOS VICARIANOS CORDOBESES


ASISTENTES: Clara-Manolo, Elena-Rafa, Mari-Paco Sánchez, Isabel-Pacomo, Merche-Andrés, Pepe López, Paco Raya, Pedro Antonio, Manuel R. Muñoz Medrán, Antonio Martínez y el cocinero de una “estrella vicariana”: Antonio Gómez.

La fotos de Paco Sánchez ilustran el acontecimiento.

En las alturas no se habían puesto muy de acuerdo, con los acontecimientos que se estaban fraguando en la urbanización “Las Pitas”: casa de Clara y Manolo, donde esta vez nos íbamos a reunir esa pandilla de… (lo dejo ahí) ¡Vaya día malo, malo en lo meteorológico, pero ya se sabe, en esos momentos, lo mejor es mirar para abajo! No nos importaba nada, nos estaba esperando un buen salón, una hermosa chimenea repleta de fuego y un bracerito de mesa camilla, capaz de labrar en la piernas afortunadas, que se colocaban en su interior, unas líneas rojas o “cabrillas” dignas del mejor brasero, de los antiguos y como no, un magnífico perol de marisco, confeccionado por el ínclito Antonio Gómez “niño de los Ángeles”.

Cuando llegamos a la casa de los anfitriones, a eso de la una de la tarde, ya estaban preparadas unas sardinas, unas almejas de carril (bueno, no sé exactamente si el carril era grande o pequeño, pero estaban cojonudas) y un choricito que quitaba el sentido. Por cierto, el “cardito” de las almejas estaba para haberse dedicado a mojarle dos o tres kilos de pan. Una cosa quedó patente: no necesitábamos bocadillos de “caramales”. No quiero pasar de este párrafo sin hacerle un poco la pelotilla a Pedro Antonio. Preparó unas aceitunas aliñadas, a las que él mismo les quito los huesos, dignas del mejor obispo (no pienso en nadie en particular, pero si insistis mucho, no hace falta nada más que mirar las fotos, de Santa María de los Angeles, que nos tiene preparadas el Rafa Vilas en el Drop… ¡qué bicho soy!)

Un inciso, resulta que no somos tres margaritos, sino cuatro. Mejor dicho… una margarita, tres margaritos y el consorte de la margarita, “osease”, María y Paco Sánchez

He de decirlo, si no daré un "explotido", ¡qué diferencia de personas que servían viandas en las mesas! Altas, lo que se dice altas, no eran, pero las sonrisas, el donaire y el porte, no tenían ni punto de comparación con los que ya sabéis. Aclaro que en eso de personas incluyo a “las y los”, lo que pasa es que no me gusta eso de disimular de machismo.

Mientras, el chup, chup del perol, sonaba en el cuartillo de las confesiones, con el alegre repiquetear de las patas y las cabezas de los dos bogavantes, chocando contra las paredes del perol, a los que sólo les faltaba un par de castañuelas. A su lado, sin perderlo de vista, el chef.

Nosotros, a lo de siempre, a darle a la sin hueso (es curioso, también, por aquello de no tenerlo, se puede aludir a las aceitunas. Más bien pensad en el otro instrumento, cuidadín) como si lleváramos dos años sin vernos. En esta ocasión había casi empate de mujeres y hombres. ¡Geniales los aperitivos y el momento!

A la voz de ya, pasamos al salón y “a comer” 

¡Cómo estaba la paella! Lo de paella he de aclarar que no se ajustó a la realidad, fue totalmente para nosotros, apenas si quedó un grano de arroz. Rica, rica de verdad. Menos mal que fuimos muy comedidos y nos conformamos con lo que nos ponían en el plato. No teníamos por qué preocuparnos, había marisco para dar y regalar. ¡Nos pusimos hasta… vale! Yo personalmente, esta madrugada, he tenido que ayudar al estómago, con la correspondiente farmacopea, para poder digerir lo que me metí entre pecho y espalda.

Más cháchara con el cafelito, las copitas y un suculento pastel cordobés, hasta que llegó la hora duende, esa que estaba “volando” sobre la casa de Clara y Manolo. De repente, Antonio Martínez, con esa sonrisa picaresca que le caracteriza, entró muy despacio en el salón. En su mano derecha portaba un maletín alargado. ¡Coño, la funda de su guitarra! Entonces lo que volaba, bajó. Suavemente, la templó entre sus manos y comenzó a deleitarnos con unos maravillosos sonidos que inundaron el recinto y que eran producidos por su garganta y su guitarra (por cierto, preciosa) Sonaron sones de Serrat, Sabina, uno propio del autor, Aute y el final…

El final fue apoteósico. Ya estaba su voz algo cansada. Ojeó despacio, los folios que tenía sobre la mesa y anduvo buscando algo. Por fin lo encontró, entornó los ojos y dejó escapar lo más bonito de la velada. La canción del Extranjero del cantante Rafael Amor­­­. ¡Su impronta personal, fue genial! Después de eso, ya no pudo haber otra cosa. Con los corazones repletos de gozo, los estómagos, uf, uf, empezaron a hacer la larga digestión. Gracias, amigos. Me acordé mucho de los ausentes.

Esa noche algo dejó de volar

Un abrazo

Sed buenos

Andres Osado Gracia
Córdoba, 27 de noviembre de 2.016

sábado, 19 de noviembre de 2016

Crónica de la 19ª Reunión GRUPO MADRID



Restaurante “CASA ÁNGEL"
Leganés (Madrid)

18 de noviembre de 2016
Antonio Estepa Romero

Rafael Vilas García - Carmen - Vale - Antonio Crepo García - Consuelo - Victoriano Castillejo Molina - Cari
Antonio Estepa Romero - Andrea - Francisco Ruiz Roldán y Manuel Jurado Caballero
Estuvimos a punto de no asistir. Pasé una noche regular; esto que anda ahora por todos lados: tos seca, fiebre no muy alta, dolor de garganta… Me tomé un sobre por la mañana temprano y cuando llegaron las doce no tenía fiebre. ¡Bien!

Cuando llegamos, Victoriano estaba aparcando, los demás ya nos había tomado la delantera. Entramos al restaurante y al fondo de la enjuta barra divisé un trasiego de cabezas que se acercaban ávidas a los vasos de cerveza y al taperío. ¡Estas costureras no pierden puntá!, me dije. Nuestros esculturales cuerpos entorpecían el paso natural de los camareros, por lo que nos invitaron amablemente a pasar al comedor. Sumisos, Antonio Crespo, Andrea y yo obedecimos la orden del empleado. Pasados unos minutos me vi en la obligación de instar al resto del grupo a dejar el abrevadero. ¡Estos tíos beben como una caravana de camellos después de atravesar el Sáhara! Los peces navideños son Agustinas Recoletas al lado de ellos. Como un acomodador de cine les invité a seguirme y, sorteando las mesas con hábiles quiebros de cintura, al estilo Shakira, llegamos a la mesa. ¡Qué poco problema tenemos nosotros con los escaños! En un minuto ya estábamos todos sentados. A ver si copian los de Podemos. 

En este encuentro lo primero que me llamó la atención fue el peinado del Vilas. No sabría definir exactamente el nuevo look. Corte romano, tal vez, si no fuese por la tenue rayita que exhibía en medio de la cabeza, como si se hubiese enganchado con una percha al salir del armario. Se ha tapado las entradas como José Bono, pero mucho más natural, ¡dónde va a parar! De todas formas estaba pá comérselo. ¡Está ganando mucho, este chico, desde su jubilación!

La tarde discurrió como siempre. Victoriano nos contó su viaje con el Imserso a Benidorm. Comentaba que todavía no está preparado psicológicamente para estos viajes. Yo lo comprendo porque tampoco me veo integrado, de momento, en estos grupos. Estuvo sembrao cuando emuló a los abueletes camino del buffet para llenar el plato. Nos quitábamos la palabra unos a otros, como siempre, para compartir experiencias. Pasábamos anárquicamente de temas importantes a chistes. Rafa sabe muchos. El problema que tiene es que son muy largos y cuando va a llegar al desenlace no te acuerdas de la presentación. ¡Tío no lo puedes acortar un poco! En la próxima reunión me llevo papel y bolígrafo para no perderme. Se le puede perdonar porque tiene chispa para contarlos.

En cuanto a las féminas poco puedo reseñar. Carmen estuvo en el otro extremo de la mesa, detalle que mi oído medio agradeció. No obstante nos hizo una visita pastoral preocupándose por todos los feligreses y exhibiendo su gran profesionalidad con la cámara de fotos. ¡Incansable esta mujer! 

La sobremesa fue larga. Cari llegó para tomar el té, Antonio López se quedó en un atasco en Madrid y Manuela estaba en casa pachuchita. Nos acordamos, por supuesto, de ellos. Rematamos la velada brindando con cava por la jubilación de Rafa y por la nueva criatura que ha llegado a las vidas de Consuelo y Victoriano.

A las 5,15 levantamos el campamento. Foto en la puerta del restaurante y despedidas, pensando en la próxima de navidad.

¡Qué vida más rastrera llevamos!

Paz y bien.

lunes, 7 de noviembre de 2016

Enfermero de oído, y profesor interino de gimnasia.

Pequeños recuerdos de juventud en el Seminario Menor.

Unos de los recuerdos que me vienen a la memoria, y que quisiera compartir con quienes fuimos alumnos en el Seminario Menor de los Ángeles, fueron mis empleos de voluntariado a tiempo parcial en el Seminario.

Las primeras botas reglamentarias de fútbol que he tenido, me las regalaron sobre el curso 1967/68 como premio por mi trabajo de enfermero. Me las entregó un buen día mi tutor D. Lorenzo, creo recordar. Con ellas jugaba en aquel campo de tierra inclinado que todo el mundo recuerda.

Parte del equipo de la sierra con nuestro rector D. Gaspar Bustos Álvarez
De pie:
Luis Enrique,
A. González,
Torrico,
D. Lorenzo (profesor) y
M. López.

Agachados:
F. Contreras,
J. Martín,
A. Barbero y
M. Muñoz Medrán.
(Si mal no recuerdo, faltaban: A. Hidalgo,
G. Dublino y Amaya).

Cuando Julián nuestro enfermero titulado hacía cuarto curso, la superioridad me ofreció la posibilidad de aprender el trabajo del puesto de enfermero, algo que yo acepté de buen grado. 

Fui el ayudante de Julián, y me ocupaba de ordenar el botiquín que había en la planta baja. Separaba los medicamentos según su utilidad, repasaba la caducidad de los mismos y también fui el atento discípulo del médico del pueblo, que nos visitaba de forma regular, pues siempre había alguien pachucho. 

Aquellos fueron mis primeros y fructíferos contactos con la "Ciencia Médica".

Hacía las curas de hematomas y arañazos durante la semana, y vigilaba que los enfermos siguieran tomando los medicamentos recetados, así como el ir a visitarlos y llevarles la comida si fuera necesario. 

Recuerdo el episodio de la intoxicación con las tortillas en una excursión, la sutura de la rodilla de Jaime en la consulta del doctor en el pueblo, y la picadura de una víbora a un empleado de la casa, que se llevaron al médico de forma urgente.

Aprendí a limpiar las heridas, a distinguir la utilidad de los diferentes productos que teníamos, y a vendar y curar las rozaduras de forma correcta. 

Para mí fue muy aleccionador ver al médico tratar a los compañeros enfermos, y recibir sus instrucciones y recomendaciones para el seguimiento de los mismos.

La otra anécdota que recuerdo como sobresaliente en aquella época, fue la de dar alguna clase de gimnasia a los pequeños de primero en el patio a golpe de silbato.

Eran las consecuencias que tenía el ser de los alumnos mayores del centro. 

Se trataba de seguir unas tablas de gimnasia marcadas en un librito como asignatura, y mandar los movimientos de forma correcta y ordenada.

Los profesores notarían lo mandón que me ponía con los enfermos, y por eso supongo que me adjudicaron lo de dar alguna vez las clases de gimnasia a los pequeños.

Los mandaba en plan militar, algo que debía ser genético, forzándolos a realizar los movimientos de forma enérgica y contundente, y no en plan blandengue o desganado.

En una de aquellas clases en el patio, recuerdo que salió por la entrada de acceso a la capilla la figura afable del Sr. Obispo de Córdoba, que en aquel entonces era el Excmo. Sr. D. Manuel Fernández Conde y García del Rebollar. Nombrado Obispo de Córdoba el año 1959 como sucesor de otro gran Obispo cordobés; Monseñor Albino González Méndez-Reigada, llamado Fray Albino. 

Fray Albino fue el gran impulsor de la remodelación del Seminario de Sta. María de los Ángeles, y de otras obras sociales importantes en Córdoba. 

Nuestro Obispo D. Manuel murió dos años después, el 03/01/1970. Le sucedió Monseñor D. José María Cirarda Lachiondo, al que yo también tuve la oportunidad de conocer. Fue D. Manuel sin embargo, quién nos confirmó a mí y a todo nuestro curso. Siendo mi padrino D. Moisés Delgado Caballero, que en paz descanse.

Como decía; el Sr. Obispo perfectamente identificable por su indumentaria, pasó caminando despacio aparentemente sin fijarse en nosotros, bajo los soportales paralelos al patio. Pasó cerca de donde estábamos ejecutando las tablas de gimnasia al lado de la puerta grande de la capilla.

Los chicos al verlo iniciaron de inmediato un amago de desbandada para ir a besarle el anillo. Pero ante aquel conato de indisciplina, solté un par de pitidos y los dejé quietos en su sitio, me pareció adivinar que algunas figuras furtivas miraban por detrás de los cristales de las ventanas, junto a la sala de los profesores.

Pensé que si estábamos en clase y el Sr. Obispo quería hablarnos, debería ser él quién se nos acercara, y que si no lo hacía; no había ninguna razón para que recibiera de golpe a toda una clase sudorosa de críos dispuestos a besarle el anillo. 

Así lo entendí yo al menos en aquel momento. Él siguió a lo suyo, y nosotros seguimos a lo nuestro tan campantes ejercitándonos en el salto de altura, hasta que sonó sobre nuestras cabezas aquella campana cascada de las horas, tocada por el regulador. 

El sonido cascado de la misma nos sacó de la concentración de los saltos y de la obligada disciplina, marcando el final de la clase y el comienzo del recreo.

Entonces como activados por un resorte escondido, todos los chicos en tropel con gran jolgorio fueron a por sus cosas, y sin atender ya a las indicaciones de nadie, salieron disparados en estampida corriendo hacia las escaleras que bajaban de los dormitorios, con sus toallas agarradas de cualquier forma, como un rebaño de cervatillos buscando llegar los primeros al agua de la piscina.

En un suspiro me quedé solo en el patio, viendo al Sr. Obispo alejarse con paso lento, caminando con sus mocasines rojos hacia la puerta de la entrada. 

Pensé entonces en ir a besarle el anillo como señal de respeto, pero no hubiera sido justo si antes yo no dejé hacerlo a los demás compañeros de primero. 

El Sr. Obispo seguía ensimismado en sus pensamientos y caminando tranquilamente, desplazándose por el otro extremo del pasillo porticado, aprovechando la luminosa bonanza de la apacible mañana. Como meditando sus preocupaciones, se paraba de tanto en tanto y observaba la loma que teníamos detrás del Seminario, girando su paseo hacia el portón de la entrada principal.

Seguramente haciendo lo propio que los chicos practicaban hacía un rato, un poco de gimnasia. Andar como la forma más natural del mundo para desentumecer los músculos, sobre todo las personas ya mayores. 

Yo mientras tanto, como el monitor interino de gimnasia de primero, me dediqué a mis menesteres: Recoger los arreos, la colchoneta y los palos del salto de altura, despejando de todos aquellos artilugios el patio.

Y también pensando para mis adentros en terminar pronto la tarea, para hacer como los críos de primero; salir zumbando hacia la piscina y darme un chapuzón refrescante, que me limpiara del cuerpo todo aquel sudor pegajoso, más pronto que tarde.

Juan Martín.