REUNION JUEVERA, TRASLADADA AL SABADO, DIA 26 DE NOVIEMBRE DE 2016, DE LOS VICARIANOS CORDOBESES
ASISTENTES: Clara-Manolo, Elena-Rafa, Mari-Paco Sánchez, Isabel-Pacomo, Merche-Andrés, Pepe López, Paco Raya, Pedro Antonio, Manuel R. Muñoz Medrán, Antonio Martínez y el cocinero de una “estrella vicariana”: Antonio Gómez.
La fotos de Paco Sánchez ilustran el acontecimiento.
En las alturas no se habían puesto muy de acuerdo, con los acontecimientos que se estaban fraguando en la urbanización “Las Pitas”: casa de Clara y Manolo, donde esta vez nos íbamos a reunir esa pandilla de… (lo dejo ahí) ¡Vaya día malo, malo en lo meteorológico, pero ya se sabe, en esos momentos, lo mejor es mirar para abajo! No nos importaba nada, nos estaba esperando un buen salón, una hermosa chimenea repleta de fuego y un bracerito de mesa camilla, capaz de labrar en la piernas afortunadas, que se colocaban en su interior, unas líneas rojas o “cabrillas” dignas del mejor brasero, de los antiguos y como no, un magnífico perol de marisco, confeccionado por el ínclito Antonio Gómez “niño de los Ángeles”.
Cuando llegamos a la casa de los anfitriones, a eso de la una de la tarde, ya estaban preparadas unas sardinas, unas almejas de carril (bueno, no sé exactamente si el carril era grande o pequeño, pero estaban cojonudas) y un choricito que quitaba el sentido. Por cierto, el “cardito” de las almejas estaba para haberse dedicado a mojarle dos o tres kilos de pan. Una cosa quedó patente: no necesitábamos bocadillos de “caramales”. No quiero pasar de este párrafo sin hacerle un poco la pelotilla a Pedro Antonio. Preparó unas aceitunas aliñadas, a las que él mismo les quito los huesos, dignas del mejor obispo (no pienso en nadie en particular, pero si insistis mucho, no hace falta nada más que mirar las fotos, de Santa María de los Angeles, que nos tiene preparadas el Rafa Vilas en el Drop… ¡qué bicho soy!)
Un inciso, resulta que no somos tres margaritos, sino cuatro. Mejor dicho… una margarita, tres margaritos y el consorte de la margarita, “osease”, María y Paco Sánchez
He de decirlo, si no daré un "explotido", ¡qué diferencia de personas que servían viandas en las mesas! Altas, lo que se dice altas, no eran, pero las sonrisas, el donaire y el porte, no tenían ni punto de comparación con los que ya sabéis. Aclaro que en eso de personas incluyo a “las y los”, lo que pasa es que no me gusta eso de disimular de machismo.
Mientras, el chup, chup del perol, sonaba en el cuartillo de las confesiones, con el alegre repiquetear de las patas y las cabezas de los dos bogavantes, chocando contra las paredes del perol, a los que sólo les faltaba un par de castañuelas. A su lado, sin perderlo de vista, el chef.
Nosotros, a lo de siempre, a darle a la sin hueso (es curioso, también, por aquello de no tenerlo, se puede aludir a las aceitunas. Más bien pensad en el otro instrumento, cuidadín) como si lleváramos dos años sin vernos. En esta ocasión había casi empate de mujeres y hombres. ¡Geniales los aperitivos y el momento!
A la voz de ya, pasamos al salón y “a comer”
¡Cómo estaba la paella! Lo de paella he de aclarar que no se ajustó a la realidad, fue totalmente para nosotros, apenas si quedó un grano de arroz. Rica, rica de verdad. Menos mal que fuimos muy comedidos y nos conformamos con lo que nos ponían en el plato. No teníamos por qué preocuparnos, había marisco para dar y regalar. ¡Nos pusimos hasta… vale! Yo personalmente, esta madrugada, he tenido que ayudar al estómago, con la correspondiente farmacopea, para poder digerir lo que me metí entre pecho y espalda.
Más cháchara con el cafelito, las copitas y un suculento pastel cordobés, hasta que llegó la hora duende, esa que estaba “volando” sobre la casa de Clara y Manolo. De repente, Antonio Martínez, con esa sonrisa picaresca que le caracteriza, entró muy despacio en el salón. En su mano derecha portaba un maletín alargado. ¡Coño, la funda de su guitarra! Entonces lo que volaba, bajó. Suavemente, la templó entre sus manos y comenzó a deleitarnos con unos maravillosos sonidos que inundaron el recinto y que eran producidos por su garganta y su guitarra (por cierto, preciosa) Sonaron sones de Serrat, Sabina, uno propio del autor, Aute y el final…
El final fue apoteósico. Ya estaba su voz algo cansada. Ojeó despacio, los folios que tenía sobre la mesa y anduvo buscando algo. Por fin lo encontró, entornó los ojos y dejó escapar lo más bonito de la velada. La canción del Extranjero del cantante Rafael Amor. ¡Su impronta personal, fue genial! Después de eso, ya no pudo haber otra cosa. Con los corazones repletos de gozo, los estómagos, uf, uf, empezaron a hacer la larga digestión. Gracias, amigos. Me acordé mucho de los ausentes.
Esa noche algo dejó de volar.
Un abrazo
Sed buenos
Andres Osado Gracia
Córdoba, 27 de noviembre de 2.016