lunes, 22 de agosto de 2016

Recuerdo y Reflexiones

Veo y constato con cierta inquietud, a quienes el devenir de la vida les lleva a renegar de todo, hasta de su propia historia. Solo predican lamentos de acontecimientos internos y externos, criticándolo todo, sin dar solución a nada y sin pensar, que posiblemente ellos, son responsables de parte de los desastres que viven y anuncian.

Al comparar mi vida con ellos encuentro tal cantidad de disparidades, que no puedo pensar que hubiera sido de mi, si las cosas y circunstancias que encontré y afronté hubieran sucedido de otra manera.

Entré al Seminario con doce años y estuve en él hasta los 19. De aquellos años aprendí el esfuerzo, la disciplina, el compañerismo y fundamentalmente a pensar. Y viene a cuento lo de pensar, porque el otro día buscando un libro en mi biblioteca, cayó en mis manos un tratado de “Gnoseología” (era el libro guía de la asignatura en 2º de filosofía), con el que debatí largamente con el profesor que teníamos (Prior de los Dominicos en Córdoba) hasta el punto de que quiso ficharme para su Orden. En esa época empecé a vislumbrar que el pensamiento razonado y organizado y conseguir de vez en cuando dejar la mente en blanco, para borrar contaminantes, eran un paso fundamental para organizar el futuro. Evidentemente el futuro también depende de otras circunstancias, paro si hay un orden y unos objetivos reflexionados, esas mismas circunstancias pueden servir para apoyar los objetivos, bien optimizándolas o bien por conocerlas, tratar de evitarlas.

Así, con estas premisas empecé mi vida fuera del Seminario. Estuve 4 o 5 meses en mi pueblo tratando de hacer un aterrizaje suave sobre mi nueva situación personal y pensando que hacer con mi nueva forma de vida. Quería seguir estudiando, pero de una forma que no fuera una carga para mi familia. Bastante carga tenía ya mi querida madre, viuda desde los 39 y seis hijos que sacar adelante. De modo que, tomé la decisión de emigrar a Madrid, buscar un trabajo y seguir con los libros. Fue muy duro para mi madre, por la incertidumbre de la aventura, pero fue una decisión que marcó de nuevo mi vida para siempre. El primer año en Madrid fue muy penoso, ya que ante la escasez de dinero (llevaba para sobrevivir un mes) tuve que coger el primer trabajo que encontré para un inexperto laboral como yo: peón de albañil. En este trabajo estuve 10 meses y las pasé “canutas”, ya que como no tenía ninguna especialidad, me pusieron con un grupo de cubanos, a pasar arena con la pala por el cedazo y a mover ladrillos y sacos de cemento. De los cubanos, que eran huidos de su país y a la espera de emigrar a los EE.UU., no puedo sino mantener un grato recuerdo, ya que a pesar de ser la mayoría de ellos gente de carrera (Médicos, Maestros, Abogados, Ingenieros, etc.) se esforzaban de tal modo en el trabajo,  para alcanzar su objetivo de ahorrar para el viaje, que fueron un ejemplo donde apreciar que el esfuerzo y el sacrificio son sinónimos del éxito en la consecución de ese objetivo. Muchos de ellos consiguieron irse y nos despedimos con lágrimas en los ojos. Y aquí es donde es oportuno poner aquellos versos de Calderón de la Barca:


Cuentan de un sabio que un día
tan pobre y mísero estaba,
que sólo se sustentaba
de unas hierbas que cogía.
¿Habrá otro, entre sí decía,
más pobre y triste que yo?;
y cuando el rostro volvió
halló la respuesta, viendo
que otro sabio iba cogiendo
las hierbas que él arrojó.

Quejoso de mi fortuna
yo en este mundo vivía,
y cuando entre mí decía:
¿habrá otra persona alguna
de suerte más importuna?
Piadoso me has respondido.
Pues, volviendo a mi sentido,
hallo que las penas mías,
para hacerlas tú alegrías,
las hubieras recogido.

(Fragmento de La Vida es sueño)


Esta lección de los cubanos sirvió para hacerme más fuerte y para reafirmar mis objetivos, que no eran otros que los de mejorar mi vida en todos los aspectos: personal, familiar y económico.

Y con este bagaje, simultaneé trabajo (peón, futbolista, listero de obra y administrativo) y estudios (Profesor Mercantil), con la vista puesta en terminar la carrera antes de venir a Córdoba a hacer la “mili”, después de dos prórrogas, como así sucedió.

Estando en la “mili”, conocí a los que fueron mis socios durante 25 años y con los que fundé el Despacho, donde he desarrollado mi carrera. Los primeros años de Despacho también fueron bastante duros, ya que montar una estructura y buscar la Clientela no fue fácil, pero se contaba con la ilusión, la energía de la juventud y sobre todo, por mi parte, con las experiencias pasadas en Madrid, en las que hice visibles y experimenté mis ideas expresadas en el primer párrafo de este relato. Siempre he querido ser “cabeza de ratón, antes que cola de león”.

Como todos sabéis, me casé con Claudi, (la mejor flor del Colegio de enfrente), y así a mis esfuerzos, se sumaron los apoyos de ella y fuimos progresando despacio pero firmes, sorteando todo tipo de dificultades y aprendiendo de los fracasos en la estrategia.

Hemos tenido tres hijos, dos varones y una mujer, a los que rindo homenaje desde estas líneas, por haber asumido su responsabilidad desde muy jóvenes, soportando a unos padres muy exigentes, por comprometidos con ellos. El mayor es Abogado (Daniel) el segundo es Economista (Victor) y la chica es Lda. en Ciencias del Trabajo y Gdo. Social (Claudia).

Por ellos, comencé prácticamente de nuevo mi andadura profesional, a la edad de 48 años, separándome de mis socios de forma amistosa, con el objetivo de montar nuestro despacho, donde ellos pudieran desarrollar su carrera, ya que con los otros socios era imposible. Evidentemente esta refundación no fue traumática, ni costó prácticamente esfuerzo, (aunque existía cierto riesgo), ya que en la división del antiguo despacho me llevé un buen número de Clientes, que además estuvieron conformes con el traslado. Mis hijos trabajan hoy conmigo, o mejor yo trabajo con ellos, y espero que continúen, como ya hacen, la labor que yo empecé.

Con este relato reafirmo mi teoría de la “Abstracción Filosófica” en la que los objetivos que cada uno se marca en su vida, se pueden conseguir a base de esfuerzo y sacrificio, ya que si bien no se consiguen al 100%, si que se pueden conseguir en un porcentaje tan alto, que justifica el esfuerzo realizado y el sentir que la vida sirve para algo más que pasar por ella. Intentar ser buena persona y realizar tus ilusiones, aunque sea parcialmente, justifica el desgaste de los años que pasan.

Pienso que el problema de los renegados de su propia historia es que posiblemente no han sido capaces de pensar y reflexionar sobre el que hacer con su vida, en un sentido u otro, sin objetivos claros, viviendo en el caos perenne de que son los demás los que tienen que esforzarse y a mí que me lo den todo hecho.

Como siempre un abrazo y suerte para todos.


Antonio Gómez Ramírez
Córdoba 22 de agosto de 2016

jueves, 4 de agosto de 2016

En el Llano del Pozo

La lucha greco-romana

Sería allá por el curso 1966/67, recuerdo aquellas salidas al campo de fútbol en Sta. María de los Ángeles los fines de semana, donde para muchos de nosotros lo más importante era jugar un buen partido de fútbol, pero si no se entraba en la alineación, había que buscarse la vida ocupándose en otras actividades con otros compañeros por aquellos alrededores.
Recuerdo a un compañero de aspecto delgado y espigado, tez muy blanca, un poco pecoso, de brazos largos, una nariz generosa y pelo algo rizado. No recuerdo bien su nombre, pero creo que se llamaba Villa.
Un chico amable y de aspecto alegre y desenvuelto que a veces coincidíamos en el patio de recreo, creo que de un curso superior al mío y que en aquel campo montaraz que había junto al brocal del pozo nos juntamos para hacer un remedo de lucha greco romana.
Recuerdo que para no hacernos daño al caer con las piedras del suelo, los agarrones y giros los hacíamos con sumo cuidado, pero en uno de aquellos remedos de llaves de judoka, salí volteado de cabeza al suelo y presentí un momento de peligro.
Fue como un flash en que se me detuvo el tiempo por un instante en mi cabeza, dándome un margen para intuir la caída y poder girarme en el aire colocando delante de la cara las manos y rodar por el suelo pedregoso.
Algo común lo de caerse en aquel campo de fútbol inclinado, lleno de regajos y piedras enterradas cuyas crestas asomaban peligrosamente.
Seguimos practicando los volteos y en uno de ellos, fue el compañero el que se vio lanzado por el aire, y al instante intuí su temor de verse sin remedio estrellado de bruces contra el suelo, y sucedió otra vez lo del flash, se detuvo el tiempo un instante y pude agarrarlo por las axilas y tirar de él para arriba.
Giró en el aire y fueron sus pies los que impactaron de plano contra el suelo, quedando sujeto el cuerpo, volvió la cabeza y se me quedó mirando con los ojos como platos, quiero pensar que se dio cuenta del gesto y demostró un sentimiento de agradecimiento.
A la vista del riesgo verdadero que los dos pudimos observar, dejamos de practicar aquel remedo de lucha greco romana.
Continuamos hablando de otras cosas y así se nos pasó aquel día en el campo de fútbol donde no pude jugar al balón, solo practicar toscamente de judoka.
Intento hacer memoria sobre aquel compañero, pero por más que me esfuerzo no consigo encontrarlo en otras situaciones vividas en el Seminario Menor o Mayor, y es que cada año marchaban los cursos de los mayores a Córdoba y nos separábamos, y por otra parte estaban los que dejaban por voluntad propia el Seminario, como me tocó hacerlo a mí en su momento.   
Son muchos los recuerdos vividos en aquellos montes donde íbamos los cuatro cursos a ejercitarnos en lo que más nos gustaba, jugar al balón y corretear por aquellos campos bajo el control de nuestros profesores.

Juan Martín
3 de agosto de 2016

miércoles, 3 de agosto de 2016

UN DIA CUALQUIERA, ANTE UNA COPA DE ILUSION

EL ADAMUZ

Andrés Osado, Carlos Samaniego, Francisco S. Raya, Antonio Martínez Rangel y Andrés Luna.
Esta vez voy a hacer un comentario sobre algo ocurrido en Adamuz, no en ese entrañable pueblo de nuestra capital cordobesa, sino en ese lugar de encuentro, del cotidiano encuentro, de todos aquellos que, de vez en cuando, osan fotografiarse con el gran califa cordobés… Andrés Luna. 

Y lo hago ahora, porque Carlitos es… ¿cómo diría yo, para que alguien no se sienta infravalorado ni menospreciado? (ya sabéis que os quiero un cojón a todos) Lo voy a decir: 

−Carlitos es cojonudo y de vez en cuando tiene buenas ocurrencias. 

Una de ellas, la ha soltado en la copita que hoy hemos tomado con Andrés (Paco Raya, Antonio Martínez, yo y por supuesto el niño) 

−Andrés… ¿por qué no haces un pequeño resumen de lo que hoy hemos hecho aquí? No siempre tiene por qué ser de la reunión de los jueves fin de mes. 

Verdaderamente tiene toda la razón. No siempre ha de escribirse sobre lo mismo. Y hoy, el acierto, ha sido doble. 

Esta vez se ha derramado en nuestra conversación esa pléyade de sentimientos encontrados que nos han acompañado en la crianza de nuestros hijos. Las alegrías y las penas; los sufrimientos y los anhelos que, junto a ellos, han cabalgado en la carrera desde su lactancia hasta su mayoría de edad. De los triunfos cosechados y de esos amargos traspiés que nos han acompañado. Cómo, a veces, los pasos hacia atrás han ensombrecido las metas conseguidas (que sin duda han sido muchas). Hemos llegado a la conclusión, positiva como debe ser, que en el fondo de todo ha imperado nuestra mejor intención. Que aún, nuestra misión, no ha terminado, por lo que hemos de estar dispuestos a seguir estando pendiente de ellos. 

Como veis, hoy, no se han recordado hechos de nuestra infancia-juventud, sino otros… aquellos en los que hemos tenido que apretar los machos, ¡junto a nuestra incalificable pareja! (esa a la que un día hemos de dar un homenaje: oído cocina para la próxima reunión anual) y a la que no tendremos tiempo para agradecer lo que han puesto de su parte. 

¿A que no ha sido igual? 

Bueno… ya está bien 

− ¿Ahora si, Carlitos? 

Un abrazo a todos y lo dicho aquí, estoy convencido de que es el sentimiento que a todos os embarga en estos momentos. 

¡Sois cojonudos!

Andrés Osado Gracia
Còrdoba, 3 de agosto de 2016