La lucha greco-romana
Sería allá por el curso 1966/67, recuerdo aquellas salidas al campo de
fútbol en Sta. María de los Ángeles los fines de semana, donde para muchos de
nosotros lo más importante era jugar un buen partido de fútbol, pero si no se
entraba en la alineación, había que buscarse la vida ocupándose en otras
actividades con otros compañeros por aquellos alrededores.
Recuerdo a un compañero de aspecto delgado y espigado, tez muy blanca, un
poco pecoso, de brazos largos, una nariz generosa y pelo algo rizado. No
recuerdo bien su nombre, pero creo que se llamaba Villa.
Un chico amable y de aspecto alegre y desenvuelto que a veces coincidíamos
en el patio de recreo, creo que de un curso superior al mío y que en aquel
campo montaraz que había junto al brocal del pozo nos juntamos para hacer un
remedo de lucha greco romana.
Recuerdo que para no hacernos daño al caer con las piedras del suelo, los
agarrones y giros los hacíamos con sumo cuidado, pero en uno de aquellos
remedos de llaves de judoka, salí volteado de cabeza al suelo y presentí un
momento de peligro.
Fue como un flash en que se me detuvo el tiempo por un instante en mi
cabeza, dándome un margen para intuir la caída y poder girarme en el aire colocando
delante de la cara las manos y rodar por el suelo pedregoso.
Algo común lo de caerse en aquel campo de fútbol inclinado, lleno de
regajos y piedras enterradas cuyas crestas asomaban peligrosamente.
Seguimos practicando los volteos y en uno de ellos, fue el compañero el que
se vio lanzado por el aire, y al instante intuí su temor de verse sin remedio estrellado
de bruces contra el suelo, y sucedió otra vez lo del flash, se detuvo el tiempo
un instante y pude agarrarlo por las axilas y tirar de él para arriba.
Giró en el aire y fueron sus pies los que impactaron de plano contra el
suelo, quedando sujeto el cuerpo, volvió la cabeza y se me quedó mirando con
los ojos como platos, quiero pensar que se dio cuenta del gesto y demostró un
sentimiento de agradecimiento.
A la vista del riesgo verdadero que los dos pudimos observar, dejamos de
practicar aquel remedo de lucha greco romana.
Continuamos hablando de otras cosas y así se nos pasó aquel día en el campo
de fútbol donde no pude jugar al balón, solo practicar toscamente de judoka.
Intento hacer memoria sobre aquel compañero, pero por más que me esfuerzo
no consigo encontrarlo en otras situaciones vividas en el Seminario Menor o
Mayor, y es que cada año marchaban los cursos de los mayores a Córdoba y nos
separábamos, y por otra parte estaban los que dejaban por voluntad propia el
Seminario, como me tocó hacerlo a mí en su momento.
Son muchos los recuerdos vividos en aquellos montes donde íbamos los cuatro
cursos a ejercitarnos en lo que más nos gustaba, jugar al balón y corretear por
aquellos campos bajo el control de nuestros profesores.
Juan Martín
3 de agosto de 2016
Uno de los lugares que recuerdo con agrado es ese del llano del pozo y el de un tilo un poco enclenque que medraba a la derecha del sendero que llevaba al campo de fútbol, conservo, asociado a ese lugar, el olor sutil del tilo.
ResponderEliminarGracias Juan por enriquecer nuestras vidas con ese recuerdo.
Francisco Cesar García
Amigo Francisco aquellas salidas al campo de fútbol eran para nosotros cada fin de semana un escape, para sentir la libertad de campar a nuestras anchas sin paredes ni puertas.
EliminarGracias por tu comentario.
Un fuerte abrazo.
Juan Martín
Hola Juan, que buenos recuerdos nos has traído a la memoria con tu relato. Efectivamente aquellas tardes en los campos de fútbol jugando o correteando entre peñascos y árboles significaban lo mejor de la semana. Nos lo pasábamos estumpendamente, con bromas y charlando, tanto el camino de ida como el de vuelta. Se nos hacía cortisimo el trayecto y el tiempo pasaba volando.
ResponderEliminarBueno Juan, gracias por tu relato.
Recibe un cordial abrazo.
Manolo Jurado.
Amigo Manolo gracias por tu comentario, eran salidas al campo sin límites donde por unas horas no teníamos que ponernos en fila. Parecía algo simple, pero para nosotros representaba un desahogo tremendo el poder quemar adrenalina sin límites.
EliminarUn abrazo.
Juan Martín.
Ese campo "de futbol" era el lugar donde, como hormiguitas, corríamos según nuestras aficiones. Luego, a la voz del silbato, volvíamos en fila hacia el "hormiguero". Otro buen recuerdo nos has regalado. Un abrazo
ResponderEliminarP.D. procuraré no enfrentarme a ti, por lo que pueda pasar
Amigo Andrés, allí descubrimos muchos de nosotros el compañerismo y la camaradería bajo el pitido de los silbatos de los profesores.
EliminarNos vimos en aquel entonces, y aun perduran los recuerdos.
Un abrazo.
Juan Martín.
Querido Juan Martín. Tu relato tan evocador me ha sabido a poco. Recuerdo un jueguecito con dos palos, uno cortito de unos 10 cm. y otro largo para lanzar lejos el pequeño tras golpearlo en un extremo y suspenderlo en el aire. Yo no jugué a pelear pero algunos practicábamos gimnasias contorsionistas alguna que otra vez.
ResponderEliminarEspero que te animes y amplies este espacio común de la añoranza con más historias. Un abrazo, Juan. Pedro
Amigo Pedro gracias por tu comentario, lo nuestro era ensayo y entretenimiento como una forma de gimnasia, ya que aquel día los seleccionadores no me incluyeron en la alineación.
EliminarUn abrazo.
Juan Martín.