Almodóvar del Río (Córdoba)
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Crónica de Antonio Estepa Romero
Ya tenía síntomas. Me iba notando el estómago revuelto desde que salí de Madrid. Era como si tuviera dentro a Raya Real cantando “Bamboleo”.
Cuando hicimos parada en Abades Puerta de Andalucía, salí del coche como el corredor de marcha, Paquillo Fernández, y seguí la línea azul que me llevó directamente a los W.C. ¡Tres botellas de Lanjarón de 1,5 l. podría haber llenado sin derramar una gota! Así, dos veces. Le comenté a Andrea que si seguía en este estado peligraría, primero la tapicería del coche y después el añorado Encuentro del sábado. En la farmacia de Montalbán adquirí una caja de suero y estuve veinticuatro horas sin probar bocado ¡una eternidad! Perdí dos tallas de pantalón.
El sábado nos pasamos por Córdoba para recoger a Sánchez y a Mari. Con la rapidez de una gacela moribunda se dieron cuenta de la pérdida de mi masa muscular.
Llegamos a Almodóvar de los primeros. En la amplia explanada de Las Parvas, dos encargados se afanaban en controlar el acceso al aparcamiento. Los primeros palmotazos y besos se hicieron oír en la fresca y plomiza mañana.
Sobre las diez, el excelente servicio de microbuses nos subió hasta el Castillo. Desde que estaba en Los Ángeles no había vuelto. La conservación es magnífica. Para mí es uno de los castillos más bonitos de España, haciendo un maridaje perfecto con la blancura del precioso Almodóvar.
Según Wikipedia, fue construido por los Bereberes en el siglo VIII, siendo su propietario actualmente el XI marqués de la Motilla.
El Encuentro se hizo coincidir con la celebración de las V Jornadas Medievales. Fue interesante presenciar una Recreación histórica, con entrenamientos de Combate, exhibición de cetrería, talleres infantiles, etc. Yo me quedé a ver dos combates. Me hice una idea de lo brutos que eran los del Medievo. Vamos, los de Fernán Núñez son oblatas benedictinas al lado de estos guerreros. ¡Qué leñazos se pegaban en la cabeza!
Visitamos casi todas las dependencias del castillo, entre los efluvios de la carne a la brasa. Mi estómago se iba desperezando lentamente. El haber servido a la Patria en el Cuartel de Lepanto como Mando (Cabo colorao), me hizo sobreponerme a la adversidad y pude conquistar las torres de la Cuadrada y del Homenaje. Dado el temblarito que empezé a notar en mis ancas, le comenté a Andrea la posibilidad de ir pensando en la retirada hacia el “campamento base”.
Cuando nos íbamos acercando al restaurante, observamos en la terraza a Sánchez sentado junto a la puerta de entrada. Parecía el dueño del Asador el Campero. Todavía nos quedaba una larga espera antes de la comida. Fue mitigada con unas cervezas que nos tomamos en compañía de Pablo Bosch y Marín Palomares. Aprovechando la coyuntura, le hice unas preguntas técnicas al compañero galeno que me asesoró magistralmente. ¡Una suerte tener en el grupo acuñadas todas las profesiones!
Pasamos una tarde extraordinaria. ¡Una más! Mereció la pena bajar para reencontrarte con gente a la que tanto quieres. Echamos de menos a los ausentes. En la comida se habló como siempre de todo: religión, política, seminario… pero siempre desde la libertad y el respeto. Entre plato y plato, Naz Valverde también me ayudo a seleccionar la ingesta. Me demostró su experiencia con soberbia pedagogía. Como los asistentes éramos pocos, treinta y cuatro, nos dio tiempo de compartir ampliamente con todos. ¡Fue una verdadera gozada!
Antes de terminar quiero felicitar a Paco Contreras y a Mari por los desvelos que han debido de sufrir para que todo saliera perfecto. ¡Enhorabuena y muchas gracias por habernos hecho pasar un día tan extraordinario!
Poco a poco nos fuimos despidiendo entre abrazos y jocosos comentarios, y la esperanza de volver a vernos el 18 de Abril en Los Ángeles. Algunos ya se han quitado el mono. Yo no he vuelto desde hace cincuenta años. Ya estoy pensando en el reencuentro.
Os deseo a todos lo mejor. Sólo me queda brindar por vosotros para que nunca perdamos las ganas de comer.
Paz y bien.