REUNIÓN DE LOS VICARIANOS, CELEBRADA EL ULTIMO JUEVES DEL MES DE JUNIO EN LA
SOCIEDAD DE PLATEROS DE CÓRDOBA
Jueves, 26 de junio de 2015
Cuando ya venía de vuelta de la “juevera” (suena mal, pero se me ha ocurrido llamar así a la “reunión del último jueves de mes”): espero que sus señorías admitan este atrevimiento por mi parte; decía: que a la vuelta, ya entrada la noche, me puse los cascos para oir la música clásica de Radio Nacional y tomé el autobús.
Cuando ya venía de vuelta de la “juevera” (suena mal, pero se me ha ocurrido llamar así a la “reunión del último jueves de mes”): espero que sus señorías admitan este atrevimiento por mi parte; decía: que a la vuelta, ya entrada la noche, me puse los cascos para oir la música clásica de Radio Nacional y tomé el autobús.
Mira por donde estaban dando un repaso a la
música compuesta para las películas: francesas con un fondo de amor. Mi estado
de ánimo cambió a eso que le llaman “duende” o “musa”(musa la pongo en segundo
lugar porque se volverá a hablar de ella) Alcanzó su culmen fue cuando se
anunció, como último tema, el de AMELIE. Eché la mano al bolsillo pero no
llevaba bolígrafo. ¡Que fastidio!. ¡Menos mal que llevaba la cabeza puesta! Fui
anotando en mi memoria (¡en buen sitio
lo fui a colocar!) lo que me había parecido esa “juevera”.
Luego, por la mañana, ¡no de acordaba na de na! ¿Qué
esperaba, parecerme a Agustín Madrid? Empecé desmadejando el ovillo: no veáis
el trabajo que me estaba costando. Menos mal que mi amigo “Vivaldi” me estaba
echando una manilla…veamos.
Eran las 19’30 de la tarde, hora de coger el
autobús, que me dejaría frente al sitio de la reunión. También llevaba los
cascos puestos y la imaginación estaba dando vueltas pensando en la reunión,
cuando de repente volví a la realidad, porque mi vista puede más que mi
memoria… ¡allí sentado, estaba el amigo Francisco Sánchez!, me quité los cascos,
me senté junto a él, e inmediatamente pasamos a contagiarnos de palabras.
Llegamos, esta vez a la Sociedad
de Plateros, o al cementerio de San Francisco: no se bien; ya me pierdo en
darle calificativos. Como de costumbre, ya estaban aguardando compañeros,
deseosos de confraternizar. Los correspondientes saludos y a esperar, ya que
aún no eran la 20 horas. De pronto, con puntualidad torera, se oyó el crujir de un aldabón, a la vez que
los goznes de la puerta chirriaban al abrirse…, “ozu no se qué palabrita
fúnebre poner”. Parecíamos toreros esperando a que saliera el morlaco. ¡Ya
pueden pasar ustedes! Uf, menos mal que nuestra entrada ya llevaba su carga de
alegría y emoción porque al encuentro llegó, nada más y nada menos, que nuestro
queridísimo amigo-hermano ANTONIO LUNA.
Enseguida nos dirigimos a una
habitación, reservada, (que parecía más larga que la sala de estudios de Los Ángeles) ¡Encima me pongo
exagerado! ¡Siempre poniendo pegas a todo!
Nos os preocupéis que hoy no me
voy a meter con Paco Moreno… es que no ha venido. (Por qué será que cuando
recuerdo la sala de estudios me acuerdo “de aquello”). ¡Que me voy por las ramas! ¡El caso es no centrarme en lo que se estoy
escribiendo! Iba por los saludos…, eso: saludos,
principalmente dirigidos, a la llegada de Antonio Luna. Que alguien de la
diáspora se presente por esos lugares, suple a todas las copitas de vino que
nos tomemos (¡que va…, no vayáis a pensar eso, ni por asomo! ¡Lo digo porque
queda bien!) ¡Al pan… pan y al vino… vino!
Anda que no nos gusta nada el caldito!: la llegada de un amigo es “para
la canción” y los abrazos; el vino…para las buenas tertulias: “...Si
la mar fuera vino todo el mundo sería marinero. Refrán) Enseguida a la
mesa y a pedir algo para la sed. Es que habíamos estado esperando a que
abrieran la puerta, cuando en la calle sonaban los 39º “de caló”.
Atrás quedaron esos Whatsapp,
preludio al encuentro. Palabras que se asumen como tales y como tales se echan
en el saco del olvido:
Si yo dije o dejé
de decir:
que a ti no te
gustaba.
Si grité al mar:
más allá de donde
cambia su color,
y a ti te resultó
elevada.
¿Por qué no cogemos
la coma
y surcamos olas,
allá donde la coma,
la mar y el sol se mudan?:
las palabras vuelan
libres,
sin corsés que las
opriman.
¡Ven, ayudame,
sólo no puedo!
Ha sido un inciso poético provocado por el
piano de Chopin que cabalga en mi mente. No me hagáis mucho caso.
Por cierto, la mesa parecía un
campo de futbol, donde la conversación se había de tener únicamente con los más
cercanos: ¡y dale con las críticas! ¡Ay perdón, se me había olvidado!, pero no
importa, fundamentalmente estábamos allí todos y si había que tirar algún córner
se tiraba y sin problemas. Lo más importante es que nos atendió no “el
siniestro total” sino un hombre entrado en carnes, no muchas, y… ¡se reía!:
hasta nos dio las buenas tardes. Antonio Luna, que venía un poco asustadillo,
se sobrepuso inmediatamente… como si nada ocurriera. Claro también estaba
colocado de espaldas a esa gran mesa de mármol, donde el insigne e impertérrito
no nos perdía ojo (¿lo sabría el muy
tunante?) y por eso eligió ese sitio. Vamos a pensar que no. El caso es que
tuve la suerte de colocarme frente a él. Suerte… lo que se dice suerte… tampoco
fue. De vez en cuando notaba como sus ojos clavaban en los míos. ¡Hombre…
podría que el señor estuviera mirando
simplemente al etéreo ambiente!
La conversación se fue
produciendo amena y placentera. Al poco, ya estábamos avisados de su retraso,
se presentó nuestro gran espeleólogo: de tierra, mar y aire, y antiguo “pigmeo”
Antonio Martínez Rangel. Siempre sonriente, fue pasando y saludando uno por
uno.
Empezamos a mirarnos unos a los
otros como si nos quisiéramos decir algo, o que alguien diera la voz de ya. Así
fue… ¿y si… pedimos ya los bocadillos de camarales y atún con tomate? Pero con mucha
mahonesa “la musa” esa era la palabra clave a la que antes aludía: que
se salga por lo lados… “manjar de dioses”. Nuestro camarero alegre fue anotando
lo que cada uno quería y luego trajo lo que le dio la gana a él. Menos mal que
hay, siempre, algún caritativo, hace el
esfuerzo de tomarse dos y porque ya no sobraron… si no… (otra vez con las
insinuaciones) ¡Es que no tengo arreglo!
Nuestro querido Andrés Luna, el proclamado
“primus inter pares” (ahora presumo de saber latín, ¡tendré cara!) con su
excelente móvil, y su tremenda ansia de comunicación, iba enviando, con el
Whtsapp, la crónica instantánea, para nuestros amigos ausentes. Nuestro Carlitos, ya repuesto tras haberse
llenado de energía, y recordando sus tiempos también de “pigmeo”, se encaramó a
un poyete y desde allí comenzó a disparar a diestro y siniestro con su cámara
profesional. Como no estaba Paco Moreno,
con su cámara, su móvil y el paaaalo, Carlitos se convirtió en el más
profesional de la noche. No te preocupes Pacomo, por lo menos nos acordamos de
ti. Brindamos por todos los ausentes.
Especial recuerdo, tuvimos para Manolo
Gutiérrez, al que nos lo imaginábamos ya disfrutando plenamente de su familia,
despues de haberse dejado la piel entre los escenarios de la política: bueno,
honrado, trabajador incansable y nada ostentoso por el cargo que ocupaba. Sin
duda que, en la Diputación, dejará buenos recuerdos por su trabajo y
comportamiento con el personal (mejor sería decir los compañeros de trabajo).
Era unánime el deseo de que empezara una más vida más cercana a los suyos. ¡Suerte
Manolo!
¡Suerte también para todos nosotros!
A pesar de las distancias,
referidas al lugar, se creó un gran ambiente de diálogo Nuestras conversaciones
fueron muy interesantes ya que sirvieron para aclarar la forma de ser de cada
uno y así ir entendiendo mejor algunos comportamientos que se producen en ese
programilla al que vulgarmente se llama guasa, en el que se ponen palabras sin
reflexionar con quien dialogamos.
¡Quien bien nos
hace pensar es nuestro querido amigo
Francisco César, que nos manda cada recadito… como para estar dándole vueltas
casi todo el día! ¡Que grande es!
Cuando íbamos a rematar la
excelente reunión, tuvimos la desagradable situación, provocada por el amo del lugar
que, enfurecido, discrepaba con la devolución
reclamada por un compañero nuestro: le había dado la vuelta de diez
euros, cuando él insistía que había entregado 20€. El dueño de esa mesa de
mármol blanco, con los ojos enrojecidos y grandes, dignos de una película de
vampiros, mostraban su encolerizada
forma de insistir que él no había recibido esa cantidad, en modo alguno.
Después de muchos ruidos de ultratumba y de la presencia de alguno de nosotros,
que no admitíamos la contundente afirmación del pálido y enfurecido dueño del
lugar, accedió, a regañadientes, a la devolución del cambio de esos 20€. El
otro dueño con el rictus más remarcado que otras veces, miraba de reojo los
acontecimientos. Estaba tomando buena nota de todo y seguro que, para la
próxima reunión nos tendrá preparado
algo siniestro. Allí hubo paz y luego, quizás, no nos desearon la gloria.
Besos y abrazos entre todos y dimos por
finalizada la reunión de ese día. Allí quedamos los del remate.
¡Hasta la próxima!
Andrés Osado