DISCURSO DE
INVESTIDURA DE D. ANTONIO CRUZ CONDE
ALCALDE DE CÓRDOBA
Todos y cada uno de los cordobeses tienen una misión: Vivir de cara a la ciudad y no de espaldas a ella. Hacerla cada día más cuidada, más limpia, más culta.
Pensar que nos toca la misión de cada hora y nuestro viejo río quiere ver reflejado en su ancho cauce el dinamismo de la generación del cincuenta y uno.
Yo pido a todos su propio esfuerzo.
Hagamos nuestra tarea, que todo aquello que sea superior a nuestra capacidad, debidamente canalizado lo elevaremos para su resolución al Gobierno y sin duda lo obtendremos, porque la ayuda estatal realiza el milagro del resurgir de nuestra Patria, en toda la anchura de nuestra España.
Una Córdoba mejor hecha por los cordobeses.
¡Tal puede ser nuestra divisa!
POR UN PELO FUI AL SEMINARIO
Siendo
Alcalde de Córdoba D. Antonio Cruz Conde, corría el año 56, se produjeron unas inundaciones importantes en uno de
los barrios periféricos de la ciudad, llamado el "Zumbacón". D. Antonio prometió
que jamás volverían a pasar esas penurias todas aquellas familias de dicha
barriada chabolista y marginal.
El
Ayuntamiento liberó espacios para viviendas sociales en la luego llamada zona
del Sector Sur, pero las inundaciones habían hecho tantos daños que no sabían
qué hacer con tantas familias.
En
la barriada de Las Margaritas existían dos barracones, bastantes grandes, de las
fábricas de las latas y del "Chimeneón", estos servían como comedores de dichas fábricas. Provisionalmente se improvisaron en ellos unas
habitaciones separadas por mantas y cuerdas, lo recuerdo por haber entrado con
frecuencia en dicho lugar ayudando a mi madre en la construcción de dichos
habitáculos.
Una
de las familias que ocupó uno de esos habitáculos eran titiriteros, como así les llamaban entonces. Estaba compuesta por padre, madre y quiero
recordar dos niñas. El padre tocaba la guitarra y una de las niñas, María Jesús, cantaba; lo
hacían en bares, en la calle, en fin, así se ganaban la vida para subsistir.
María
Jesús era una chiquilla rubia de ojos azules y preciosa, que cantaba como los ángeles. Yo, todas las tardes, a la salida del colegio
cogía mi "Viena" y mi "jícara" de chocolate y corriendo iba en busca de ella, entonces tendría unos ocho o nueve años, cantábamos, paseábamos y corríamos juntos, como dos
chiquillos a esa edad, pero dentro de nuestros corazones algo se alteraba.
Por aquella época yo era el solista de la Iglesia, en la misa de los
domingos a las doce y tuve la osadía de presentar a
aquella chiquilla, para que cantara conmigo, al Párroco D. Teodoro, dicho y hecho, con el pretexto de
los ensayos durante aproximadamente un año estuvimos viéndonos todos los días y
aquello iba a más, me enseño una canción que jamás olvidare (El Ebro guarda
silencio al pasar por el Pilar... ).
Bendita niñez aquella; que felicidad, que alegría. Pero como todo en la vida la felicidad no es eterna; de la noche a la mañana desapareció toda la familia ¡oh… pobre de mí! de pronto y sin despedirme de ella, me quede solo sin aquella chiquilla
que me había transformado la existencia. Se fueron a vivir, eso lo supe años
después, a las viviendas sociales que había construido el Ayuntamiento, siendo
Alcalde D. Antonio Cruz Conde, en el Sector Sur tras la inundaciones del "Zumbacón".
Transcurrieron
los años sin saber nada de ella, yo continué cantando en la Iglesia y
adquiriendo vocación para mi ingreso en el Seminario, en el verano de 1963 fui
a San Pelagio para hacer el ingreso en el Seminario Menor de Santa Mª de los Ángeles. Durante una semana
estuvimos estudiando y haciendo los exámenes de ingreso, aprobé y quedé a la espera de mi ingreso, previa búsqueda de quien iba a hacerse cargo del pago
de las mensualidades de la estancia en el Seminario, mi madre habló con "Doña
Carlotita" una señora pudiente de su pueblo (Belalcázar) la cual se comprometió
al pago de la mitad de las mensualidades, la otra mitad la pagó D. Teodoro el cura Párroco
de Las Margaritas.
En
Septiembre de 1963, en un bar que había en la esquina de la Carretera de Trassierra
con la Calle Portugal, se anunció la actuación de unos titiriteros. El corazón me
dio un vuelco. Aquella noche (yo ya tenía 12 años) fui ansioso al encuentro
de María Jesús. Al vernos, corrimos a echamos el uno en los brazos del otro, sin mediar palabra alguna. Después de la actuación paseamos cogidos de la mano rememorando nuestras vivencias años atrás. Durante tres noches seguidas (Ellos tenían un contrato de una semana de duración) hicimos exactamente lo mismo; pasear juntos.
Aquel asunto llegó a oídos de mi madre y tras una gran bronca, me obligó a no salir en los próximos cuatro días. Vuelta al desencanto; sin despedida y sin haber podido explicarle a María Jesús lo ocurrido. Así acabo una
historia de niñez de amor y ternura.
El 4 de noviembre de 1.963 ingresé en el Seminario Menor de Santa María de los Ángeles, en Hornachuelos. En mayo de 1.965 dejé el mísmo.
Pasados los años volví a buscarla, nadie supo darme noticias de ella. Jamás he vuelto a escuchar su voz ni a ver los ojos azules que un día iluminaron mi niñez.
Rafael Raya de la Mora
Conil de la Frontera, 11 de mayo de 2.016