PARROQUIA VIRGEN DE LINARES
Córdoba, 26 de octubre de 2017
El día se presentó radiante: no sólo porque lucía un sol magnánimo, sino por el cambio de sede y hora. Esta vez sería, a propuesta de Manolo Vida, en su Parroquia y en horario de mañana, a partir de las 12 horas.
Lo de llegar a partir de las 12, no se lo crean ustedes. Mucho antes, algunos ya estaban allí. Fue el caso de Paco Nieto que incluso llevaba el perol casi hecho: el día anterior ya había preparado el refrito para echar sólo el agua. También Manolo Vida había colocado el líquido elemento, en el frigorífico, para que se fuera enfriando. Estos chicos son geniales. Otros, conforme iban llegando ayudaban en otros menesteres. Lo cierto es que todos, como es nuestro natural, echábamos una mano.
Poco a poco se fue llenado de alegría el hermoso salón que por su acceso de la Puerta Sur, iba a constituir el Centro de Operaciones. Pues bien, nada más entrar por esa Puerta, cual elegante anfitrión nos daba la bienvenida un ceremonioso perol, del que hablaremos más adelante. A su lado, con mandil en ristre y sonrisa placentera, como preludio del deber cumplido, se encontraba el cocinero, Paco Nieto. Por supuesto, deambulando de un sitio para otro, pasando casi desapercibido, se dejaba notar la presencia de Manolo Vida. ¡Que sitio tan acogedor nos había preparado! Un amplio salón de “estilo modernista” muy alejado de aquellos otros “fernandinos” que son muy frecuentes en nuestra vieja ciudad (¿a que ha quedado bien?) Ale, sigo: El “sancta sanctorum” un elemento de elegante factura del siglo XVII, se ubicaba en la parte central, algo colocado hacia la derecha (¡Eh, cuidado! Que no voy a empezar a hablar de política) ¡Jo!, si es que me gusta enredar las cosas, podría haber dicho que el frigorífico estaba en un rincón y que lo del siglo XVII era por lo de la pila años que soportaba sobre sus espaldas, ya hubiera terminado… pero… no habría quedado tan bonito, ¿no os parece? Sigo: a la derecha, orientada al Este, se encontraba una puerta que daba acceso a unos cuartos, entre ellos, hacia el que pronto empezaron a dirigirse nuestras maltrechas próstatas. Sillas y mesas repartidas por doquier, estilo Luís XV.
Gran regocijo provocaron en todos nosotros la presencia de Paco Zurita, Alfonso Belmonte y Antonio Rodríguez. Los demás nos tenemos muy vistos y ya se sabe… (es broma) Claro, es normal, a ellos no los vemos con tanta frecuencia.
Los aperitivos, relucían como el sol: unos chorizos y filetitos de lomo, que aportó Paco Sánchez, procedentes de Dos Torres; patatitas fritas y queso que fue a comprar Carlitos y unas aceitunas “melonadas” (por aquello de lo grandes que eran) traídas y aliñadas, magistralmente, por el cocinero Nieto.
Pronto dimos cuenta de todos ellos, mientras que eran regados por refrescantes cervecitas y el excelente “vino del cura”: ¡sí, vino del cura, pues se trataba del barril de Manolo Vida! y según los entendidos, de excelente calidad. Transcurrido un rato, con las piernas algo cansadas, por el largo rato en pie, pero con la boca calentita, tomamos asiento. Y comenzaron los cantos, aprendidos allá entre las montañas de aquel caserón de Santa María de los Ángeles.
Antes de que nuestras cuerdas vocales colapsaran, Pepe López, hombre avezado en estas lides y ante el derrotero que iban tomando las conversaciones (en el sentido de “Torre de Babel” o sease, que no nos enterabamos nadie) propuso que Manolo Tenor, se constituyera en moderador y fuera dando la palabra. Así se hizo.
¡Qué bien empezó a funcionar aquello! Tan bien, como cuando Antonio Martínez estableció la sede parlamentaria. Lo que equivale a decir que, “tanto monta (cuidado con la interpretación, ¡jodios!) Antonio Martínez, como Pepín-Tenor.
Buen rato y algo maravilloso flotó en aquel salón.
Recorrimos nuestros años de enseñanza. , con sus aciertos y sus sombras. No faltó en reconocer que algo importante quedó marcado en todos nosotros. Algo, también, que olvidar o dejar a un lado. Esta vez, a Carlitos no se le escaparon vítores republicanos, sino unos buenos lagrimones, dejando entrever, sin palabras, sus sentimientos más profundos. Lo mismo le pasó a Antonio Martínez. No sólo van a ser chistes.
Una cosa se consideró fundamental: “el valor a la persona y su dignidad” quedaron impresos en nuestros corazones.
Gracias a ese tiempo, nos conocimos y podemos disfrutar de estos momentos.
Pero el instante cumbre y grandioso se produjo cuando, uno de nosotros, relató cómo perdió “su virginidad”:
“Recién llegados a San Pelagio, encontré, arrumbada, una vieja bicicleta (por cierto aclaró que, previo interrogante de algunos intrépidos juerguistas, dicha bicicleta tenía sillín, ¿queda claro?) con la que me daba algunos paseos, por entre aquellos ancestros muros. Un día, andaba yo en mi acostumbrado deambular, cuando aquello, comenzó a ponerse algo durete. No por eso dejé de pedalear sino que continué dándole a los pedales, aunque con mayor ritmo (esto de más rápido lo aporto yo, malvado que es uno) Tal fue el éxtasis provocado, por aquella situación, que… ya-ta… como dice el chiste japonés. ¡Que gustito me dio, nunca me había pasado algo igual! ¡Era la primera vez! Cuando se lo comenté a un compañero, éste me dijo la palabra fatídica…¡pecado!. Inmediatamente fui a confesarme y aquel cura bueno, supo aliviar mi conciencia al considerar que ese acto no había tenido la consideración de voluntariedad y por lo tanto, estaba exento de culpa. ¡Que alivio!
¿Qué… llevo razón en lo de sublime?
Me imagino a este compañero con los ojitos medio vueltos y con cara de tontito, tratando de mantener el equilibrio. Es para troncharse risa. Pues eso es lo que provocó entre nosotros: unas sonoras carcajadas y un atronador aplauso. ¡Genial!
Cordial y entrañable rato que pasamos,
Esto nos dio ánimos, mas bien hambre y pasamos a darle cuentas al perol. ¡Que rico estaba! Prueba de ello, fueron los grandiosos vítores que se le dieron al cocinero Paco Nieto. El arroz en su punto, el sabor inmejorable. Más de uno repitió. Vaya desde aquí, mi reconocimiento a tan magnífico cocinero.
Deliciosos “cacharritos” y excelentes pastelitos traídos por Antonio Rodríguez, amenizaron el “después”. Así hasta, como siempre suele pasar. Poco a poco se fue quedando solitario el salón, hasta que “los de siempre” esos que son tardos en abandonar, se despidieron.
No quisiera abandonar estas letras, sin dejar constancia de mi reconocimiento hacia una persona cercana, que ha dejado de estar, corporalmente, entre nosotros. Se trata de Andrés, padre de Antonio Martínez: muchos años de mi vida han circulado en su rededor; lo recuerdo, entre otras cosas, montado en su bicicleta, en la que un canasto de mimbre, color rojizo o marrón oscuro (no puedo precisar) atado en el sillín trasero, portaba su almuerzo o esos choricillos o morcillas los cuales, unas vez vendidos, aportaban unos dinerillos a la economía de la casa. Siempre una sonrisa, aunque, en algunas ocasiones, las trastadas de Antonio y mías, ponían las cosas algo más serias. Mi agradecimiento.
Será hasta la próxima. Para algunos, muy pronto, en Dos Torres.
Mientras tanto, no despistarse mucho y salud.