RECORDANDO A D. MOISÉS
“Uf, ¿escucho música… o estoy soñando? ¡Qué bien se está calentito en la cama!
Creo que hoy es domingo... No sé si es ocho o nueve de diciembre. Ya lo comprobaré cuando me levante. La música suena cada vez más fuerte. ¿Qué está pasando?”
Mientras intento aclararme, un tropel de pasos cercanos y unos alegres acordes de bandurrias y guitarras hacen que me incorpore ligeramente en la cama. La puerta del dormitorio común se abre, se encienden las luces y entran unos diez seminaristas mayores tocando sus instrumentos musicales. Al frente de todos ellos va mi paisano D. Moisés, tocado con una boina negra y bufanda gris. Trae una pandereta en la mano y luce su sonrisa grande de hombre bonachón.
Unos golpes rítmicos de su pandereta marcan la entradilla de la canción:
PAN PARA PAN PAN PAN PARA PAN PAN PAPANNNN!!!
PAN PARA PAN PAN PAN PARA PAN PAN PAPANNNN!!!
“A Belén llegaron los pastores
a anunciar el nacimiento de El Mesías
de camino a dar la enhorabuena
a José y a la Virgen María...”
La frescura de la rondalla inunda nuestros corazones adolescentes animándonos a vivir aquel nuevo día con una mayor alegría.
Habíamos iniciado el 5º curso en San Pelagio apenas unos meses antes. Desconocíamos aún muchas cosas del Seminario mayor, entre ellas esta tradición pre navideña de despertarnos con villancicos los domingos y fiestas anteriores a las vacaciones de Navidad.
Escuchando los primeros acordes de este alegre villancico, mi atención se quedó clavada, involuntariamente, en mi paisano D. Moisés. Mientras le miraba, acudieron a mi mente algunos recuerdos, como flashes rápidos, de momentos vividos aquellos últimos años. En ellos aparecía a menudo su amable figura.
En la primera imagen, me veía de pie en su despacho de Hornachuelos, que estaba situado muy cerca del salón de estudio y antes de bajar las escaleras que daban al patio. Aprovechando que yo salia del estudio, llamó mi atención y me invitó a entrar en su despacho. Sin llegar a sentarnos, se interesó por saber cómo me estaba adaptando a aquella nueva vida en comunidad y a continuación, me dijo:
-Manolito, tú y yo somos algo más que paisanos, somos como de la familia, familia lejana pero familia al fin y al cabo.
Sin duda era así, pues su madre y mi abuela eran primas.
-Te tengo en esa consideración, pero aquí nuestro trato tiene que ser el correcto. Delante de los demás te trataré como a uno más, sin diferencias... Nadie debe pensar que eres mi enchufado.
Me limité a asentir con la cabeza y terminó diciendo:
-Eso sí..., la puerta de mi despacho está siempre abierta para ti. Ante cualquier problema importante, ya sea de día o de noche, aquí me encontrarás dispuesto a ayudarte.
Le di las gracias y le manifesté mi intención de molestarle lo menos posible. Aquella entrevista transcurrió, finalizando el mes de octubre de 1964. Hacía un par de semanas que habíamos entrado en el Seminario y yo tenia once años. Las reglas del juego quedaron perfectamente establecidas. En adelante, conté con su secreto afecto sin pretender ninguna demostración, que además hubiera sido contraproducente para mí.
D. Moisés había accedido aquel curso 1964-65 al Seminario de Santa María de los Ángeles, coincidiendo con nuestro primer curso, en calidad de formador. Asumió la responsabilidad de la Dirección Espiritual de 247 pequeños y traviesos seminaristas. Además de ese cometido, aquel curso impartió clases de religión a los compañeros de 2ºB, mientras que a los de 1ºA nos daba clase de geografía.
Me viene hoy a la memoria el recuerdo muy lejano de algunas clases suyas y un examen trimestral en el salón de estudio. Éramos muchos llenando las primeras hileras de pupitres, por lo que deduzco que debió impartirnos clase a dos aulas conjuntamente.
Otro curioso recuerdo me trajo imágenes de una excursión al río Guazulema, con el imprudente chapuzón de muchos de nosotros en sus frías aguas.
También pasaron por mi mente momentos muy agradables en las celebraciones del día del Rector: las carreras de sacos, las chocolatadas, las competiciones de pichoncho…, en fin, todos aquellos juegos que nos hacían disfrutar y olvidar por un día la lejanía de nuestras queridas familias.
Hay que destacar la inauguración de la piscina al inicio de la época estival de aquel curso. Aquello supuso un plus de diversión y hacernos más llevadero ese interminable semestre, de enero a vacaciones de verano.
En el curso 1965-66 D. Moisés siguió de Director Espiritual, cargo que ocupó los 4 cursos que estuvo en Santa María de los Ángeles. Lo compaginaba con las clases de religión en algunas aulas. Creo recordarlo también impartiendo las extrañas asignaturas de redacción o urbanidad.
D. Moisés, durante aquellos años, se ganó el corazón de la mayoría de nosotros con su talante amable. Supo hacerse respetar sin necesidad de aplicar la rígida disciplina de la que otros curas abusaban. Nos ofreció la confianza de poderle consultar cualquier problema con total comprensión y confidencialidad de su parte. Siempre estaba disponible si lo necesitabas, con su amplia sonrisa y cierta complicidad paternalista. Era el más humano y cercano a nosotros. Los amplios corrillos en torno a su persona, cuando salía al patio de recreo, y las preferencias por su confesionario, habitualmente más visitado que ningún otro, así lo confirmaban.
Aquel segundo curso en Santa María de los Ángeles fue el más duro para mí, como os relaté en anterior escrito. Ahora, en el 5º curso del Seminario de San Pelagio, no quería volver sobre los tristes recuerdos que me acompañaron durante varios meses desde el inicio de 1966. La pésima relación con don José Delgado Albalá, a consecuencia de su antipatía hacia mi persona, que manifestaba abiertamente ridiculizándome ante mis compañeros, había sido el desencadenante para decidirme a dejar del Seminario.
Me vino después a la mente mi propia imagen sentado en el despacho de D. Gaspar. Le comunicaba mi decisión de abandonar el Centro. Él me pedía que escribiera una carta a mi padre, para informarle del asunto. Sibilinamente lo controlaba todo procurando que el paso del tiempo enfriase mi tajante decisión. Por este motivo retuvo mi carta, que nunca llegó a salir de su despacho.
Reviví a continuación las dos conversaciones que mantuve con D. Moisés a causa de aquel problema. Me escuchó francamente preocupado por la situación que me veía padecer. Respetaba mi decisión, pero insistía en que no debía marcharme precipitadamente. Me pidió que lo pensase durante un mes y que comprobase cómo evolucionaban los acontecimientos.
Nunca me atreví a preguntárselo directamente, pero me resultaba evidente que debió mantener conversaciones con D. Gaspar y con D. José, el cual dejó de meterse conmigo en público y comenzó a tratarme como a uno más.
Ahora me sentía feliz en 5º curso. Enormemente agradecido a D. Moisés por sus buenos consejos y por echarme una mano. Deseaba poner un tupido velo a aquellos tristes acontecimientos que padecí en el segundo curso. Escuchando los acordes del villancico, llegué a sacudir por un momento la cabeza tratando de alejar de mí aquellos malos recuerdos.
Enseguida me asaltaron imágenes más alegres de la época Santamariana, como la excursión a Hornachuelos: a la ida cruzamos el monte desde los campos de fútbol, para ganar terreno. A la vuelta regresamos por la carretera, en buena camaradería y rezando el rosario.
Evoqué otras excursiones: a la presa del Bembézar y a San Calixto. La verdad es que nos sentíamos mayores. En los dos últimos cursos anteriores a San Pelagio, el trato con nuestros formadores y la convivencia en general habían mejorado mucho.
De aquellos cursos me llegó la imagen en la que me veía dentro de la capilla mientras oíamos misa.
Mi asiento estaba situado próximo al pasillo central entre la puerta de entrada y los confesionarios. D. Moisés solía sentarse en uno de ellos para atender a los que querían confesarse con él. Permanecía allí hasta poco después de la Consagración.
A continuación se levantaba y con paso tranquilo se dirigía hacia alguno de los que estábamos próximos al pasillo. Con la mirada y un leve movimiento de cabeza hacia un lado nos indicaba: “Ven conmigo”.
Inmediatamente, el afortunado que recibía la señal abandonaba al grupo en la capilla y seguía con paso decidido a D. Moisés.
Muchas veces fui el elegido. El camino era siempre el mismo: el largo pasillo hasta la puerta del comedor, las escaleras que bajaban a las cocinas y, antes de llegar a ellas, la puerta que daba acceso a una pequeña capilla de oración con un altar. Era el lugar de culto de las monjas y quedaba justo debajo del comedor de los profesores.
Allí le ayudaba a ponerse el alba, el cíngulo, la estola, la casulla…
A continuación oficiaba misa. Mis funciones se ceñían a las de cualquier ayudante para la celebración de la Eucaristía. En cierta ocasión me dijo:
-Manolito, me gusta que me ayudes a celebrar la misa. No me importaría llamarte siempre a ti, pero tienes que comprender que también invite a otros compañeros que esperan y desean ayudarme.
Abandonar por unos minutos la rutina del grupo general y sentirte diferente, era ciertamente un premio para nosotros. Me limité a darle las gracias por las veces que me llamaba y le expresé la ilusión que me hacía ayudarle. Con una pequeña palmada entre el cuello y la nuca me contestó como solía:
-Gracias... Ya te puedes ir con los demás.
En otro flash, me llegó la imagen de muchos de nosotros contemplando la televisión que teníamos en la sala situada en el primer piso, encima de los servicios del patio grande de recreo. Nos gustaba ver el futbol y los programas musicales. Disfrutábamos con los cantantes y ritmos del momento. En abril de 1968, Massiel ganó el festival de Eurovisión, con su famoso “La,la,la” y una ola musical nos invadió. Al final de este 4º curso se organizó un certamen musical y me encargaron que pintase un cartel que anunciara el evento. En aquellas fechas se me daba bien la pintura a lápiz.
Como no existía papel en blanco grande, recurrí al rollo de papel beige con el que forrábamos los libros. Pinté un guitarrista enorme, con su guitarra eléctrica y con el atuendo de la época. Francamente era una copia del gran Elvis Presley. El cartel estuvo una semana colgado en la fachada principal del Seminario, junto a la puerta de entrada. Recuerdo la enhorabuena y felicitación por parte de D. Moisés.
Me sentía afortunado protagonista. Allí estaba yo, en mis ensoñaciones, de pie delante del cartel, contemplándolo y disfrutando aquel momento…
De repente, unos golpes demasiados cercanos de la pandereta me sacan de mi ensimismamiento y me devuelven a la realidad:
PAN PARA PAN PAN PAN PARA PAN PAN PAPANNNN!!!
PAN PARA PAN PAN PAN PARA PAN PAN PAPANNNN!!!
A Belén llegaron los pastores
a anunciar el nacimiento de El Mesías
de camino a dar la enhorabuena
a José y a la Virgen María.
Virgen María, vamos todos al portal
porque desde aquí a Belén
hay mucho que andar, hay mucho que andar
porque desde aquí a Belén
hay mucho que andar, hay mucho que andar.
PAN PARA PAN PAN PAN PARA PAN PAN PAPANNNN!!!
PAN PARA PAN PAN PAN PARA PAN PAN PAPANNNN!!!
Algunos datos biográfico de D. Moisés
D. Moisés se ordenó sacerdote en el año 1960. Su primer destino fue en Villanueva del Duque. Posteriormente, durante cuatro años, estuvo ejerciendo el apostolado como párroco en el pueblo de Obejo. Allí realizó una magnífica labor y rápidamente se ganó el cariño de todos los feligreses. Muchos años después, en una visita al pueblo, casi no podía andar por la calle, al verse abordado por todos los vecinos que le querían saludar.
En esta etapa, nuestro compañero Antonio Ruiz Martón me ha confirmado que fue su monaguillo en la parroquia. Seguro que guarda numerosas historias y recuerdos por su cercanía a él.
Hay una anécdota relevante muy apropiada para esta “postal” de fiestas navideñas y reyes. En El Viso existe la antigua tradición del “Auto Sacramental de los Reyes Magos”, cuya representación se venía celebrando cada 7 años (Actualmente es cada 4 años. Este 2018 toca volver a hacerla).
D. Moisés tenía mucho interés en dar a conocer esta tradición y puso todo su empeño en que se pudiese celebrar una representación local, para todos los vecinos de Obejo.
De paso, también daba la oportunidad de disfrutarla, a muchos jornaleros viseños, que en aquellas fechas, se encontraban en plena recolección de las aceitunas en la sierra cordobesa y que no habían podido asistir a las representaciones en los días de Reyes. Supuso un gran reto trasladar al numeroso grupo de actores, vestuario, rondalla etc. , incluida una nueva puesta en escena por parte de los organizadores, entre los que se encontraba Rafael, un hermano de D. Moisés.
Fue así como el 17 de enero de 1964, en la plaza de Obejo, se hizo la representación de este Auto Sacramental, que sirvió para hermanar a los pueblos de Obejo y El Viso.
En esta foto le vemos en la casa parroquial de Villaharta, año aproximado 1962. Está acompañado, desde la izquierda: Rvd. D. Constantino Calle, (párroco de esta población y tío de Pedro Calle), Rvd. D. Juan Francisco Hernández, Rvd. D. Moisés Delgado y Rvd. D. Antonio Mejías Castilla.
En octubre del curso 1964-65, entró como formador en el Seminario de Santa María de los Ángeles, ocupando siempre el cargo de Director Espiritual. Allí permaneció durante cuatro cursos, los mismos que nuestra promoción. También nos acompañaría durante los tres cursos siguientes en San Pelagio. En 5º fue nuestro profesor de religión y los dos cursos posteriores, pasó a ser formador de los seminaristas mayores.
He querido hacerle este pequeño homenaje desde mis vivencias personales. Me he apoyado en los registros que me han quedado de aquellos lejanos recuerdos infantiles y juveniles de nuestra experiencia vital en el Seminario menor.
Lógicamente tengo más vivencias de nuestra estancia en Córdoba. Sobre todo de unas entrevistas en su despacho, durante PREU, que me ayudaron a tomar una decisión sobre mi continuidad en el camino sacerdotal. Pero esa es otra historia...
Nunca perdimos totalmente el contacto. Aunque me vine a Madrid, nuestras coincidencias en el pueblo, con motivo de las fiestas patronales o en la romería del lunes de Pascua, siempre iban acompañadas de un caluroso y sincero saludo.
Durante los años que estuvo de párroco en Las Margaritas, nuestra mutua felicitación con tarjeta de Navidad, era un clásico cada año.
En esta foto de la romería de 1967, le vemos pasando un día alegre de campo. De pie está el Rvd. D. Manuel Cobos Risquez ( párroco de El Viso), sentado con él, el Rvd. D. Carlos Linares (D.E.P.), que también fue profesor en Hornachuelos y a su lado un pequeño sobrino de D. Moisés (otro Manolito...).
A finales del año 2006 mantuve varias conversaciones telefónicas con nuestro compañero Antonio Luna, encargado de los encuentros anuales que se venían celebrando. El objetivo era ver la posibilidad de hacerle un homenaje a D. Moisés, que llevaba dos años en la residencia para sacerdotes mayores en San Pelagio. Su movilidad era reducida al encontrarse en silla de ruedas. Estábamos valorando cuál sería la mejor opción, cuando nos sorprendió la noticia de su fallecimiento, causándonos una gran tristeza y la descorazonadora sensación de que habíamos llegado tarde. Falleció el 12 de enero de 2007 a los 71 años de edad.
D.E.P. D. Moisés, siempre estará en nuestros corazones y formará parte de nuestros mejores recuerdos de seminaristas.
Quiero terminar este escrito recordando a nuestro amigo Antonio Crespo. La semana pasada nos dejó inesperadamente y su ausencia ha representado un duro golpe para todos nosotros. Que descanse en paz y que toda su familia, en especial su esposa Caridad, sus hijos Gema, José Antonio y David, encuentren fuerzas y ánimos para seguir adelante.
Muchas gracias amigos vicarianos por leerme. Hasta siempre.
Móstoles, 8 de diciembre de 2017. (Han pasado 49 años...)
Manuel Jurado.