La Granjuela (Córdoba). 12 de
diciembre de 2017
La mañana no puede ser más limpia
y soleada. Ayer mismo se hartó de llover, pero hoy la atmósfera vuelve a estar
totalmente despejada. Da gusto pasear por el campo. Y hay que hacer ganas para
el almuerzo. Tomás nos ha sacado del pueblo por el camino de la “Piedra Grande”
para enseñarnos por donde discurría el famoso frente de Peñarroya, donde militó
su padre, “más de derechas que el propio Franco” -me cachis en la mar, se queja
el hijo a modo de disculpa. El camino de tierra bien asentada pese a la lluvia
reciente nos lleva sinuoso y plácido entre pequeños olivares, tierras calmas
pedregosas y de mala calidad, y granjas de cerdos ibéricos. Llama nuestra
atención de forma poderosa la visión cercana de una piara de verracos enormes,
descomunales, como borricos de grandes, que dormitan pacíficamente tomando el
solecito. “Estos solo sirven pa follar -nos aclara Tomás-. Ahora sí, los polvos
de estos verracos duran más de media hora”. “Joder -dice alguien-, en mi
próxima reencarnación me pido ser verraco”. Enseguida, sin embargo, a ese
alguien se le disipan las ilusiones futuristas cuando Jesús nos explica que
ahora no es como antes, que los verracos de hoy no cohabitan con las marranas
sino que se les hace masturbarse contra una especie de palo articulado y así
les recogen el semen para las sucesivas inseminaciones de las hembras. ¡Nos ha
jodido el invento!
En la huerta heredada de sus
padres, Huerta Felisa, y reconvertida por Tomás en una productiva finca
agrícola con su caserío moderno, que bien pudiera pasar por un hotelito rural, un
grupo de amigos estamos celebrando los 65 años cumplidos por Tomás y por mí en
el pasado mes de noviembre. Ambos, Escorpio. Sesenta y cinco años son ya un
taco de años. De jóvenes no nos imaginábamos llegar a tener tanta edad, nunca nos
vemos a nosotros mismos de viejos. Ni siquiera ahora que ya definitivamente lo
somos.
Tomás está hecho un chaval, más
barrigón, claro está; más calvo, natural. Pero yo diría que más pincho y, desde
luego, más interesante que cuando lo conocí en los Ángeles, un mocoso rubio y
medio cojo por la polio, con un flequillo de época, de esos que nos cubrían
media frente a modo de cortina. Beni es su fiel esposa y compañera, una
sesentona chiquita, morena y muy bien puesta. Para mí que esta pareja mantiene
su estabilidad de tantos años basándose en la dialéctica de los contrarios:
siempre poniéndose la contra el uno a la otra. Pero sin poder pasar la una sin
el otro. Se conocieron en uno de los vagones del arcaico tren de la línea
Córdoba-Almorchón, en el viaje de ida de las vacaciones de Navidad del año del
Señor de 1974. Ese día nevaba en todo el valle del Guadiato y los pasajeros se
apretujaban en aquellos asientos de bancos corridos para darse calor. Beni y
Tomás coincidieron en el mismo banco apretujados. Él estudiaba agrónomos y ella
magisterio. Él se apeaba en la Granjuela y ella, en Fuenteovejuna. Él, pollo, y
ella, fonsmelariense. ¡Qué gentilicio más bello! Proviene de que en sus inicios
como pueblo Fuenteovejuna se llamó Fuente de miel (Fons melariae); luego devino
en Fuente abejuna; y finalmente, desde Lope de Vega, en Fuenteovejuna. Ea, para
que veáis.
Al ser un día laborable, Agustín
-aún en activo- no ha podido asistir. ¡Lástima! ¡Con lo que hubiera disfrutado
las migas!... Con Pedro apenas podemos contar ya por sus múltiples ocupaciones
en su parroquia y en la Catedral. Por otros motivos domésticos, tampoco Rafa
Marín, Luis Enrique ni Salva. Otra vez será. Nos presentamos a la fiesta Jaime,
José Pablo, Jesús Cantarero, Antonio Luna, José Antonio Naz y un servidor. Con
nuestras santas, claro está.
Desde el aire o desde la
distancia, el encuadre no tiene más chiste ni otra enjundia que un grupo de
amigos departiendo en el campo entre charlas, vinos y risas, un fuego de palos
y una sartén de migas encima de unas trébedes. Así sería en efecto, si no fuera
porque detrás de esta simple escena hay mucha historia. Mucha. Tanta como
cincuenta y tres años para atrás.
Buen ejemplo de cómo aprovechar la vida de jubilatas. Junto a mi sana envidia mi saludo a todos los compañeros.
ResponderEliminarPedro
Es que ahora que, por fin,tengo Internet me aprovecho. Esta tarde vuelvo a Palenciana a pasar las fiestas con mi familia. De manera que ahora os quedan unos días de asueto, al menos por mi parte.
ResponderEliminarLo dicho, muy felices fiestas para todos.
Ni más ni menos y entre ellos, nos has descrito maravillosamente un sin fin de sensaciones. Cuando sea mayor, quisiera escribir como tu. Por cierto, a pesar que el escrito no indica el autor, me daba un "tufillo" a que eras tu, amigo Fili. ¿Sería eso de "verraco? Eres genial. Un fuerte abrazo y que lo pases bien en familia.
ResponderEliminarAmigo José Maria, muy bien documentada esa reunión pastoril de antiguos compañeros vicarianos. Me has puesto los dientes largos, sobre todo porque hace tiempo que tengo ganas de darle un abrazo en persona a Tomás. Supongo que en algún encuentro será posible.
ResponderEliminarMuy simpática la anécdota de los verracos. Me ha traído a la memoria aquellas piaras de cerdos que cruzaban los campos de fútbol del pozo de Santa Maria. Mientras practicabamos nuestro deporte favorito, ellos iban a lo suyo y en las primaveras nos daban aquellos sorprendentes expectaculos "naturales".
Que tengas unas Felices Fiestas en tu tierra la Palenciana. Recibe un fuerte abrazo.
Gracias muchachos. Me queréis demasiado.
ResponderEliminarDesde Palenciana, con un tiempo malísimo, os envío un fuerte abrazo a todos.