Era
el día señalado, 30 de octubre de 2014 y (como pasa en El Cortes Inglés, cuando
van a abrir por la mañana, donde un buen
rato antes ya se empieza a formar la
cola) allí estábamos, en la puerta de la
Sociedad de Plateros. Aún faltaban unos minutos para que dieran las ocho de la
noche. La puntualidad de la Sociedad de Plateros espartana. Sin embargo, los
abrazos no habían podido esperar y la alegría comenzó a derramarse por aquella
calle de San Francisco, frente a la casa de nuestro amigo Andrés Luna, la de
siempre, aunque con algún retoque. (Fijaos la coincidencia: si ponemos las
iniciales de la Sociedad de Plateros, S.P. ¿nos os viene a la memoria nuestro
equipo de futbol del Seminario, cuando estábamos ya en Córdoba? Pues a partir de aquí lo designaré S.P.)
También nosotros éramos los
mismos, aunque con algún otro retoque, porque desde aquel instante, bueno yo creo que
desde que salíamos de casa para la reunión, nuestros sentimientos se
retrotraían al año 1963 y 1964.
Hago ahora un paréntesis.
Terminada la reunión, llegué a casa, a eso de la una de la madrugada. Un
impulso me incitaba a escribir algo en el Facebook. Como dice una amiga mía
escritora, no se han de dejarse pasar esos momentos, porque de lo contrario se
perderán las ideas y luego será difícil
recuperarlas. Y más a mí, que mi neurona no da para mucho. Sin perder un
momento me puse delante del ordenador y fluyeron las palabras. Puede parecer
que lo que escribí no reflejara los momentos que allí se vivieron pero sólo trataba
de plasmar, en un pequeñín de los años 63, a todos los demás aquellos cursos
del 63 y 64, que aunque pequeños también, fuimos catalogados como medianos o
mayores (sólo en estatura) estuvimos respirando los mismos sueños que se
entrecruzaban en aquel seminario de
Hornachuelos.
Pues bien, con esa vestimenta de
niños pequeños entramos en el lugar acordado. Aún tardamos en sentarnos porque
resultaba difícil desprenderse de la conversación iniciada en las afueras del
local. Paco Moreno, Diego y yo suspendimos la conversación que llevábamos entre
manos. Poco a poco fuimos tomando sitio hasta que las copas de vino dieron la
bienvenida, por primera vez, a nuestra Vicaria, emblema de nuestra unión, que tan
magistralmente ha dejado para la historia nuestro compañero Rafael Vilas, al
que volvimos loco con nuestras sugerencias. Andrés Luna parecía un niño con zapatos nuevos
cuando le pusimos la camiseta (confeccionada artesanalmente) blanca, con la
insignia de la Vicaria. Paco Moreno se colocó a su lado, luciendo “terna de chaleco blanco leche,
pantalón vaquero azul despintado y camiseta roja que apenas dejaba verse” (esto
me ha salido muy torero) Una vez hechos los honores y sin abandonar el centro
de atención dejó caer su chalequilla lechosa y dejo entrever su impecable e
impoluta camiseta roja donde figuraban en la parte delantera superior izquierda
la insignia, en pequeño, de la Vicaria y en la espalda una que ocupaba casi toda
ella. Al unísono, y a los gritos de ¡guapo, guapo! volvieron a sonar los
chasquidos de los flases. Fue un momento emocionante y a la vez radiante. (El
pobre Paco Moreno tuvo que estar con su chaqueta puesta hasta que Andrés no se
colocara la camiseta blanca con la insignia, ya que no quería estropear el
momento. Menos mal que dentro no hacía mucho calor. Fue un detalle por su
parte)
Andrés Luna quedó a su vez más
maravillado y mirando a la blanca y a la roja, me dijo sigilosamente:
-Tocayo, esa me gusta más que la
blanca, ¿a ver dónde se la apañao? Yo quiero una.
Efectivamente, la roja estaba
mejor que la blanca. Había sido
confeccionada “con bordados de oro y plata”, o séase, que estaba hecha
profesionalmente y por lo tanto molaba más. Así empezó a debatirse la
conveniencia o no de que se hicieran más camisetas para que todos las
luciéramos por igual y mejor. El caso es que, al final, creo que no llegamos
a un acuerdo, pero la verdad es que yo
quiero también una.
Nuevamente volvimos a disfrutar,
intercambiando momentos vitales que se nos venían a la mente.
En un momento concreto me quedé
solo observando al grupo: si cuando venía de “mear”, que después de tanto beber
se requiere algún momento de intimidad. La secuencia de aquella situación (no
la mia sino la del grupo, pillines) era digna de ser contemplada. Todos
gritando, contando sus cosas de manera atropellada, como si el tiempo fuera a
acabarse de un momento a otro. Pero sobre todo, por esa sonrisa que se entretejía
en los rostros de los presentes. Allí
había algo más que voces e historias. Se palpaba el cariño y la bondad con la
que cada uno se mostraba. Allí había hermanamiento por doquier, porque si bien
las paredes y techos del Seminario de Hornachuelos estaban demolidos, en
nuestro corazón seguían intactos ya que intactos seguían siendo nuestros
recuerdos y el lazo de unión que allí se forjó. A pesar del tiempo transcurrido
parecía como si nunca hubiéramos estado separados. Estaban presentes en aquella
reunión todos los ausentes, se les sentía tan reales que casi se palpaban. Fue
también en ese instante, cuando se me vinieron a la cabeza las palabras, inconclusas,
de Diego y Paco Moreno, con la que habíamos entrado al bar:
-Insisto –dijo Diego- ha de
quedar claro en la insignia de la Vicaria que somos y ha de referirse a los dos
cursos. Los del 63-64 y los del 64-65.
-Pero mira Diego – enfatizó Paco
Moreno- cuando Rafael Vilas modificó esas fechas las puso con números romanos
para que así quedara claro que se trataba de los dos cursos, de ahí lo de LXIII
– LXIV
La escena que allí observé dejó
clara esta cuestión ¿acaso no estabamos demostrando que lo surgido durante
aquellos años era algo que no puede separarse? Que las vivencias allí surgidas ¿no estaban interrelacionas y no podían desconectarse? Pues tomemos a la Vicaria como referencia
de aquellos cursos. Que viva muchos años entre nosotros y sigamos viéndonos por
siempre. ¡NO SOMOS DOS CURSOS, SOMOS TODOS EN UNO DONDE CABE QUIENQUIERA!
Una vez cerradas las puerta de la
S.P. aún permanecimos un buen rato. Al parecer no habíamos tenido bastante.
Volvimos a inmortalizar el acto con otra andanada de fotos y para no asustar al
gran silencio de la calle San Francisco que nosotros habíamos alterado, nos
retiramos a casa, con la ilusión de volver a encontrarnos de nuevo.
Andrés Osado Gracia
Córdoba, 30 de octubre de 2014
¡Qué gran grupo, que grandes compañeros! El tiempo no ha podido con nuestra amistad y aunque lejos, os llevo en el corazón. Gracias Andrés por evocar aquellos años tan maravillosos que nos marcaron para toda la vida creando un lazo de hermandad indeleble. Un abrazo Paco Polo
ResponderEliminarAndrés Osado, en hora buena, gran descripción de las horas que compartimos en nuestro VI encuentro de S.P. Qué alegría poder expresarse de esa forma. !!vaya lujo de detalles!!. Me has dejao pasmao, no se te ha quedao nada atrás. Lo leo vuelvo a revivir esos momentos como si estuviéramos juntos otra vez. Te has fijado en todo. Gracias por lo que a mi respecta, ya que has tenido bonitas palabras plasmadas desde una verdadera amistad. Guardaré este comentario tuyo en lo mas adentro.
ResponderEliminarGracias.
Paco Moreno Osuna.
Andrés, amigo-hermano, gracias por esta crónica llena de detalles íntimos por la que, los que no tuvimos la suerte de compartir mesas y mantel con vosotros, hemos podido, gracias a ti, estar presentes y disfrutar con vosotros. Un fraternal abrazo.
ResponderEliminarRafa Vilas
Móstoles, 5 de noviembre de 2014
Andrés, qué bien has narrado todo lo que sentimos y llevamos dentro desde hace 50 años. Gracias por compartirlo con todos. Un abrazo.
ResponderEliminarAntonio Estepa
En hora buena D. Francisco Solano, buenas crónicas y bien detalladas.
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