Hoy, como
siempre que publica algo en su blog, he leído el último artículo de José María Rivera, Fili para los amigos. Se titula calle Alfarería17. Cuando comencé a
leer un pellizco se agarró en mi interior. Fili había vendido su casa. No
es que yo tuviese interés en comprarla. Yo solo había estado una vez en
su precioso chalet de Sevilla, pero los recuerdos de aquel día quedaron
muy grabados en mí. Como él dice, “nuestra casa ha sido siempre
generosa posada, para hermanos, sobrinos y amigos”.
Después de muchos años sin vernos alguien tuvo la buena idea de juntar a los antiguos compañeros del Seminario. Sería en la casa de Fili. Motivos para esta reunión no hacían falta, simplemente el juntarnos los amigos que tantos años habíamos compartido: estudios, inquietudes, amistad y rezos. Pero José María, médico de profesión, sabía de la enfermedad de un compañero, Antonio Lara. Un maldito cáncer iba lentamente comiéndose su vida y estaba ya en una fase muy avanzada. Ya sobraban motivos y excusas para reunirnos. Y allí, un sábado por la mañana, de no recuerdo qué mes ni qué año (creo que hace ya casi veinte años) llegamos, muchos incluso con los niños aún pequeños. Abrazos, recuerdos y presentaciones. Charlas largas y distendidas recordando aquellos años que compartimos, primero en los Ángeles y más tarde en San Pelagio y en San Telmo, en Sevilla.
Después de muchos años sin vernos alguien tuvo la buena idea de juntar a los antiguos compañeros del Seminario. Sería en la casa de Fili. Motivos para esta reunión no hacían falta, simplemente el juntarnos los amigos que tantos años habíamos compartido: estudios, inquietudes, amistad y rezos. Pero José María, médico de profesión, sabía de la enfermedad de un compañero, Antonio Lara. Un maldito cáncer iba lentamente comiéndose su vida y estaba ya en una fase muy avanzada. Ya sobraban motivos y excusas para reunirnos. Y allí, un sábado por la mañana, de no recuerdo qué mes ni qué año (creo que hace ya casi veinte años) llegamos, muchos incluso con los niños aún pequeños. Abrazos, recuerdos y presentaciones. Charlas largas y distendidas recordando aquellos años que compartimos, primero en los Ángeles y más tarde en San Pelagio y en San Telmo, en Sevilla.
Poco antes
del mediodía apareció Antonio Lara acompañado de Lola, su mujer. Los
signos de la enfermedad aparecían marcados en su cuerpo. Le abrazamos y
él, con una leve sonrisa y una pequeña lágrima, fue respondiendo
a cada uno de los que allí nos habíamos reunido.
El día fue
largo. Charlamos y recordamos. Reímos y añoramos todos los años
compartidos. Durante la comida él apenas probó bocado: “José María me ha
dicho que esto no lo debo comer” y es que Antonio Luna había
puesto para degustar un sabroso plato de jamón.
En los
Ángeles apenas si tuve relación con él. Las amistades en esta época eran más
bien por paisanaje o por haber coincidido en el dormitorio, clase… o
simplemente por compartir juegos (pinchoncho, futbol en el llano…). En
San Pelagio nos fuimos conociendo un poco más. Su apellido y el mío hacía
que coincidiéramos en alguna actividad o clase. Entre sus aficiones, como a la mayoría de nosotros, estaba jugar al fútbol, y no lo hacía mal.
Muy aficionado al Barça. Aún recuerdo cuando recibió de su querido
club un póster y una foto dedicada de Miguel Reina. En Sevilla tuvimos
bastante más relación. El Seminario de Córdoba lo formábamos un grupo no
muy numeroso dirigidos por tres curas –que en los tiempos actuales se
echan de menos-: Luis, Antonio, Pascual y poco después Pepe González.
Aunque no compartíamos piso los contactos eran más continuos.
Ratos de charla en el patio de San Telmo antes de entrar a clase,
visitas a la “casa madre”, que es como llamábamos al piso donde habitaban
el grueso del grupo cordobés. Ejercicios espirituales en Torrox, San Antonio
en Córdoba… Años en Sevilla, donde ya cada uno fue marcando su
futuro.
La tarde
caía y ya cada uno debía volver a su destino, algunos un poco lejos. Uno
a uno nos dijimos adiós. Le di un fuerte abrazo deseándole su pronta
recuperación. Una triste sonrisa agradeció mis deseos.
Antonio, tu despedida fue el nacimiento de este grupo. Desde entonces cada año nos reunimos para seguir recordando y añorando aquellos años que compartimos y que a muchos nos ayudó a madurar y a enfrentarnos a la vida con fuerza y valentía. Hoy día, con caminos muy diferentes, agradecemos esos años de formación que comenzamos en noviembre de 1963, cuando apenas éramos unos críos.
Antonio, tu despedida fue el nacimiento de este grupo. Desde entonces cada año nos reunimos para seguir recordando y añorando aquellos años que compartimos y que a muchos nos ayudó a madurar y a enfrentarnos a la vida con fuerza y valentía. Hoy día, con caminos muy diferentes, agradecemos esos años de formación que comenzamos en noviembre de 1963, cuando apenas éramos unos críos.
Quiero
recordar también de forma muy especial a mi paisano y amigo Manolo
Estepa , que no muchos años después nos dijo adiós. Y, cómo no, a todos
aquellos que comenzaron con ilusión de niños aquel otoño del 63 y que hoy
ya no están entre nosotros.
José López Pedrosa
Córdoba, 28 de octubre de 2014
Me encanta leer, todo cuanto decís, por el trabajo no he podido estar en contacto con vosotros, como hoy ya jubilado si puedo hacer. Gracias por vuestros comentarios de un pasado, y como podemos observar no olvidamos. Un abrazos, para mis amigos/compañeros. Antonio Camacho
ResponderEliminaro
Muy sencillo pero enormemente extenso de sentimientos. Cuando se escribe con el corazón en las manos, sobran muchas palabras. Gracias Pepe por traernos esos buenos recuerdos.
ResponderEliminarMuchas gracias Pepín por tus comentarios. Os envidio, de verdad, a los jubiletas porque tenéis tiempo para recrearos en estas actividades que tanto nos gustan a todos.
ResponderEliminarSigo sin Internet, pero me he escapado hoy a casa de mi cuñada y me ha faltado tiempo para asomarme al blog del seminario.
Pronto podré volver a estar con vosotros.
Un abrazo.