Crónica de Pedro
Calle Ballesteros
Una crónica como la que nos ocupa reúne prolegómenos, viajes, paseos, cervezas y comida, un helado o copa antes de iniciar las afectuosas despedidas y algunos detalles deleitosos. No quedaría completa sin las vistosas fotos del grupo y del lugar, en este caso a cargo de dos “primeras espadas”: Manuel Jurado Caballero y Miguel López Navarro.
Me encomiendo a mis Guías espirituales y a la Divina providencia para componer el mejor relato posible, capaz de agradar a todos.
Los prolegómenos ya quedaron adelantados en la “Crónica al alimón”, que escribimos para el blog Antonio Roldán y un servidor de ustedes, hace unas semanas.
Resumo brevemente: En conversación telefónica Miguel y yo pensamos en la isla Tabarca, (única isla habitada de la Comunidad Valenciana), como lugar idóneo para pasar el día con Manuel Jurado y nuestras inseparables compañeras Manuela y Mónica.
Después de sopesar distintas opciones resolvimos coger el barco en Santa Pola y no en Alicante. (Desde Alicante la travesía en barco dobla su duración). Miguel no necesitaba más de un cuarto de hora para plantarse en el puerto de Santa Pola desde su residencia en Elx (Elche). Habíamos acordado abordar juntos el barco que parte a las 11 de la mañana hacia la isla y regresar en el último barco de vuelta, el de las 18:30.
Mónica y yo recogimos a Manuela y Manuel a la puerta de su hotel en La Vilajoiosa (Villajoyosa, “La Vila”), al ladito del Montiboli, residencia en otro tiempo de reyes, magnates y famosos.
Gozosos estaban nuestros amigos al presentarnos sin retraso a la cita y también de volver a vernos después de cinco meses. Comprobamos que el afecto mutuo se acrecienta sin que podamos, (ni queramos), evitarlo.
El viaje, de unos 60 Km. hasta Santa Pola, discurrió sin tropiezos, aunque el tráfico era espeso. Manuel nos ilustró por el camino sobre los pintorescos paseos por la costa escarpada y alrededores de La Vila, que había realizado cada mañana con su hija Ana Mª.
Tardamos casi una hora en llegar. Dejé el coche aparcado en el primer hueco que encontré, en previsión de no hallar aparcamiento en la zona del puerto. Rápida ojeada al nombre de la calle para no despistarnos a la vuelta, (Calle Canalejas), y pequeña caminata hacia el puerto.
Al llegar a las 10:30 al embarcadero recibimos mensajes del móvil de Miguel que nos esperaba a pie del barco. Nos pide que corramos porque la embarcación está a punto de salir. Mientras le alcanzamos, saca nuestros billetes para la travesía. (Más tarde nos explicará que ha negociado una rebaja importante en el precio de los mismos, es un crack).
El patrón del barco desde la pasarela nos hace gestos para que aceleremos. Al pasar a bordo nos regaña porque hemos provocado un retraso en la salida del pasaje. Comento entonces al patrón que años atrás me llevaban gratis por ser el último maestro de la escuela de la isla. No pica y me responde que ese privilegio ha caducado hace mucho tiempo. Es igual: hemos cogido el barco que sale media hora antes de lo que habíamos previsto y estamos encantados de navegar en tan claro y bonancible día, animados como si fuéramos chavales.
Buscamos un lugar en cubierta y nos acomodamos. Miguel y Manuel no tardan en disparar las primeras fotos. Manuela, acompañada por Mónica, reza para no marearse. Le sugiero que mire al horizonte relajadamente. El trayecto, de casi media hora, termina felizmente con la arribada al pequeño puerto de la isla. Antes de descender a tierra nos sugieren por megafonía bajar a las bodegas para ver, a través de los ventanales acristalados de la quilla, los pececillos, doncellas, doradas y sargos que parecen asomarse a los cristales para vernos a nosotros. El agua limpísima que rodea la isla nos permitió divisar las rocas y posidonias del fondo marino, algas que se asemejan a la hierba alta.
Durante el recorrido por las murallas, el agua cristalina llama la atención de nuestra pareja de Móstoles. Aprovecho para relatarles que las aguas y fondos que rodean la isla han sido declarados patrimonio natural y reserva marina de España por su saludable y rica biodiversidad. Desde 1986 está severamente penada cualquier tipo de pesca o actividad que atente contra la flora o fauna del entorno marino de la isla.
Breve historia de la isla, obtenida de la Wikipedia:
“La pequeña isla de Tabarca, cercana a África, estaba protegida y gobernada por la insigne República de Génova y habitada desde tiempos inmemoriales por cristianos.
Fue conquistada por el rey de Túnez el año 1741. Una guerra perdida por Túnez años después contra Argel convirtió a los tabarquinos, cautivos del rey tunecino, en cautivos del rey argelino, continuando sus penalidades y trabajos casi otra década. Sólo unas cuantas familias de cautivos lograron quedarse en Argel.
Fray Juan Bautista Riverola, cura agustino, visitó, asistió y consoló a su amado pueblo viajando entre Túnez y Argel durante los años del cautiverio.
Nuestro católico monarca don Carlos III, el año 1759 los redimió con suma liberalidad y magnificencia el día de la Concepción Purísima de María Santísima.
Efectuado el pago de su redención, fueron conducidos a la ciudad de Alicante 394 liberados con su cura agustino.
El Excmo. Conde de Aranda influyó en la decisión del monarca para que la isla Plana de San Pablo fuera el lugar elegido como asentamiento de los antiguos tabarquinos. Por ello esta isla pasó a llamarse “Nueva Tabarca”, aunque ahora se denomine Tabarca, como la isla africana”.
Llegamos a la puerta de Levante o de San Rafael, que da entrada al pueblo, con su arco de piedra caliza modelada por el azote de los vientos. Manuel comenzó allí una nueva tanda de disparos fotográficos. Luego avanzamos por la calle principal, las chicas visitando un par de tiendas turísticas y nosotros pensando en fotografiar la iglesia de San Pedro y San Pablo, recientemente reconstruida; buscando el restaurante Don Gerónimo, que le habían aconsejado a Miguel; o ansiando una cañita fresca.
Enfrente de la iglesia se halla el restaurante buscado. Manuela y Mónica nos divisaron al salir de las tiendas. Todo confluyó afortunadamente en la anhelada cerveza, (ya tenía yo la boca más seca que una mojama).
Me presenté al gerente y camarero del pequeño restaurante, Fernando, como último maestro de la escuela unitaria prefabricada de la isla. Fernando me explicó que el negocio, que él atiende, pertenece a mi amiga Ada, hija del “Foto”, quien desgraciadamente hoy se halla ausente de la isla. Se presentó entonces el hermano de Ada. Cuando le dije quién era protestó alegando que él fue alumno ese curso y no me parezco en absoluto a su maestro.
-¿Cómo se llamaba tu maestro?
-Pedro
-Han pasado unos 33 años desde entonces. He cambiado mucho, peso casi 20 kilos más, pero me sigo llamando Pedro –le contesté.
-A mí me llamaban Chiqui.
Nos dimos la mano. También me saludó un hijo de Ada. Ésta cuenta ahora 48 años de edad. Tenía 15 cuando nos conocimos.
Miguel, que no pierde el tiempo, concertó la comida para la 13:30. Además de los aperitivos de gambitas y boquerones fritos, el menú incluye arroz a banda, ensalada y una gallina por persona. Antes de que Manuel cambiase la cara de sorpresa le aclaré que aquí gallina se refiere a un exquisito pescado de color rosáceo que se nos servirá hervido con una salsa deliciosa.
Paseamos, como es de rigor, por la muralla reformada y alcanzamos la puerta de la Trancada o de San Gabriel, de la misma piedra caliza que la otra puerta e igualmente diseñada por los frecuentes vientos que vienen y van por esta “Isla Plana” o “Nueva Tabarca” como yo por mi casa. Al final del paseo encontramos la tercera puerta, de tamaño algo menor, la puerta de Tierra, de Alicante o de San Miguel, orientada hacia la costa alicantina.
No paré de contarles a mis “compas” detalles y locuras de mi año escolar como habitante de la isla. Miguel, que también conoce bien este rincón del mundo, tomó la iniciativa y nos mostró la cueva del “llop marí”. Cuando yo llegué a la isla, las focas de la cala donde se halla la cueva eran sólo un recuerdo. Imagino que el boom turístico las alejó definitivamente. Miguel fotografió el lugar y nos descubrió una construcción antigua al pie de la muralla, a poco más de un metro sobre el agua del mar: el arco de una vieja puerta tapiada que sugiere un antiguo acceso a la cala.
No es su primer descubrimiento, poco antes nos había llamado la atención sobre una especie de barbacana con dos frentes en ángulo recto y con una serie de pequeñas puertas en la muralla interior. Confesé que no conocía el propósito de aquellas edificaciones. Entre los tres chicos deducimos que toda la construcción debió corresponder a una defensa contra los bucaneros o berberiscos y que las pequeñas puertas del recinto interior de la muralla podían ser la armería del fortín.
A partir de ahí, renunciamos a rematar el paseo llegando hasta la playa y deliberamos buscar pronto alivio a nuestro creciente apetito.
Antes de terminar la segunda caña, el camarero nos trajo la ensalada y los aperitivos. Aprobación general y cata del alioli en las rebanadas de pan. La gallina estaba de rechupete y los chicos atacamos hasta las cabezas, que recuerdan ligeramente a la del rape. Rematamos la comida con el sabroso plato de arroz a banda, unos helados y café.
Abusando de la confianza de Fernando nos quedamos charlando alrededor de la mesa mientras los demás clientes, que llegaron después que nosotros, nos iban dejando solos.
Nos despedimos finalmente de Fernando para salir a pasear la zona esteparia de la isla, donde se halla la Torre de la Guardia Civil, el Faro y el Cementerio, en el extremo opuesto al pueblo.
Miguel se disculpó porque precisaba aliviarse urgentemente. Desapareció entre las chumberas mientras crecían las embestidas de un viento levantisco. Nuestras mozas renunciaron enseguida a continuar el paseo.
Manuela y Mónica se encaminaban hacia el puerto cuando reapareció Manuel, que se había marchado solo a los acantilados. Enseguida se le unió Miguel con cara de satisfacción.
-¡Qué a gusto me he quedado! –comentó al reunirnos de nuevo los tres fenómenos.
El fuerte viento arreció disuadiéndonos también a nosotros de continuar la excursión. Ni siquiera llegamos al Faro. Nuestras chicas nos propusieron coger el barco de vuelta a Santa Pola, a punto de salir. Eran las 6 de la tarde. Adelantamos la hora prevista para el regreso empujados por el incómodo viento desabrido y brabucón.
Durante la travesía de vuelta, Manuel aguantó estoicamente mis explicaciones sobre la Tierra hueca, teoría que no ve nada clara. Luego comentamos la conveniencia de ilustrar la Crónica con unas cuentas fotos y dejar el resto en una galería aparte.
El mar estaba ligeramente picado, aunque el viento, logrado su propósito de expulsarnos de la isla, fue amainando. Manuela llegó bastante mareada a tierra firme, pero no tuvo que utilizar la bolsa de plástico. Sudores, abanicazos de Mónica y abrir la ventanilla la aliviaron lo justo. Cuando, ya desembarcados, se recuperó un tanto del agitado trayecto, confesó que la isla le había gustado mucho, pero que no pensaba subirse a otro barco para volver a visitarla.
Faltan algunos detalles finales. Ofrecí tomar un helado o granizado antes de separarnos. Miguel ponderó la heladería Baldó como la mejor de la zona. Granizados de limón los chicos; helado Manuela; nada Mónica; y yo mi deseado café granizado. (Un día es un día).
Manuel me hizo una jugarreta y pagó las consumiciones a mis espaldas. Se lo perdoné porque a un amigo como él simplemente se le quiere. A cambio de mi generosidad encauzará nuestro regreso por la autopista y pagará el peaje. Así quedamos en paz, ¿no?
Claro, que antes Miguel se despidió de todos nosotros dándonos abrazos, besos y serias advertencias de que irá a visitarnos siempre que quiera y pueda.
El último incidente, al buscar mi coche, enfrentó a Manuel y Mónica en un duelo fratricida de orientación. Yo no recordaba el nombre de la calle en que había aparcado el coche y no lograba orientarme tampoco. Ambos emprendieron la búsqueda por caminos separados. Mónica puso el radar y dio con el coche, pero Manuel y Manuela se nos habían perdido de vista. Me tocó ir a buscarlos rezando para que no se hubieran alejado demasiado. Los encontré enseguida. Manuel me pidió que no relatara el incidente en la Crónica. Le hice ver que, aunque seamos buenos amigos, una petición como esa soy incapaz de cumplirla. Me miró resignado y le prometí que lo redactaría con cariño. Lo importante en este episodio es el empeño y determinación de Manuel en encontrar el coche, y la humildad con que reconoció el error, al que yo mismo le induje con mis suposiciones equivocadas. Manuel es encantador incluso cuando se equivoca, pues nunca culpa a otros. Normalmente arrostra con decisión los encuentros amistosos de los que disfrutamos los demás. Nunca se queja ni pide nada a cambio de sus esfuerzos organizativos. Dichosos aquellos, que como yo, lo tengan por amigo. Gracias, Manuel, y perdóname el relato de la tontorrona anécdota.
Llegamos a la puerta del hotel en que se alojan nuestros amigos y nos despedimos unos de otros lo mejor que pudimos. A la mañana siguiente regresarían a Móstoles y no había más remedio que separarnos para que pudieran descansar y no nos consideraran unos pesados.
Así terminó un día inolvidable del que sólo he relatado los pormenores menos interesantes. ¡En el tintero quedan tantas confidencias personales! Creencias, opiniones e intimidades, que cada uno hemos expresado, no soy quien para comentarlas aquí. Como se dice en el romance del marinero:
“Yo no digo mi canción sino a quien conmigo va”.
Compartimos un hermoso día con el más intachable respeto y el más profundo cariño. Queda la ilusión, habitual entre todos los amigos del blog, de nuevos y maravillosos reencuentros. Un fuerte abrazo y hasta pronto.
Buena crónica, con reencuentro y recuerdos de antaño. Felicidades, al cronista y acompañantes. Y cómo no, a fotógrafos
ResponderEliminarMuchas gracias Paco, por la parte que me toca.
ResponderEliminarComo ves, aprovecho las ocasiones que me brindan los amigos para aparecer de vez en cuando en el blog.
Desde tu excelente semblanza del Seminario menor bajo el epígrafe Relatos de los Ángeles no has vuelto a deleitarnos con ningún escrito, al menos que yo recuerde.
No sé si estuviste en San Pelagio. De ser así me encantaría conocer tus impresiones de aquel lugar y época.
No pretendo ser impertinente, simplemente pienso que si a mí me animáis a escribir para el blog con amables comentarios, yo debo hacer lo mismo cuando me gusta lo que leo.
Un fuerte abrazo.
Pedro
Querido amigo Pedro:
ResponderEliminarSorprendido con tu hiper-crónica por la cantidad portentosa de detalles así como por la fluidez y asequibilidad de la misma a toda clase de lector.
Tú sabes que yo soy más parco en la narración de la anécdota, quizás por eso parezca más hermético.
Me he alegrado mucho de vuestro encuentro en la “fatídica isla de Tabarca”, y lamento no haber podido estar con vosotros.
¡Ay, la isla de Tabarca! ¡Qué de recuerdos me trae! Por la década de los años ochenta, un grupo de amigos, Censi y yo hicimos el viaje en “el transbordador Kontiki” desde el Puerto Deportivo de Alicante hasta Tabarca. La ida, por la mañana, fue agradable incluso nos subimos al piso superior para disfrutar del sol, la vista del mar y la brisa; pero la vuelta resultó espantosa. Se levantó un fuerte oleaje debido al viento de Levante –el famoso Levante alicantino- y estuvimos a punto de naufragar. Los pasajeros íbamos asustados y nos animábamos los uso a los otros pero la guinda la puso el “capitán del Kontiki” cuando ordenó a los dos jóvenes que formaban su “tripulación” que desataran los salvavidas y los chalecos inflables y que comenzaran a entregárselos a los pasajeros… Gritos, alaridos, llantos, maldiciones, improperios…
¡Menos mal que el Levante amainó y pudimos llegar al puerto! Vómitos, mareos, crisis de angustia… La policía y una ambulancia nos esperaban en el muelle. Después de una breve revisión, todo pasó a ser “un buen susto” que se alivió con unos cubatas de cacique-cola en una terraza de la Explanada de las palmeras.
Un fuerte abrazo a ti y a los amigos comunes que tuvisteis la suerte de reencontraros de nuevo.
Genial, amigo Pedro. No te ha faltado detalle alguno por mencionar. No se puede pedir más. Has volcado todos tus sentimientos, de ese rato juntos y de otros del recuerdo, de una forma tan sencilla que ha llegado a ser magistral.
ResponderEliminarMuchas gracias por tus letras.
Un abrazo
Andrés
Querido Antonio:
ResponderEliminarGracias por tu aprecio y amistad.
Como sabes, pasé un curso escolar yendo y viniendo casi todas las semanas a la isla como maestro de su escuelita. Sólo tuvimos una travesía complicada en todo el curso escolar, pero ni de lejos como la que tuvisteis vosotros. ¡Menuda barbaridad!
Lo nuestro no fue tan "fatídico", afortunadamente, aunque sí un poco molesto para Manuela en esta ocasión.
Esta vez la crónica la escribí en caliente, sin dejarla reposar, (como hice en la anterior que "alimonamos").
En cualquier caso, queda, más allá de las palabras, ese aroma amable y afectuoso de la amistad renovada (en uno de tus famosos nudos cartesianos).
Un fuerte abrazo y besos a Censi.
Pedro
Querido Andrés.
ResponderEliminarMe alegra mucho que te haya gustado el relato.
Nunca sabemos si logramos gustar o no. Por eso yo me cuento la historia a mí mismo lo mejor que puedo. (Y luego se la leo a Mónica, a ver qué le parece).
Seguramente tiene razón Antonio en que me he extendido en exceso, pero también la tienes tú en que así he manifestado mejor mis sentimientos.
Te quedo doblemente reconocido: por tus elogios y por venir de un artista como tú.
Un fuerte abrazo.
Pedro