Juventud Contemplativa
Kyrie, eléison
Era la segunda vez que veía aquella inmensa masa de agua azulada con el sol al fondo, el conjunto presentaba un marco de increíble placidez y luminosidad, que devolvía el reflejo de la luz en mil brillos parpadeantes. El tren enfilaba hacia Valencia y algunas barcas de pescadores regresaban a puerto rizando con una estela suave aquella lisa superficie esmeralda.
La luz del amanecer empezaba a animar la mañana, y en los pueblos de la costa que desfilaban por delante de la ventanilla, ya se veía el ajetreo de los vehículos y de las personas que iban a sus trabajos, era agosto del año 1965.
Embobado en el paisaje, se me escapaban los pensamientos hacia lo que hasta hacía bien poco había sido mi universo: Las clases de pre-aprendizaje industrial y los amigos y amigas de Lérida, recuerdo estar abrazados los cuatro llorando en la estación. Aquel adiós a Diego, a Rosa y Montse, estaba seguro de que era para siempre.
El clima en invierno allí era muy duro, y aquella humedad del río Segre inundando de niebla fría el aire, fue determinante para que mis padres decidieran regresar al pueblo de mis abuelos.
En Villafranca al poco tiempo de llegar, ingresé de aprendiz en una fragua-herrería, con la intención de que siguiera aprendiendo un oficio relacionado con lo que ya había estado estudiando.
A mí me pareció bien reencontrarme de nuevo con las planchas metálicas, los perfiles y las gavillas de hierro, las herramientas de trabajo, y aquel olor a quemado de la fragua.
Por las tardes cuando podía, acudía a la parroquia con otros muchachos donde un cura joven llamado Antonio llegado al pueblo, nos impartía charlas sobre la responsabilidad cristiana juvenil (JOC).
Un día sin yo esperarlo, me preguntó si estaría dispuesto a irme a estudiar al Seminario para ser sacerdote, que el gasto estaba resuelto y que le contestara antes de empezar el nuevo curso.
Comenté el tema con mis padres, que en principio no daban crédito, y desde luego no se opusieron, aunque dejaron claro que no me podían pagar gastos de internado. Entonces fui a ver al capellán y acepté el ofrecimiento.
Desde aquí quiero manifestar todo mi agradecimiento a aquellas personas, que sin nosotros conocerlas se ofrecieron gentilmente asumiendo el gasto, para posibilitar el nacimiento de una vocación religiosa desde la oportunidad de la educación y la formación de unos adolescentes.
En mi caso particular, jamás pude imaginar que a mis quince años y trabajando ya de aprendiz, yo volvería a retomar los estudios. Así fue como un buen día siguiendo las indicaciones del capellán, llegué a S. Pelagio y me subí a un autocar junto con otros chicos, que nos llevó al Seminario Menor de santa María de los Ángeles, en Hornachuelos.
En mi equipaje llevaba dos cosas básicas, las mudas de ropa que se pedían con el uniforme obligado, una sotana de las suyas que me dio D. Antonio con su roquete y todo, pues éramos de similar estatura. Y la ilusión por incorporarme a un centro, en donde debería aprobarlo todo otra vez, desde el mismo examen de ingreso.
Santa Dei génetrix
Dejé atrás a los padres, a los amigos y las amigas del pueblo no sin pesar, y me incorporé con mis nuevos compañeros al Centro que estaba ubicado en Hornachuelos, desde la incógnita de no saber como acabaría aquella aventura.
Cuando el autocar nos dejó en la explanada del campo de fútbol, me quedé un poco sorprendido, allí solo se veían chaparros, lentiscos y jaras, también el brocal de un pozo casi a ras de tierra.
Fuimos descargando nuestros equipajes y enseguida llegó una furgoneta en la que los metimos. Luego guiados por los superiores empezamos a bajar por un camino mal asfaltado que nos llevó hasta el enorme edificio del Seminario.
Hoy rememorando aquel tiempo pasado, he intentado ahondar en los sentimientos que experimenté a lo largo de aquella etapa, y en lo que significó para mí como joven adolescente el paso por aquel Centro de enseñanza.
He de reconocer la sencilla manera de como se reconduce la vida de las personas por los designios increíbles del destino, o por la mano generosa del Ángel de la Guarda. En mi caso, apareció delante de mí desde la nada un camino de formación que nunca creí posible, después de dejar la escuela de Oficios en Lérida.
En santa María de los Ángeles me asignaron los superiores una camarilla orientada al lado del río en el dormitorio llamado Beato Juan de Ávila, en la que coloqué mis cosas y me hice la cama enseguida según las instrucciones recibidas.
Al poco de estar allí, noté que los chicos de aquel dormitorio eran mayores que los niños de primero con los que yo me agrupaba, lo que me hizo encontrarme algo más cómodo al verme como ellos.
En primer curso yo me encontraba algo raro entre aquellos compañeros tan pequeños, pero deduje que no era el momento de poner pegas, así que intenté aplicarme todo lo que pude para conseguir nivelar mis conocimientos ante los exámenes que vendrían.
El riesgo era suspender y tener que decir adiós a todo aquel sueño de formación intelectual y humana de primer nivel.
Mater Christi
El primer año en el Seminario, encontré una disciplina educativa que pulió nuestras rústicas maneras en el comportamiento, tanto en la mesa, como en el juego o en la clase. Aprendimos a comer en silencio, y a respetar a los demás desde unos fundamentos de compañerismo y de comunidad.
Para muchos de nosotros que éramos de pueblo, fue un descubrimiento total además del método de los estudios, los hábitos repetidos de la Oración, el tiempo dedicado a la Meditación, y las lecturas de la Biblia oídas y comentadas en Misa.
Para mí aquellas prácticas diarias ya desde primera hora, supusieron un acercamiento paulatino al concepto y el significado de Dios como Padre en nuestras vidas, y de la Religión Cristiana como la mejor guía orientadora.
Algo totalmente diferente a lo que habíamos visto hasta entonces en nuestros pueblos de origen. Se nos descubrió un aspecto nuevo, y unas vivencias interiores muy diferentes a los ritos monocordes, que veíamos en las celebraciones de las parroquias del pueblo.
Mater divínae gratiae
La Misa era presentada en el Seminario como un acto religioso con un claro mensaje de integración comunitaria, desde el sentimiento de la Fe en Dios. La Meditación era vista como una vivencia personal de comunicación espiritual, y la Oración se nos ofrecía como un acto íntimo de reconocimiento, desde la fragilidad de nuestra condición humana, del Poder y la Potestad de Dios Padre, de Jesucristo, y de la Virgen María, que en el Seminario teníamos bajo la advocación de Santa María de los Ángeles.
Yo traté de entender el verdadero significado y contenido de todo el mensaje religioso que se nos enseñaba, como una asignatura más desde la realidad de nuestra vida diaria de estudio y trabajo.
Lo que veíamos allí, no era una retahíla hueca de palabras y de repeticiones incomprensibles, para ser solo oídas por los demás.
A mí al menos así me lo parecía, lo que yo experimenté allí era un verdadero sentimiento interior de aceptación desde la Fe, de unos principios que suponían la base de nuestra existencia como criaturas humanas, dotadas de cuerpo y alma. Un tema sobre el que, andando el tiempo, siempre quise ahondar y aprender para comprender mejor nuestra realidad como seres humanos, responsables e inteligentes. Claramente diferenciados de todos los demás seres vivos existentes sobre la Tierra.
Mater puríssima
Nuestras actividades estudiantiles incluían también variedad de actos de esparcimiento y de recreo. Se realizaban salidas al campo y partidos de fútbol y algunas veces se hacían algunas excursiones a los alrededores, o se representaban funciones de teatro, competiciones de cesta y puntos, se proyectaban películas de cine, y algunas salidas al pueblo de Hornachuelos. No estábamos nunca aburridos, y el marco de la Sierra y del manso río Bembézar, que nos envolvían eran insuperables. En el Seminario aprendí a nadar en la piscina, y luego a curar heridas como enfermero.
Jugando al fútbol fui afianzándome en el grupo de compañeros, recuerdo que solía jugar de defensa izquierdo.
Casi siempre éramos los mismos en el campo: Baena, Barbero, Amaya, Dublino, Filiberto, Estepa, Cabello, Contreras, Luís Enrique, Jiménez Hidalgo, Torrico, Arenas, Jaime, González, Medrán, Cabello, Moreno, Bermúdez, Navarro, Roldán, Montes y un largo etc. cuyos nombres ahora no recuerdo.
Sin olvidar a los superiores que se añadían a nosotros, bien jugando o bien arbitrando como don Lorenzo, don Carlos o don José María.
Nunca fui brillante como futbolista, aunque me gustaba mucho jugar, he de reconocer no obstante que otros compañeros eran mucho más hábiles que yo jugando al fútbol.
Pasado el primer año y tras un largo rosario de exámenes en S. Fulgencio, el segundo año de mi estancia en los Ángeles lo empecé en tercero, sintiéndome más integrado con los nuevos compañeros de clase. Ejercí de enfermero y solo puedo decir que tercero y cuarto se me pasaron volando, y que en quinto curso ya nos quedamos en Córdoba.
D. Gaspar en una ocasión, me regaló un ejemplar de bolsillo del Nuevo Testamento y un Crucifijo de mediano tamaño, de los que solían llevar los misioneros, el cual aun conservo.
Mater inmaculáta
En S. Pelagio éramos menos alumnos que en los Ángeles, pero quizás por esta razón estábamos más conjuntados, al asumir el estudio de un modo más individual y autogestionado.
En Córdoba asistíamos al Instituto Séneca como unos alumnos oficiales, quedando los superiores a partir de quinto curso solo como unos formadores dedicados a lo religioso, casi en exclusividad.
Aquellas clases en el Instituto al que asistíamos mezclados con los otros estudiantes ajenos al Seminario, nos permitieron pulsar otro sentir en cuanto a la formación.
Desde la razón de las ideas impartidas en el Instituto, nosotros contrastábamos con la enseñanza de los otros profesores, todo lo que habíamos aprendido en el Seminario.
No se nos perdió por ello el concepto del Credo, de la Fe y de la honradez adquirida, a la hora de cotejar nuestra formación con las nuevas circunstancias del Instituto.
Creo que nosotros asumimos de forma bastante natural aquel cambio formativo.
Nos encontrábamos a diario en las clases también la discusión política y contestataria del momento, entre algunos de los otros compañeros del aula, apareciendo para mí por primera vez en la calle la propaganda clandestina de las ideas políticas contrarias al régimen político del poder establecido.
Los alumnos en las clases de filosofía, ya estudiábamos el pensamiento existencialista de los filósofos modernos, como Sartre, Feuerbach, Hegel, etc. Quienes se fijaban particularmente en la realidad, para deducir en función del individuo, procurando no especular sobre supuestos imaginados. Al igual que todo lo enseñado en el Seminario, procuré entender el significado social de todas aquellas ideas filosóficas.
Mater Salvatóris
Fue verdad que la imagen de la Iglesia en general nos apareció un poco diferente, al constatar que a lo largo de la historia no todo fueron rosas, pues desde las épocas oscuras del Medievo fueron cometidos muchos actos reprobables esgrimiendo el Credo y la Fe como justificante y argumento.
Esta claridad de articular razonamientos a partir de datos reales, si que la encontramos distinta en el Instituto, quedando marcada una diferencia clara y notoria con respecto a los enfoques formativos que habíamos recibido hasta entonces. Compaginado con el estudio seguía estando el deporte, que solíamos practicar en el patio de cemento en partidos de fútbol interminables, o en el campo de tierra de S. Eulogio al que podíamos ir un día por semana. En alguna ocasión recuerdo que nos vimos con otros compañeros que dejaron el Seminario, y se habían ido a trabajar, a estudiar a otro sitio, o al ejército de voluntarios, también teníamos salidas a nivel individual y en grupos por Córdoba sin la tutela de los profesores, de hecho, cada día íbamos al Instituto por libre, cada cual a sus clases según los horarios de la distribución.
Algunos ya empezábamos a fumar aquellos celtas cortos sin boquilla, y los más atrevidos fumaban un tabaco oloroso en cachimba, y hablarle de tú a los profesores del Seminario, un hecho nunca imaginado. Recuerdo aquellas tapas de aceitunas que tomábamos los fines de semana en los cafés, que circundaban la zona de la Catedral.
Virgo Veneranda
En aquella época pedí permiso a la jefatura, para poder ir a casa los fines de semana y llevar la ropa sucia con una moto que me compraron mis padres, ésto me permitía seguir en contacto con los amigos del pueblo, procurando por mi parte mantener un comportamiento correcto como seminarista.
Enfrente del Seminario al otro lado de la calle, había un colegio de chicas de la Divina Pastora a las que veíamos cuando las ventanas estaban abiertas.
Algunos de nosotros nos hicimos amigos suyos, a fuerza de verlas desde el ventanal grande que se encuentra encima de la puerta principal.
El Celibato obligado representaba otro de los obstáculos más importantes a salvar, al tener que renunciar de pleno a nuestra natural inclinación como hombres, si es que queríamos ser ordenados un día sacerdotes y vivir el resto de la vida como curas.
Sin familia, para así mejor servir a Dios y a la Iglesia Católica, por una imposición posterior a los Apóstoles de hacía unos mil años, que dejó claro: Que, para aspirar a la beatitud espiritual, y servir mejor la función ministerial, el clero se debía abstener de casarse y formar una familia.
Spéculum iustítiae
Para lograr una vida espiritual plena el clero debía ser célibe, emulando así a la figura de Cristo que era célibe, y no se casó ni tuvo hijos.
Desde mi punto de vista, nosotros teníamos vocación de servicio hacia los demás, comprendíamos la importancia del papel formador de la Iglesia en la sociedad como una Institución testimonial del Evangelio, y defensora de los valores morales y espirituales desde la propagación de la Fe, y de las enseñanzas de Cristo.
Pero aquella imposición del celibato nos frenaba en seco, significaba vivir el resto de la vida en soledad entre los demás vecinos como una rara Avis, que se iba distanciando de sus iguales sin formar parte de la comunidad, por la sola obligación de ser un célibe. En lo espiritual entendíamos que el celibato tampoco equivalía a ser garantía de mejores personas, o más dignos ante los ojos de Dios.
Nosotros solo éramos simples muchachos, nuestra responsabilidad social iba a ras de suelo para con los demás iguales: Ni éramos místicos, ni santos, solo personas comunes.
Yo entendía que la Iglesia necesitaba sacerdotes disponibles sin ataduras, solteros, célibes y sin familia. Pues la familia exige cuidados y dedicación a la mujer y los hijos, pero nosotros los seminaristas, solo queríamos ser gente común y corriente.
Cristo presentó una senda de perfección desde el celibato a sus seguidores, para que quien pudiera asumirla la siguiera. Pero no les mandó ser célibes a sus Apóstoles de forma excluyente con el ministerio, ni creo que tampoco ahuyentó a las mujeres que se le acercaban en su vida pública, sino que las trataba desde la igualdad con los hombres, la compasión y el respeto.
Sedes sapiéntae
Dómine, non sum dignus ut intres sub tentum meum; sed tantum dic verbo, et sanábitur anima mea.
Comprendiendo que debíamos elegir pronto entre una cosa y la otra, con todo el dolor de corazón nos debatíamos entre nuestras dudas, procurando digerir aquella pugna de responsabilidades que afectaban a nuestras vidas.
El siguiente paso era marchar a Sevilla para avanzar un escalón más en la carrera eclesiástica, estudiando los cursos de Filosofía y Teología.
Tratábamos de encuadrar nuestras vidas lo más honestamente posible con la realidad social en que vivíamos. Siempre se nos hablaba de ser humildes ante la Potestad de Dios, y de respetar a las demás personas desde un trato de Bondad, Compasión, de Caridad y de Justicia.
En mi caso, como supongo que en el de otros compañeros, me ocurrió que surgió el afecto hacia una chica. Mi formador D. Lorenzo ya me dijo en una ocasión: Que eso era lo normal por nuestra condición de personas, somos hombres y mujeres concebidos para unirnos y formar una familia: Pero que, si yo no me veía como el padre de los hijos de aquella chica, que lo mejor era cortar con ella por lo sano antes de sufrir por ello, y de hacer sufrir a la otra persona innecesariamente.
Rosa mystica
Le hice caso y corté con aquella chica, pero don Lorenzo me dio también con su respuesta la solución a algunas de mis preocupaciones.
Provenientes de nuestros pueblos, muchos de nosotros veíamos a la familia como el soporte fundamental de nuestra estabilidad personal, y creíamos que el ejercicio de la función religiosa no debía estar desligado de ella de forma irreconciliable.
En el curso 1971/72 estando en COU, por un descuido administrativo no se pidió a tiempo mi exención militar como seminarista, mi mayoría de edad me puso en la disyuntiva de dejar el estudio en el Seminario para cumplir con el servicio militar, cosa que quise llevar a cabo con total normalidad como cualquier otro joven.
Aquella experiencia militar me permitió una libertad de acción y una reflexión en soledad, que me hizo adoptar una determinación firme; dejaría el Seminario.
Allí me orienté hacia la vida civil gracias al consejo de un capitán médico, que conocí y que me pareció ser un hombre serio y respetable. Ante mis dudas de seguir para el curso de sargento en Toledo, me aconsejó que, si buscaba en el ejército solo una salida profesional, que mejor era que no lo intentara, pues debía ser vocacional la carrera militar, ya que exigía bastante sacrificio y renuncia personal.
Un consejo que también me valía para solucionar mis dramas internos, ante la disyuntiva de seguir en S. Telmo o decantarme hacia la vida civil, así que me armé de valor y escribí una carta diciendo que lo dejaba.
Una vez licenciado me marché a Badalona, atendiendo el consejo de un compañero que era de allí, un cabo de la misma compañía de un reemplazo anterior, que se ofreció a acogerme en su casa unos días hasta que encontrara trabajo y alojamiento.
Andando el tiempo pude emplearme en una empresa de ámbito nacional, luego casarme e iniciar una vida de familia que gracias a Dios aun perdura.
Vas honorábile
De todas maneras, he de que decir que el Seminario en su conjunto, representó para mí un referente de valores de un altísimo nivel, en todo lo tocante a la educación, la madurez que adquirí como persona desde la Fe, y la actitud ante la realidad de la vida.
He de reconocer que, sin aquella formación espiritual y humanística en el Seminario, yo no habría podido lograr desde mi trabajo de herrero, la madurez personal alcanzada posteriormente como adulto.
Aquella formación recibida me permitió salir adelante con cierta solvencia en el mundo comercial competitivo en el que me tocó vivir después, lidiando con personas de toda la geografía nacional desde la óptica humanística aprendida. Asumiendo a nivel personal la responsabilidad natural de ser honesto en el trabajo, ejercer lo mejor posible de compañero de mi esposa, y de padre de familia.
Consolátrix afflictórum
El rescoldo que nos dejó el Seminario dura en el tiempo hasta el presente, animándonos a muchos de aquellos antiguos alumnos a mantener después de cincuenta años, las ganas de estar en contacto mediante escritos, de saludarnos, aunque sea en la distancia en muchos casos, y de desearnos lo mejor unos a otros después de cincuenta años.
Participando quienes pueden hacerlo, en reuniones concertadas amparados todos por el afecto y el calor de aquellos años vividos como jóvenes estudiantes.
Juan Martín