martes, 29 de septiembre de 2020
Hombre rico... en bondad
viernes, 25 de septiembre de 2020
Día de Ntra. Sr. de La Mercé
La Merced.
El sonido de tu perfumen,
que convertía en sonrisa,
la quietud de tu alrededor;
huele y continúa bullendo.
Por eso, tu, y sólo tu, puedes llamarte,
¡Merche!
Andrés Osado
Córdoba, 24 de septiembre de 2020
viernes, 11 de septiembre de 2020
Valorar en positivo las vivencias pasadas
La Pandemia actual, nos lleva a valorar en positivo las vivencias de otro tiempo ya pasado
Una cultura espiritual y humana.
La vida escolar en el Seminario,
era muy parecida a la de otros colegios que conocí.
Tuvimos la suerte de contar con
un equipo de jóvenes profesores, que nos enseñaban sin una mentalidad arcaica,
como según se decía pasó en otras etapas anteriores.
Aun recuerdo algunos nombres: D.
Gaspar Bustos que era nuestro Rector, D. Fco. Javier, D. Moisés, D. Pedro
Antonio, D. José Mª Lucena, D. Juan, D. Manuel Cuenca, D. Carlos, D. Lorenzo,
D. Emilio, D. Andrés, D. Manuel Hinojosa, D. Eduardo Mármol, D. José Delgado,
D. Antonio Jiménez o D. Fco. de Paula.
Pido disculpas si se me ha
olvidado algún nombre, ya son muchos años.
He de reconocer por mi parte, que
siempre me sentí bien tratado por todos los superiores con los que compartí
clases o tutorías, como es el caso de D. Moisés mi padrino en la confirmación,
o mi director espiritual D. Lorenzo.
En los Ángeles los alumnos del primer curso, eran casi todos unos críos
En el patio sobretodo, se notaba
la enorme distancia que separaba a los mayores de tercero y cuarto curso, del
resto de alumnos más pequeños. Los chicos en el recreo no paraban, jugando a la
pelota, al futbolín, o a cualquier cosa que supusiera gastar mucha energía. Los
mayores más calmados se repartían en grupos, y salvo algunos deportistas natos
incansables, el resto pasaba el recreo charlando o en actividades tranquilas.
Aquella separación se mantenía a
lo largo de los años, un escalafón que marcaba no solo la edad, sino el nivel
académico. En mi caso he de entonar el "Mea culpa", cuando pasé en el
segundo año a tercero, y me olvidé de los compañeros del primer curso.
Ni siquiera mi mayor edad con
respecto a ellos, justificaba que yo me alejara de quienes compartieron conmigo
clases y pupitre. Ahora les pido disculpas por si alguno de ellos lee estas
letras, quiero dejar constancia de lo mucho que me ayudaron a superar aquel
curso, viéndome entre ellos como a una rara Avis.
Aquellas primeras enseñanzas bajo el techo de los Ángeles dejaron
huella.
Sin darnos cuenta, aquel esquema
de vida diario de misa, meditaciones, clases, estudio y rosarios al atardecer,
nos fue dejando a los muchachos de pueblo que tuvimos la suerte de ser becados
como seminaristas, una patina casi invisible que nos marcó un esquema vital,
por el que íbamos a tamizar nuestro futuro a lo largo de la vida.
Recibíamos una formación superior
a la media de los chicos de nuestros pueblos, y el mensaje del Evangelio: Amar
al Dios Creador y al Prójimo, nos llegaba nítido.
Los principios y fundamentos de
la Iglesia, quedaban perfectamente traducidos al nivel de la mentalidad de unos
chicos de pueblo, para los que la vida nunca era fácil. Todos sabíamos bien lo
que significaba el apego a la familia, el trabajo en el campo, compartir con los
hermanos, la disciplina en la escuela, o ayudar en casa. Ese era el horizonte
que teníamos ante nosotros, antes de integrarnos en el mundo de los mayores.
Los contenidos de Fe, nos descubrieron otra visión de la vida.
Desde la Solidaridad con los
demás, los fundamentos del Credo Cristiano justificaban y daban forma a todo
nuestro trabajo de estudio y de preparación diaria, para en un futuro poder
continuar la labor difusora del Evangelio que se nos enseñaba.
Era algo que nos quedaba
implícito, como un denominador común que ya dábamos por sobreentendido. Pasaron
rápidos los primeros cursos que para mí fueron de madurez, en los que gané
autonomía personal, lucidez de pensamiento, y conocimientos.
La vida escolar en aquellos años
Aquella uniformidad educativa nos pulió la conducta, el lenguaje, la actitud personal, y las particulares formas, las rústicas maneras de los pueblos, que luego se nos fueron afinando. Aquel esquema formativo perduraría a lo largo de la vida como adultos. A la mayoría de los que pasamos por aquel centro, se nos quedó indeleble su recuerdo.
Quizás fue mucho tiempo después,
cuando la jubilación nos devolvió a la lectura y a la vida con los nietos, que la
memoria recuperó aquellos años junto al Bembézar. Ahora se le ve más sentido a
aquella enseñanza, ante esta emergencia sanitaria y la necesidad de ejercer la
responsabilidad social, que cada persona debemos demostrar.
Asusta ver la absoluta
mercantilización de la vida alrededor de la moral, la escuela, el trabajo, el
ocio, la vejez y el desarrollo de las personas en todos los niveles.
Todo está pensado para conseguir
un rendimiento lucrativo inmediato a costa de la necesidad de vivir y crecer. Una
carrera desde el mismo comienzo de nacer, devaluando el Respeto Mutuo, la Solidaridad,
el Trabajo o la Enseñanza. Banalizando el Credo, la Familia, la Sociedad de
hombres y mujeres, y el respeto por la Naturaleza.
Desde los primeros pasos, la vida
en precario obliga por necesidad a las personas a tener que sobrevivir en el
medio urbano con unos gastos enormes, perdiendo por el camino su dignidad y sus
derechos. Observar el ejemplo de la Naturaleza y aprender de la Historia son
temas que hoy no venden, la pandemia saca a flote todas nuestras carencias
morales.
Nunca como ahora tantas familias
arriesgaron la vida para irse a la aventura, en busca de un mejor futuro para
sus hijos, esperando encontrar estabilidad, respeto y trabajo.
El miedo nos hará ser más prudentes que la Fe, las Leyes, la Doctrina o
la Cultura
El virus nos hace reflexionar ante
las calles vacías y los comercios cerrados, repasando las cifras de las
víctimas, como si fuera un parte de guerra contra un enemigo invisible, que a
nivel nacional o mundial ataca y destruye esta sociedad materialista.
El mundo al revés, parece que la Inteligencia de la sostenibilidad del Planeta se defiende contra la contaminación humana que arrasa lo que toca, con la desenfrenada actividad del consumo, el dispendio y el despilfarro, mientras mucha gente no tiene futuro.
Los únicos seres poseedores de un cerebro lúcido que un día les sacó de las cavernas, son los Humanos. Inventaron la rueda, la escritura, la cultura y el comercio.
Una Civilización moderna capaz de
llegar a la Luna. Que convencidos de ser los dueños de todo lo que existe, se
obsesionaron con el poder y el lucro, arriesgando la vida en el Planeta
contaminando con basura la Tierra, el Aire y el Mar.
Una Vida terrestre que lleva cientos de millones de años evolucionando, sin que nunca en ese tiempo ningún árbol, animal, insecto, virus o bacteria destruyera el medio ambiente. Un conjunto autosostenible, que obedeciendo el mandato único de la Vida a partir de la materia, el Sol, el agua y el oxigeno, evolucionó hasta este presente que el insolente ser Humano, se está encargando de destruir.
La realidad actual nos pone bien a las claras ante la evidencia de calibrar, lo débiles y pequeños que somos como Criaturas, y como Civilización.
Una raza humana que sigue
caminando sobre la superficie de la Tierra, desde hace cientos de miles de años,
como han hecho otras especies. Un plan de Vida Universal, que supera de largo
cualquier invento terrenal.
Todos somos hijos de la
Naturaleza y herederos para bien o para mal del destino del Planeta, un
ecosistema que es autosostenible, que viaja por el Cosmos como una gran nave
espacial, y que mientras siga equilibrado nos garantizará su protección y el alimento.
La mayor sutileza de la Vida es la capacidad de razonar, la pandemia nos ha hecho ver todas las carencias y contradicciones de la Raza Humana. Se emiten doctrinas, leyes, y normas morales, para luego justificar con argumentos de mercadillo acciones, que justo van en contra de todo lo promulgado, como la dignidad, el respeto por la vida, y el más elemental sentido común.
Juan Martín