martes, 29 de septiembre de 2020

Hombre rico... en bondad

Hace pocas fechas nos ha dejado nuestro entrañable Antonio Molina Baena. Lo sabéis
.

Las cuestiones domésticas del Covid, el cuidado de mis nietos y mi ocupada escribanía en el otro blog me han distraído más de la cuenta a la hora de dedicarle una merecida despedida.

Desde que abandonó el seminario, quizás en sexto de bachiller, la mayoría de los que fuimos sus compañeros y amigos hemos tenido poco contacto con él. Su acentuada vocación y actividad financieras han divergido mucho de las ocupaciones y ocios de muchos de nosotros. Sus paisanos Joaquín Baena y Juan Ortiz, y Pepe Ruz, en los años de Facultad, han sido los amigos más rozados. Aún así, las escasas ocasiones en que nos hemos visto, tanto en grupo como de manera individual, han servido para comprobar la bondad y generosidad que atesoraba, así como el inmenso cariño que le evocaba cualquier asunto relacionado con el seminario.

Aquel chavalote, un hombre ya, que a sus veinte años preguntaba a don Antonio Jiménez si los indios nacían con las plumas puestas de serie, y que tanta hilaridad nos producía a los demás, chaveas de doce años, nos adelantó a todos como un Ferrari adelanta a un Seíllas. En diez años, completó el Bachiller y la licenciatura de Filosofía y Letras. Con una dedicación brutal al estudio, acortó cursos y consiguió convencer a los curas para seguir en el seminario pero desde su casa, como el teletrabajo de ahora. Y no solo eso, sino realizar también, de manera semipresencial, los últimos años de licenciatura en la Universidad Pontificia Gregoriana de Roma. Un talento de persona. En 1976, a sus treinta años, ya estaba dando clases de Filosofía en Puente Genil, su primer destino. En ese año, yo aún estudiaba cuarto de medicina. Una vez obtenida su plaza de profesor de secundaria y destinado en Priego, tan cerquita de su pueblo, brotó en él la fuente vivífica de su arrollador talento para las finanzas.

El emporio comercial y agrícola creado por él y sus hermanos en un pueblo perdido de la subbética, y con una procedencia familiar tan humilde, sería de mención en el Financial Times mismo, si ellos se lo hubiesen propuesto. Porque como genuinos alquimistas del negocio, han convertido en riqueza todo lo que han tocado. Pero no. La empresa familiar ha crecido de una manera apabullante, pero alejada del mundanal ruido, sin otro objetivo que crecer: comprando, cambiando e invirtiendo. Ningún guiño a la galería; ninguna vanidad artificiosa; ninguna propaganda. Y él, Antonio, el hermano mayor, ha sido el alma, el principal artífice. Con el mismo empeño con que obtuvo sus éxitos académicos se dedicó a la economía familiar. Y tocó todos los palos, todos los registros comerciales posibles en su pueblo: discoteca, pisos, olivos, gasolinera, albergue, bares... Y la estrella del negocio: el restaurante de la Estación. En una operación de alta escuela de estrategia, obtuvo todos los terrenos de la Estación permutándolos a pelo con el Ayuntamiento por el local del antiguo cine, de su propiedad, en el centro del pueblo. ¡Toma ya! Un genio. ¡Coño, que hasta chapurreaba japonés y chino para atender mejor a esos clientes tan fieles!

Y ha sido un hombre corriente. Nada de subírsele el dinero a la cabeza. Porque más que de billetes, ha presumido de trabajo. Sencillo y cariñoso, ha empleado tiempo de calidad a su familia: a su mujer, Mari Carmen, de quien se ufanaba de haberla dejado preñada en el viaje de novios; y a sus dos hijos, Antonio y Nicolás, dignos herederos de su afán. Y ahora empezaba el disfrute de sus nietos, como tantos otros de nosotros. "Esta magnífica huerta que acabo de comprar me va  a servir para agasajar a mis nietos y para descansar, por fin, un poco, que ya está bien" -me confesó con mucha ilusión la última vez que lo vi, hará unos seis meses. Lo encontré magnífico.

Pero no fue verdad. Ha seguido trabajando con el mismo coraje. No ha sido hombre de bajar los brazos. Nunca. Por lo que sé, se resintió del corazón. Ingresó en La Cruz Roja y le pusieron varios stents coronarios. Salió de alta un poco precipitada por su prisa, y debió de reingresar a los pocos días, ya para morirse.

He aquí, amigos, un hombre que ha muerto como ha vivido: dando el callo, trabajando hasta el último suspiro. Nada que objetar. Así es como él lo ha querido.

Que el Señor tenga en su gloria a este hombre bueno, generoso y trabajador, a quien todos nosotros seguimos queriendo, orgullosos de haberlo conocido y querido, como aquel muchachote inocente que ingresó en los Ángeles como un hermano mayor. 

viernes, 25 de septiembre de 2020

Día de Ntra. Sr. de La Mercé

HOY, 24 DE SEPTIEMBRE



 









La Merced.

El sonido de tu perfumen,

que convertía en sonrisa,

la quietud de tu alrededor;

huele y continúa bullendo.

Por eso, tu, y sólo tu, puedes llamarte,

¡Merche!

Andrés Osado

Córdoba, 24 de septiembre de 2020 


viernes, 11 de septiembre de 2020

Valorar en positivo las vivencias pasadas

La Pandemia actual, nos lleva a valorar en positivo las vivencias de otro tiempo ya pasado

Una cultura espiritual y humana.

La vida escolar en el Seminario, era muy parecida a la de otros colegios que conocí.

Tuvimos la suerte de contar con un equipo de jóvenes profesores, que nos enseñaban sin una mentalidad arcaica, como según se decía pasó en otras etapas anteriores.

Aun recuerdo algunos nombres: D. Gaspar Bustos que era nuestro Rector, D. Fco. Javier, D. Moisés, D. Pedro Antonio, D. José Mª Lucena, D. Juan, D. Manuel Cuenca, D. Carlos, D. Lorenzo, D. Emilio, D. Andrés, D. Manuel Hinojosa, D. Eduardo Mármol, D. José Delgado, D. Antonio Jiménez o D. Fco. de Paula.

Pido disculpas si se me ha olvidado algún nombre, ya son muchos años.

He de reconocer por mi parte, que siempre me sentí bien tratado por todos los superiores con los que compartí clases o tutorías, como es el caso de D. Moisés mi padrino en la confirmación, o mi director espiritual D. Lorenzo.

En los Ángeles los alumnos del primer curso, eran casi todos unos críos

En el patio sobretodo, se notaba la enorme distancia que separaba a los mayores de tercero y cuarto curso, del resto de alumnos más pequeños. Los chicos en el recreo no paraban, jugando a la pelota, al futbolín, o a cualquier cosa que supusiera gastar mucha energía. Los mayores más calmados se repartían en grupos, y salvo algunos deportistas natos incansables, el resto pasaba el recreo charlando o en actividades tranquilas.

Aquella separación se mantenía a lo largo de los años, un escalafón que marcaba no solo la edad, sino el nivel académico. En mi caso he de entonar el "Mea culpa", cuando pasé en el segundo año a tercero, y me olvidé de los compañeros del primer curso.

Ni siquiera mi mayor edad con respecto a ellos, justificaba que yo me alejara de quienes compartieron conmigo clases y pupitre. Ahora les pido disculpas por si alguno de ellos lee estas letras, quiero dejar constancia de lo mucho que me ayudaron a superar aquel curso, viéndome entre ellos como a una rara Avis.

Aquellas primeras enseñanzas bajo el techo de los Ángeles dejaron huella.

Sin darnos cuenta, aquel esquema de vida diario de misa, meditaciones, clases, estudio y rosarios al atardecer, nos fue dejando a los muchachos de pueblo que tuvimos la suerte de ser becados como seminaristas, una patina casi invisible que nos marcó un esquema vital, por el que íbamos a tamizar nuestro futuro a lo largo de la vida.

Recibíamos una formación superior a la media de los chicos de nuestros pueblos, y el mensaje del Evangelio: Amar al Dios Creador y al Prójimo, nos llegaba nítido.

Los principios y fundamentos de la Iglesia, quedaban perfectamente traducidos al nivel de la mentalidad de unos chicos de pueblo, para los que la vida nunca era fácil. Todos sabíamos bien lo que significaba el apego a la familia, el  trabajo en el campo, compartir con los hermanos, la disciplina en la escuela, o ayudar en casa. Ese era el horizonte que teníamos ante nosotros, antes de integrarnos en el mundo de los mayores.

Los contenidos de Fe, nos descubrieron otra visión de la vida.

Desde la Solidaridad con los demás, los fundamentos del Credo Cristiano justificaban y daban forma a todo nuestro trabajo de estudio y de preparación diaria, para en un futuro poder continuar la labor difusora del Evangelio que se nos enseñaba.

Era algo que nos quedaba implícito, como un denominador común que ya dábamos por sobreentendido. Pasaron rápidos los primeros cursos que para mí fueron de madurez, en los que gané autonomía personal, lucidez de pensamiento, y conocimientos.

La vida escolar en aquellos años

Aquella uniformidad educativa nos pulió la conducta, el lenguaje, la actitud personal, y las particulares formas, las rústicas maneras de los pueblos, que luego se nos fueron afinando. Aquel esquema formativo perduraría a lo largo de la vida como adultos. A la mayoría de los que pasamos por aquel centro, se nos quedó indeleble su recuerdo.

Quizás fue mucho tiempo después, cuando la jubilación nos devolvió a la lectura y a la vida con los nietos, que la memoria recuperó aquellos años junto al Bembézar. Ahora se le ve más sentido a aquella enseñanza, ante esta emergencia sanitaria y la necesidad de ejercer la responsabilidad social, que cada persona debemos demostrar.

 La modernidad ha banalizado los Valores Morales y Humanos.

Asusta ver la absoluta mercantilización de la vida alrededor de la moral, la escuela, el trabajo, el ocio, la vejez y el desarrollo de las personas en todos los niveles.

Todo está pensado para conseguir un rendimiento lucrativo inmediato a costa de la necesidad de vivir y crecer. Una carrera desde el mismo comienzo de nacer, devaluando el Respeto Mutuo, la Solidaridad, el Trabajo o la Enseñanza. Banalizando el Credo, la Familia, la Sociedad de hombres y mujeres, y el respeto por la Naturaleza.

Desde los primeros pasos, la vida en precario obliga por necesidad a las personas a tener que sobrevivir en el medio urbano con unos gastos enormes, perdiendo por el camino su dignidad y sus derechos. Observar el ejemplo de la Naturaleza y aprender de la Historia son temas que hoy no venden, la pandemia saca a flote todas nuestras carencias morales.

Nunca como ahora tantas familias arriesgaron la vida para irse a la aventura, en busca de un mejor futuro para sus hijos, esperando encontrar estabilidad, respeto y trabajo.

El miedo nos hará ser más prudentes que la Fe, las Leyes, la Doctrina o la Cultura

El virus nos hace reflexionar ante las calles vacías y los comercios cerrados, repasando las cifras de las víctimas, como si fuera un parte de guerra contra un enemigo invisible, que a nivel nacional o mundial ataca y destruye esta sociedad materialista.

El mundo al revés, parece que la Inteligencia de la sostenibilidad del Planeta se defiende contra la contaminación humana que arrasa lo que toca, con la desenfrenada actividad del consumo, el dispendio y el despilfarro, mientras mucha gente no tiene futuro.

Los únicos seres poseedores de un cerebro lúcido que un día les sacó de las cavernas, son los Humanos. Inventaron la rueda, la escritura, la cultura y el comercio.

Una Civilización moderna capaz de llegar a la Luna. Que convencidos de ser los dueños de todo lo que existe, se obsesionaron con el poder y el lucro, arriesgando la vida en el Planeta contaminando con basura la Tierra, el Aire y el Mar.

Una Vida terrestre que lleva cientos de millones de años evolucionando, sin que nunca en ese tiempo ningún árbol, animal, insecto, virus o bacteria destruyera el medio ambiente. Un conjunto autosostenible, que obedeciendo el mandato único de la Vida a partir de la materia, el Sol, el agua y el oxigeno, evolucionó hasta este presente que el insolente ser Humano, se está encargando de destruir.

La realidad actual nos pone bien a las claras ante la evidencia de calibrar, lo débiles y pequeños que somos como Criaturas, y como Civilización.

Una raza humana que sigue caminando sobre la superficie de la Tierra, desde hace cientos de miles de años, como han hecho otras especies. Un plan de Vida Universal, que supera de largo cualquier invento terrenal.

Todos somos hijos de la Naturaleza y herederos para bien o para mal del destino del Planeta, un ecosistema que es autosostenible, que viaja por el Cosmos como una gran nave espacial, y que mientras siga equilibrado nos garantizará su protección y el alimento.

La mayor sutileza de la Vida es la capacidad de razonar, la pandemia nos ha hecho ver todas las carencias y contradicciones de la Raza Humana. Se emiten doctrinas, leyes, y normas morales, para luego justificar con argumentos de mercadillo acciones, que justo van en contra de todo lo promulgado, como la dignidad, el respeto por la vida, y el más elemental sentido común.                                                                                                          

Juan Martín