EN ESTA ORILLA
"Y el mayor bien es pequeño;
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son...Calderón de la Barca
-Manolo, no te enrolles tanto con las fotos que nos quedamos atrás.
-Vale. Ya vuelvo con vosotros.
Es mi amigo Pedro. No me quiere dejar solo ni un minuto. Desea que le haga de guía particular e ir comentando juntos cada una de las dependencias del Seminario. Está como un niño con zapatos nuevos. Después de tantos años transcurridos, tenía muchísima ilusión por volver a este lugar.
La vedad es que han hecho un gran esfuerzo para venir desde Alicante, él y Mónica su mujer. Lo veo feliz, pero lo tiene todo tan olvidado que da la impresión de que nunca hubiera estado en este Centro y fue su residencia nada menos que durante tres largos cursos.
Por fin se ha podido organizar de nuevo esta visita a Stª Mª de los Ángeles. Temíamos que este primer sábado de junio pudiese ser un día demasiado caluroso, pero se ha presentado con una temperatura tan agradable que nos está permitiendo disfrutar de esta jornada de convivencia.
Hemos empezado la visita por el ala derecha del edificio, donde está situado el estudio. Un grupo numeroso de compañeros estamos subiendo las escaleras hasta la primera planta. Ya en el rellano, cogemos el pasillo que conduce al estudio. A nuestra derecha está la puerta de entrada a los servicios, los cuales continúan completamente deteriorados, a su lado, otra puerta da paso a un pequeño cuarto que en su día servía de peluquería.
A continuación, 2 aulas acristaladas con cristal opaco, de tal manera que deja pasar la luz del exterior, pero no permite ver con nitidez los detalles del interior. Vuelvo a llegar a la misma conclusión de la anterior visita, que estas aulas no estaban hechas, al menos, durante los cuatro primeros cursos de nuestra promoción del 64. Se debieron construir después.
Observo que nadie dice nada al respecto. El personal va un poco en la inercia, comentando sus opiniones sólo con el compañero de al lado.
Como consecuencia de la construcción de estas aulas, el espacio que ocupa el estudio es mucho más reducido. Tal como está ahora mismo, es imposible que cupieran los más de 230 pupitres de los alumnos que pasamos por aquí, a lo largo de todos los primeros cursos.
Me quedo atrás para sacar unas fotos sin tanta gente. Todas las paredes del estudio lucen perfectamente pintadas de blanco. Me acerco a la pared del fondo, en su parte alta, repintada en rojo, resalta la frase: “Padre santifícalos en la verdad. Tu palabra es la verdad”. Para mi sorpresa puedo ver, a modo de firma, un círculo de unos diez centímetros y en su interior un ángel alado con cuernos.
No puede ser...Esto me parece una conjura satánica. No tiene ningún sentido... Salvo que haya un interés desconocido en ocupar esta estancia como gran sala para los rituales de alguna secta diabólica...
Mientras rechazo estos últimos pensamientos, me apresuro por alcanzar al grupo. Ahora subimos las escaleras hasta la entreplanta donde estaba situado el despacho de Don Moisés. En la subida hemos hecho varios giros dejando atrás sus correspondientes descansillos. Me parecen demasiados escalones, es como si estuviéramos dos plantas más arriba... Por fin llegamos. En la parte izquierda se encuentran los restos de las dependencias que usó mi paisano Don Moisés. Otra puerta a su derecha es la entrada directa al dormitorio de San Francisco Javier. Esta entrada es nueva, antiguamente no existía. El acceso original estaba por las escaleras centrales del comedor, en la primera planta, al final del pasillo que conducía al Coro.
Este dormitorio tiene muy avanzada la reforma. Conserva el tabique central hasta el mismo techo y es muy luminoso por ambos lados. Se ve que las taquillas las están agrandando, de cada 2 están consiguiendo una más espaciosa. Todo apunta a que lo van a seguir utilizando como dormitorio corrido.
En este preciso momento nuestro amigo Antonio Estepa, que hace magníficamente las labores de guía, reclama nuestra atención:
-Chicos. Escuchadme por favor. Me acaban de dar la noticia de que la piscina la están llenando de agua. No nos podemos perder este acontecimiento totalmente imprevisto. Os propongo que nos vayamos rápidamente todos para allá.
La gente comienza a bajar las escaleras con cierta prisa. Protesto para mis adentros...No me lo puedo creer. Lo más lógico sería continuar con la visita a los dormitorios de los pisos de arriba, pero la mayoría desciende completamente encantados con la noticia. Escucho comentarios sobre que algunos han venido preparados con el bañador. Es increíble que haya personas que piensen en todas las situaciones que se puedan dar. Encima si ahora se paran a darse un baño, seguro que no nos dará tiempo a completar la visita a todas las dependencias.
Terminamos la bajada de los últimos escalones. Antes de salir al camino hago la intención de echar un vistazo al dormitorio de camarillas situado enfrente de la Enfermería. Pedro que se da cuenta de mis intenciones, amablemente me dice:
-Manolo no tardes mucho. Nosotros seguimos con el grupo hasta la zona de la piscina. Allí te esperamos.
-Vale. Nos encontramos dentro de unos minutos.
Compruebo que la estancia se conserva igual que en la última visita. Todos los tabiques de separación de las camarillas derribados y los escombros amontonados por el suelo.
Intento calibrar visualmente si en la parte más próxima a la puerta, habría espacio suficiente para albergar un aula, en aquellos tiempos. Llego a la conclusión de que parece algo pequeño pero que bien pudo estar situada en este lugar.
Esta es una duda que me ha asaltado en estos últimos años. En el curso del 64, la distribución de aulas era la siguiente: 2 clases para segundo curso y 3 clases para nosotros los de primero. Por tanto se necesitaban en total 5 aulas. Si arriba, en los soportales del patio grande, sólo había 4 aulas, la pregunta es: ¿Dónde se encontraba la quinta aula?
Lo único seguro es que yo formaba parte de esa clase “errante”. Tengo recuerdos muy nítidos de Don Moisés dándonos clase de Geografía, ocupando los primeros pupitres en el estudio. Incluso de estar haciendo un examen mensual o trimestral de esa materia.
También tengo algunos recuerdos, pero como más borrosos y lejanos, de recibir clase de Don Eduardo Mármol, en esta misma dependencia que ahora contemplo.
Mientras pienso en todas estas dudas salgo hasta el camino. En vez de ir hacia la izquierda en dirección a la piscina, tomo el sentido contrario. Una gran fuerza interior me impulsa para aquella zona. Ahora estoy bajando la pequeña pendiente que lleva hasta la sala de juegos en la que tantos momentos felices hemos disfrutado.
Al pasar por el almez, no puedo resistir la tentación de situarme bajo su sombra y de apoyar mis brazos sobre el muro. Me encanta este lugar, podría pasar horas contemplando el paisaje a solas con mis pensamientos.
En esta orilla del Bembézar, las vistas del río con su entorno de frondosa arboleda y espeso matorral, me serena el espíritu. Si cierro los ojos y dejo fluir los recuerdos, parece que puedo escuchar con total claridad las voces de los que están en la sala de juegos, los golpes de la pelota de ping-pong en la raqueta, los chutes metálicos de la bola del futbolín, los sonidos de las fichas de madera en la mesa del pichoncho...
Que rápido ha pasado el tiempo. ¿O quizás los que pasamos, somos nosotros? No sé. Esto del tiempo tiene una complicada definición. Cada cual tiene una percepción muy subjetiva del paso del tiempo. Dice Sean Carroll en su libro que el tiempo es nuestra manera de saber cuándo suceden las cosas, que marca “momentos”, que mide la duración de esos momentos y que se mueve desde el pasado al futuro, es una flecha unidireccional.
No podemos volver al pasado, pero nuestra mente nos trae recuerdos lejanos, aunque la mayoría los tenemos ya completamente olvidados. Las neuronas se han ido ocupando en otros menesteres más cotidianos a lo largo de nuestras vidas.
Centro mi mirada en la fastuosa ladera de la montaña que tengo enfrente, prácticamente no se distingue el camino, lo cubre la espesura de la vegetación. Me vuelve el recuerdo del pequeño zagal detrás del rebaño de cabras. Sí, es como una imagen recurrente. Muchas veces me he preguntado, qué habrá sido de él, cómo le habrá ido en la vida. Supongo que habrá tenido momentos buenos y otros malos. Ojalá que el balance sea positivo y haya sido, o aún sea, una persona feliz.
Me acerco hasta el gran ventanal de la sala de juegos. Todo está muy oscuro y completamente cerrado, sigue llena de materiales de obra y distintas herramientas. Da la impresión de que las reformas van muy lentas, quizás demasiado.
Observo que a las rejas del ventanal hay anudadas dos cuerdas gruesas, del tipo maroma, minuciosamente colocadas en círculos sobre el suelo del camino. No entiendo qué función pueden tener... La única que se me ocurre es la de poder lanzarlas al precipicio y usarlas para descender por ellas y practicar la escalada.
No sé quién habrá tenido semejante idea. Me parece una completa locura, a nuestras edades no estamos para este deporte tan extremo. Conmigo desde luego que no cuenten...
Ante tanto despropósito, decido que lo mejor es regresar con el grupo, que ya ha debido llegar a la piscina. De vuelta por el camino, me sorprende que la cuesta es mucho más pronunciada de lo que yo recordaba... voy a tener que ir más despacio y con los pasos más cortos. Echo en falta no tener a mano el bastón de senderismo. Qué digo... incluso las botas de montaña, la subida poco a poco se está convirtiendo en un resbaladizo pedregal... Si continúo sudando de esta manera, cuando llegue a la piscina, voy a ser el primero en darme un chapuzón, aunque sea en calzoncillos...
A lo lejos escucho un pitido semejante al sonido que produce un portero automático...
Seguidamente:
-Niñoooo !!! Levántate que ya han llegado los chicos.
Maldita sea.... Esta siesta me he quedado bien dormido... Trato de incorporarme.
–¿Me has oído? – Mi mujer insiste.
-Sí. Ya me levanto.
Oigo por el pasillo los pasos en carrera de mi pequeña nieta que se acerca hasta la habitación.
-Abuelooooo!!! Que ganas tenía ya de verte.
Sentado en la cama se funde conmigo en un cariñoso abrazo.
-Y yo a ti también, preciosa.
Queridos amigos, muchas gracias por leer este “somnus interruptus”. Que en este nuevo año todas vuestras ilusiones se vean cumplidas y nos podamos encontrar en esa deseada visita al Seminario.
Os envío un abrazo fuerte y virtual a todos. Por favor, seguid cuidándoos mucho y como dice nuestro amigo el “Volaor”: sobre todo, SALUD, SALUD Y SALUD.
Móstoles, enero del 2021.
Manuel M. Jurado Caballero