lunes, 13 de septiembre de 2021

UNO MÁS - Pedro Calle Ballesteros

UNO MÁS
Nuestra prisión era un reino

INTRODUCCIÓN
Recojo el guante que me lanza Juan Martín y regreso con mi frente marchita a aquellos años señeros como seminarista cordobés (1965-1971).

Mi forma de relatar es concisa y ajustada, a la medida de mi devastada memoria.

¿Qué añadir a lo ya narrado?

Poca cosa, impresiones, algún detalle lastrado por las dudas y nimias opiniones personales, que a nadie van a sorprender.

Pido disculpas y misericordia por recurrir a varias anécdotas ya conocidas, aunque recauchutadas de otra guisa.

ANTES DE INGRESAR AL SEMINARIO
Antes de viajar con mi padre a Montoro, yo había convivido durante cuatro veranos y un invierno con mi tío Emiliano y con mi adusta abuela Antonina, cuya entereza y espíritu abnegado sólo pudieron socavarlos la terrible soledad de una aldeíta perdida en la inmensa llanura castellana y la escasez de recursos materiales y culturales de aquellos lejanos años cincuenta y primeros de los sesenta. (A mi abuela y a tío Emiliano los encontré en 1965 en Montoro viviendo ya con tía Rosario y tío Constantino instalados unos cuantos meses antes de mi llegada).

El carácter jovial de mi acuariano tío le permitía sobrellevar admirablemente su solitario destino castellano atendiendo sus tres parroquias, cuidando el huerto y cazando, (a veces), palomas a estacazos en una nave destartalada situada entre el recinto eclesial y el cementerio nuevo.

Le ayudé en varias ocasiones a cazar las palomas de la nave vacía, jugándonos el tipo en aquella plataforma de vigas y tablones en estado precario, polvoriento y destartalado que constituía el piso de arriba.

El verano que Eduardo y yo veraneamos juntos en Barahona (1963), también él participó con entusiasmo en la poco ejemplar masacre de palomas, cuyo destino no era otro que rellenar la olla familiar con algo de "chicha".

Tío Emiliano escuchaba todos los días la radio para conocer las novedades del mundo exterior y recibía algún que otro periódico que le hacían llegar de uvas a peras, (El Adelantado de Segovia).

Yo ejercía de monaguillo habitual y exclusivo de mi tío en las parroquias de Barahona de Fresno (a diario), Sequera y Aldeanueva (los domingos).

Nuestra relación era excelente y sólo me regañó una vez y me dio un cachete por distraerle mientras decía misa. Pues, aunque me pidió que dejara de dar volteretas sobre la alfombra del altar, no le hice caso. En la iglesia sólo estábamos en aquel momento tío Emiliano y yo.

Por otra parte se podría decir que mi relación con el estamento católico era buena gracias a él, un alter padre para mí. Estando con él no recordaba los dos tortazos que me propinó el cura de la parroquia de San Frutos, en nuestro barrio segoviano de Valdevilla.

Los brutales tortazos a dos colegas del cole y a mí, (apenas teníamos 7 años), nos los ganamos cuchicheando durante una misa en la que nuestros maestros nos llevaron a todos los escolares a la mentada iglesia.

No recuerdo en absoluto por qué asistimos a aquella misa pero sí recuerdo que desde allí nos marchamos todos a casa sin volver a la escuela. En la sacristía, el hijoputa del cura nos ajustó las cuentas a los tres parlanchines y se aseguró nuestro respeto de por vida, aplicándonos su dura ley, (dura lex sed lex).

Aquellos dos tortazos me dejaron cierta impronta negativa en el cuerpo y en el alma hacia los intermediarios de la divinidad. ¿Para qué maltratarnos si con una somera regañina sobraba?

DESARRAIGO FAMILIAR
Mi padre me acompañó hasta Montoro en el tren. Recuerdo que me mareé un poco y mi padre me compró una tónica en el vagón bar. Bebérmela y potar fue instantáneo.

Mi padre se marchó enseguida tras saludar a su madre y hermanos, pues no le debieron conceder en su trabajo de guardia en la prisión de Segovia más permiso que el preciso. Ni siquiera se quedó a dormir.

En el dormitorio de mis tíos, tío Emiliano me cedió su cama para que no durmiera solo. Un par de días después me situaron definitivamente en el dormitorio de paso hacia el de mi tía y abuela.

Aquella primera noche en el dormitorio donde dormía mi tío Constantino, sentí la pérdida irrecuperable de mi maravillosa vida familiar. La tristeza me desató las lágrimas, que procuré ahogar para que no las escuchara mi tío.

Seguramente logré dormir algo, después de desahogarme largamente en silencio, pues por la mañana me incorporé a la vida de mi nueva familia sin morriñas ni preocupaciones.

La noche siguiente, nada más acostarme, volví a sentir autocompasión y comencé a llorar de nuevo. Pero me dije que no podía estar lamentándome eternamente y que debía sobreponerme y vivir la vida que se me ofrecía sin pensar en mi querida familia.

¿Lo conseguí? No del todo, pues D. Moisés, amigo de tío Constantino a juzgar por una foto conjunta en Villaharta, me preguntó en la entrevista como padre espiritual si echaba de menos a mis padres y hermanos.

No pude evitarlo y lloré a moco tendido sin poder contenerme.

Ahora, cuando mi hermano más cercano, compañero en colegios, trabajos, magisterio… se ha desencarnado inesperadamente y en circunstancias dolorosas y tristes, la vieja herida emocional del desarraigo ha vuelto a sangrar a la hora convenida de intentar dormirme. Ya no me desahogo con lágrimas como entonces pero el ataque de autocompasión es mucho peor.

Mi mujer y mi amigo Francisco me han dedicado una sesión de imposición de manos sanadora con la intervención de seres espirituales de luz invocados por Francisco, que ha revitalizado mi tercer chacra (plexo solar) y descongestionado la opresión que sentía. Me han devuelto la normalidad que había perdido a raíz del deceso fulminante de Eduardo. Muchas gracias a ellos y a cuantos han deseado y propiciado mi recuperación.

En realidad no perdemos nada, pero el EGO lo quiere controlar todo y nos provoca desequilibrios con pensamientos de apego o miedos relacionados con la muerte.

Mi debilidad emocional me acompañará siempre pero debo convertirla en maestra de vida y no en simple sufrimiento inútil propiciado por pensamientos de impotencia.

EL SEMINARIO
Al poco tiempo de recalar en Montoro con todo arreglado para mi ingreso en el Seminario, tío Constantino me llevó en su Seat 600 a Córdoba. Me dejó instalado en el autobús de los seminaristas y se despidió de mí sin mediar más ceremonia. Tras el “pórtate bien y estudia mucho” no quedaba nada que decir.

Luché contra el mareo desatándome los zapatos, canturreando y tratando de distraerme con las vistas de la ventanilla del autobús. Pero al llegar al Llano del pozo bajamos del vehículo y eché la pota. El mareo me impidió establecer contacto con mis futuros colegas y apenas fijarme en las cordiales relaciones de amistad que existían ya entre algunos de ellos.

Mi actitud durante los tres cursos, 1º,3º y 4º en Los Ángeles fue de discreción y prudencia, salvo algún desliz como el de achisparnos un compañero y yo con el vinagre de la comida y salir del comedor alegremente cogidos por los hombros llamando involuntariamente la atención de D. Gaspar, estando ya en 4º.

Me caía mal D. José Delgado porque vigilaba el silencio en las filas, tanto si íbamos al estudio como si nos dirigíamos al comedor, acechando escondido en lugares encubiertos. Me recordaba un poco al cura facha que nos abofeteó y que nos vigilaba desde el altar con miradas amenazadoras.

Aunque a Manuel Jurado le amargó la vida D. José durante unos meses, a mí nunca me regañó o llamó la atención.

Mis simpatías estaban del lado de D. Manuel, D. Francisco Javier y D. Moisés, más amables y de actitud menos severa.

D. Antonio Jiménez y D. Gaspar me imponían mucho respeto, aunque siempre me trataron bien.

El primer curso fracasé en el intento de lograr una plaza en el coro de D. Manuel, pero me lucí recitando poesías, que memorizaba sin gran esfuerzo, en la clase de lenguaje de D. Francisco Javier.

Aunque estaba en 1º, llegué al Seminario con segundo curso aprobado en el colegio de “Los misioneros” de Segovia. Repetí para no ir desfasado en latín y música en los siguientes cursos.

Para mi inclinación deportiva y lúdica encontré tantos competidores feroces que desistí de realizarme en el fulbito o el voleibol del patio y, aunque me esforcé bastante en el pichoncho y el ping-pong, no tardé en comprobar que se perdía todo el tiempo del recreo esperando un segundo turno.

Por todo ello me habitué a pasear, jugar con la pitera, charlar con algún otro compañero sin ansias deportivas, leer novelas, hacer manuales y esparraguear en el momento primaveral oportuno.

Aunque dé una imagen de solitario y poco participativo en mis escritos, tuve buenos amigos y disfrutaba mucho con todas las actividades que no eran rutinarias, como la piscina, el concurso de Cesta y Puntos y las maravillosas excursiones al río, la presa, etc., que no voy a repasar aquí pues habéis disfrutado todos vosotros.

Debo reseñar que deambular libremente los domingos y días festivos por los alrededores y zonas sin edificios del Seminario me resultaba sumamente grato, de igual manera que luego lo sería recorrer Córdoba de punta a rabo con mis buenos amigos y compañeros.

A través de fotos y comentarios de otras crónicas del blog he descubierto que me perdí varias movidas a lugares próximos al Seminario muy particulares e interesantes. Creo que estaba poco atento a lo que pasaba y me dejaba llevar sin preocuparme de nada, ni arrimarme a ningún cura, (vade retro, Satanás).

Volver a visitar el Seminario lo deseo sobre todo por recorrer los alrededores antes que por descubrir la ruina de los edificios.

A excepción de algunos recintos que aún perviven en mi memoria, como el comedor, la sala de estudio o la clase que tenía un acceso a una pequeña terraza, el resto de las edificaciones tiene escaso interés para mí.

Con el paso del tiempo el grupo de mis amigos se fue estabilizando y la vida de seminarista en Los Ángeles se me hizo más que llevadera, como en la novela “Nuestra prisión es un reino”.

El día de los padres me parecía simpático y ajeno, y me permitía soltarme un poco en el ping-pong y el pichoncho.

Sin embargo, mis padres, eso me dijeron, consiguieron hacerme llegar media docena de pasteles inesperadamente durante aquel primer curso.

A través del péndulo he podido concretar que mi tío Constantino hizo llegar el dinero a D. Moisés, quien se encargó de comprar los pasteles y dármelos en el comedor. Repartí cinco forzado por la situación y me comí uno.

Estando en Preu mi padre me visitó en San Pelagio, llevándose una lamentable impresión de mi indumentaria ya avejentada y desfasada a causa de mi crecimiento.

Su indignación recayó sobre mi tía, que sin decirme ni media palabra me llevó en las vacaciones de Semana Santa a un sastre de Montoro para que me confeccionara un traje en condiciones.

Y ya en el colmo de todos los excesos me compró una gabardina en una tienda de Córdoba durante el tercer trimestre. Se la podía haber ahorrado pues apenas la usé y, por supuesto, tampoco se la pedí.

Creo que fue en 4º curso cuando se nos despertó a Argan (Antonio Roldán) y a mí la pasión por la lengua francesa. Argan se las apañó para lograr que D. Pedro Antonio Llamas Trujillo nos autorizara a entrar libremente en su despacho para escuchar en su radiocasete las cintas de francés.

Argan debía tener cierta amistad con D. Pedro Antonio que yo no compartí. Éste no apareció nunca por su cuarto durante nuestras incursiones francófonas.

Un detalle ominoso por mi parte fue comer agritos tiernos con un compañero en una zona próxima a la piscina, arrancándolos a puñados. Aquellos tréboles componían una especie de césped menudo que, por lo visto, consideramos comestible. Sólo “pasturamos” en una ocasión, que conste.

En el Llano del pozo, además de las actividades no deportivas ya narradas, como hacer presas en los regatos tras las lluvias, apedrear encinas para mejorar nuestra dieta con bellotas, jugar a golpear un palito, inclinado sobre una piedra, tras hacerle saltar en el aire con un toque sobre la punta que sobresalía, observar insectos de agua en los charcos más profundos que dejaban las lluvias… también realizábamos a veces ejercicios gimnásticos como el pino, el puente, bajar y subir sobre una pierna flexionada y la otra estirada sin tocar el suelo, volteretas… y paseos a nuestro aire. Todo menos desfogarnos con el fútbol arrebatador al que por fin fuimos invitados al llegar a San Pelagio.

Allí, intenté entrar en el equipo de baloncesto, siendo rechazado. El gimnasio, la huerta y la biblioteca del San Pelagio fueron mis lugares favoritos durante mis tres últimos cursos como seminarista.

Por rematar la época de Los Ángeles recordaré las procesiones cantarinas de mayo por la carretera, en las inmediaciones del Seminario: “…con flores a Marí..ia, que madre nuestra es”, y mi empacho de biblia (me la leí entera durante la meditación de la mañana, estando ya en 4º curso).

DESPEDIDA
Voy a dejar aquí el artículo para no hacerme cansino. Más adelante es posible que os castigue con una segunda parte, pero relajaos…, si acaso, más adelante.

La religiosidad, la fe y el latín no eran mi fuerte, sin embargo los valores humanos emanados de la convivencia y la disciplina, atemperados por la naturaleza, alimentaron y fortalecieron mi espíritu hacia la autonomía y la confianza en mí mismo.

Mucho tengo que agradecer a cuantos me acompañasteis en aquella experiencia, que evidentemente nos abrió el camino de los estudios a la mayoría de nosotros y nos inició en el compañerismo y la amistad, estando inmersos en plena adolescencia.

Dejo aquí también un recuerdo afectuoso a nuestros curas del Seminario y a las monjas que nos hacían la comida, (y la limpieza de la ropa a unos pocos de nosotros).

Recuerdo recoger mi ropa lavadita y bien doblada en la cocina de Los Ángeles semanalmente, mientras las monjas se desenvolvían en sus ocupaciones culinarias diligentemente.

De San Pelagio recuerdo más los zumos, en plan particular, que nos elaboraban amablemente las monjas con las naranjas que les llevábamos recogidas en la huerta algún colega avispado y yo.

Un abrazo cordial a todos los compañeros y compañeras del blog, esperando haber aportado algún entretenimiento con mi participación, tal como me pedía nuestro buen hermano Juan Martín.

Lástima que la ansiada visita a Los Ángeles sea cada vez más complicada. Como todos vosotros, confío en que nos sea posible realizarla, si no este año sí el próximo 2022. 

¡Hasta siempre, amigos!
¡Hasta siempre, querido Seminario!

Pedro Calle Ballesteros

jueves, 9 de septiembre de 2021

Elia, in memóriam


Elia Rodríguez Álvarez de Lara


Desde aquí, en la medida de nuestras posibilidades, rendimos un pequeño homenaje a Elia; la querida hija de nuestros amigos Paqui y Antonio.

Yo llegué a saber de ella cuando Antonio, su padre y entrañable amigo, nos dijo en una ocasión:

—"Si queréis ver a Elia, sale los domingos como co-Presentadora en el programa cultural "Libros con Uasabi" en La 2 de RTVE en un programa de Sánchez Dragó."

Se trataba de un espacio donde se profundizaba por varias contertulias y contertulios, entre ellas Elia, sobre el contenido de un libro de actualidad.

El día señalado acudí con avidez, a ver el programa, no podía hacer caso omiso a ese orgullo de padre que se dejaba entrever en esa recomendación de Antonio. Noté, rápidamente, la valía de nuestra Elia. Su léxico fácil, acompañado de una voz dulce y suave. El programa, junto a Dragó, lo supo llevar a la perfección. Verdaderamente me agradó su saber estar y profesionalidad.

Ya queda esa voz y su linda imagen, impregnadas para siempre entre de los archivos documentales de la televisión.

Pero su recuerdo permanecerá continuamente vivo en nuestros corazones.

Aquí, esta pequeña aportación, pero acompañada de un inmenso agradecimiento a su paso por nuestras vidas.

¡HA SIDO UN PLACER ELIA!

SIEMPRE TE RECORDAREMOS

Andrés Osado
Córdoba, 8 de septiembre de 2021