RETORNO A SANTA MARÍA DE LOS ÁNGELES
Hornachuelos, 26 de octubre de 2022
Afortunadamente tenemos pasado.
¡Que sería de nosotros si no pudiéramos acurrucarnos de vez en cuando en el: a escuchar de sus labios esa canción de cuna que nos hacía dormir sin miedos, o cuando nos susurra al oído momentos dichosos!
El autobús salió a las 9’30 en punto, no del sitio de antaño (calle de la Bodega) sino uno de acorde a los tiempos. Tampoco el día era de los usuales. Eso no importaba, habíamos salido. Cada giro de sus ruedas parecía como si las agujas de nuestro reloj sentimental tomaran un sentido contrario, haciéndonos retroceder en el tiempo. Como si, de pronto, nuestros ojos se hubieran vuelto niños y ávidos de inquietud revolotearan con nueva energía:
Villarubia – Almodóvar – Posadas – Estación de Hornachuelos – giro a la derecha… Hornachuelos.
Cuando, como algunos decían, “dejamos la autovía de Hornachuelos”, nos introdujimos verdaderamente en el túnel de nuestro tiempo. Poco importaba el mal estado del camino. Ángel, nuestro agradable y servicial conductor, al mando del excelente autobús, nos llevó formidablemente. Por cierto, nada que ver con aquel Barreiros amarillo que tan bruscamente nos transportaba cuando era menester.
Los ojos bien abiertos y el corazón latiendo a cien por hora. ¡No parábamos de señalar y comentar lugares!
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Por fin del Campo de Futbol y la Fuente con el Pozo
¡Ya teníamos todos entre 10, 11 o 12 años!
Por fin el último giro a la izquierda, en la explanada del Palo de Banderas y … ¡SANTA MARIA DE LOS ANGELES!
¡Habíamos llegado al comienzo de todo!
Allí nos esperaba José Antonio Moriana, sacerdote responsable de la Residencia San Gabriel, anexa al Seminario. Según nos explicó, está dedicada a reinserción social de personas dependientes (en la actualidad hay catorce personas y una larga lista de espera). Es intención de habilitar habitaciones para Albergue de fines de semana. También en la zona de las cabrerizas de arriba, se va a construir un monasterio para monjes Camaldulenses, de vida contemplativa. Hay dos monjes que, provisionalmente, están utilizando dos habitaciones del Seminario, hasta la finalización del monasterio.
Por lo menos sabemos algo más para lo que está dedicado nuestro antiguo edificio.
Gran parte de la zona baja se había remodelado totalmente. Nuestra mente se puso a recomponer:
Rápidamente, nos vimos corretear por aquellos lugares. Dicho a modo de anécdota y como algo novedoso, con respecto a aquellos tiempos, es que lo primero que hicimos fue identificar ¿Dónde estaban los cuartos de baño? (¡ay la próstata!) Por mucho que retrocedimos en el tiempo, esta situación no logró mejorarse ¡que le vamos a hacer!
El patio de alquitrán, las clases, la sala de los pichonchos, la habitación de los sustos o cuarto del Rector. Una vez en el Comedor, empezaron a circular esas lentejas, chorizos, sopas etc. de las que para algunos eran un auténtico suplicio. Para otros afortunadamente eran una auténtica delicia.
La visita a la capilla la realizamos más concienzudamente. Por supuesto en altar mayor, ahora totalmente diáfano, totalmente blanco sólo lucía una imagen de Nuestra Señora de los Ángeles. Nosotros la pusimos rápidamente en su retablo dorado de estilo barroco. Relucía radiante como siempre. También, desde el coro comenzó a oírse esa voz de otro ángel, Rafa Vilas, que tanto nos sobrecogía, sobre todo en las despedidas. Ubicamos los bancos, los cuadros, los confesionarios etc. Creo que no faltó nada. Todo permanecía en el mismo sitio. ¡Que portentosa es nuestra mente!
No pude bajar a la zona que constituye realmente la Residencia San Gabriel. Algunos lo hicieron y de camino visitaron los alrededores, que aún permanecen inalterables. Podréis ver las fotos.
Es curioso pero debido a mi afán por agarrarme a lo mejor del pasado, cuando miraba, por encima de la primera planta, lo veía todo tal cual lo dejamos. Incluso llegué a contemplar esa serpiente, de algodón que, en algunas mañanas de primavera, venía a visitarnos, en su recorrido por el Bembézar. Me embargaba un sentimiento de paz y alegría. Miraba las caras de los allí presentes y apreciaba los mismos reflejos brillantes, emanados de sus interiores.
Los más niños y posibilitados físicamente, aunque menos traviesos que en otros tiempos, se atrevieron a visitar La Cruz. Otros, en la sombrita, permanecimos sentados en ese poyete que como “el otro día” nos servía de descanso y charla.
No quedó más remedio, pero llegó la hora de abandonar el lugar. Sólo físicamente, porque en nuestro interior seguirá erguido, haciéndonos compañía.
No volvimos con tristeza. Todo lo contrario. Nuevamente nos dispusimos a hacer un repaso de todo lo que nuestra mente tenía impresa y que ese momento nos hacía refrescar.
Ángel nos había reservado un restaurante en el pueblo, el bar “Melojo” Esta vez no nos esperaban los chavales del pueblo para tirarnos piedras, llamándonos “alúas” Se trataba del antiguo Casino del pueblo. Un lugar acogedor y que denotaba entre sus paredes, la huella de su señorial pasado. Si el lugar era exquisito, dentro de su sencillez. La comida también resultó ser formidable. La atención inmejorable.
¿Creéis que faltó aquello que siempre decimos?
No, no faltó. Hubo, como siempre, “caramales”, acompañados de boquerones, tortillitas de camarones y merluza. ¡Toma ya!
Además, tuvimos chorizo frito, ensalada de tomate con atún y una buena paella. ¡Genial!
Tuvimos una amena tertulia. Esta vez no tomamos acuerdos. No era el momento. Aún nos queda la comida de Navidad. Por cierto, hay que animarse para que seamos muchos.
¡Ah! Brindamos, como siempre por todos. Digo todos, porque todas y todos estabamos allí.
Sigamos queriéndonos.
Andrés Osado, 29-10-22