ALGUNOS RECUERDOS PERSONALES DE 6º
EL SECRETO DE CONFESIÓN - PRIMERA PARTE
EL SECRETO DE CONFESIÓN - PRIMERA PARTE
El relato que os quiero contar ocurrió durante el primer trimestre del curso 1969-70. A punto de cumplir los 17 años, estudiábamos 6º en el Seminario de San Pelagio.
Se podría considerar una anécdota de índole menor, una más de cuantas ya habíamos vivido a lo largo de nuestros años anteriores como seminaristas. Para mí también fue así en aquel momento, un episodio más, al que evité conceder demasiada importancia. Sin embargo, con el paso del tiempo lo fui considerando como algo tan odioso, que acabó condicionando significativamente mi forma de entender y practicar la fe.
Previamente en el año anterior, habíamos empezado 44 seminaristas, un 5º curso totalmente novedoso para nosotros, en especial, por el cambio de residencia a Córdoba. Todo era diferente comparándolo con nuestra pasada estancia en Hornachuelos.
Son muchos los recuerdos que conservamos de aquella nueva etapa, por ser más cercanos en el tiempo y también por esa mayor madurez que nos otorgaba la edad.
En ese 5º curso, nuestro director Espiritual fue el Rv. D. Manuel Nieto Cumplido. Le recuerdo como una persona educada, correcta en el trato, pero también algo fría y distante. Tal vez por su carácter intelectual, y porque estaba preparando su tesina de Historia, “pasaba” un poco de nosotros y se centraba más en terminar con éxito sus estudios.
En el 6º curso (eramos 32 alumnos) las cosas cambiaron y el Director Espiritual pasó a ser el Rv. D. Antonio Jiménez Carrillo, que además compaginaba dicho cargo con el de Prefecto de Estudios de Bachillerato. Don Antonio se había moderado mucho en las formas y había mejorado su trato con nosotros, siendo menos severo que en los tres primeros cursos en Stª Mª de los Ángeles. Se notaba el gran esfuerzo que realizaba para dar una imagen renovada, más acorde con los nuevos tiempos que impulsaba la doctrina del Concilio. Pero en el fondo seguía guardando mucha mala uva, propia de su rocosa personalidad.
Como todos recordaréis las funciones del director espiritual eran vigilar nuestras prácticas religiosas y guiar nuestra vida espiritual. A tal efecto la puerta de su despacho estaba siempre abierta para atender y aclarar nuestras dudas. Y al menos una vez al trimestre procuraba mantener una charla personal con cada uno de nosotros.
A partir del primero que llamaba para la entrevista personal, se corría la voz: “Don Antonio está llamando a su despacho…” Desde ese momento todos andábamos un tanto nerviosos, deseando pasar cuanto antes el incómodo “control” y olvidarnos enseguida de aquel trámite que nos sacaba de la dedicación a nuestros estudios.
A finales del primer trimestre, en los primeros días del mes de Diciembre de 1969, me tocó pasar por su despacho. Me encontraba en el estudio, situado en la última planta, (con excelentes vistas al Arco de Triunfo y parte de la Mezquita), cuando recibí el aviso de un compañero. Salí del estudio y bajé por unas pequeñas escaleras hasta el piso de abajo. A la derecha se encontraba la Capilla y casi enfrente, en la segunda o tercera puerta, su despacho.
Llamé a la puerta, me invitó a pasar y, tras un breve saludo, me pidió que me sentara a su lado, en una silla próxima a la suya. Después de un primer intercambio de preguntas con respuestas rutinarias, me planteó que hacía mucho tiempo que no me confesaba con él. Muy cierto, ya que casi todos lo evitábamos. A continuación me sugirió que era el momento oportuno para que lo hiciese.
La verdad es que me resultaba bastante incomodo estar allí aislado, sólo frente a él. Comprendí que no tenía otra alternativa y adoptando una posición de recogimiento, inicié el protocolo de la confesión:
- Cuéntame, hijo, tus pecados…
- Me acuso, padre…, de haber cometido actos impuros de pensamiento y de obra…
- Bueno… Puedes continuar.
- Me acuso de que he sido egoísta y no he ayudado en alguna ocasión a mis compañeros… También he sentido envidia cuando otros han sido mejores que yo…
- Bien, hijo… ¿Pero y de qué más te acusas?
Entonces mi pulso, poco a poco, comenzó a temblar. Cerrando los ojos empecé a buscar dentro de mi mente, entre mis recuerdos, algo que no hubiese dicho.
- Quizás, padre…, mis pensamientos no hayan sido totalmente puros y aunque los he rechazado… puede que durante algún momento me haya recreado en ellos… Por todo eso también me acuso…
- Bien, bien, entiendo lo que me quieres decir, pero estoy seguro que hay algo más.
En este punto mi estado de ánimo empeoró sensiblemente. Casi no podía articular palabra. Me imaginaba estar ante un ser superior con el poder de la penetración mental, al que no podía ocultar nada, pues parecía saberlo todo acerca de mí.
Seguí escudriñando mi memoria y, con la voz ya bastante entrecortada, continué mi exposición auto-acusatoria.
- No sé, padre, quizás en alguna ocasión… me haya acercado a comulgar sin haberme arrepentido suficientemente ante Dios de pequeños pecados de pensamiento o deseo… No sé, padre… Si ha sido así, también me acuso de eso y pido perdón.
- ¡¡Ya…!! –exclamó elevando exageradamente el tono de su voz-. Tú no estás siendo sincero conmigo, porque hay algo más… ¡¡Algo que tú no quieres confesar!!
En pocos segundos mi temblor se transformó en lágrimas. Me sentía tan conmocionado, que no me atrevía a pronunciar ni una sola palabra. La cabeza me estallaba. Tampoco me atrevía a mirarle a los ojos. Estaba convencido de que en ese momento me traspasaba con su mirada y que podía comprobar que ya no había nada mas en mi interior, que mi alma se encontraba completamente desnuda ante él y que la veracidad de mi confesión no debería ofrecerle tantas dudas.
Por fin, entre sollozos, dije:
- No tengo nada más, padre…
Después de un largo e interminable silencio, me contestó:
- Bueno. Bueno, tranquilízate… Sólo quería comprobar que eras sincero conmigo y no me ocultabas nada.
Adoptando una posición paternal, concluyó:
- Yo te absuelvo de tus pecados… En penitencia rezas tres padrenuestros. Y ofrece con devoción la misa de mañana. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
- Amén.
Me levanté, me dirigí a la puerta y mientras salía me pidió que avisase al siguiente compañero, que a continuación quería ver en su despacho. En pocos días debimos pasar casi todos por él.
Regresé al estudio y pasé el aviso. Aunque me encontraba totalmente impactado por la entrevista con Don Antonio, procuré que no se me notara exteriormente y nunca comenté con nadie lo sucedido.
Muchos interrogantes golpeaban en mi cabeza, pero de ninguna manera deseaba volver sobre ellos. Mi conciencia estaba completamente tranquila y, a pesar del mal trago que había pasado, me sentía en paz conmigo mismo.
Manuel Jurado
Móstoles, Enero 2017
Este Señor de sacerdote tenia poco. Extraordinario relato sincero y valiente, un abrazo Manolo
ResponderEliminarRafael gracias por tu comentario. Un abrazo para ti.
EliminarQué crueldad, Manolo!. Y ya con dieciséis años, que éramos unos hombrecitos... A eso se le llama tortura emocional.
ResponderEliminarOtro día os contaré yo algo parecido en una confesión con don Antonio, pero en los Ángeles. Y más picante.
Feliz entrada de año a todos.
Jose Maria, efectivamente ya éramos mayorcitos y al menos nos tendría que haber tratado como tales o al menos dar alguna explicación. Pienso que el acto de la confesión es VOLUNTARIO, y este cura se saltaba todas las normas para conseguir un objetivo que previamente se había marcado. Un abrazo.
EliminarManolo, no sabes cuanto siento lo que tuviste que pasar ante ese ser tan despreciable. Lo tuyo fué entre él y tú, lo mío una ejecución pública, pero las dos situaciones nos dejaron marcados de por vida.
ResponderEliminarAdemás tu relato me confirma que encima era un cobarde.
Lo siento amigo y compañero.
Recibe un gran abrazo.
Pacomo.
Paco lo tuyo fue más grave pues sólo eras un niño y te ejecutó a sangre fría. A mi me cogió mas mayor y aunque lo pasé mal, reconozco que al poco tiempo lo superé y me sirvió para madurar. Un abrazo.
EliminarCorramos un tupido velo.
ResponderEliminar"Manda guevos"
Fco. Sanchez.
"Manda guevos a Sandra que se va de la ciudad..." Paco fiel a tu estilo, breve pero certero. Recibe un abrazo.
EliminarFijaos como sería de mal Sacerdote que terminó dejando, y casándose con una chica más joven que él. Hoy jubilado de Magisterio, reside ocultamente en Pya.Pueblonuevo, siendo poco sociable. Mi hermana tubo a su hijo con él, como profesor, y un día mi hermana le dijo que si me recordaba, y el cambio de tema,de una manera no agradable. Como el solía ser (soberbio)
ResponderEliminarAntonio efectivamente acabó como otros, casándose y seguro que con graves problemas de conciencia. Se lo tiene merecido. Un abrazo.
EliminarTiene cojones, amigo Manuel. Vaya tela el rato que tuviste que pasar. De verdad que siento como si me hubiera pasado a mi. Un fuerte abrazo
ResponderEliminarManuel Rafael te agradezco tu comentario y tus sentimientos. Un fuerte abrazo también para ti.
EliminarGracias a Dios, se que este hombre existió y que estuvo en Los Ángeles cuando yo estuve allí, pero no lo recuerdo y tampoco quiero recordarle. Por otra parte mis confesiones adolecian de poca chicha, asi que nunca fui objeto de sus pesquisas.
ResponderEliminarPacocesar yo creo que tuviste suerte de no tener ningún encontronazo personal con él y sólo en Santa Maria. Algunos lo seguimos padeciendo en San Pelagio. Estoy seguro que hay más historias similares a la mía, durante los cursos de 5° y 6° . Lo que pasa es que los protagonistas no están en el grupo o no las quieren contar, lo cual hay que respetar. Un abrazo.
EliminarMagnífico relato, yo no recuerdo mucho de este personaje, quizás esa forma de mirar que parecía querer penetrar en la mente de los niños que éramos, seguro que lo pasaste fatal y has tenido que sufrir al relatarlo tan bien.Un abrazo compañero
ResponderEliminarAntonio es verdad lo que dices de su mirada penetrante. Parecía que te traspasaba hasta el último rincón de la mente. Además esa media sonrisa entre sibilina y llena de soberbia...
EliminarAunque me he metido mucho en el papel para contar los hechos lo mas rigurosos posible, no lo he pasado mal. Casi me ha divertido comprobar que ellos estaban más equivocados que nosotros. Abandonaron sus votos con enorme escandalo, mientras nosotros, con nuestros defectos y virtudes, hemos sido personas más normales. Un abrazo.
Todos pasamos malos momentos pero, afortunadamente, vivimos tantos buenos que ellos mantienen viva nuestra amistad. Si aún te hace daño, Manolo, desecha este episodio de tus recuerdos y vivamos con alegría nuestro futuro. Un fuerte abrazo. PACO RAYA.
ResponderEliminarPaco acepto y comparto tu consejo. No quedé traumatizado entonces ni persigo fantasmas ahora. Fue una prueba superada y que con el paso del tiempo me sirvió para madurar. He querido compartir con vosotros este relato sin ánimo de revancha. La otra opción era no contarlo. Bueno me lo pensaré. Recibe un cordial abrazo.
EliminarAmigo Manuel, has tenido el coraje de decirnos claramente al relatar el hecho, como eran los modales que se gastaban algunos profesores que se creían más papistas que nadie. Era el contexto de una época gris, que nos envolvía también en el Seminario con personas que no vieron otro mundo diferente.
ResponderEliminarRecuerdo aquellas gafas de cristales oscuros.
Vuestro curso sufrió más que el nuestro aquellos avatares. Nosotros que íbamos en el siguiente año, ya no sufrimos tantos malos tragos.
Al menos yo no los sufrí, o no los recuerdo.
Un abrazo.
Juan Martín.
Juan gracias por tu comentario. Es verdad que nuestro curso sufrió algo más que el tuyo sobre todo los dos primeros años en Hornachuelos. En San Pelagio creo que también, aunque de otra forma y con otro trato. Empezamos en 5°, 44 seminaristas y al inicio del Preu sólo eramos 19. 2 repitieron 6°, por tanto 23 compañeros se quedaron fuera en sólo dos cursos, cuando ya la criba mayor se había hecho en los Ángeles. Es verdad que el nivel de los estudios era más alto, y que algunos por repetidores tuvieron que abandonar, pero creo que hay muchas historias personales detrás .
EliminarSé por muchos datos que has contado, que a ti te fue bien. Me alegro y además eso es lo que cuenta, las cosas positivas. Lo demás forma parte del aprendizaje.
Recibe un abrazo.
¡Vaya historia! Es inquietante. ¿Que hubiera hecho yo si me hubiera tocado pasar por el interrogatorio? Seguramente me hubiera hecho el loco, pero me jodería ser considerado culpable sin saber de qué, como ocurre en "El proceso" de Kafka.
ResponderEliminarComo Juan Martín, yo no sufrí ningún trato inadecuado. Sin embargo considero que los pequeños (o grandes) dramas, que tan vívidamente nos narras revelan un sustrato de dureza que algunos curas no dudaban en evidenciar cuando algo les molestaba. Parece ser que no perdían el tiempo en contemplaciones con sus víctimas.
Pero, aparte de algún que otro sádico y algún prepotente (autoritario), la mayoría, como tú mismo reconoces, eran seres humanos más que aceptables.
Me ha gustado mucho tu testimonio valiente, sincero y sin rencor.
Mi enhorabuena, Manuel.
Pedro
Pedro gracias por tu comentario y por tu valoración hacia mí. Viniendo de un gran devorador de libros y mejor escritor, me llena de satisfacción. Son muchas las experiencias que acumulamos de aquellos años y yo tuve la suerte de compartirlas contigo. Tú las has contado maravillosamente en tus memorias, esperemos que otros compañeros participen y entre todos consigamos hacer ese puzle que nos llena de recuerdos.
EliminarRecibe un abrazo.
Me encanta leerte, Manuel. Se te nota na buenomía hasta cuando recuerdas "putadas" eclesiales.
ResponderEliminarGracias Rafael por tu comentario. Seguramente llevas razón, debido a mi carácter logre sobrevivir tantos años como seminarista, porque te aseguro que "marcado" lo estaba, por lo menos desde el segundo curso.
EliminarRecibe un fuerte abrazo.
Maravilloso relata de la realidad, en lo que concierne a D. Antonio, yo nunca fui a confesar con él, solo cuando me llamaba a su despacho acudí, y leyendo tu historia, me has hecho recordar las bancas que me metía por no acudir nunca a su despacho.
ResponderEliminarPara mí no esistia perdón, llegó a decirme alguna vez, porque los fines de semana ya salía con la que hoy es mi mujer, cosa que nunca confesé a nadie.
Juan gracias por tu comentario. La verdad es que todos evitabamos confesar con Don Antonio. Recuerdo que en la capilla pequeña, poco antes de la misa, algunos días se solía poner a confesar. Muy pocos iban y en cuanto podía se marchaba. Todos esperábamos que se pusiera Don Jose Maria Lucena, Don Manuel Nieto o Don Moisés, por algo sería, no?
EliminarUn abrazo