Esto que hoy os voy a relatar lo cuenta muchísimo mejor que yo Pepe Montes Cubero, a ver si algún día se decide a escribirnos, que este percha guarda en su disco duro más anécdotas curiosas del seminario que el mismísimo Niño de los Ángeles. A Pepe -la verdad por delante- le tengo un aprecio singular, un especial cariño. Primero, porque fuimos muy amigos en los Ángeles, íntimos, coño; él mismo, José Pablo y Jaime fueron los que más calor me dieron, sobre todo en el primer año, tan duro para todos. Y, lo que son las cosas, yo les procuraba el calor que no tenía a otros más pobres de ánimo aún, qué vivencias más extraordinarias, yo diría que sublimes, vaya. Luego, porque en san Pelagio seguimos siendo muy amigos, cómplices y copartícipes de variados eventos de índole académica, deportiva y personal. Y por último, porque mantuvimos contacto frecuente en Córdoba al vivir en pisos de estudiantes vecinos, él estudiante de magisterio y yo, de medicina.
Pepe Montes hace de sus relatos unas historias interminables. Interminables, sí, que no cansinas; domina como nadie la pausa, el suspense; atrapa la atención del oyente de manera que ya no puede escabullirse, ha de ver en qué acaba todo aquello; es un maestro del "tempo", un cuentacuentos para adultos.
Bueno, pues cuenta Pepe Montes que un buen día de nuestro sexto curso, en san Pelagio, estando todos en clase de Filosofía con el insigne don Miguel Castillejo Gorráiz, en aquella clase del patio de cemento, en el rincón lateral izquierdo, ocurrió un hecho insólito. Él lo recuerda mucho mejor que yo, habiendo sido un servidor el protagonista. Estaban don Miguel y su sotana y todo su corpachón, cabezota incluida, explicando los silogismos de espaldas al público, escribiendo en la pizarra los Bárbara, Dario, Celaren... Os acordáis, ¿no?; aquello de premisa mayor, premisa menor y conclusión. No se oía una mosca. El grueso profesor imponía. "Todos los indios son hombres; fulanito de tal es indio; luego fulanito es hombre". De pronto, en el absoluto silencio de la clase se deja oír lo que al principio parece un suave silbido pero que enseguida se descubre lo que es: un pedo de "secretaria", de esos flatos culeros largos, larguísimos, finos, finísimos... Y hasta con su remate final: ¡piiiiiiiiuuuiiiiii....pí! Naturalmente, todos vosotros, mamones, os volvéis hacia mí, como si ningún otro de los presentes hubiera podido ser el artífice de tan tamaño ardid, de tan arriesgada afrenta. Fui yo, a estas alturas para qué negarlo. Era, por entonces, un perito en la emisión de efluvios con sordina, era tal mi confianza que ensayaba mi destreza en cualquier sitio, cada vez con mayor riesgo: en el comedor, en misa, en el cine, en pleno acto de confesión... Y, por supuesto, en clase. No fue adrede, claro que no. Fue un exceso de confianza, ya se sabe, la confianza mata al hombre. Aquello fue un aviso. Desde entonces mido mucho mejor la energía de propulsión y el aguante del compresor, controlo la orientación y fuerzas relativas y contrapuestas de los músculos pudendos y orbiculares que manejan el asqueroso esfínter, adecuo las posturas más idóneas... Todo perfecto para que la flatulencia salga sin remedio en cualquier lugar u ocasión. Le tengo permitido el hedor, según en qué casos; pero pocas veces, el ruido. Un cuesco átono, güero, dicen en mi pueblo. Silencio. Es cosa privada.
Pero no nos distraigamos con aromas; estábamos con don Miguel. Desde la tarima y de espaldas titubea unos segundos eternos. Desearía no haberse enterado de nada pero el hecho es demasiado contundente. El mayor de los silencios jamás conseguido en la clase delata que algo gordo va a pasar. Hace como que se vuelve pero se lo piensa mejor y sigue cara a la pizarra. Cada segundo que pasa es un triunfo para mí. Carraspea un par de veces y hace ademán de seguir escribiendo como si nada hubiese pasado. La clase entera está en vilo. Y yo, haciendo alarde de mi natural imprudencia, me levanto, me vuelvo hacia vosotros pidiendo silencio con mi dedo índice cruzando mis labios, y luego gesticulando con la otra mano para que alguien haga alguna pregunta a don Miguel, para zanjar aquella situación tan agónica. El sesudo profesor, por fin, sigue escribiendo silogismos en la pizarra, alguien pregunta algo, don Miguel se vuelve hacia la clase y en tono socarrón responde con algo así como "pelillos a la mar". La clase entera -y yo con ella- respira.
Pepe Montes y otros de vosotros -mal pensados- siempre habéis creído que don Miguel sabía quien fue el pedorro. Y como fui yo, el chico listo de la clase, no quiso hacer carne. Puede ser. Bien, pues si así fue, se lo agradezco. Y era verdad que a los empollones se nos pasaba más la mano por encima. Eran aquellos tiempos...
Sed buenos... y silenciosos.
El Fili
El Fili
Muy divertida anécdota con detalladísimas incidencias que convierten el pedo furtivo en una pieza musical. Creo que todos sufrimos con los pedos que piden escape en momentos inadecuados. Gestionarlos bien no siempre es fácil. El recurso más frecuente es reabsorverlos y esperar el momento propicio. Lamentablemente a vecea se rebelan y entonces se niegan a salir.
ResponderEliminarDejemos la música contemporánea y comentemos lo que a Pepe Montes concierne. Que fue y es un gran amigo tuyo es simpático y bonito que lo comentes. Pero que es un gran escritor y no nos ofrezca ni un aperitivo de su arte y donosura rememorando lo que él quiera, eso hay que remediarlo. Convéncele que tenga un detalle que se lo vamos a agradecer.
Y por último, Fili, firma tus artículos o pensaré que eres más despistado que yo.
Un abrazo. Pedro
Ya he firmado Pedro; pero advierte que no es necesario. Todos sabéis que he sido yo. Al final, tu propio estilo te delata, es más fuerte que tú mismo. Si me pusiera a escribir de otra manera no me saldría.
ResponderEliminarEn cuanto a Pepe Montes, es un rabo de lagartija, ese no tiene paciencia para sentarse dos horas seguidas en el ordenador. Ya veremos. En cualquier caso, si no lo consigo al menos me contará a mí las historias y yo os las transmitiré.
Un abrazo.
Aquellos silogismos y el árbol de Porfirio, amigo José María, fueron algunos de los principios que nos abrieron a algunos muchas luces apagadas, actuando como frontón de todo lo aprendido.
ResponderEliminarAunque de momento en aquel entonces, algunos solo buscábamos aprobar de la mejor manera posible la asignatura.
A aquellos susurros del submundo, no sabía que también los tenías domesticados. Era públicamente conocida tu maestría con el balón, y tus sobresalientes académicos, pero el dominio de los aires corpóreos era un dato desconocido.
Un abrazo.
Juan Martín.
Vamos, lo que se dice,"Un follón" con disimulo y un poco essollinaito.
ResponderEliminarMe ha gustado, Juan Martín, lo de los susurros del submundo. Habrá que explicárselo también a Antonio Estepa, referente number one de lo escatológico.
ResponderEliminarYa sabes, he sido siempre un empollón atípico, nunca me he pavoneado, me dejaba copiar, era un desastre en urbanidad... Y encima, un pedorro furtivo. Viendo la cosa en perspectiva se diría que demasiado he dado de mí mismo. Jajaja.
No, Paco. Un follón es otra cosa. Se conoce que no atendiste bien la lección de Antonio el año pasado. El follón posee una fuerza y una sonoridad inconfundibles; puede ser ametrallado o cavernoso, pero siempre contundente. Lo mío fue un pedo de señorita, una pildorita pestosa acaso, un valladolidddddddd fino y estiloso. En fin, no me tiréis de la pluma.
ResponderEliminarA mi me sigue quedando una duda: ¿fuiste tu, o no, el aventador o hay que buscar a otro?. Por lo demás te agradezco que nos hagas partícipes de tus recuerdos, así todos los vivimos, tal es la gracia y donaire con la que escribes.Un abrazo.
ResponderEliminarNaturalmente que fui yo, ¿quién si no? Jajajaja.
ResponderEliminarMuchas gracias muchachos por vuestro cariño.
Amigo Fili, está claro, no sólo eres genial contándonos tus andanzas, sino hasta tirándote un pedo. ¿A quien, se le ocurriría hacerlo en presencia de tan "enorme" miembro del cuerpo de profesores? Sólo a tí y a tu gran osadía. Y lo que más me maravilla es que luego te convirtieras, además de músico, en director de orquesta, dirigiendo cuándo callar y cuándo preguntar al profesor. Eres único. Gracias por tan buen rato. Sigue así. Un abrazo
ResponderEliminarJosé Maria: Te felicito por tu gran sentido del humor. La verdad es que nos haces pasar unos ratos divertidisimos, trayendonos a la memoria esas anécdotas tan jocosas, que contadas por ti de esa manera tan peculiar, confirman ese estilo auténtico y desenfadado que tienes.
ResponderEliminarDon Miguel Castillejo internamente pasó un mal rato pues lo metiste en un compromiso serio. Pero era muy listo y supo salir airoso de la complicada situación. Un enfrentamiento con toda la clase por intentar averiguar al flatulento alumno, no le llevaba a ninguna parte.
Recibe un cordial abrazo.
Gracias Andrés. Bueno, por entonces yo no era tan osado. No. No me tiré un pedo, es que se me escapó, me fallaron mis coordenadas de velocidad, cierre y presión. ¡Qué cosas! En aquellos tiempos ninguno de nosotros podía imaginar que aquel profesor sesudo, cabezón y aplicado a sus tareas fuera a convertirse, pasados pocos años, en el monstruo megalomaníaco que llegó a ser. Que el señor lo tenga en su santa gloria y que pueda perdonarle su perversa codicia.
ResponderEliminarAmén.
Querido Manuel, tú solías sentarte cerca mía. Es posible que recuerdes algo de esto. En fin, se trata de divertirnos con nuestras historias de niños y de jovencitos.
ResponderEliminarUn abrazo.
El Fili