Educados en la culpa
Parece evidente que fuimos educados en la culpa.
He buscado una explicación plausible para este hecho, más allá del franquismo y sus valores militaristas, sexistas y fascistas, que imperaban en aquellos días de nuestra formación como seminaristas.
La tradición judeo-cristiana, como es bien sabido, está basada en el pecado original. La ofensa de nuestros primeros padres al Creador con su frívolo desacato, desató la venganza implacable de Dios hacia ellos y sus descendientes (nosotros).
-¡Con que queríais saber tanto como yo! Pues a ver como os las arregláis solitos en el mundo depredador que tengo reservado a los desagradecidos. Ah, y cuando muráis no quiero ni veros. Ya os podéis ir con vuestra amiguita la serpiente al infierno.
Como herencia maldita del pecado original, hemos recibido de Adán y Eva el mundo material, que conlleva el sufrimiento de luchar por la subsistencia diaria penosamente, con enfermedades, vejez y muerte. Sin olvidar el parto con dolor, (anterior a la epidural, claro).
Jesucristo, avatar que nos enseñó la vivencia del amor puro, desinteresado, fue considerado por la Iglesia católica como el único Redentor de la Humanidad ante su padre, Dios Todopoderoso. Gracias a Él, sus seguidores obtendrían el perdón divino al pasar a la otra vida, tras la muerte. Lo demás en la Tierra seguía más o menos igual, (salvo algunas diferencias sustanciales a favor de los ricos, menos “culpables” que los pobres a los ojos de Yahvé).
La filosofía Taoísta y su plasmación religiosa en el Budismo, postulan la existencia humana como una experiencia temporal de las almas, que ansían el retorno hacia su Creador. A través del ciclo de las sucesivas reencarnaciones, el individuo, abandonando sus apetitos groseros, se aquilata y logra merecer la paz de espíritu y la comunión con el Todo.
Nuestros educadores justificaban el Infierno como lugar donde paga sus culpas todo espíritu impuro que no sigue a Cristo y, por tanto, se desvía del recto camino. Su recomendación para esquivar el castigo eterno y merecer el Cielo de los Justos, era cumplir los 10 mandamientos negociados por Moisés con Jehová, (especial hincapié en controlar los instintos sexuales y carnales), y seguir los preceptos de la “Santa Madre Iglesia”, que ofrece siete sacramentos de salvación y misa obligatoria los domingos.
La disciplina, el estudio, la confesión, la oración, la dirección espiritual, la meditación, los garbanzos y los subproductos del venado... pretendían formarnos para que nos domináramos a nosotros mismos. Tan sólo los hombres superiores pueden ser dignos intermediarios entre el mundo espiritual y el de los miserables pecadores. Los “pastores” capaces de dirigir convenientemente al "rebaño" hacia Dios, deben ser mejores que el resto de sus congéneres. Y predicar con el ejemplo, (hasta donde buenamente se pueda, que todos somos humanos).
Por eso los curas, en general, suelen ser personas con gran autocontrol, capaces de escuchar "inocentemente" los errores ajenos (confesión) y manipular la voluntad de los ingenuos (beatos) para que voten a la derecha monárquica, (aunque se dice que hay excepciones).
¿Pretenden ayudar o beneficiarse? ¡Quién sabe! En la gloriosa Cruzada se aliaron al franquismo porque era lo más práctico y pintaban bastos.
Además son sufridos, (los quejicas no aguantan en el Seminario), obedientes (jerárquicos) y solitarios.
Para D. Juan, según Castaneda, son medio brujos, personas poderosas a las que es muy difícil derrotar porque poseen mucha energía y firme voluntad. (Además de tiempo libre).
A la Iglesia católica se la identifica en el Apocalipsis con la gran ramera. Esto es debido a la perversión de los fines cristianos, el amor universal, a favor de los fines particulares del amor mundano. El “Todo esto te daré si postrado ante mí me adoras”, que Jesucristo rechazó, parece ser que muchas “eminencias” lo encuentran interesante.
Nosotros fuimos testigos de algunas rebajas en las exigencias draconianas para alcanzar el “honor” del sacerdocio. También lo fuimos de algunos abusos de poder, aunque la pederastia, afortunadamente, no formaba parte de las tareas educadoras de los curas de nuestro Seminario. ¡Alabado sea el Señor!
Sabemos, sin embargo, que en muchos lugares de España y en el resto del mundo católico occidental se consintió este tipo de abusos durante muchas décadas. La impunidad político-religiosa en este sentido era similar a la de la corrupción político-económica aún candente en nuestra querida España.
La parte positiva de la educación recibida, comentada ya por varios contertulios, fue, también en mi modesta opinión: el sentido de la responsabilidad, la autocrítica, el valorar la vida como servicio a los demás, la moderación, (aunque menos), el compañerismo y la persecución del mérito a través del esfuerzo personal.
Durante mi infancia, adolescencia, juventud y madurez conviví a menudo con mis tres tíos curas. Eran personas dignas, sencillas en su estilo de vida, que nos trataron con respeto y cariño a todos sus sobrinos, y que además eran fieles a sus creencias y tarea espiritual y social.
También he reflejado, como Manuel Jurado, José María Rivera y otros compañeros, mi aprecio a varios educadores del Seminario por su gran humanidad y buen trato.
Mi madre era cristiana de corazón. Cuando su párroco amenazó a l@s parroquin@s que no votaran al P.P. con excluirlos de “su” iglesia, le echó en cara su maniqueísmo. Vivió rezando por todos sus hijos, por los amigos y hasta por los desconocidos. Y puedo constatar que su gran fe le mereció ser “escuchada”.
No pretendo levantar ampollas ni molestar a nadie. Muchas personas que conocemos son ejemplos de amor cristiano. Además siempre he huido del dogmatismo, característico del Catolicismo y del Islam, por lo que estoy abierto a otras opiniones y creencias.
Pero al considerar a la institución llamada Iglesia católica, (a pesar del entrañable Papa Francisco, sor Lucía Caram, el ex jesuita Vicente Ferrer, la madre Teresa de Calcuta, los jesuitas liberales que promovieron la teoría de la liberación, el padre Ángel, otro ex jesuita, Salvador Freixeido y tantos dignos guerreros cristianos, -sólo he mencionado a los más actuales y conocidos-), encuentro que no sigue fielmente las huellas de su amoroso “Maestro”.
Demasiadas posesiones, demasiado boato, demasiado machismo, demasiada hipocresía…
No sé si conocéis el caso de un sacerdote que le dijo a su obispo que la teoría de la reencarnación le resultaba más plausible que la teoría del infierno. El obispo le contestó que así lo creían él también y otras “eminencias”, que eran amigos suyos.
-¿Entonces, por qué no predicamos lo que creemos? -le preguntó el curilla.
-Pues porque no nos interesa, querido –le contestó el obispo.
Desde las primeras comunidades cristianas a la Iglesia católica actual ha llovido mucho, (los Borgia, el papa Luna, la Santa Inquisición, justificada por “Santo” Tomás de Aquino, la barbarie de las Cruzadas, el cisma protestante, el envenenamiento de Juan Pablo I…). Mejor dejo el tema para otros más informados que yo.
Dado que la doctrina católica se asienta en la creencia del infierno no es comprensible que se autodenomine la religión del amor universal y luego se meta en todos los “fregados”.
El temor que florece en la culpa (“arrepentíos pecadores”) proviene de que nuestros “creadores” pleyadianos pretendían utilizarnos como esclavos. La égida por el desierto del “pueblo elegido” explica como intentaron un experimento parcial de domesticación. Nos desactivaron, al crearnos, once pares de cadenas de A.D.N. y nos dejaron dos únicos pares operativos para que no fuéramos tan libres y capaces como ellos. Los científicos consideran cadenas proteicas residuales a las cadenas de A.D.N. desconectadas. A su imagen y semejanza sí, pero bien castrados. Ahora los que se arrepienten son ellos. Y nos llaman “hermanos”.
Del desmadre padre que “disfrutamos” los humanos de la superficie exterior del planeta Tierra, (dejemos a los intraterrestres tranquilos), ¿quién tiene la culpa?
A mí no me miréis. Yo no he sido.
Pedro Calle