jueves, 2 de marzo de 2017

Yo fui solo a ver El Graduado

Pocas películas han podido impactar tanto en el ánimo de un adolescente como aquella de El Graduado. Era para mayores de 18 pero a mí me dejaron entrar, no sé, mi porte serio y formal quizás convenciera al portero.

No recuerdo si fue en nuestro primer curso en san Pelagio, creo que sí, con dieciséis de aquellos años pajilleros. Quizás en junio del 69. 

Gustaba yo de salir en solitario, recreándome a solas de este nuevo placer ignoto de libertad sin vigilancia, sin alejarme mucho, eso sí, no fuera a perderme, desde luego ni intentarlo por Cardenal González ni por la Ribera, calles proscritas de mala vida y peor reputación. Y nunca más allá de las Tendillas, las más de las veces calle Céspedes parriba, calle Céspedes pabajo. Me perdían, no obstante, las faldas plisadas y los pechos ilustrados y apretados de libros y cuadernos que llevaban las mocitas de entonces. Los domingos sí que apiaraba con vosotros. Solíamos ir a misa a una capillita de la Mezquita, y luego nos quedábamos largo rato sentados o jugando en el patio de los naranjos. Y antes del condumio nos tomábamos un "fifty" con una tapa de boquerones en vinagre en el barecillo de la esquina.

Había domingos en que me iba a almorzar a la casa de mi tía Josefa, en la Comandancia de la Guardia Civil. Yo no entraba por la puerta principal en la avenida Medina Azahara, sino por un postigo lateral en todo lo alto de la avenida República Argentina, casi casi dando al parque de los Patos.

Y debió ser uno de esos domingos. Naturalmente, yo ya lo tenía más que pensado. Con la excusa -totalmente creíble en mi caso- de tener que estudiar porque al día siguiente teníamos un examen acorté la sobremesa con mis tíos y mis primos -"chiquillo, con este sol te va a dar un tabardillo, protestaba mi tía-, y saliendo del cuartel, esta vez sí, por Medina Azahara, emboqué enseguida en la calle Julio Pellicer, mi perdición. Porque mis pasos pecaminosos se encaminaron sin remedio, calle abajo, hasta el Cine Cabrera, creo que se llamaba, donde ponían El Graduado. Y entré. Digo si entré. En mis primeras maquinaciones había considerado ir a la película con Bermúdez, Paco Carrillo y Manolo Jurado, gente por entonces tan alelada como yo, con la sana idea de que la culpa, diluida entre tantos, sería menos. Pero finalmente decidí que no, que iría yo solo, como un hombrecito. Y sin la pejiguera de tener que disimular mis emociones delante de nadie.

Sería digno de analizar mi conducta de adolescente con respecto a los pecados. Muy curiosa. Con las pajillas me pasaba igual. Podían conmigo. "De esta no te libra ni la Santísima Trinidad" -parecía sentenciarme una voz interior, el Maligno, sin duda-. Y yo me conformaba a mí mismo con la única defensa posible: "Bueno, da igual, luego me confieso". Y así caía una y otra vez. Lo mismo ahora; durante el paseo hasta el cine no sé la de veces que dudé, que retrocedí y volví a avanzar; que no, que te vas pal seminario; que sí, que no pasa ná, que solo es una película; que no, que es ocasión de pecado; que sí, que es mundología; que no, coño, que no, que sé en qué va acabar todo; que sí, hombre, que sí, que a todo lo más que tengas que confesarte, qué más da una paja que tres... Calle abajo, el sentimiento de culpa me bloqueaba, me sentía observado por la gente a la que yo, en mis remordimientos, le atribuía juicios impíos: "Mirad, mirad, ese jovencito que va por ahí, siendo seminarista y todo, y va a meterse en El Graduado". Pese a todo, siempre ganaba Lucifer. Y es que ahora que lo pensamos, parece que los Ángeles buenos estaban atontolinados por entonces ¿verdad? ¿Dónde estaba aquella tarde mi Ángel de la Guarda?...

Fue muy de agradecer que entrara ya con los trailers empezados, así no tuve que soportar el rigor de las imaginarias miradas acusadoras de los demás espectadores. Me senté donde primero pillé. Desde luego, la película colmó con creces mis expectativas. Primero, las eróticas, para la época, más que suficientes; mi amígdala cerebelosa, el orgánulo que almacena las emociones antiguas, retendrá para siempre aquella escena en que Benjamin se tira a la piscina y en la secuencia siguiente no cae en el agua sino en la cama, encima de la señora Robinson, valiente pérfido putón. Y luego, las musicales. En aquel tiempo yo era un incondicional de Simon y Garfunkel, de manera que disfruté de lo lindo, siendo de ellos toda la banda sonora. Canciones como los sonidos del silencio, el boxeador o puente sobre aguas turbulentas pertenecerán ya para siempre al acervo emocional de mis recuerdos.

Al final, no hubo escabechina culpatoria. Quiero decir que no hubo pecado por mor de la película. Salí del cine más hombre, más maduro, más liberado de como entré. Más seguro de mí mismo. No me sentí observado, la gente ya no tenía porqué saber que yo era seminarista, no me enjuiciaba. Yo mismo me sentí uno más, una personita de la calle. Aprecié en aquella película muchas más cosas, muchos más detalles, de lo que yo iba buscando. Y comprobé que lo erótico, siendo un elemento angular en la misma, no lo era todo. Me enseñó a entender la interpretación, la inocencia juvenil de unos novios (estupendos los bisoños Dustin Hoffman y Catherine Ross), el guión tan turbador -algo totalmente novedoso e inconcebible para nosotros que, aunque recién salidos de un Concilio modernizante, no dábamos para tanto: que una mujer casada y buenorra sedujera a un jovencito imberbe, luego novio de su propia hija, escandaloso-, el ambiente social tan diferente del nuestro en aquella América lejana y desconocida, y, sobre todo, el imponente valor de la música. Fue la primera película que analicé por mi cuenta, mucho antes de los cine forum de los salesianos. Una película impactante, mi primera gran película.


Lo dicho, sed buenos.


El Fili


6 comentarios:

  1. Amigo Fili. Por lo que cuentas no parece que te apuntaras al grupo de cine-fórum del Seminario, aunque mencionas el de los Salesianos. ¿Cómo fue eso?
    Con 17 años también yo me atreví a entrar a una película de mayores de 18 en el mismo cine que tú. No recuerdo ni la película ni el compañero que me acompañó, seguramente Manuel o Luis Enrique. En cambio me acuerdo del temor que sentíamos a que el portero nos pidiera el carnet de identidad y hacer el ridículo.
    Coincido contigo en lo mucho que nos caló la preciosa música de Simon & Garfunkel.
    "El graduado" la vi ya más mayor, y aunque me gustó bastante, no me impactó tanto como a ti.
    Por si a alguien le quedan dudas "el ángel de la guardia son los padres".
    El mundo espiritual existe pero yo aún tengo el acceso algo bloqueado por mi propia estupidez.
    Se me va la olla. Lo siento.
    Recibe un fuerte abrazo y no dejes de escribir.
    Pedro

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  2. Amigo José María, ha sido impresionante la descripción que has hecho de aquel pasado juvenil de dudas y pecados. Y como después de salir del cine te viste liberado de aquellas culpas ilusorias.
    Es un retrato de lo que nos pasaba a la mayoría de nosotros, en una época oscura de culpabilidades, en cuanto empezamos a salir del huevo, descubriendo la realidad de nuestro entorno.
    Un abrazo.
    Juan Martín.

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  3. Querido Pedro, como recordarás mis entretenimientos preferidos eran el fútbol y el estudio. No pertenecía a ningún cineforum, pero recuerdo haber ido con frecuencia a un cine en los salesianos y luego una discusión-debate sobre la película.

    Poca gente de nuestra edad mejor que nosotros para conocer el desgarro interno que produce la maldita culpa pecaminosa. Si yo tuviera que elegir un hándicap en nuestra formación personal durante nuestra etapa lega diría que fue el constante sentimiento de culpa por nuestros pecados. Para mí, fue algo cruel.

    Un abrazo muchachos

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  4. Amigo Jose Maria, me hubiera encantado asistir contigo al estreno de aquella película, era un momento en que todo nos impactaba y lo veíamos con una óptica tan diferente al modelo con el que nos estaban educando que nos dejaba una hueya tan profunda que nunca la hemos podido olvidar.
    Cuando pasado algún tiempo vi el "graduado", aquí en Madrid, muchos matices ya los tenia superados. Eso sí, las melodías han seguido formando parte de nuestras vidas.
    Coincido plenamente contigo que el punto más negro de nuestra formación, fueron los graves problemas de conciencia que nos inculcaron. Es que acababas de confesarte y parecía que tenias que volver a confesar porque no sabias si por recrearte más de tres segundos, en una imagen lasciva, habías vuelto a pecar...Era un sin vivir.
    A mi me costó varios años poder quitarme de encima aquellos pesados "corses".
    Recibe un cordial abrazo.

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  5. Es verdad, Manolo. Pero podemos contarlo con limpieza de conciencia y sin rencor.
    Un abrazo

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  6. La Mezquita, el bar de la esquina. Todavía, décadas después, sueño a veces con sus boquerones en vinagre y el fiti-fiti.
    Un abrazo a todos, amigos.

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