REUNIÓN DE LOS VICARIANOS CORDOBESES
EN CASA DE RAFAEL PÉREZ MOLINA
Córdoba, 22 de febrero de 2018
Iba pensado, para mis adentros, mientras me encaminaba hacia la casa de Toñi y Rafael, en aquello que decía la canción “…México en una laguna…” y rápidamente me acordé de aquel poema del Volaor “y una m…” ¡Qué cuestecita! ¡Lisa como una balsa de agua, pero… to-empiná-pa-rriba! ¿No es verdad, Paco Nieto? Menos mal que era el número tres (aunque se nos figuraba el trescientos) Nos estaba esperando una cara sonriente, la de Rafael. No vayáis a ser mal pensados, la cara sonriente era por la alegría de vernos, no al observar el semblante de asfixiados que traíamos. Enseguida nos ofrecía una cervecita y claro, quien se iba a negar, después del duro ascenso. Eso si, después de haber conseguido algo más de aire en nuestros pulmones.
Una casa preciosa. Al ver la piscina, me acordé de nuestro querido amigo Mateo: hubiera flipado y a la mejor bañado con ella. Allí, en su fondo (nada de norte y sur, sino en el fondo, fondo) ondeaba un majestuoso escudo del Córdoba Club de Fútbol (Pepe López ya se quedó con ganas, pero se contuvo) Lo de ondear, aunque estuviera bajo el agua, me ha quedado chulo, porque lo parecía.
Poco a poco fuimos llegando. Eso, eso, poco a poco. Sin prisas, como estamos acostumbrados los vicarianos (o lo juancojones) Un día vamos a perder los zapatos de tanto correr, para no llegar tarde. Tal vez lo podamos conseguir. Hubo retrasos justificados, por aquello del trabajo y la manifestación de jubilados.
También, nuevas presencias, como las de Juan Ramírez Sánchez y Pedro Rodríguez Sánchez. ¡Cada vez vamos siendo más! Por cierto, cuando digo vicarianos cordobeses, ha de entenderse que se trata del lugar de reunión. No todos vivimos en Córdoba. Por ello, hemos de felicitarlos, pues hacen un gran esfuerzo en venir, especialmente los venidos del último reino de Al-Andalus (Antonio Luna, Manolo Sepúlveda y Pepe Torres). Si alguno vino de más lejos, que lo diga ahora, o calle para siempre. Echamos de menos la presencia de otros vicarianos, sin embargo, no por ello, fueron olvidados. Otra vez será.
Como, los anfitriones, ya se habían dado el lote de trabajar, fue llegar y ponerse manos a la obra, cosa que sus señorías saben hacer perfectamente. Sus señorías saben elegir, los mejores sitios: unos en la sombrita, bajo el amplio pórtico; otros a la intemperie, bajo el amigo sol, tan apetecible en estos días.
Rápidamente, la cervecita, unas patatitas, jamón del güeno y un queso superior. A lo que, más tarde, se añadieron unas aceitunas aliñadas por Pedro Antonio, así como una ensalada de naranja, elaborada por Manolo Ruiz Nieto.
Antes de que sus señorías se aposentaran o se apoltronaran, nos hicimos una trabajosa foto en el borde de la ya mencionada piscina. Digo trabajosa por lo siguiente: la piscina es grande, como puede observarse en la foto, pero para que todos cupiéramos en su borde norte (ahora si) sufrimos lo nuestro. “los de la derecha, correos (con perdón); los de la izquierda más al centro (¿es premonición?)” Cuando ya estábamos jartitos de correnos, Carlitos no encuentra la manera de que la cámara haga la foto. Mira a ver si tiene carrete –léase tarjeta− luego la batería y nada, que aquello no funciona. Muy gustoso, PacoMo, se presta en su ayuda y consigue, por fin, hacer las correspondientes fotos. ¿Saben ustedes qué pasaba? ¡Que-no-tenia-carrete! Mis huesos chillaban y mis músculos se estaban agarrotando. ¡Gracias PacoMo por haberte apiadado de los que estábamos agachados! No quiero pensar lo que tardaremos, dentro de unos años, en hacer una foto de grupo. Entre los muchos que seremos y que aquello de correrse se nos dará aún peor…
Claro, después de tanto sufrimiento, lo seguimos pagamos con las cervecitas, el jamón y todo lo demás. Algunos se instalaron, tan agustito, en sus asientos, que no se levantaban ni para coger jamón: sólo alargaban la mano, cuando pasaba la bandeja por delante de sus narpias. Vivir para ver. Y cuando llegó la hora del vinito, ya ni os cuento. Parecía como si se hubiera puesto un braserito debajo de la mesa, más arrimados aún. Ello motivado porque la jarrita de vino se colocó en el centro. Según los entendidos, excelente brasero, que diga, magistral vino. Y Rafael, venga a sacar viandas y cantaritos de vino. ¡Que saque tenemos todos!
Después de mucho insistir (pero mucho, mucho) conseguimos que sus señorías dejaran de prestar tanta atención a las viandas y prestar atención al asunto que se iba a tratar: la toma de acuerdos. Ahora comprendo que en Hornachuelos, debían tenernos atados y bien atados. Mi opinión es que cada vez, vamos siendo más traviesos (por no decir otra cosa) En fin, tengamos paciencia. Menos mal que, en este asunto, nuestro Manolo Sepúlveda impuso sus dotes de organizador. Gracias Manolo.
En el fondo, como somos buenos chicos, logramos tomar los siguientes acuerdos:
- Ir en autobús a Priego de Córdoba. Siempre que haya número suficiente.
- Comprar un perol, paleta y estrévedes.
- Ir a Hornachuelos, para finales de abril, a ser posible en autobús.
- Acto de recuerdo hacia los padres que aún viven. Se hablará con organizadores de Priego de Córdoba.
Yo no se si fue por los buenos platos y vino qe nos estaban esperando, pero los acuerdos se tomaron en un visto y no visto. Quizás en los parlamentos de nuestro país, se podría tomar esta medida.
Por si aún no era suficiente comida, hizo acto de presencia una exquisita ensaladilla, que minuciosamente fue puesta por delante de los “apacibles sedentes”, o lo que es lo mismo: se le sirvió en un platito, a los que estaban arrimados al brasero. Y más jamón: en ese momento, me acordé de las palabras de los Hermanos Marx… “más madera”
Llegado el momento, nuestro entrañable Paco Sánchez, con la ceremonia que siempre le caracteriza, sacó de su bolsillo el solideo vicarial e imponiendolo, sobre las cabezas de los recientemente incorporados, les fue dando el carácter de “Nuevos Vicarianos”, a saber:
Juan Ramírez Sánchez, Pedro Rodríguez Sánchez, Pepe Torres (García Torres), y Fernando Prior Castro.
Más de uno repitió eso de la imposición, se nota que les gustaba lo de sentirse vicarianos, ¿no es verdad Pedro Antonio? A mi, también.
Nuestra felicitación a los nuevos purpurados vicarianos.
Enseguida, más jamón, más vino y…“croquetas caseras” ¡No se acababa nunca! ¡Qué ricas estaban! Pero no se vayan a pensar que quedaron algunas. Que va, ni mucho menos. Yo, conociendo a Rafael, llevaba dos días sin apenas comer. Me puse hasta la bola.
Sin más dilación, llegaron las ansiadas y codiciadas fabes o habichuelas blancas. Primero hicieron acto de presencia dos relucientes fuentes, ataviadas de lustrosos chorizos y morcillas. Acto seguido, un hermoso y plateado puchero con el contenido “habichuelil”: hermosas, doradas, como regocijándose en un baño de rojizo caldo. Se me figuraba un banquete de los de la Edad Media, de esos que ponen en las películas. Me trajo, también, recuerdos a esas tardes de Santa María de los Ángeles, cuando la merienda se servía en el patio, en esas espuertas, donde una contenía pedazos de pan y otra unas jícaras de chocolate. De esa forma, Rafael, colocando el puchero en el suelo, fue sirviendo, el oloroso y apetitoso manjar, en cada plato que se le iba acercando. Por supuesto, en rigurosa fila.
Se produjo un silencio sepulcral, sólo interrumpido por algún ¡que ricas! Todos saboreando las habichuelas y de reojo, mirando al puchero para ver si quedaban más. Parecía como si aún no hubiéramos probado bocado alguno. Ni que decir tiene, hubo repeticiones. ¡Como no, si estaban para ponerse las botas!
Si creen que aquí se acabó todo, he de manifestar, rotunda y certeramente, ¡no!
Una vez recogidos los platos y demás utensilios en desuso, hizo acto de presencia una descomunal tarta, seguida por una bandeja de pestiños y por otra, no menos ceremonial, de “Piononos” Aquí si que no hay palabras para describir tanto placer. Baste decir que eran de Rute y estaban mejor que… eso que están pensando. Nos quedamos llenos y en plenitud. Parecía que nos habíamos comido al colegio cardenalicio entero. ¡Cómo estaba la sede! He de significar que la tarta fue un regalo de un cuñado de Rafael, gran admirador nuestro. Vayan aquí nuestras más sinceras gracias.
− ¿Quién quiere unas copitas, tengo guindas, anís, licor de café casero o resoli, whisky, ginebra? –dijo Rafael con voz magistral (nunca mejor dicho eso de magistral, ya que esta acostumbrado a elevar su voz en las aulas universitarias)
¿Qué creéis que dijeron los allí reunidos… que no?
¡Anda ya! Todos levantamos las manos, al unísono. Es que no tenemos arreglo.
Dicho y hecho. En un santiamén, ya teníamos las copitas y los espirituosos licores, entre nuestras manos. A la una, a las dos y a las tres, un brindis y para adentro. ¿Hay quien de más?
Como en normal, llegaron la hora de los chistes. Esta vez nuestro Volaor (Antonio Martínez) tuvo un buen acompañante: Fernando Prior. Buenas risotadas echamos. Bravo por ellos.
Después de esto, tuve que marcharme. Menos mal que, un servidor de ustedes, tiene corresponsales, a lo largo y ancho de este mundo. Por ello puedo seguir…
Siguió la diversión durante un buen rato más. Costaba trabajo dejar tan buen ambiente. A pesar de ello, sus señorías, por qué no decirlo, ya “jartitos de comer y beber” fueron, muy a su pesar, abandonando la casa.
Aún permanecieron, unos cuantos. Esos a los que como yo (en otras ocasiones), les cuesta trabajo irse. Menos mal que Rafael es muy bueno y no dijo aquello de Lola Flores “si me queréis, irse” Aunque debería haberlo hecho. Así estuvieron durante un buen rato, hasta que recibieron una llamada:
−Soy Carlitos, mirad por ahí a ver si encontráis una cajita de plástico con los carretes de la cámara.
Costó trabajo discernir eso de cajita, pero puestos manos a la obra, se logró encontrar un estuchito pequeño, del tamaño de un tarjeta gráfica, que contenía dos “carretes” Menos mal, ahí estaba la historia gráfica de ese grandioso día. Quedaron, los buscadores, en entregársela a Carlitos lo más pronto posible. Sinceramente, si yo estuviera pasando lo que le acontece a nuestro Carlitos, no sólo me olvidaría del carrete y de la cajita; me olvidaría hasta de cómo me llamo. Pero ahí lo tenemos, dando el do de pecho. ¡Es grande Carlitos! Te deseamos lo mejor y recuerda que aquí nos tienes. (Me he puesto serio, pero había que decirlo)
Esa búsqueda, dio pié para que los incansables contertulios, dieran por finalizada la velada.
Sólo mencionar que, su Santidad, como es tan bueno: no sólo encontró los carretes, sino que, apiadándose de la tarta y piononos sobrantes, se los llevó como reliquias para que lucieran en sus aposentose. ¡Buen hombre! He de decir que si yo hubiera estado, también me hubiera llevado alguna.
Magnífico e inolvidable día, el que nos hicieron pasar los anfitriones de esa entrañable casa número tres de la “empinada e interminable” calle México. Muchas gracias, parejita. Quedamos todos encantados de vuestra amabilidad. Bravo por vosotros.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
Andrés Osado
Córdoba, 22 de febrero de 2018