Hasta que un día (veinte años más
tarde) alguien llamó a mi puerta
Valencina de la Concepción
(Sevilla). Julio de 1993
-Papi, aquí hay un hombre que
pregunta por Fili…
Es un domingo caluroso de esos de
ola sahariana. A media mañana, antes de que apriete mucho “el Lorenzo”, la
Peque y yo nos estamos empleando a fondo en los cuidados de la piscina; ella,
en mitad del césped, peleando con el toldo por ver si lo doblega, y yo, con el
limpia fondos. Han llamado al timbre de la puerta del jardín y la primera en
llegar es nuestra perrita Candy pero al no poder abrir se queda muy alerta con
su rabillo tieso esperando a mi hija.
Me brinca de repente el corazón
en el pecho al escuchar lo de Fili. Ya nadie me llama así; bueno, quizás
Frasqui, Antoñillo o Rafael, mis amigos del pueblo; ¿pero aquí en Valencina?...
Nervioso, acudo a la puerta. Pero… ¿Cómo es posible?... Me encuentro frente a
un hombre que viene vestido con un mono azul muy raído, de los tiempos de
cuando trabajó en el aeropuerto de Palma; ha cambiado un montón en lo físico,
ha perdido mucho volumen y orondez, pero no cabe duda alguna… Es Agustín, “El
Añoro” de siempre.
-¡Agustín!!!! -lo miro sin
creérmelo del todo mientras le tiendo los brazos.
-¡Sí, yo mismo!!! -me responde
riéndose a su manera de siempre, a carcajada limpia. Y nos abrazamos como si
llevásemos muchos años, tantos como veinte, sin vernos.
-Pero… ¿qué coño haces aquí, y
vestido así, con un mono de trabajo?...
-Nada de particular, que los
domingos me toca repasar los setos.
-¿Pero, qué setos? – pregunto
incrédulo.
-Chiquillo, cuáles van a ser?
Pues los de mi casa…
-Pero… ¿Qué casa, dónde vives?
-No te lo vas a creer -me dice
con esa sonrisa suya amplia que le oculta los ojillos por completo-. Vivo allí
mismo -y me señala un chalet poco más abajo-. En el número 5 de esta misma
calle.
-¿Pero cómo va a ser posible eso,
si yo llevo aquí seis años?
-Ea, pues yo llevo tres.
-¿Hemos sido vecinos tres años
sin saberlo?
-Eso parece.
-La madre que me parió…
-María Josefa Cívico, en efecto
-se carcajea el tío.
Se acerca mi mujer a ver qué pasa
con tanto abrazo y familiaridad con un extraño. Seguramente refunfuñando por lo
bajito creyendo que me estoy escaqueando del trabajo de la piscina. Quien la
lleva la entiende, no sería la primera vez. Ni la última.
-Peque, mira qué cosa, parece
mentira… Este hombretón resulta que es un antiguo amigo mío del seminario, se
llama Agustín…
-Anda, en una semana llevamos
dos, eh -se pone en plan displicente mientras lo saluda con dos besos.
-Bueno, sí, es verdad -digo
mirando a Agustín-. Hace unos días nos tropezamos con Jaime y su mujer en el
Corte Inglés, tío, después de veinte años. Estuvimos cortadísimos. Pero, Peque
-continúo hablando con mi mujer-, la cosa es que Agustín lleva tres años
viviendo ahí mismo, en la casa esa rara de ahí abajo, la de los cimborrios… Y
nosotros sin enterarnos.
De no haber sido por tanta
cercanía con él en el seminario durante tantos años, y, sobre todo, por los
últimos años en san Telmo, no lo hubiera reconocido. Sigue siendo un hombre
ancho, de carnes, pero nada que ver con el último “Añoro” que yo recuerdo. Ha
debido perder veinte kilos por lo menos. Lo hicimos pasar a nuestro porche y,
como era de esperar, no puso reparos a un par de cervezas con su platito de
queso y sus rodajas de caña de lomo. Habrá perdido peso, sí, pero su apetito y
su lustre siguen intactos.
-Oye, ¿Y cómo te has enterado de
que yo vivo aquí?
-Lo que son las cosas,
casualidades de la vida, anteayer mismo coincidí con Jaime en la presentación
de un libro de un amigo común. Él fue quien me dijo que vivías aquí, que, por
lo visto, se encontró con vosotros el otro día. Y se quedó tan extrañado como
vosotros cuando se enteró de que también yo vivo a vuestro lado sin saberlo.
¡Qué cosas!
Y nos contamos nuestras vidas, es
natural. Él terminó Teología en san Telmo, con Pedro y otros compañeros de su
curso, del 63; pero no fue ordenado sacerdote por una trifulca de las suyas con
el cardenal de Sevilla, Monseñor Bueno Monreal, y otra con nuestro obispo de
Córdoba, monseñor Cirarda. Agustín ha sido siempre muy suyo, nunca se ha
doblegado ante la sinrazón. Bueno Monreal lo echó del cargo de bibliotecario en
san Telmo, y Agustín lo denunció por despido improcedente. Y ganó en los
tribunales, naturalmente. Y el prelado nunca se lo perdonó. Y no sólo eso, sino
que contagió su rencor a Cirarda quien, solidariamente, le hizo la vida
imposible a Agustín prohibiéndole que cursara Derecho de manera paralela a
Teología. Como nuestro amigo hiciera caso omiso, el obispo se vengó negándole la
orden sacerdotal. Así se las gasta la Iglesia. Miento, la Jerarquía
eclesiástica. Finalmente, terminó Derecho y ahora es catedrático de Derecho
Mercantil en la Universidad de Jerez. No me ha extrañado nada. De haber sido
ordenado sacerdote, ahora sería Cardenal. Y no lo digo por sus proporciones
corporales, su papada canóniga ni sus apetitos, sino por su sesera, la más
brillante de cuantas hayan pasado por el seminario. Nunca vi cosa igual. En san
Telmo, recuerdo que iba a clase con su antigua Olivetti a cuestas y tomaba los
apuntes a máquina, sobre la marcha, de manera que cada clase era convertida por
sus manos en un capítulo de un libro. Un caso.
-Si os apetece, esta tarde
después de la siestecita de rigor, os pasáis por casa y conocéis a Paqui, mi
mujer.
-Vaya, así lo haremos.
Y yo le conté la mía, mi historia
desde que salí de san Telmo. Que muy pronto me ennovié con “La Arailla”, como
estaba escrito; que estudié Medicina y ella Enfermería, ambos en Córdoba; que
nos casamos estando yo en quinto de carrera y vivimos de su sueldo de enfermera;
que tuvimos nuestra hija única; que hice la especialidad de Medicina Interna en
el hospital Reina Sofía; luego, nuestro destino de nueve meses en Pozoblanco
para abrir y poner en marcha el flamante hospital y, finalmente, mis
oposiciones y mi plaza definitiva aquí en Sevilla, en el hospital de Valme.
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Y tengo que decir que este
encuentro casual con Agustín lo va a cambiar todo, nuestras vidas patas arriba.
Llevamos, la Peque y yo, siete años en Sevilla, seis viviendo en nuestro chalet
de Valencina, y nuestras expectativas sociales no se están cumpliendo. En el
hospital nos encontramos a gusto, pero socialmente estamos aislados, en tantos
años no hemos conseguido entablar amistades sólidas. Solo con nuestros vecinos
Viki y Antonio. Y, además, demasiado lejos de nuestras familias respectivas.
Tanto fue así, que anduvimos barajando por un tiempo trasladarnos a Granada, al
hospital Virgen de las Nieves con mi antiguo maestro y amigo Juan Jiménez
Alonso. Y en esas cábalas estamos cuando han sobrevenido estos acontecimientos
críticos.
Y, de pronto, con estos
encuentros recientes, primero con Jaime y ahora con Agustín, algo o alguien ha hurgado
en mi interior y encendido los rescoldos de mis recuerdos tan ocultos y
apagados por tantos años. Al salir de “El Corte Inglés” hace una semana mi
mujer me sorprendió lloriqueando, me pudo la emoción. “¿Pero, qué te pasa?” -me
dice sorprendida. Me pasaba que se me cogió un pellizco en el estómago al ver y
abrazar a Jaime. ¡Joer, son muchos años y muchas las vivencias compartidas,
hemos crecido y nos hemos hecho hombres juntos! Y veinte años sin saber nada el
uno del otro…
¡Qué curiosa la vida, qué extrañas las criaturas!... De manera
que yo que me juramenté con ellos hace tantos años en el dormitorio de “los
Pajaritos” que jamás los olvidaría; yo, que era el más amistoso, el más
empalagoso, el más cariñoso, si queréis, los he tenido perdidos y olvidados en
algún rincón escondido de mi memoria. Tanto fue el afán y el ahínco por sacar
adelante mi carrera de médico, tan a pecho tomé mi nuevo cometido, que olvidé,
casi a conciencia, mi pasado. Como algo que no interesa, que no viene a cuento.
Estamos a lo que estamos. Lo del seminario fue muy bonito mientras duró, como
se dice ahora, pero hoy lo que de verdad importa es sacar mis cursos, seguir
con la beca y hacerme médico. ¿Quién lo iba a decir? No me reconocía a mí mismo
en los primeros años de carrera. Todo mi horizonte, toda mi vida y mi
pensamiento, eran para mi novia y mis estudios. No había cabida para más. Jamás
renegaría de mis amigos, eso nunca, pero los aparté de mi pensamiento y los
sustituí por otros nuevos de la facultad de Medicina. Vale, puede
entenderse lo de mis primeros años de carrera sabiendo todo el mundo lo
aferrado y constante que he sido siempre con los estudios. ¿Pero, y luego? ¿Por
qué, ya de médico, no hice nada por interesarme por sus vidas? No me lo explico.
Permanecí en la espiral de seguir siendo el número uno, el mejor, como lo fui
en la carrera. Ahora, En el MIR, lo mismo: estudio, sesiones clínicas,
publicaciones… Me convertí en el residente favorito de los médicos adjuntos y
de mis jefes, y todos me colocaron la pesada vitola de figura en ciernes.
Apenas tuvimos, la Peque y yo, vida social en aquella Córdoba tan provinciana,
algo que mi mujer sigue reprochándome. Todo era hospital y estudio. Si salíamos
una noche de Feria de mayo, de Patios o de Cruces, mientras la Peque se lo
pasaba en grande bailando hasta empaparse de sudores, yo me aburría en solitario
reconcomiéndome de mala conciencia por estar allí haciendo el vago. En mi mundo
de residente no había lugar para divertimentos superfluos, sólo me permitía,
para despejarme, una hora de tenis casi a diario con mi hermano Frasco y otros amigos de la facultad o algún partidillo de fútbol en un descampado de
nuestro barrio. Tampoco en ese mundo mío tan hermético cupieron mis amigos del
alma.
Ellos, mis amigos del seminario,
por su parte, no se habían perdido la pista del todo. Todos ellos maestros
formados en la escuela de Magisterio de san Telmo, la profesión les propició
más oportunidades de reencontrarse. Antonio Luna, Jaime, Manolo Estepa, Salva y
Luis Enrique se veían de vez en cuando con el cura Pedro, y hacían sus
reuniones más o menos periódicas, casi siempre por Navidad. Muy vagamente
recuerdo un día que todos ellos se llegaron a verme al hospital Reina Sofía
estando yo de guardia. Y me avergüenzo recordando la tibieza de mis emociones
al encontrarme con ellos. Habían pasado diez años y, claramente, yo no era el
mismo. Encima, acaeció dicha visita en un tiempo, creo que en diciembre del 83,
en el que la Peque y yo estábamos completamente enfrascados en un tema de
capital importancia para nosotros, como fue el estudio y tratamiento de ambos
como pareja infértil y la búsqueda a la desesperada de alguna alternativa
viable para poder traer al mundo a nuestra hija.
Pero todo eso era agua pasada. Ahora, la casualidad o el destino me los ha puesto a mano. Sería imperdonable dejar pasar, otra vez, esta amistad revisitada que pasa en un tren de cercanías.
(Continuará)
José María por lo que veo, relatas la vida que te tocó vivir desde la óptica de un luchador que se ha hecho a si mismo, y no se olvida de sus compañeros de estudio.
ResponderEliminarEso es encomiable, a la vista de lo que todos hemos visto a nuestro alrededor y por experiencia propia. La vida es una lucha diaria, y es natural que no podamos llevar adelante el mismo nivel de apego con quienes nos acompañaron en la juventud.
Por eso el mérito de este blog, que nos permite reencontrarnos.
Un abrazo.
Juan Martín
Comprendo a la perfección el tema de pasar páginas en la juventud.
ResponderEliminarAhora recogemos los trozos de historia que no volaron del todo, que quedaron enganchados en un recodo del tiempo.
Disfrutar de estos reencuentros y relatos como ex-seminaristas consuela de tanta amistad y vivencias pasadas. Aunque desde el fondo del pasado nos sonría melancólicamente la tristeza.
Un abrazo para todos los amigos de este blog y uno en especial para ti que nos brindas tu vida y tus recuerdos a chorretones.
Pedro
Eso nos ha pasado a casi todos. Hemos vivido muy cerca y sólo la casualidad, o vaya usted a saber que, nos hicimos conscientes de esa proximidad. Pero afirtunadamente, no ha sido tarde.
ResponderEliminar¡Venga...!
José Maria esas experiencias personales que nos cuentas, me temo que son casi las mismas en muchos casos de los antiguos compañeros del Seminario .
ResponderEliminarSon etapas de la vida y la inercia nos ha llevado a dedicarnos casi en exclusiva, a nuestras profesiones y a la crianza y educación de los hijos, en mi caso tres.
Pasados los años, unos antes y otros más tarde, siempre volvemos la vista atrás y hacemos una valoración de todo lo acontecido y de las cosas que te gustaría retomar o poder cambiar.
Ahora también estamos en una etapa muy bonita y queremos disfrutarla.
Sigo pendiente de la continuación. Recibe un abrazo.
Es verdad todo lo que decís. Me gusta mirar hacia atrás para comprender mejor la situación presente, nuestra feliz comunión en la amistad.
ResponderEliminarEl siguiente capítulo trata de la consolidación del gran grupo y su evolución en el tiempo.
Leyéndote se comprende eso de "abrir las carnes". Abrirlas de par en par y trufarlas de sentimientos y vivencias. Gracias Fili por este revivir de infancias y adolescencias, pilares imprescindibles para apoyar la vida y gracias también por tender ese puente, sobre el río de la amistad, a los otros pilares, el de la madurez y la vejez. La vida así se hace explicable y divertida.
ResponderEliminarUn abrazo
Rafa Vilas
Emociona leerte Fili. Un abrazo.
ResponderEliminarGracias muchachos. Pronto os entregare el último episodio de la saga.
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