-Ave María Purísima.
-Sin pecado concebida.
Confesarse con don Moisés no es
lo mismo que hacerlo con otros curas de aquí. No lo digo yo solo, es cosa
común. Digamos que es nuestro preferido. Es un cura amable, pero no sobón ni pegajoso,
se te acerca, claro, pero no le huele el aliento. Te aconseja sin atosigarte. Y,
sobre todo, te despacha rápido con penitencias livianas. Cuando su
confesionario tiene mucha cola me voy al de don Eduardo, otro parecido. Y,
desde luego, siempre que puedo evito a don Antonio y a don Gaspar, mucho más
enredosos. Esta mañana de domingo ha habido suerte.
-Me confieso padre… -titubeo
porque no sé cómo seguir. Tanto ensayar para esto. Dentro de un par de años
será todo mucho más fácil, bastará con contarle cuántas veces me la he meneado,
pero aún soy demasiado chico e inocente para esas guarrerías.
-Venga, chaval, que no pasa nada.
Dime. Cualquier cosa que me digas la habré escuchado cientos de veces.
Tranquilo.
-Verá, es que no sé si esto es
pecado o no.
-Tú dímelo, y ya veremos -te da don Moisés mucha tranquilidad, es verdad.
-Es que me parece que me estoy
juntando mucho demasiado con uno de mis amigos de aquí.
-Ya… que tú crees entonces que te
gusta ese muchacho, como que te sientes atraído por él.
-Sí, padre, creo que sí.
-¿Cuántos chavales sois en total
aquí en los Ángeles? -Me sorprende con una pregunta extraña, sin relación
aparente con el asunto. Otro cura, don Antonio mismo o don Gaspar, me hubiera
preguntado directamente que quién es ese amigo.
-No sé… Unos doscientos entre los
dos cursos.
-Bien, doscientos, vale. ¿Y tú
crees que yo os miro a todos por igual?
-Pues… -me quedo sin saber qué
responder-, no sé… Yo creo que sí, ¿no?
-Pues no, mire usted, no. Somos
personas y tenemos nuestras preferencias. Todo el mundo las tiene. Incluso tus
padres, ¿cuántos hermanos sois en tu casa?
-Cinco, conmigo.
-Pues hasta tus padres hacen
distingos, para que veas. No es ninguna cosa mala, ni ningún pecado que te
guste más un compañero que otro. Oye, yo también he sido seminarista, y he
tenido tu edad, y he tenido tus mismas dudas cuando me juntaba, como tú dices, mucho
demasiado con el mismo compañero.
-¿Y entonces, qué hago, padre?
-Nada, no darle importancia
porque no la tiene. Verás, ¿cuántos años tienes?
-Doce he cumplido ahora en
noviembre pasado.
-Es que sois todavía tan críos…
No sé si será adecuada la pregunta para ti, pero… ¿a ti te gustan las chicas?
-Un repentino rubor me enciende toda la cara, ¿qué clase de pregunta es esa en
un confesionario? Estoy acobardado-. Venga, contesta, que nadie se va a
enterar.
-Yo creo que sí -le respondo
avergonzado.
-¿Y cómo lo sabes? -me aprieta.
-En mi pueblo… bueno, está la
hija de un guardia civil que es guapísima, la Mari Cuenca, en fin, a mí me
gusta mucho, le regalo jazmines y todo. Y cuando el aire le levanta la falda por
la calle paso mucha vergüenza.
-¿Y eso?
-Porque… no quiero mirar, pero… quiero
-y se le escapa al cura una risita de
benevolencia.
-¿Te gusta esa chica más o menos
que el compañero de aquí?
-Hombre, padre, no hay
comparación… Mucho más la chica -pero no le dije nada de Isabelita y sus cachas
carnosas.
-Pues entonces hemos acabado.
-¿Sin penitencia?
-Sin penitencia. Bueno, espera
que se me ocurre una cosa, verás: a la vuelta de las vacaciones de Navidad tú
sigues como hasta ahora con tus amigos, como si nada. Pero vas a procurar darle
un poco más de calor a aquél o aquéllos
que veas más alejadillos, más aislados. Y así, casi sin querer, le dedicas
menos tiempo a tu amigo “íntimo”, y un poquito más a otros más necesitados. ¿Te
parece?
Y así fue como lo hice.
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Admirable humanidad la de D. Moisés. Añado que fue el único cura que me hizo llorar... al preguntarme si echaba de menos a mi familia.
ResponderEliminarTus dos confesiones relatadas muestran la cara y la cruz del carácter de nuestros educadores.
Me adelanto a las dudas de Juan Martín: el gran Fili es el autor del relato.
Un abrazo.
Pedro
Jajja, sí, he sido yo. En efecto, ese era el talante humano de este cura tan querido, tan entrañable, tan padrazo para todos. Por personas como él desearía, de todo corazón, que existiese de verdad nuestro Dios Padre y que lo tenga recogido en su gloria. Aunque los demás "pecadores" nos quedáramos mendigando en las puertas.
ResponderEliminarJosé Maria, buen relato de tu confesión que retrata perfectamente a D. Moisés,como el gran sacerdote y mejor persona que fue.
ResponderEliminarDe aquellos primeros meses me queda muy grabado en la memmoria, que bajabamos todas las mañanas con sotana a la Capilla. Primero la meditación, a continuación la misa en latín y la mayoría de nosotros con un "misal" curioseando en las páginas o intentando seguir la liturgia.
Recibe un cordial abrazo.
Así era, sí señor.
ResponderEliminarAprovecho la ocasión para deciros a todos que el grupo que venimos de Sevilla y Antonio Luna con su santa hemos reservado noche del 7 de abril en la hostería Rafi, de Priego. Pa que lo sepáis.
Un abrazo.
José María, D. Moisés era un cura sin rarezas y una persona amable y cabal. Creo que todos coincidíamos en tenerle como uno de los mejores formadores que pasaron por el Seminario.
ResponderEliminarUn abrazo.
Juan Martín
"Gran Vasallo, si hubiese gran Señor"
ResponderEliminarAunque, el Seminario de Santa Maríoa de los Angeles y la Parroquia de las Margaritas se hubieran perdido tan BUEN HOMBRE.
Gracias por recordarnoslo.
Un abrazo