jueves, 1 de marzo de 2018

In diebus illis. December MCMLXIV

¡Aleluya, aleluya! Los chaveas de primero nos hemos contagiado enseguida de cuatro latinajos de los del segundo curso: ego volo manducare, dóminus vobis cum, in illo témpore, in diebus illis, certus rústicus nómine Nasica, manduco me flumen de te… Unos con cierto sentido y otros completamente absurdos. Sin embargo, aleluya proviene del griego, disciplina aún ignota para nosotros. La hemos aprendido de oírsela a los curas. Significa alegría. Pues eso, aleluya, por fin brilla el cielo en nuestro pequeño universo. Diciembre ha despedido la lluvia y ha contratado un sol espléndido. Todavía la madrugada siembra el patio de escarcha pero después del desayuno ya podemos charlar o corretear por él, umbrío aún, antes de las clases. Y en el primer recreo ya entra el sol desde la puerta hasta casi la mitad del patio.

A nosotros el patio nos parece enorme, una explanada de cemento donde poder corretear, jugar al frontón, al escondite y hasta baloncesto en ocasiones. Podemos decir que sea el centro neurálgico de nuestra vida aquí. Por la izquierda, hacia el norte, un alto muro lo separa del monte; contra ese muro jugamos al frontón, y también contra él nos proyectarán los curas algunas películas formativas cuando llegue el buen tiempo; a continuación, una salita pequeña donde se guarda el material deportivo y también intendencia de papelería. De esta sala han hecho los curas responsable a Rafa Roldán Molina, “El Cuartillas”, un chaval muy sanote, de Cabra. Algunos niños no futboleros se concentran en esa sala durante los recreos… ¡Para leer novelas!!! Como si no tuviéramos bastante con los libros de texto. Luego vienen cuatro wáteres con sus puertas correspondientes; cuando seamos más mayorcitos estos wáteres podrán contar muchas y divertidas historietas un poco pecaminosas; más arriba, de frente, una sala de juegos con pichonchos y una mesa de ping-pong; más de frente, hacia levante, la puerta de la capilla y la entrada principal hacia los sitios nobles. A la derecha, hacia el sur, queda el grueso del edificio: los soportales, el corredor paralelo, las clases, las escaleras que bajan a la sala de juegos del sótano y que suben al gran estudio y a los demás dormitorios. En las afueras  tenemos un pequeño patio de tierra para jugar al fútbol protegido del precipicio por una valla metálica, la gran piscina, protagonista principal cuando llegue mayo, un jardín de naranjos y la huerta en peligrosa pendiente hacia el río. Y aún con las pocas luces de mi corta edad uno llega a preguntarse el por qué de un edificio tan enorme en sitio tan arriesgado y peligroso, en vez de en los llanos del pozo, apenas dos kilómetros más arriba.

Ya estoy hecho a mi nuevo hogar. Me lo conozco casi todo, menos la parte de abajo por donde trajinan las monjas e Isabelita. Hay niños curiosos que lo trastean todo; yo, de natural asustadizo, soy más prudente. Y mira que sor Josefa me tiene dicho que baje cuando quiera. Es la madre superiora, me conoce bien de cuando estuvo en el convento de mi pueblo con las monjas del “Patrocinio de María”. Y mira qué casualidad, ahora me la encuentro aquí.  Pero no; me siento más cómodo en mi terreno. Pasa uno los días enfrascado entre clases y recreos, y cada vez me acuerdo menos de mi gente. Y no sé si eso es bueno o no. Yo me siento bien.

En el recreo me agrada charlar con mis nuevos amigos, pero me puede el vicio del ping-pong. Bajo a la sala de juegos donde mi paisano Manuel Gámez es el as. Se me da mejor el ping-pong, con el pichoncho me salen cebaduras en los dedos de darle tan fuerte a la ficha grande. Bastantes veces somos pareja Manuel y yo en el ping-pong, y siempre me echa las culpas cuando perdemos, pero es que es verdad, yo fallo mucho más que él. Y eso que tiene una forma de coger la raqueta rarísima y complicada. Todos lo dicen, hay que ver cómo le da a la pelota… Pero siempre le entra, oye. Para el saque monta con las manos una coreografía muy suya y sofisticada que ya es motivo de cuchicheo por los pasillos, “¿Habéis visto cómo saca el Gámez?” No sé cuántos partidos llevará ganados ya, no hay quien lo eche de su sitio en la mesa, si se va es por aburrimiento o por cansancio, no por perder. Mi primo Manolo está pasando mucho más inadvertido. No sé, Manuel destaca en el ping-pong, yo empiezo a ser considerado como el empollón, pero él… Es verdad que el pobre no está teniendo suerte, se pasa muchos días en la enfermería con fiebres, y se le pone muy mala cara. Y me da pena. En el pueblo, de monaguillos, yo tenía más amistad con Manolo, más cercanía. Somos primos segundos, y ambos, primos terceros de Manuel. En Palenciana todos somos familia, vaya. Manolo y yo somos gente como más sencilla, Manuel es un poquito más engreído, bueno, cada uno es como es. A esa edad yo era inseparable de Manolo, sobre todo en los veranos: fumábamos cigarrillos de matalauva en la era de Pedro Miqui, nos bañábamos en el patio enlosado de su casa con una manguera, recogíamos jazmines de su patio y los vendíamos luego a las mocitas por la calle, unas biznagas muy bien elaboradas con sus alfileres y todo. A la Mari Cuenca no se lo cobrábamos. Por lo menos yo. Y ahora siento pena por él. Y un poquito de culpa, de mala conciencia. Aquí, casi sin querer, me estoy echando nuevos amigos, es como si me resultara más atractivo juntarme con otros nenes que con los del pueblo, al fin y al cabo, a estos los tengo ya muy vistos, algo así. Y veo que esto mismo le está pasando también a otros, los chaveas de Cabra, los de Fernán Núñez, o los de Priego -un tropel- empezaron muy juntitos los primeros días, y ahora cada cual anda con nuevos amigos. Parece algo natural.

Me parece que los curas pretenden evitar el tribalismo pueblerino para propiciar que todos estemos con todos, y que nadie se quede aislado y tristón. Pero somos doscientas criaturas entre los dos cursos. Formamos pandillas, como en mi pueblo, es algo inevitable. Por mucho que intenten agruparnos a dedo a distintos equipos de oración -“Los amigos de Jesús”, “Los Sagrarios de Cristo”…-, los chavales nos juntamos por afinidades personales, por el fútbol, por intimismo, por piedad o por lo que sea que no sabemos y que pasados unos años se llamará química. Yo tengo mi propia pandilla natural, y, además, amigos sueltos. Y luego está que me llevo muy bien con chavales algo mayores del curso superior al nuestro, como son Pepín y Manolo Estepa, muchachos de Benamejí, casi paisanos. Los grupos más señalados y que conoce todo el mundo en el seminario son el de “Los Penitentes” y el de “Los Pigmeos”, aquéllos, unos santurrones místicos que incluso han llegado a utilizar el cilicio, dicen, y éstos, unos auténticos demonios, unas cabras del monte. Siento curiosidad morbosa por acercarme al Nieto Vallín o a Guisado Rosas, los líderes de “Los Pigmeos”, pero me intimidan lo huraño del uno y la altanería del otro. El Vallín es chiquitillo, negrucillo y feo; el Guisado, sin embargo, es alto, rubio y guapo, pero se las gasta tiesas con cualquiera. Reconozco que soy un cobardica para estas cosas, prefiero la seguridad de los míos. Me fío de José Pablo que ya se ha ganado el meritorio apodo de “Cuatro mitras” porque así, con esas palabras, desafía a cualquiera que le ponga la contraria. Me inquieta la violencia, aunque sea de broma. El Luna, Pedro, Jesús y Jaime están casi siempre de gresca, empujándose y revolcándose por los suelos. Parece que esa sea su forma de ser amigos, y a Salva y a mí nos ven -creo- como niños buenos, testigos inocentes de lo que pasa sin ser capaces de actuar como ellos. Y llego a tener envidia de alguien que se revuelque con Jaime. Tal es mi celo por él que en ocasiones siento temor pensando si no será que soy marica. Debo de tener cuidado con eso, que aquí las lenguas son muy largas. Nosotros mismos nos cachondeamos de otros niños que ya han sido señalados con ese estigma. Yo sé de sobra que no lo soy porque a Jaime lo veo cada noche en calzoncillos… Y ni fú ni fá. Sin embargo, cuando atisbo, siquiera de refilón, las cachas de Isabelita fregando los suelos se me embala el corazón y parece que el tiempo se detuviera. Con todo, hay que reconocer que Jaime es un chaval muy guapo. Para mi gusto, el más guapo de todo el seminario. Yo, además, lo encuentro noble y sencillo. Me gusta compararlo con Antoñillo, mi amigo del pueblo, también un querubín, pero éste se lo tiene más creído, en Palenciana no hay otro igual. Y veo que los demás somos todos del montón. Sin querer, uno se mide con los de al lado. De José Pablo admiro su fuerza y su valentía, siempre regañándome para que no sea tan cagao y que empuje y meta la pierna en los balones divididos, como hace él. Del Luna me gusta su simpatía natural y su métome en todo. De Tomás, su picardía; de Jesús, su rubio desparpajo y su flequillo; de Pepe Montes, su manera de expresarse recalcando las palabras, yo que me atropello con ellas; de Manolo Jurado, su humilde melancolía... Con “Los Penitentes” tengo alguna relación. Juan Ortiz, su profeta, es un chaval serio pero amistoso. Encima, el Luna, que está en todas partes, se junta mucho con ellos. Y no deja de sorprendernos a los más cercanos a él esta afición suya con los Penitentes, porque todos ellos son chaveas con gustos muy distintos a los nuestros, son nenes más sensibles y delicados.

Aparte ello, siento admiración por un muchacho singular. A primera vista, puede esto que digo sonar a pitorreo porque es un chaval gordo y fofo, que se ríe con todo el mundo, que lleva siempre el babi con lamparones, y que, en lugar de jugar al fútbol, al ping-pong o al pichoncho como todo dios en el seminario, se sienta bajo una encina, cerca del pozo, a comerse el chorizo serrano que su madre, María Parra, le manda semanal y religiosamente en la talega de la ropa limpia. Pero luego, el gachón saca sobresalientes en todos los parciales y matrículas de honor en todas las asignaturas cuando llegue junio. Increíble, oye. A ver quién es el guapo que se ríe de un muchacho así por muy rústico que sea. Todos le admiramos. Porque el dictado de las notas trimestrales y anuales es público, para mayor gloria de los estudiosos y mayor escarnio de los más atrasadillos. En el gran salón de estudio don Antonio, el prefecto, va leyendo las notas, una por una, de cada asignatura de cada alumno, por orden alfabético. Cuando llega el turno de Agustín Madrid Parra ya sabemos todos lo que va a decir don Antonio: sobresaliente en todo. “A ver si aprendéis los demás, so mamelucos”.

Alcornoque, mameluco: he aquí dos sustantivos que los curas hacen de adjetivos calificativos para así nombrar mejor a la plebe. (Continuará)

El Fili
1 de marzo de 2018

15 comentarios:

  1. José Maria siempre me ha encantado leerte y ahora mucho más. Con estos recuerdos que nos traes de aquel primer trimestre del 64 hay motivos para seguir enganchados a tus futuros relatos.
    A Guisado Rosa lo tuve de compañero de cama en el dormitorio de la Asunción. Siempre me trató bien, nunca se metió conmigo a pesar de la fama de duro que tenía y del "temible" grupo de los pigmeos del que era colider. Siempre traté de mantenerme lejos de ellos.
    Tengo buenos recuerdos de aquel trimestre y de todo el primer curso en general. Aprobé todas las asignaturas con algunos notables.
    Has sido muy benevolente conmigo al describirme en mi "humilde melancolía". Me quiero ver a mí mismo así, con la mirada pérdida y sólo retroalimentando internamente mis recuerdos.
    La muerte inesperada de mi madre un año antes, con sólo 33 años, fue un golpe tremendo para mí y para toda la familia. Mi indumentaria negra por 3 años de riguroso luto, no ayudaba a mejorar mi imagen, sólo suavizada por el babi gris marengo que siempre usaba.
    Aún no entiendo que esta triste imagen, pudiera producir antipatía en algún cura y que me tomase manía.
    Po todo ello me asaltaron mis primeras dudas infantiles sobre un Dios protector y bueno. Pensaba que todo era un castigo por algo o por alguien de mi familia o quizás para evitar un mal mayor...En fin...
    Recibe un cordial abrazo.

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  2. Magnífico retrato desde el misterio y el anonimato amigo Filiberto, porque me imagino que eres tú, siendo de Palenciana. José María, y perdón si me equivoco, el dato en el tiempo y en los hechos es fiel del todo a lo que recordamos quienes vivimos allí aquellos años.
    Filiberto tengo que decirte, que te me has adelantado en el escrito que tengo para enviar. Prefiero esperar a tu segunda o tercera parte.
    Un abrazo.
    Juan Martín

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  3. Magnifica memoria, que abre la nuestra. Gracias

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  4. Paco Nieto, no te fíes de mi memoria. Algunas cosas me las invento, para eso soy el autor.

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  5. Tengo que comentaros una fe de erratas: no es silicio, sino cilicio.

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  7. Gracias Fili por hacerme recordar tantas vivencias ya casi olvidadas

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  8. Vuelvo a vivir aquellos años. Tu narración despierta vivencias dormidas en un rinconcito de nuestra conciencia. Gracias, José María, por encender la luz de nuestros recuerdos.¡Impagable lo que estás haciendo! Un abrazo.

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  9. Vuelvo a vivir aquellos años. Tu narración despierta vivencias dormidas en un rinconcito de nuestra conciencia. Gracias, José María, por encender la luz de nuestros recuerdos.¡Impagable lo que estás haciendo! Un abrazo.

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  10. Me alegro mucho que os guste. Sois mi principal motivación.
    Un abrazo

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  11. Aunque se advierte en tu relato que recreas algunos materiales recabados con posteridad, nos sigues deleitando con detalles genuinos y nombres propios.

    Para tu segunda parte te sugiero que nos recuerdes a los compañeros cantores y músicos. Uno de ellos cantaba acompañándose de la guitarra el "Corrido de Juan valiente, charrasquido y jugador". Un grupo de chaveas le rodeábamos en el exterior del edificio, junto a la puerta de entrada, encantados con su interpretación.
    A Manuel Jurado yo le recuerdo, más que melancólico, preocupado con las notas y sus asuntos particulares. Era inquieto, muy buen amigo y confidente. Vaya, como es ahora, excepto en que entonces era más santurrón. Fue uno de los pocos compañeros que me sacó de mi autismo autosuficiente. Debo añadir que he vuelto a la manada porque se empeñó en localizarme unos 45 años después de despedirnos en Preu. Y, como tú a Jaime, yo le tengo un cariño especial.

    Cambio de tercio: Juan Martín, no seas tan considerado y pásale a Rafael Vilas, tu escrito, que ya has dejado pasar dos turnos y a mí me tienes en ascuas.

    En fin, hermanos, gracias por ofrecernos recuerdos y confidencias, que nos conectan a todos un poco más, sobre todo a los que no acudimos a las reuniones y comidas de grupo por imponderables varios.
    Pedro

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  12. Verás Pedro: es imposible recordarlo todo, ni siquiera imaginarlo todo. Escribo estos relatos apoyándome en el recuerdo vago y difuminado de mis vivencias. Naturalmente que invento cosas pero tienen que pareceros reales, a vosotros y a mí mismo. Yo era futbolero y empollón. Bueno... Y pajillero también. Por tanto, lo que mejor recuerdo y de lo que mejor puedo inventar es de asuntos relacionados con mis actividades de entonces. Para mi desgracia, no pude entrar en el coro ni en la rondalla. Ni pude participar en aquellos festivales de música que tanto nos gustaban en un escenario frente a la piscina. Me gustaría tocar todos esos temas, pero creo que otros lo harán mejor que yo. Me centro en lo que dominé un día, ahí me siento cómodo y seguro.
    Bueno, un abrazo para todos.

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  13. Estoy de acuerdo en todo lo que dices. La vaguedad de la memoria, la soledad del escritor con sus escasos recursos...
    Aunque te lo pido a ti, en realidad se lo estoy pidiendo a todos los que lo vivieron y se puedan animar a redactar alguna cosilla. Nadie va a ponerles nota ni a pedirles que los recuerdos sean 100% exactos.
    He leído más de una vez que en los encuentros salen a relucir sabrosas historias. Sólo se necesita que un redactor las recoja y las cuente.
    Pero mientras nada de esto ocurra, te reitero mi agradecimiento por servirnos al menos todas las historias que puedes recordar-recrear.
    El mérito no te lo quita nadie.
    Un abrazo.

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  14. Magistral empiece, para lo que viene después. Como siempre, lo bordas. Sí, has descrito un fiel reflejo de "aquellos días" Sólo le faltaría el acompañamiento musical de Palestrina.
    Gracias amigo Fili.
    Un abrazo

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