Viaje al futuro: La
cuadratura del círculo ante la mirada de los nietos.
Fue al recoger mis
libros, la ropa y las demás cosas de la camarilla cuando sentí en la garganta aquel
nudo que ya conocía de otras veces. La marcha del Seminario no era por una
sanción de la jefatura, marchaba por una orden imperativa del Estado que me
mandaba hacer el servicio militar. Estaba diciendo adiós a unos años
inolvidables de estudio y compañerismo, a los profesores, al edificio
emblemático, y a un estilo de vida religioso centrado en el estudio, en el orden
metódico, en el trabajo y en la disciplina.
A mí siempre me quedaba el consuelo
del reconocimiento de mis superiores, pero por delante tenía el recorrido imprevisto
de una etapa incierta, en donde me las tendría que ver yo solo sin la tutoría
de los profesores. Me despedí en silencio y sin ruido, cargué en la moto
aquella enorme talega llena de ropa, y traspasé la gran puerta de la entrada. En
la acera arranqué el motor y bajé hasta el Arco de Triunfo, el viejo edificio
del Seminario parecía que también me despedía en silencio.
Atravesé despacio el antiguo
Puente Romano, para tomar la salida de Córdoba por la carretera de la campiña,
de regreso a la casa de mis padres.
La llegada al complejo militar
del CIR, en un principio me pareció un viaje ya familiar como los que hice para
ir al Seminario Menor, incluso el entorno era parecido. Se veían los mismos
campos llenos de chaparros y peñascos que había en los Ángeles, luego descubrí
que también había un riachuelo y un embalse enorme.
En el CIR se me asignó un
dormitorio, nos entregaron un petate (una gran talega) para guardar nuestras
cosas, un correaje, ropa, botas, calcetines, zapatillas deportivas y mudas
interiores. Me dieron una cama, una taquilla, el número 9174, y un fusil de asalto Cetme. La primera orden
fue dejar recogidas todas las cosas y la cama hecha.
No me sentí apenado ni triste, aquello
era lo que me tocaba hacer o el destino me tenía preparado. Recordaba las
palabras de D. Gaspar: me dijo que se harían gestiones una vez terminado el
campamento, para que pudiera irme a estudiar
a S. Telmo.
La vida en el campamento militar se
transformó de inmediato en una rutina diaria de marchas en orden cerrado, de
ejercicios de fortalecimiento físico con tablas de gimnasia en grupos con
rollizos de madera. Y en mi caso, se completó con un curso de sanitario por las
tardes, una casualidad por la que pude ampliar mis nociones de enfermero empezadas
en los Ángeles. Allí recibimos una formación muy completa dada por un oficial médico,
y también un manual de primeros auxilios, para realizar curas en situaciones
difíciles, recibiendo un diploma que me acreditaba como sanitario de 1ª.
En el Campamento encontré otros
buenos compañeros de mili, y otros superiores. Allí empecé a reflexionar en
serio sobre mi futuro, al son de aquellos toques de corneta que como la campana
de los Ángeles, nos marcaban la distribución de la actividad diaria.
El día de la Jura de Bandera lucía
un sol espléndido, nosotros desde primera hora ya estábamos sudando, con todas las
Compañías formadas desde hacía un buen rato, ante un entarimado montado al
efecto para las Autoridades locales y los Mandos.
En una amplia zona delimitada por
unos cordones con banderines, estaban también nuestros familiares. Era el mes
de junio del año 1972.
En el aire festivo del ambiente
se notaba entre nosotros la tensión del momento, cuando sonaron aquellos dos toques
agudos de corneta. A continuación oímos la voz potente de nuestro coronel por
los diferentes altavoces del recinto, que desde la tarima nos habló del honor, y
del significado que tenía para nosotros aquel acto de la Jura de Bandera.
Terminada la breve alocución,
siguió un corto silencio. Luego su voz sonó contundente diciendo una sola palabra: ¡¡Bata...llón!! Y al instante cientos de manos
golpearon con fuerza el cierre de los cetmes produciendo un sonido seco. Todo
el Batallón al unísono adoptó la posición de firmes, quedando las Compañías
dispuestas por secciones para el desfile. Dando inicio así, aquel solemne acto
de la Jura de Bandera en Cerro Muriano, al ritmo de una alegre marcha militar.
Terminado el campamento,
me llevé el recuerdo de una grata experiencia personal aprendidos claramente
los significados de algunos conceptos básicos como servicio, jerarquía y respeto.
No exenta de algunas anécdotas simpáticas y de hechos curiosos, vividos en aquel
período de instrucción.
Fui destinado al Sevilla al Rgto.
Mixto de Infantería Soria 9, siendo trasladado al Batallón de Carros de Combate.
Allí me encontré curiosamente bajo el mando del mismo capitán de mi Compañía en
el Campamento, pasé una mili tranquila y me licencié siendo cabo 1º.
Después de unos días en casa con
la familia, decidí buscar un empleo estable en Cataluña, aconsejado por un
compañero del ejército.
No debía tener demasiada prisa,
pero tampoco perder el tiempo en lo tocante a buscar la necesaria estabilidad
como adulto, dentro de la sociedad en la que iba a vivir.
Siempre interpreté después de
observar los paréntesis de la vida experimentados, que las cosas casi nunca
pasan por casualidad, sino que es el destino el que nos viene dado a partir de
lo que vamos escribiendo cada día con el resultado de nuestros actos.
Algo parecido a lo que dijo aquel
científico llamado Einstein sobre la energía, que ni se crea ni se destruye, sino
que solo se transforma. Pero aplicándolo a cada una de las personas, según los
hechos individuales y la conciencia particular.
Así me parecía a mí, que las
personas nos forjábamos como el hierro candente sobre el yunque, pero también
exigiéndonos desde el interior con disciplina y reflexión. Por eso me propuse
ser fiel a los esquemas recibidos, aplicándome a mí mismo en primera persona
todo lo aprendido que consideré importante. Supuse que cumpliendo mi parte en
el contrato de la vida, lo demás en buena lógica vendría rodado todo por su
propio peso, como algo lógico: A la Acción, siempre le sigue la consecuencia de
la Reacción.
Un secreto que deduje a partir de
lo experimentado en cada una de las etapas que me había tocado vivir: Con la
familia y en el trabajo del pueblo, en la escuela de Lérida, en el Ejército, y
muy especialmente en el Seminario desde el concepto religioso.
A veces en la vida hay
que saber frenar, otras veces sortear obstáculos, preguntándonos como unos buenos
estrategas de unidad: ¿Quién? ¿A dónde? ¿Por dónde? y ¿Cuándo?
Esa experiencia, era algo que yo quería
hacer llegar a quienes formaran parte de mi entorno. Actuar en función del
momento, pero aplicando siempre la filosofía del respeto por uno mismo, e intentando
siempre ser correctos con los demás, a pesar de nuestras limitaciones
personales, que son muchas y cuentan bastante.
Estando atentos a la voz del
sentido común, leyendo la realidad desde el manual de comportamiento recibido
en todos aquellos años de estudio.
El otro aspecto a considerar era
de crecimiento interno, enfocado desde la creencia religiosa que se nos inculcó
desde pequeños. Pensando que a diferencia de los animales, las personas nos debemos
un respeto, y también a quién nos puso en la Tierra.
Ya que no somos piedras, ni
plantas ni animales inferiores. La vida ha de tener un sentido muy superior al de
solo reproducirnos, el de progresar, el sufrir penalidades o calamidades.
De ahí mi agradecimiento
constante a la formación recibida en el Seminario, que me permitió sin duda poder
acceder a esa forma filosófica de entender la vida, desde la base de la Fe y el
concepto del Credo.
Hoy ya abuelo, cuando me toca
hacer de canguro de algún nieto, me fijo cuando salimos al parque en los diferentes
niños y niñas pequeñitos que corretean, y pienso en el largo recorrido de
aprendizaje que les queda por delante.
El parque infantil es un Universo
en miniatura con sus propias leyes, allí se comparten los juguetes y los
diferentes aparatos por igual, sin exclusiones ni diferencias. He aprendido a
pedir disculpas a los niños por mi intromisión con la mirada, como un punto de
encuentro sin palabras, absolutamente aséptico que nos identifica a cada cual. Máxime
en esa edad de los primeros balbuceos ante el Mundo de los adultos
traspasándonos ideas de comprensión sin palabras.
Aun saltando la distancia de los
años que nos separan, es el misterio de la vida que tenemos la suerte de
compartir, lo que nos une en el parque a los yayos y a los críos.
Nos fiamos de quién nos ayuda
desde la sinceridad y la nobleza mirándonos a los ojos, nos entendemos con los
nietos desde la amabilidad dadas nuestras carencias ante una mente infantil,
que a veces infravaloramos abusando en exceso de la prohibición.
Con un gesto se les ofrece agua
apenas sin hablar, o con la mirada les señalo el columpio y te entienden a la
primera, entonces les acompaño hablando despacio.
Jugar, compartir y ayudar desde
la seguridad y sin enredos, los críos deducen con una inmediatez increíble, y
se enfadan cuando no se les entiende.
La ternura hacia los demás, y la
comprensión desde el respeto que nos hace posible el crecimiento como personas
a lo largo de las generaciones, son la clave. También vale para los adultos, lo
he aprendido en el parque sin discursos, jugando con ellos.
Los pequeños se fían de los mayores
porque nos presuponen de forma segura, que representamos el conocimiento y la
protección que necesitan ante lo desconocido.
He podido comprobar en la
avidez de sus curiosas miradas infantiles, que no les podemos dar gato por
liebre, so pena de caerles mal, o de crear una confusión en sus pequeñas cabezas, ellos ya tienen su criterio
propio desde que nacen y juzgan lo que hacemos.
Al igual que en las anteriores
etapas de la vida, ahora los nietos son los profesores que me enseñan cada día
a reflexionar si lo que yo hago es correcto.
Es la confluencia de la vida que
nos pone delante de los ojos, la posibilidad de aprender de ellos como si
fueran el resumen de todos nuestros anhelos pasados.
Como una realidad que no es
teoría, sino personitas verdaderas que ahora tenemos la responsabilidad de
enseñarles desde nuestra experiencia, en pequeñas dosis de ida y vuelta: el
afecto, la seguridad, el respeto y la benevolencia.
Nos miran con la superioridad que
les da el vernos tal y como realmente somos los adultos ante sus ojos, cuando actuamos
ante ellos como si los pequeños no se dieran cuenta de lo que decimos, o de lo
que hacemos.
Ellos nos ven desde que nacen con
el sexto sentido de su instinto maternal, y hasta las ideas que pensamos los
adultos nos las ven y las escuchan en tres dimensiones. Como si todos los mayores
fuéramos de cristal transparente para ellos, subidos en este tren de la vida en
el que vamos recorriendo juntos como pasajeros, un camino generacional de afectos
y experiencias personales peldaño a peldaño.
Ellos son el futuro, y
nosotros ocupamos el último escalón del presente en el que se apoyan, para
seguir prosperando como el siguiente proyecto humano, por encima de nuestra
efímera prepotencia de adultos.
Hoy hemos asistido los padres y
los yayos al final de curso en la guardería, y les hemos visto seguir la
coreografía al ritmo de una canción, según les indicaban las profesoras con sus
atuendos de baile. Algunas niñas y algunos niños miraban al patio de sillas y
empezaban a llorar. Otros sin embargo, saltaban contentos en la tarima metidos
en el papel y giraban sobre sí la mar de animados. Cada persona somos un mundo
desde pequeños, y arrancamos con las herramientas que nos han tocado.
Igual que nosotros cuando éramos niños
a la hora de jugar o de estudiar, cantar, o tocar la bandurria en el coro de la
Iglesia.
Según los veo, me recuerdan las
etapas por las que pasé de pequeño, y me anima pensar que al igual que en mi
generación, a ellos también les tocará esforzarse y superar escollos con
alegrías o con llantos, como pasajeros de la vida en este tren enorme, que nos
lleva de viaje por el Cosmos.
Así se ve la vida renovada en los
nietos que recogen la antorcha que les damos, cuando los miramos desde el
espejo retrovisor de los años, reflejándose en los críos nuestra propia ilusión
como abuelos, mientras juegan en el parque.
Igual que les pasó a
todos los anteriores abuelos que en el Mundo han sido, desde el principio de
los tiempos, cuando el parque infantil era el simple campo. El ser humano en la
actualidad traducido en los pequeños que hoy llegan a la guardería, en la primera
graduación del curso.
Qué inmenso es este proyecto inteligente
del que formamos parte como granitos de arena en este Mundo que llamamos Tierra,
algo que va mucho más allá del simple escalón que pisamos ahora, en este tramo
de la Historia de la Humanidad.
Es la reflexión que se me ocurre contemplando
a los críos jugando en el parque, que el tiempo nos pone en el camino por el
que hemos de seguir como civilización y como ciudadanos individuales, aunque
seamos yayos.
Conscientes de que somos
tripulantes por igual de un Planeta formado de tierra y agua, que como una nave
intergaláctica atraviesa el Cosmos arrastrada por una estrella dentro de una
Galaxia enorme.
Una más de los cientos de
millones que llenan el Firmamento.
Juan Martín.