sábado, 21 de julio de 2018

Buscando a Wally


Viaje al futuro: La cuadratura del círculo ante la mirada de los nietos.

Fue al recoger mis libros, la ropa y las demás cosas de la camarilla cuando sentí en la garganta aquel nudo que ya conocía de otras veces. La marcha del Seminario no era por una sanción de la jefatura, marchaba por una orden imperativa del Estado que me mandaba hacer el servicio militar. Estaba diciendo adiós a unos años inolvidables de estudio y compañerismo, a los profesores, al edificio emblemático, y a un estilo de vida religioso centrado en el estudio, en el orden metódico, en el trabajo y en la disciplina.

A mí siempre me quedaba el consuelo del reconocimiento de mis superiores, pero por delante tenía el recorrido imprevisto de una etapa incierta, en donde me las tendría que ver yo solo sin la tutoría de los profesores. Me despedí en silencio y sin ruido, cargué en la moto aquella enorme talega llena de ropa, y traspasé la gran puerta de la entrada. En la acera arranqué el motor y bajé hasta el Arco de Triunfo, el viejo edificio del Seminario parecía que también me despedía en silencio.

Atravesé despacio el antiguo Puente Romano, para tomar la salida de Córdoba por la carretera de la campiña, de regreso a la casa de mis padres.    

La llegada al complejo militar del CIR, en un principio me pareció un viaje ya familiar como los que hice para ir al Seminario Menor, incluso el entorno era parecido. Se veían los mismos campos llenos de chaparros y peñascos que había en los Ángeles, luego descubrí que también había un riachuelo y un embalse enorme.

En el CIR se me asignó un dormitorio, nos entregaron un petate (una gran talega) para guardar nuestras cosas, un correaje, ropa, botas, calcetines, zapatillas deportivas y mudas interiores. Me dieron una cama, una taquilla, el número 9174,  y un fusil de asalto Cetme. La primera orden fue dejar recogidas todas las cosas y la cama hecha.

No me sentí apenado ni triste, aquello era lo que me tocaba hacer o el destino me tenía preparado. Recordaba las palabras de D. Gaspar: me dijo que se harían gestiones una vez terminado el campamento, para que  pudiera irme a estudiar a S. Telmo.

La vida en el campamento militar se transformó de inmediato en una rutina diaria de marchas en orden cerrado, de ejercicios de fortalecimiento físico con tablas de gimnasia en grupos con rollizos de madera. Y en mi caso, se completó con un curso de sanitario por las tardes, una casualidad por la que pude ampliar mis nociones de enfermero empezadas en los Ángeles. Allí recibimos una formación muy completa dada por un oficial médico, y también un manual de primeros auxilios, para realizar curas en situaciones difíciles, recibiendo un diploma que me acreditaba como sanitario de 1ª.

En el Campamento encontré otros buenos compañeros de mili, y otros superiores. Allí empecé a reflexionar en serio sobre mi futuro, al son de aquellos toques de corneta que como la campana de los Ángeles, nos marcaban la distribución de la actividad diaria.

El día de la Jura de Bandera lucía un sol espléndido, nosotros desde primera hora ya estábamos sudando, con todas las Compañías formadas desde hacía un buen rato, ante un entarimado montado al efecto para las Autoridades locales y los Mandos.

En una amplia zona delimitada por unos cordones con banderines, estaban también nuestros familiares. Era el mes de junio del año 1972.

En el aire festivo del ambiente se notaba entre nosotros la tensión del momento, cuando sonaron aquellos dos toques agudos de corneta. A continuación oímos la voz potente de nuestro coronel por los diferentes altavoces del recinto, que desde la tarima nos habló del honor, y del significado que tenía para nosotros aquel acto de la Jura de Bandera.

Terminada la breve alocución, siguió un corto silencio. Luego su voz sonó contundente diciendo una sola palabra:  ¡¡Bata...llón!! Y al instante cientos de manos golpearon con fuerza el cierre de los cetmes produciendo un sonido seco. Todo el Batallón al unísono adoptó la posición de firmes, quedando las Compañías dispuestas por secciones para el desfile. Dando inicio así, aquel solemne acto de la Jura de Bandera en Cerro Muriano, al ritmo de una alegre marcha militar.

Terminado el campamento, me llevé el recuerdo de una grata experiencia personal aprendidos claramente los significados de algunos conceptos básicos como servicio, jerarquía y respeto. No exenta de algunas anécdotas simpáticas y de hechos curiosos, vividos en aquel período de instrucción.

Fui destinado al Sevilla al Rgto. Mixto de Infantería Soria 9, siendo trasladado al Batallón de Carros de Combate. Allí me encontré curiosamente bajo el mando del mismo capitán de mi Compañía en el Campamento, pasé una mili tranquila y me licencié siendo cabo 1º.

Después de unos días en casa con la familia, decidí buscar un empleo estable en Cataluña, aconsejado por un compañero del ejército. 

No debía tener demasiada prisa, pero tampoco perder el tiempo en lo tocante a buscar la necesaria estabilidad como adulto, dentro de la sociedad en la que iba a vivir.

Siempre interpreté después de observar los paréntesis de la vida experimentados, que las cosas casi nunca pasan por casualidad, sino que es el destino el que nos viene dado a partir de lo que vamos escribiendo cada día con el resultado de nuestros actos.

Algo parecido a lo que dijo aquel científico llamado Einstein sobre la energía, que ni se crea ni se destruye, sino que solo se transforma. Pero aplicándolo a cada una de las personas, según los hechos individuales y la conciencia particular. 

Así me parecía a mí, que las personas nos forjábamos como el hierro candente sobre el yunque, pero también exigiéndonos desde el interior con disciplina y reflexión. Por eso me propuse ser fiel a los esquemas recibidos, aplicándome a mí mismo en primera persona todo lo aprendido que consideré importante. Supuse que cumpliendo mi parte en el contrato de la vida, lo demás en buena lógica vendría rodado todo por su propio peso, como algo lógico: A la Acción, siempre le sigue la consecuencia de la Reacción. 

Un secreto que deduje a partir de lo experimentado en cada una de las etapas que me había tocado vivir: Con la familia y en el trabajo del pueblo, en la escuela de Lérida, en el Ejército, y muy especialmente en el Seminario desde el concepto religioso.

A veces en la vida hay que saber frenar, otras veces sortear obstáculos, preguntándonos como unos buenos estrategas de unidad: ¿Quién? ¿A dónde? ¿Por dónde? y ¿Cuándo?

Esa experiencia, era algo que yo quería hacer llegar a quienes formaran parte de mi entorno. Actuar en función del momento, pero aplicando siempre la filosofía del respeto por uno mismo, e intentando siempre ser correctos con los demás, a pesar de nuestras limitaciones personales, que son muchas y cuentan bastante.

Estando atentos a la voz del sentido común, leyendo la realidad desde el manual de comportamiento recibido en todos aquellos años de estudio.

El otro aspecto a considerar era de crecimiento interno, enfocado desde la creencia religiosa que se nos inculcó desde pequeños. Pensando que a diferencia de los animales, las personas nos debemos un respeto, y también a quién nos puso en la Tierra.

Ya que no somos piedras, ni plantas ni animales inferiores. La vida ha de tener un sentido muy superior al de solo reproducirnos, el de progresar, el sufrir penalidades o calamidades.

De ahí mi agradecimiento constante a la formación recibida en el Seminario, que me permitió sin duda poder acceder a esa forma filosófica de entender la vida, desde la base de la Fe y el concepto del Credo.

Hoy ya abuelo, cuando me toca hacer de canguro de algún nieto, me fijo cuando salimos al parque en los diferentes niños y niñas pequeñitos que corretean, y pienso en el largo recorrido de aprendizaje que les queda por delante.

El parque infantil es un Universo en miniatura con sus propias leyes, allí se comparten los juguetes y los diferentes aparatos por igual, sin exclusiones ni diferencias. He aprendido a pedir disculpas a los niños por mi intromisión con la mirada, como un punto de encuentro sin palabras, absolutamente aséptico que nos identifica a cada cual. Máxime en esa edad de los primeros balbuceos ante el Mundo de los adultos traspasándonos ideas de comprensión sin palabras.

Aun saltando la distancia de los años que nos separan, es el misterio de la vida que tenemos la suerte de compartir, lo que nos une en el parque a los yayos y a los críos.

Nos fiamos de quién nos ayuda desde la sinceridad y la nobleza mirándonos a los ojos, nos entendemos con los nietos desde la amabilidad dadas nuestras carencias ante una mente infantil, que a veces infravaloramos abusando en exceso de la prohibición.

Con un gesto se les ofrece agua apenas sin hablar, o con la mirada les señalo el columpio y te entienden a la primera, entonces les acompaño hablando despacio.

Jugar, compartir y ayudar desde la seguridad y sin enredos, los críos deducen con una inmediatez increíble, y se enfadan cuando no se les entiende.

La ternura hacia los demás, y la comprensión desde el respeto que nos hace posible el crecimiento como personas a lo largo de las generaciones, son la clave. También vale para los adultos, lo he aprendido en el parque sin discursos, jugando con ellos.

Los pequeños se fían de los mayores porque nos presuponen de forma segura, que representamos el conocimiento y la protección que necesitan ante lo desconocido.

He podido comprobar en la avidez de sus curiosas miradas infantiles, que no les podemos dar gato por liebre, so pena de caerles mal, o de crear una confusión  en sus pequeñas cabezas, ellos ya tienen su criterio propio desde que nacen y juzgan lo que hacemos.

Al igual que en las anteriores etapas de la vida, ahora los nietos son los profesores que me enseñan cada día a reflexionar si lo que yo hago es correcto.

Es la confluencia de la vida que nos pone delante de los ojos, la posibilidad de aprender de ellos como si fueran el resumen de todos nuestros anhelos pasados.

Como una realidad que no es teoría, sino personitas verdaderas que ahora tenemos la responsabilidad de enseñarles desde nuestra experiencia, en pequeñas dosis de ida y vuelta: el afecto, la seguridad, el respeto y la benevolencia.

Nos miran con la superioridad que les da el vernos tal y como realmente somos los adultos ante sus ojos, cuando actuamos ante ellos como si los pequeños no se dieran cuenta de lo que decimos, o de lo que hacemos.

Ellos nos ven desde que nacen con el sexto sentido de su instinto maternal, y hasta las ideas que pensamos los adultos nos las ven y las escuchan en tres dimensiones. Como si todos los mayores fuéramos de cristal transparente para ellos, subidos en este tren de la vida en el que vamos recorriendo juntos como pasajeros, un camino generacional de afectos y experiencias personales peldaño a peldaño.

Ellos son el futuro, y nosotros ocupamos el último escalón del presente en el que se apoyan, para seguir prosperando como el siguiente proyecto humano, por encima de nuestra efímera prepotencia de adultos.

Hoy hemos asistido los padres y los yayos al final de curso en la guardería, y les hemos visto seguir la coreografía al ritmo de una canción, según les indicaban las profesoras con sus atuendos de baile. Algunas niñas y algunos niños miraban al patio de sillas y empezaban a llorar. Otros sin embargo, saltaban contentos en la tarima metidos en el papel y giraban sobre sí la mar de animados. Cada persona somos un mundo desde pequeños, y arrancamos con las herramientas que nos han tocado.

Igual que nosotros cuando éramos niños a la hora de jugar o de estudiar, cantar, o tocar la bandurria en el coro de la Iglesia.

Según los veo, me recuerdan las etapas por las que pasé de pequeño, y me anima pensar que al igual que en mi generación, a ellos también les tocará esforzarse y superar escollos con alegrías o con llantos, como pasajeros de la vida en este tren enorme, que nos lleva de viaje por el Cosmos.

Así se ve la vida renovada en los nietos que recogen la antorcha que les damos, cuando los miramos desde el espejo retrovisor de los años, reflejándose en los críos nuestra propia ilusión como abuelos, mientras juegan en el parque.

Igual que les pasó a todos los anteriores abuelos que en el Mundo han sido, desde el principio de los tiempos, cuando el parque infantil era el simple campo. El ser humano en la actualidad traducido en los pequeños que hoy llegan a la guardería, en la primera graduación del curso.

Qué inmenso es este proyecto inteligente del que formamos parte como granitos de arena en este Mundo que llamamos Tierra, algo que va mucho más allá del simple escalón que pisamos ahora, en este tramo de la Historia de la Humanidad.

Es la reflexión que se me ocurre contemplando a los críos jugando en el parque, que el tiempo nos pone en el camino por el que hemos de seguir como civilización y como ciudadanos individuales, aunque seamos yayos.

Conscientes de que somos tripulantes por igual de un Planeta formado de tierra y agua, que como una nave intergaláctica atraviesa el Cosmos arrastrada por una estrella dentro de una Galaxia enorme.
Una más de los cientos de millones que llenan el Firmamento.

Juan Martín.

11 comentarios:

  1. Amigo Juan, un excelente relato, resumido, del recorrido de tu vida por este planeta Tierra. Deambular, que con más o menos similitudes, hemos tenido la suerte de realizar. Bueno... y de lo que aún nos queda. Un fuerte abrazo y gracias por confiarnoslo.

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  2. Amigo Andrés, agradecido por tus amables palabras.
    Mi intención ha sido la de revalorizar la importancia que tiene nuestra experiencia de la vida, y el traspaso del testigo a las siguientes generaciones, visto desde la relatividad de nuestra importancia.
    Un abrazo

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  3. Sobre la profundidad y el sentido del VIAJE de la vida, también yo he reflexionado últimamente. No sé si me habré expresado con tanta claridad como tú. En fin, lo intenté con esta poesía:

    “NADA ES EN VANO”

    Y de repente el vértigo de un recuerdo fugaz.
    Vértigo inesperado irrumpiendo al asalto.
    Vértigo de un ayer que presumía inocente
    porque viví a la defensiva,
    porque soñé en silencio,
    porque crecí entre gestos, palabras y experiencias que calaron mi alma de locura,
    sin sospechar el vértigo secreto que arrastro desde siglos…

    A veces frío, poco comprometido, impenetrable si me apuras.
    Otras veces sufriendo, comprendiendo, participando sincera, abiertamente.
    Dejo aquí mi poso de verdad y mentira, de oscuridad y luz.

    Vértigo vertido en mi desprevenida conciencia.
    Vértigo de la huella sembrada con mi vida
    creando realidad, verdad inapelable.

    Vértigo que sigue reclamando la travesía errante de la especie
    con versos más sencillos, más humanos,
    puesta la valerosa proa en un destino noble,
    inalcanzable y bello como el aroma en flor.

    Vértigo de lo que está esperando sin desmayo
    porque el camino somos nosotros mismos,
    y no logramos alcanzarnos,
    tan ciegos y perdidos sin la Luz y el Amor.

    Un saludo afectuoso.
    Pedro

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  4. Amigo Pedro, una profunda reflexión la tuya y una magnífica poesía llena de hondo lirismo, que te agradezco enormemente.
    Efectivamente estoy contigo, las personas muchas veces nos preguntamos por lo que hay detrás del decorado, deduciendo a partir de lo que vemos.
    La incógnita tratamos de despejarla, desbrozando el camino de la hojarasca que se ha ido acumulando encima del tablero de la vida, con el paso del tiempo, el viento y la lluvia diaria.
    Como siempre, agradecido por tu amabilidad.
    Un abrazo.
    Juan Martín


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  5. Amigo Pedro: ¡Vaya pedazo de reflexión! Encima, bajo un excelente poema. Un abrazo

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  6. Juan, muchas gracias por compartir con nosotros tus experiencias vitales con un hermoso resumen de lo que han sido para ti estos años.
    No puedo ser indiferente a la mención que haces, de los sentimientos que provocan en nosotros, nuestros nietos y su pequeño mundo infantil. Es verdad que tenemos una labor educativa, pero también representan una gran ilusión y disfrutamos con ellos desde la experiencia que nos dan los años.
    Si la Vida es un continuo relevo, ellos son el mejor testigo y prueba segura de nuestra inmortalidad en la tierra.
    Recibe un fuerte abrazo.

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    1. Amigo Manuel estoy totalmente de acuerdo contigo sobre lo que dices de los nietos, son la ilusión en esta etapa de la vida.
      También una responsabilidad por la parte que nos toca, sobre todo después de haber vivido nuestra experiencia de pequeños y de yayos.
      Agradecido por tus amables palabras.
      Recibe un cordial abrazo.

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  7. Agradeciendo a Juan Martín y a Andrés Osado su valoración positiva a mi poesía con otra posterior y tal vez última:

    SOBRIEDAD

    Toda mi vida no ha sido más que exceso.
    Además de mis libros y otras mil vanidades
    he amontonado años sin arrepentimiento
    ni propósito firme de mitigar mis vicios.
    Mis confesiones eran una máscara burda
    de pertinaz locura y arraigo en la impostura.
    No profesé fe alguna o pasión memorable
    salvo mi excelsa y torpe egolatría.
    Por arreglar las cosas, he proyectado
    tributar sobriedad a mi vida,
    -ahora que estoy de vuelta-,
    y dejar la mentira.
    Mas no tengo remedio, ¿para qué otra poesía?


    Pedro

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    1. Amigo Pedro, tus versos rezuman sentimientos y anhelos de quién es consciente de lo que dice. Desde la distancia de aquellos años de Seminario, creo compartir contigo la serenidad de sabernos como personas ejemplos vivos del milagro de la vida.
      Con el añadido de poder reflexionarlo desde el presente. Una simple sonrisa en la cola del supermercado, o un gesto amable forma parte del tesoro incalculable del que formamos parte las personas.
      Magníficos versos repito.
      Recibe un fuerte abrazo

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  8. Juan Martín, cien por cien de acuerdo contigo.
    Todo lo que importa está en el presente, pero debemos vivirlo mirando hacia un futuro más humano, proyectándolo con nuestros actos al intentar ser mejores personas.

    en cuanto amis poesías, téngase en cuenta que para dar el mensaje que pretendo me valgo de las palabras y la literatura.

    El relato y reflexiones que haces de tu vida desde el instante en que te ves forzado a dejar el Seminario transmiten una humanidad e integridad que te honran. Seguro que ya las traías contigo desde tu nacimiento.
    Además de fluir con lo que te presentaba la vida, has sabido adaptarte dando lo mejor de ti. Tu escritura así lo atestigua. También demuestra esta opinión mía, lo atento que eres con tus antiguos compañeros, (nosotros entre otros) y por supuesto con tus nietos.
    Me alegra mucho que sigas escribiendo en el blog y lo hagas tan maravillosamente.
    Soy un incondicional de tus textos. Te pido disculpas por aprovechar los comentarios para dar a conocer mis dos últimas poesías.
    Un abrazo.
    Pedro

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  9. Pedro, pienso que la oportunidad magnífica de expresarnos para decir lo que sentimos, nos la da este blog del Seminario, y la paciencia del amigo Rafael que lo gestiona estupendamente.
    La riqueza de las reflexiones y vivencias que enviamos quienes lo visitamos después de cincuenta años, son el tesoro que nos une a los que un día fuimos compañeros de Seminario.
    Un abrazo.
    Juan Martín

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