Preámbulo
Ya andaba componiendo en mi cabeza esta crónica mientras Mónica y yo visitábamos Córdoba el pasado puente del Pilar. Pero, de regreso en nuestra casa, lo dejé correr al comprobar que los recuerdos de la experiencia vivida se entremezclaban en mi mente en un maremágnum complejo y dispar.
Recibimos la visita concertada de Rafael Ruiz-Ruano y Miguel López Navarro tres días después. Vinieron a nuestra casa con Antonio, hombre sencillo, prudente y amigo inseparable de Miguel. Al despedirnos en la calle, a pie de furgoneta, Rafa me espetó sin más:
-Contamos con tu crónica de este encuentro. Estaré encantado de leerla cuando regrese a mi tierra. –Su tierra es ahora Girona.
Me comentó la posibilidad que tuvo de cambiar su residencia a Córdoba cuando trabajaba en su empresa de transportes. Pero al estar ya asentados en Girona, su mujer e hijos le disuadieron.
Su confianza sin fisuras en mí como cronista, derrotó mis crecientes dudas y temores, forzándome a pergeñar estas líneas.
Intentaré hilvanar conjuntamente nuestras impresiones y andanzas por la Córdoba para nada “lejana y sola”, (ahora cercana y concurrida), y la visita de nuestros amigos.
Primer capítulo
Mónica y yo nos animamos a participar en el viaje organizado desde Mutxamel a Córdoba por tres motivos:
1.- Completar la visita a la seductora ciudad de Córdoba, iniciada tras el encuentro de Lucena.
Entonces nos asustaron las tremendas colas para acceder a la Mezquita y además pasamos un día entero indispuestos, (algo nos sentó mal), en casa de José Antonio Naz y Carmen, que nos hospedaron con un cariño inenarrable dos días completos.
2.- Ver de nuevo a nuestros amigos José Antonio y Carmen, aunque fuera un “ratico”. El habernos dejado las chaquetas en su casa en aquella ocasión fue un motivo de broma para invitarnos a volver a visitarlos.
-Tenéis que venir a recoger vuestras chaquetas. No hay otro remedio –sentenció José Antonio en un email.
3.- Salir de nuestra confortable “cueva” para dejar de sentirnos modernos trogloditas.
Un día antes de partir en el autobús, Mónica se desanimó. Intenté incluso cancelar el viaje, aunque sin éxito.
Durante el viaje mandamos fotitos y comentarios a Manuel Jurado y a nuestro compañero de Taichí, Francisco.
A partir de ahí, el ritmo frenético de idas y venidas nos desalentó para mantener las comunicaciones por washapp, que relegamos a un mejor momento.
Confío que esta crónica me sirva de disculpa con Manuel Jurado, que no dejó de mandarnos a diario sus mejores fotos y detalles de la semana de peregrinaje por el Camino de Santiago con su hija, Ana María, partiendo desde Saint-Jean-Pied-de-Port.
La visita a la Catedral, ya apenas Mezquita, comenzó con el ritual de hacer cola para sacar las entradas, (10 € por cabeza), sufriendo las caricias de un sol demasiado ardiente para esta época del año.
Nada más entrar recibí una impresión que me dejó anonadado. ¿Qué había pasado allí tras mi larga ausencia desde 1971?
Podía entender que el aluvión de gente hubiera convertido el recinto en una ruidosa plaza abarrotada hasta los topes. Aquella serenidad que respirábamos mientras la recorríamos abducidos por su belleza única y misteriosa, tras la misa del domingo en la capilla de “El Sagrario”, es hoy día inimaginable: infinidad de turistas españoles y extranjeros deambulan desordenadamente disparando fotos con los móviles a diestro y siniestro. Parecía que estuviéramos en la feria de Sevilla.
Lo que no podía comprender era que la iglesia Católica, a partir de la inmatriculación dolosa que promovió el señor Rajoy, hubiera transformado la Mezquita en una aberrante “catedral”, llenando los laterales de la misma con capillas a las que no faltan retablo, sagrario y altar. Sólo ha perdonado el Minrab, cuyo acceso está prohibido.
Los 18 millones de euros ganados el año pasado con las entradas, más los de los años anteriores y los venideros, dotan al Obispado cordobés de la mayor riqueza soñada por este estamento desde sus orígenes.
No me compete a mí analizar las “obras” de la iglesia Católica tras adueñarse del monumento, pero creo que alguien debería hacerlo.
Voy a señalar dos detalles dispares de la actual iglesia católica cordobesa: la rehabilitación del Seminario de Hornachuelos y las innumerables manifestaciones católicas en el espacio público, (no recuerdo bien si José Antonio nos dijo que fueron 400 el año pasado).
El consistorio cordobés es consciente del disparate de tanta procesión y conmemoraciones, pero da su permiso “religiosamente”. (¿Qué saca a cambio?)
Comenté este asunto con una mujer que regentaba una pequeña tienda cerca de la Corredera. No le molestaban en absoluto los continuos desfiles eclesiásticos católicos, pues animaban la vida cotidiana de la ciudad y favorecían el comercio.
En nuestra visita a la Mezquita me llamó poderosamente la atención un vistoso paso de Semana Santa que estaban preparando en un amplio espacio, acotado con cintas, en un lateral externo de la Catedral.
Por la tarde salió el “paso” conmemorativo de la Catedral-Mezquita para alcanzar, tras un paseo por la ribera y aledaños, la Corredera. Más de siete horas de procesión con la excusa de la celebración del centenario de un santo cordobés, completamente desconocido para mí.
Sigo preguntándome qué tiene que ver el suntuoso paso del prendimiento de Cristo con el “famoso” santo. La comitiva, eso sí, era nutrida y fervorosa.
Una gitana mayor, sencilla y muy amable, compañera de viaje, me comentó, en uno de los desplazamientos en autobús, que sintió miedo durante la visita a la Mezquita al pensar que los islamistas podían atentar allí con una bomba, resentidos por los abusos perpetrados en su iglesia contra su religión.
Resumiré el resto de impresiones para no resultar “largo” en demasía: la ciudad limpia y bien cuidada, mínimos los coches y motos fuera de las avenidas y calles de la Córdoba moderna, comercio turístico y terrazas sin cuento, precio de cervezas y otras consumiciones algo abultado y, finalmente, una desorbitada cantidad de visitantes que hacían prácticamente invisibles a cordobeses y cordobesas.
Nuestro guía se esforzó en mostrarnos todos los lugares emblemáticos con un empeño indómito: judería, Mezquita, palacio de Viana, plazas del Potro, de Miguelete y de la Corredera, Cristo de los faroles, calle del pañuelo, Alcázar de los Reyes Cristianos, (la mitad del grupo repetimos para ver el espectáculo nocturno de fuentes, luces y música), y Medinat Al – Zahra. (Mónica y yo, según el móvil, anduvimos en dos días más de 40.000 pasos).
El viernes apenas teníamos una hora para ver a José Antonio y Carmen, y estábamos a unos veinte minutos de su casa. El autobús, siempre aparcado cerca de la Torre de la Calahorra, saldría hacia nuestro hotel en la Carlota sin esperarnos.
El guía nos sugirió que visitáramos a nuestros amigos sin prisas, pidiéndoles que nos acercaran al hotel antes de la cena, a las 21 horas. Así tendríamos tiempo de sobra para disfrutar su compañía.
José Antonio y Carmen tuvieron un día “completito”: todos sus hijos y sus tres nietos pasaron el día con ellos en su casa… y encima aparecimos nosotros.
Al día siguiente salían hacia Girona con varios amigos para pasar una quincena en un balneario de la provincia.
Cuando llegamos Mónica y yo a su casa pudimos saludar también a su hijo Ángel y a la mujer de este que daba de mamar a su retoño, Arturo. (He olvidado el nombre de la nuera, pido disculpas).
José Antonio nos invitó a una copa y charlamos, entre otras cosas, del empoderamiento de la Mezquita y de Córdoba misma por una iglesia católica oportunista y algo exhibicionista.
Ni que decir tiene que Carmen, nada más entrar nosotros, fue a buscar nuestras chaquetas, no fuera a ser que olvidáramos de nuevo recogerlas y se quedaran como fantasmas en el armario.
Les regalé un libro de memorias que he escrito, (el primer capítulo está publicado en mi blog, cuyo enlace tenéis en este mismo blog del Seminario).
-Aprovecharé estas vacaciones en el balneario para leer un poco tu libro –me dijo José Antonio sonriente.
-Te cito tres o cuatro veces, pero mis recuerdos de entonces son bastante pobres, por eso he añadido los artículos que publicó Manuel Jurado en el blog, ya que reflejan mejor nuestra etapa de seminaristas.
Poco después de que sus familiares se despidieran, José Antonio y Carmen nos acercaron en su coche a nuestro hotel en la Carlota.
Desde aquí les reitero nuestro inmenso agradecimiento por su amabilidad y trato entrañable, ya que nos atendieron con todo detalle a pesar de estar más cansados que nosotros.
Nuestra salida desde Mutxamel la efectuamos el día 12 a las 5:30; nuestra llegada el día 14 a las 24 horas. Una locura que no impedía a nuestros compañeros de viaje, más veteranos en estas lides que nosotros, animarnos al próximo viaje a Málaga.
-Creo que no, en todo caso a Cádiz, que me la tienen muy bien hablada -contesté.
Total 200 € por persona, visitas a monumentos aparte.
Segundo capítulo
El martes, 16 de octubre, recibo la llamada telefónica de Rafael Ruiz-Ruano. Quedamos para comer una paella en nuestra casa al día siguiente. Miguel llama un poco después preguntándome si puede venir también su amigo Antonio.
-Ya tengo encargada la paella de magro y verduras para cuatro, pero iré al bar de mi vecino a pedir que nos pongan una ración más.
-No hace falta, donde comen cuatro comen cinco –me contesta Miguel. –Además, llevamos bastantes aperitivos.
-Prefiero que sobre paella, que ya daré cuenta de ella en la cena.
Se presentan los tres jovialmente a la 1:45.
Saludos, abrazos, algunos comentarios sobre el viaje a Córdoba, y el menda que se va a buscar la paella al bar.
Nos sentamos a la mesa y Miguel parece un maestro de ceremonias. Primero la foto. ¡Luego me corrige para que no sirva la paella antes de rematar los aperitivos!
Aunque Rafael y yo tenemos concertada la revancha al ajedrez al mejor de cinco partidas, la animada conversación de sobremesa va relegando el ansiado encuentro ajedrecístico “sine die”.
Miguel me pide que le pase los archivos de su nueva tablet a un pen. Mientras se copian los archivos, (¿cómo se pueden hacer tantas fotos en tan poco tiempo?), Rafael y yo comenzamos nuestra particular contienda bajo la atenta mirada de Antonio, a quien convertimos en árbitro del evento.
En la primera partida recibo una paliza épica. Mis planes de ataque no tuvieron en cuenta los de Rafael, más certeros y contundentes.
Para la segunda partida me prometí ser más prudente y vigilar los planes de ataque de mi contrincante, hasta el momento de una eficacia intimidatoria.
Esta vez fue él quien pecó de confiado y el peón central que me concedió en la apertura lo pagó caro, pues armé un centro impenetrable que le fue dejando fuera de combate paso a paso.
La tercera partida, que resultó ser la última, me sorprendió con un ataque relámpago que destrozó mi centro mediante la acción conjunta del alfil negro y la dama. En mi bando se mascaba la tragedia.
Se precipitó buscando un jaque mate que creía inevitable y, tras la sorpresa al comprobar que me había escapado de su tenaza letal, saldó, mediante cambios de pieza, la situación a su favor con un peón de menos y alfil de más.
Armé la mejor defensa posible tratando de convertir una derrota clarísima en unas tablas.
Para desbaratar mi trío de peones avanzados atacó mi peón retrasado con alfil y torre. Comió el peón pero un doble de mi torre superviviente le dejó sin el alfil de más.
-Ahora sí que son tablas, he cometido demasiados errores.
-Pues yo voy a jugar a ganarte. En este final, con las mismas piezas ambos, las mías están más adelantadas y trataré de aprovechar la circunstancia a mi favor –le contesté.
Acabó entregando su torre por mi peón coronado y tuvo que rendirse.
Dejamos el ajedrez y nos dedicamos a la tarea de pasar los archivos al pen uno a uno, ya que la copia global se había bloqueado.
Cuando anochecía les acompañamos al coche, devolviendo yo la paella vacía en el bar de mi vecino.
Rafael seguía dándole vueltas a la partida ganada que acabó perdiendo.
-Yo siempre juego partidas rápidas de cinco o diez minutos “on line”. No me desenvuelvo, por eso, demasiado bien en los finales, pero creo que antes de perder el alfil tenía por lo menos tablas.
-Pues claro que sí, pero no te preocupes, yo también he perdido algunas partidas super ganadas y sólo he tardado unos años en olvidarlas, aunque no del todo -le replico con guasa.
-Me gustaría que vinieseis alguna vez a visitarme vosotros, para variar. Podría incluso acompañaros a uno de vuestros cursillos de taichí en Casademont, que está a media hora de mi casa.
-Por supuestísimo que sí –contesta Miguel al instante. –Ya lo organizaremos. Sin duda alguna, te lo debemos.
Tras las despedidas de rigor, se marchan los tres en la “fragoneta”, llevándose Rafael un libro de mis memorias que guardaba para Miguel, quien generosamente lo ha cedido a nuestro, cada vez más, entrañable amigo Rafa.
Pido disculpas si he abusado de vuestra paciencia. Ya avisé que era una crónica algo engorrosa. Espero haberla terminado sin ofender a nadie y complaciendo a amigos y compañeros. Un abrazo a todos.
Pedro Calle
Mutxamel, 2018-10-18
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ResponderEliminarDos auto-correcciones: "Madinat al-Zahra" y "devolviendo yo la paellera vacía..."
ResponderEliminarTambién mis agradecimientos a Manuel Jurado y a Rafael Vilas, que tan amablemente han traído la crónica a este blog. Un saludo al resto de "socios".
Pedro
Excelente, amigo Pedro. Una odisea como la que vivisteis, no se merece sino contarla así, tal cual. Un consejo, no juegues nunca contra el amigo Miguel, "El Torraor" seguro que te gana. Simple y sencillamente, con su elocuencia, jugando a entretenerte, lograría llevarte a las cuerdas sin darte cuenta cómo fue. Un abrazo muy fuerte.
ResponderEliminarMuchas gracias, amigo Andrés, por tu aprecio literario y tus certeros consejos. Miguel me tiene ya completamente abducido y me maneja como quiere, aunque todo hay que decirlo, es un gran seductor.
ResponderEliminarEl combate de ajedrez fue la revancha que le debía a Rafa Ruiz Ruano. Miguel se duerme, (o se queda torrao, segun se dice por aquí), cuando nos ve jugar, pero luego maneja sus habilidades sociales con suma maestría.
Un abrazo, colega.
Pedro un magnífico reportaje, acompañado de buenos amigos por la ciudad en la que estuvimos de jóvenes.
ResponderEliminarUn abrazo.
Juan Martí
Amigo Pedro, gracias por compartir con nosotros esas vivencias de vuestra visita a Córdoba y las fotos de la rica paella degustada junto al maestro torraor Miguel y a Rafael.
ResponderEliminarLos méritos y agradecimientos sólo para Vilas, él es el editor y único responsable de lo que se publica en este blog.
Es verdad que Córdoba y el bello entorno de la Mezquita está tremendamente más concurrido que en nuestros paseos hasta Preu. Es el signo de los tiempos. Antes acudían, en su mayoría, turistas extranjeros y hoy somos los nacionales los que invadimos todos los lugares y los monumentos históricos.
Me parece que vas a tener que dar una revancha a Rafael con otra partida de ajedrez...en Hinojosa me dijo que no estaba muy conforme con el desenlace de la última partida...
Bueno Pedro, te envío un fuerte abrazo para Mónica y para ti.
Es un placer encontrar los infalibles comentarios de dos personas tan apreciadas por mí como Juan Martí y Manuel Jurado. Muchas gracias a ambos, sois personas de una calidad humana especial que veo aquilatada en vuestros escritos y trato, (sin desmerecer en absoluto a otros compañeros y amigos del grupo).
ResponderEliminarUn gran abrazo para cada uno.
En cuanto a Rafael Ruiz Ruano creo que las espadas ajedrecísticas permanecerán en alto mucho tiempo, cosa que le agradezco. Es un gran luchador.
ResponderEliminarOlvidé relatar en la crónica un detalle de Miguel el torraor: Al servirle la paella nos dijo que aún no podía masticar bien los trocitos de magro, pero que al día siguiente le instalaban la dentadura definitiva. Mis felicidades para él porque yo llevo los implantes desde hace pocos meses y es un puntazo. A partir de ahora va a disfrutar el doble las comidas.
Supongo que, quién más, quién menos, sabemos todos algo del tema.