IGLESIA DE LAS MARGARITAS
—En el día del Señor, a treinta de enero del año dos mil y veinte, válgame el cielo, mi señor Don Quijote “El Fili”, que no quisiera rememorar, con estas letras, su elocuente descripción, de aquellas angelicales figuras, que limpiaban por doquier, aquel castillo que por nombre usaba el de Santa María de los Ángeles. Angelicales figuras que, miradas desde abajo, enervaban nuestros… ya sabe vuecencia a lo que me refiero y que quedó tan bien denotado en su larga prosa que ya nos dedicó. Cosa que no me atrevo yo a remendar agora.
—Sea pues dicha, de aquesta manera, lo sucedido en aqueste homenaje que acabamos de celebrar.
Estábamos reunidos, en cierta ocasión y como viene siendo frecuente, Pepe López, Carlitos, Manuel Rafael, el Señor Sánchez, Antonio Martínez y un servidor de ustedes, cuando tomó la palabra Pepín.
—Ayer estuve reunido con Manolo Vida y Antonio Caballero y propusieron que, como Anita vive en Las Margaritas y está ya un poquito mayor, le podíamos hacer un homenaje, por el tiempo que estuvo cuidando de nosotros en los seminarios, tanto de Hornachuelos como de San Pelagio.
¿Cómo no hacer algo por Anita? ¡Ella que tanto de desvivió por nosotros! Durante un buen rato estuvimos hablando se sus bondades para con nosotros.
Yo la recuerdo, con un brazo, como suele decirse, en jarras, y no parando de hablar. ¡Hay que ver lo que hablaba!
Dicho y echo, enseguida nos pusimos de repartir las funciones y ordenar los pasos a seguir.
Primero hablamos con Antonio Caballero. Ofreció sin inconveniente alguno los salones de la parroquia, para que escogiéramos el más adecuado.
En segundo lugar, pusimos a funcionar al señor de la lista. Cosa que el muy distinguido Manolo Sepúlveda que, sin demora alguna, tomó cartas en el asunto. En un lado quienes iban al perol, en el otro, quienes se apuntaban a la visita nocturna de la Catedral.
Posteriormente y dado que hubo de suspenderse la visita nocturna a la Mezquita Catedral, el día de la comida de Navidad, le propusimos a Rafael Serrano que realizara las gestiones para hacerla en esta ocasión. Como a Rafael no hace falta decirle dos veces las cosas, lo consiguió en un visto y no visto. Se había conseguido la visita para esa noche. ¡Además gratis!
Dada la formidable aceptación que tuvo la llamada, nos quedamos algo “acongojados” (entiéndase lo otro) por lo que la realización del perol suponía. Y la lista seguía aumentando. Todo iba viento en popa. Incluidos nuestros nervios. ¡Faltaba lo principal! ¿Quién haría un buen perol para tantas personas?
Pero como siempre hay mentes lúcidas y en este caso tenía que ser, como no, la de una mujer: Sole, propuso que un hombre de su pueblo, Antonio, se podría ofrecer para confeccionarnos el perol. ¡Alleluya! Si hubiéramos ido en barco, habríamos gritado ¡Tieeeeeraaaaa!
Las mismas personas, nos volvimos a reunir. Determinamos las viandas a comprar. Y casi vimos la luz.
El miércoles a las 10 en punto, con tres carritos a toda vela, nos pusimos a rellenarlos. Para las 11 horas estábamos metiendo en el frigorífico las bebidas correspondientes, y acomodando lo demás, en el salón de la Parroquia. Lindo y espacioso salón, por cierto. Los nervios se aplacaron un poco, pero aún no del todo. Ya sólo faltaba la carne y el cocinero.
Para desear que todo saliera bien, nos tomamos unas cervecitas en un bar de enfrente.
A las 12 cuando llegué al salón parroquial, ya estaban allí dos Antonios: Caballero y Bazuelo. Poco a poco llegaron los siguientes como viene siendo costumbre. Cuando llegó Carlitos con la carne y Antonio con su Perol, respiramos profundamente. ¡Todo empezó a marchar perfectamente!
Empezamos a preparar el salón. Antonio, el cocinero, a lo suyo.
De pronto, se presentó un hombre moreno, alto y aguerrido. Se trataba de Pacomo. Portaba un baúl, casi como aquellos que llevábamos al Seminario.
—Estos son los torraos que ha mandado, a mi casa, Miguel López.
¡Qué cantidad y cuán buenos los torraos! Dimos cuenta de ellos rápidamente y eso que había para un regimiento. Menos mal que Miguel sabe que somos gente de buen comer.
Al rato, como si fueran dos Reyes Magos de Órjiva, se presentaron Lola y Manolo Sepu, con dos toneladas de rico pan de la tierra y de buen horno. ¡No podían faltar!
Poquito a poco, se fue llenando el salón y el bullicio iba en aumento. ¡Como debe de ser, de la gente que se reúne para disfrutar de la charla y la amistad!
Algo más tarde, llegó Anita e Inés, rodeadas de su familia. Aunque los años habían hecho acto de presencia, en Anita, su sonrisa seguía intacta. Rápidamente se sentó y todos fuimos a mostrarle nuestro agradecimiento y simpatía. Lo que si noté es que ¡las ganas de hablar no habían desaparecido con la edad, aún diría que le cundían más! No paraba de hablar. Nos contó de sus discusiones con las monjas porque a veces nos daba algo de comer bajo cuerda. De cómo desparecían algunas cosillas de la cocina y ella, muy picarona, se encogía de hombros como diciendo “¿acaso la bicicleta es mía?
¡Que buena era! Esa bondad aún sigue mostrándose en su rostro.
Sinceramente no recuerdo a otra de las chicas que allí había, pero siempre he tenido presente la fisonomía de Anita, su voz y su forma de tratarnos.
El cocinero seguía a lo suyo. Algunos echándole una mano, no muchos. Carlitos, también a lo suyo, a las fotos que luego subirá nuestro Vilas y a echarle una mano al del perol. En una de esas, junto con el Sr. Sánchez, acudieron a la llamada del cocinero, no porque ya estuviera listo el arroz, sino porque se había acabado el butano. Nuestro diligente compañero Antonio Caballero recurrió a todas las botellas de que disponía pero “que si quieres arroz Catalina” Todas estaban vacías. Menudo problema.
¡Ay! Murphy, siempre tienes que aparecer justo en el momento menos oportuno.
Menos mal que nos entrenaron, nunca mejor dicho, para solucionar todas las adversidades. Juan Villén salió al quite y se ofreció a ir a su casa a por una. Es que ya se ha convertido en otro Margarito (vive en el barrio) y en un “pis pas”, ayudado por el Sr. Sánchez, el arroz siguió burbujeando alegremente. ¡No hay quien pueda con nosotros!
Mientras tanto, Anita seguía hablando. No había quien pudiera con ella. Sigue con la misma energía.
No vayáis a pensar que los torraos y las tortillas sólo se regaron con las cervecitas, ni mucho menos. Tres, fueron tres quienes aportaron el vino de los dioses:
Rafael Pérez Molina, el blanco de su bodega, que con eso no hay que decir más.
Juan Hinojosa, tinto del que no le pregunté su procedencia, pero no importaba porque no hacía falta
Miguel Estepa, otro blanco del que tampoco necesitó denominación de origen, según sus catadores.
En definitiva, brebaje hubo en cantidad.
Mientras, Rafa Vilas y con la poquilla ayuda de un servidor, logramos hacer funcionar unos artilugios digitales que, seguramente nuestros nietos de cinco años, los hubieran conseguido solucionar en unos minutos y no las dos horas que nos tiramos nosotros.
Y llegó el arroz, exquisito, delicioso, suculento, en su punto. Cada uno fue por su plato e incluso se repitió. Genial el cocinero. “El divino Antonio”
Pero no terminó con el arroz, el seguir degustando de manjares, ya que se sacaron las naranjas que Paqui e Ildefonso, habían traído allá de su Palma. ¡Vaya cosa rica y de eso doy fe, porque sí las comí!
Luego, la hora de los recuerdos, que para eso se había logrado poner en funcionamiento el artilugio del que antes hablamos. ¡Que tiempos!
Terminados los recuerdos plásticos, o documentales, Manolo Vida le hizo entrega a Inés, del regalito que entre todos le habíamos preparado. Antonio Caballero hizo lo mismo con Anita. Ambos con sus correspondientes palabritas de agradecimiento. Si su hermana nos los agradeció con pocas palabras, podéis imaginaos que Anita habló por lo que le había faltado a su hermana más lo que os podáis imaginar. Al parecer no había tenido suficiente con las casi cuatro horas que habíamos tenido antes. Luego una madrileña, asumida por ella misma como natural de Andalucía, especialmente de Priego de Córdoba, por nombre Carmen, tomó la palabra que cerró el acto de entrega de regalos:
—Anita, te quiero dar las gracias por haber cuidado de estos maridos nuestros, cuando aún eran pequeñitos… pero podías haberles echado algo más porque les falta a todos un gran hervor.
Se que algún piropo más dijo sobre nuestras bondades, pero por pudor prefiero reservármelos. Es que Carmen no puede pasar sin nosotros. Lo curioso es que nuestras queridas esposas aclamaron profusamente su alocución. ¡Es que están muy unidas en sus opiniones sobre nosotros! ¡Qué seríamos nosotros sin ellas!
Doy mi enhorabuena a todos los currantes, al escribiente, asistentes, a Antonio Caballero por habernos dejado su Parroquia, Manolo Vida, Rafael Serrano y a Manolo Pérez Moya, por habernos invitado a realizar la visita nocturna a la Mezquita-Catedral.
Bueno ya está bien, que si sigo va a llegar el día de la próxima concentración, de la que, entre Antonio Luna y Manolo Sepúlveda os darán buena cuenta de ella. Que no faltéis.
¡Ah! Se me olvidaba. Mientras veíamos las fotos, repartimos los polvorones que habían traído Toñi y el Fili. Cuando llegó la hora de la tarta, empecé a darle vueltas a cómo se servía. No había ni platos ni cucharas. Pregunté si alguien quería llevársela y nada. Yo al ver tanta chiquillería, familia de Anita, no se me ocurrió otra cosa que dársela y decirle que se lo habíamos comprado para la familia.
—Pero Andrés que has hecho— me dice Fili, —no ves que esa era una tarta que nos sobró del cumpleaños de mi nieto, que pone feliz cumpleaños (creo que me dijo Daniel) y además lleva unos dinosaurios.
A lo hecho pecho, quizás ni miren el nombre, lo malo es que al ver los dinosaurios se piensen que van con doble intención. Menos mal que Anita es muy buena y sabrá comprender. ¡Ay, que no tengo remedio! (En eso coincide mi querida esposa con Carmen)
Sed felices.
Córdoba, 2 de enero, día de La Candelaria, de 2020
Andrés Osado Gracia
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Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarEnhorabuena, Andrés, por compartir con los que no estuvimos en el encuentro las vivencias del mismo. Como siempre, magistral redacción!!
ResponderEliminarAmigo Andrés, mis sinceras felicitaciones por tu detallada crónica. Desde aquí os envío un aplauso a los compañeros que habéis tirado del "carro" (nunca mejor dicho) con todos los preparativos para que el perol fuese un éxito.
ResponderEliminarMis felicitaciones también, para los reporteros fotográficos, que nos han llenado de imágenes rebosantes de alegría y buena convivencia.
Recibe un cordial abrazo.
Me han llenado de gozo las extremadas crónicas de los dos famosos maestros escribanos.
ResponderEliminarVive Dios cómo han sabido usar de su gran talento narrativo y relatar la gloriosa gesta, que a los siglos espanta por el gran concierto de buenas mujeres, piadosas con sus inmaduros conyuges, pero audaces a la hora de organizar tan famoso lance, saliendo airosos de cuantos apuros e infortunios el infausto destino trabó en su contra.
Gloria inmarcesible coronará ese día, dejando una aureola de felicidad compartida en todos los presentes y un poquito de envidia en este mísero ausente que se perdió la gloriosa visión de la nocturna Mezquita y ese sabroso ágape cuya noticia asombra a los mismísimos dioses.
La verdad es que sí. Un día muy completo. Un abrazo
ResponderEliminarPedro, barroco gongoriano, vaya pedazo de párrafo que te has gastado. Tú sí eres un verdadero artista de la pluma. Un abrazo.
ResponderEliminarLos hay mejores que yo. Un abrazo
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