Crónica de la 42ª Reunión Grupo Madrid
Madrid, 19 de junio de 2021
Casa de Antonio López Arenas
Con la misma majestuosidad de un AVE entrando en la estación de Atocha, se acercaba el coche de Manuel Jurado para recogernos en la cabecera de nuestra calle. Doce en punto de la mañana. Más puntualidad es difícil de alcanzar, como no sea para recoger una herencia.
Los dos primeros abrazos para ir haciendo boca. Manuela me dejó generosamente su asiento de copiloto y se fue atrás con Andrea. Me vino a la mente la última vez que lo ocupé. Fue un 3 de octubre de 2014, en el viaje de vuelta de El Escorial, después de celebrar la 2ª reunión en la casa-museo de César García. El Vilas, en aquella ocasión, tuvo la habilidad, con su conducción, de dejarme todos los poros del cuerpo abiertos por el mareo. Sudoroso y medio deshidratado pude llegar a casa. Me dirigí inmediatamente hacia el grifo para recuperar lo perdido. Parecía un mulo bebiendo agua en el pilón del pueblo.
Esta vez fue muy diferente. Jurado pilotaba el coche con la seguridad de un práctico portuario. Él, sin saberlo, había conseguido quitarme el ”trauma de la rotonda”. Desde entonces, cada vez que veo una me acuerdo de mi querido Rafa. De nuevo llegamos al palacete de Antonio López, que es lo mismo que llegar a casa. No quiero ser cansino ni repetitivo, pero esto es lo que sentimos cada vez que venimos y es de justicia decirlo.
Dos días de diferencia, la última visita fue el 21 de junio de 2020, para cumplir un año sin vernos. Por eso los abrazos fueron especiales e intensos. Queríamos transmitir con ellos la profunda alegría de vernos de nuevo, después de este difícil año que hemos pasado. A Cari no la veíamos desde el 14 de diciembre de 2019. El tiempo se ha aliado con nuestras ninfas y están todas para cubrir alguna baja en la “Pasarela Cibeles”. Quiero agradecer a Cari, Consuelo, Manuela, Pilar y Vale las muestras de admiración que me regalaron por mi actual estado físico, después de perder más de 17 kilos. Me ruboricé como un estudiante de 1º de la ESO. Este apoyo moral me servirá, sin duda, para poder alcanzar los objetivos nutricionales. Con la ayuda de Andrea, mi enfermera-cocinera, estoy seguro que lo conseguiremos.
Enseguida llegó la arriada de mascarillas. El momento y lugar cumplía sobradamente con la normativa vigente. Como doncellas de un harén, iban mostrando su belleza. Nosotros las contemplábamos bobaliconamente extasiados. Como siempre, echamos de menos a los ausentes.
Ante una larga mesa, preparada ad hoc, comenzó el desfile de viandas. La intendencia estuvo a cargo, como siempre, de Victoriano y Manuel. Langostinos, choricitos, secretos ibéricos, aceitunas extraordinariamente aderezadas por la hermana de Antonio, sorbetes… Nuestro chef, Manolito Jurado, estuvo a pie de plancha hasta que nos sació a todos. Hemos acordado por unanimidad que en la próxima reunión estrenará uniforme de cocinero: gorro de cocina, o “Toque Blanche”, para protegerlo de los rayos solares y reconocerle la dignidad que merece y, por supuesto, el delantal. Victoriano, como comandante en jefe, se la tendrá que envainar durante la comida, porque es de dominio público que el mando pasa directamente al chef. Se acabó decir: “Esto le falta sal”, “parece que está un poco crudo…” y otras zarandajas.
En este encuentro, la conversación giró fundamentalmente sobre la pandemia. Parecíamos personal sanitario del Hospital de Emergencias “Enfermera Isabel Zendal”. Llegó un momento que alguien, con buen criterio, instó a los comensales a cambiar de tema. Yo pensé, relamiéndome cuan perrilla ratera, ¡-esta es la mía”. Rápidamente, con estudiada candidez, le pregunté a Victoriano cómo se apañaba sin Artemio, su farmacéutico de cabecera. Enseguida entró al trapo como el mejor de los vitorinos y nos informó ampliamente sobre el tema, con la aquiescencia de Consuelo. ¡Da juego el temilla! Terminada la comida, Manuela y Andrea se levantaron para tirarse un baile a los sones de una música salsera. Sus movimientos parecían dos barquitas moviéndose con viento de poniente en la bahía de Cádiz. Mientras tanto, Consuelo disfrutaba de un baño en el agua transparente de la piscina. Daba gusto ver a las chicas sentadas en el cuidado césped, al lado del frondoso olivo. Parecían alumnas de Eramus en un descanso de clase. Larga sobremesa, acompañada de café y algunas copas. Antonio Porras y Pilar se marcharon antes. Fue una verdadera gozada compartir con ellos este día. Nosotros nos quedamos a ver la primera parte del España-Polonia. Hicimos una merienda-cena con lo que nos sobró en la comida. En el descanso recogimos la mesa y nos preparamos para la despedida. Solo nos faltó la foto final.
Nuevamente tenemos que agradecer a Antonio López su total entrega hacia nosotros y a todos, a todas y a todes, que han contribuido para que pasáramos un día inolvidable.
Damos las gracias a Manuel y Manuela porque sin su ayuda no podríamos haber estado en el encuentro.
Quedamos a la espera de que Victoriano, nuestro comandante en jefe, nos informe de la próxima reunión. Hasta entonces os deseo a todos,
Paz y bien.
Antonio Estepa Romero
Móstoles, 20 de junio de 2021