Encuentro en Montalbán
Antonio Estepa, Jesús Cantarero, Miguel Estepa y José Mª Rivera |
Salió el tema de los gorditos, creo yo, al comentar entre nosotros la bonita silueta que se le está quedando al "Bronco Ley", nuestro querido Antoñito Estepa, de un tiempo a esta parte. "Es por culpa del aneurisma y del canguelo que ha pasado", dije yo, perito en la materia. "O a lo mejor, por tanto trajín de viajes de aquí pallá", apuntó Miguel.
-¡Qué coño aneurisma ni viajes -saltó Antonio con su gracia natural-. ¡Es porque he cerrado el pico!
No diremos, por no faltar a la verdad, que se haya transmutado en un querubín traslúcido. No. Ni queremos que así fuese. Mantiene con elegante prestancia su genuina orondez, pero se le ve más espigado, menos achaparrado. Más guapo e interesante con un flequillo a lo Jesús Hermida que se ha dejado.
Ha sido éste un encuentro casi casual. Improvisado. Como mejor salen las reuniones entre amigos. Perdiendo el Madrid 2-0 contra el Sevilla, a Jesús Cantarero le sobrevino un ataque de nostalgia y me llamó buscando cobijo en mis palabras. Que iba a hablar con Miguel para vernos al día siguiente en su cortijo y mitigar las penas deportivas a fuerza de abrazos y charlas trascendentes.
-Pero hombre, Jesús -apostillé-, no sólo palabras, que algo habrá que comer...
Y quedamos.
-Mi coronel -le llamo la mar de contento una hora más tarde-, que resulta que hemos ganado. Ya no necesitamos desahogarnos ni na.
-Pues lo celebramos. Mejor todavía.
Muy temprano, a la mañana siguiente, la Peque hizo un tortillón de emergencia, de los suyos, y yo me arriesgué a una cazuela de habas con jamoncito y a una tarta de queso de autor. Una urgencia equina de Jesús nos privó de la prometida empanada de queso que tan requetegüena le sale. Y a Inés, la bella Inés, le endiñamos el resto.
En el campo de Miguel, la mañana limpia y transparente huele a alfalfa recién segada y a higuera fresca, y suena a cacareos y kikirikis de bienvenida, tan familiares. Enseguida, mis dos perritas de blanco lechoso entablan ladridos y revolcones -amistad, al fin y al cabo- con una pastora alemana, dueña de la plaza. Nosotros, más civilizados, no llegamos a tanta efusión, pero nos abrazamos, los cuatro apretados, como si llevásemos largo tiempo sin vernos. Alma, la nieta inquieta de seis años, nos presenta con todo orgullo a un gatito de días que se ha escapado, travieso, de la cesta de la camada.
-¿Ha llegado el coronel? -inquiero curioso.
-¡Qué va! Un amigo lo ha llamado por una urgencia de un caballo y ha tenido que ir a la carrera. Llegarán más tardecillo.
-Mejor. Así puedo escoger las habas y las alcachofas a mi gusto, sin pejigueras. Que se fastidie.
-No seas malo, hombre, que luego me regaña y me dice que tengo preferencia por el doctor.
Inés y la Peque se van para la cocina y nos dejan a nosotros dos con nuestras cosas, cosas de hombres.
-¿Sigue en el pueblo Antonio Estepa? -le pregunto.
-Sí, le quedan unos días todavía.
-¡Coño!... Vamos a llamarlo, que se vengan a comer con nosotros, Andrea y él.
-Como ha sido todo tan precipitado no he caído, pero sí, ahora mismo lo llamo.
Primero han llegado Jesús y Bego, con algún retraso y sin empanada. "Ea, te quedaste sin alcachofas, por tardón", le espeto a modo de reproche. Vienen ambos espléndidos, más tostado de lo prudente, nuestro coronel de piel sensible, pero jovial y bromista como de costumbre. Bego, modelo de pija sencilla -permítaseme el oxímoron-, se arrima enseguida al coro cocinero del gineceo.
-Anoche estabas cagao vivo... -me echa en cara Jesús mi cobardía con el Madrid. La culpa fue de Luis Enrique, que mandó un wassapt a un grupo de amigos con el pregón del dos a cero, que yo, por miedo, nunca veo los partidos del Madrid.
Y no habíamos hecho más que empezar el picoteo, cuando se presenta el "Estepa". Deberes domésticos y abueleros inaplazables han impedido la presencia de Andrea. Otra vez será.
La comunión resultó perfecta. Más allá de la exquisitez de las viandas y la ponderación de los vinos afamados del anfitrión, el ámbito del extenso comedor se impregnó enseguida del calor y la emoción que destila una amistad tan añeja como renovada.
Y comenzaron los postres. Para tener el pico tan cerrado, Antonio nos obsequió con una selección de magdalenas montalbeñas "bajas en calorías". Inés, por su parte, expuso sobre la mesa su argumento de más peso gastronómico: su ya famoso rosco de bizcocho con nueces. Todo mojado en infusiones de poleo natural, marca de la casa. Y entre tanta y tan rica golosinería, a un servidor se le pasó acordarse de la tarta de queso olvidada en el coche. ¡Me cachis!!! Entremedias, un fatal incidente por poco nos corta la digestión: el gatito de Alba, en un descuido, se había escapado del salón y salió decidido a explorar el mundo por su cuenta. Una de mis perritas lo cazó al paso -visto y no visto-, lo zamarreó un poco y lo envió al cielo de los gatitos. No dio tiempo a nada. Menos mal que la niña lo encajó con naturalidad. "Es que no me hizo caso, le dije que no se moviera de aquí".
Inevitable, con tanto dulce, no mentar a nuestros amigos "golosos", nuestros gorditos queridos. Hecho el primer repaso, obligado, con Antoñito, continué con Agustín, nuestro añoro más glorioso, que, aún devoto de cualquier manjar, ha conseguido redimir su condición de obeso a fuerza de mucha voluntad, mucho trabajo de jardín y mucha Paki con sus rebajas. "Yo recuerdo al añoro -se pone Antonio- como un niño redondo, pero con el babi más largo de todos los seminaristas". Y con más lamparones, diría yo. Y salieron los nombres de Paco Sánchez, Paco Nieto, Pedrito Urbano, Diego Ruiz Alcubilla, y reconocimos todos sus enormes esfuerzos por abandonar el estado gozoso de la obesidad. "En mi propia experiencia -apunta Antonio Estepa- lo único que funciona de verdad es cerrar el pico". A ver quién es el bonito que le pone el cascabel al gato. Quién es capaz de cerrar el pico del Rafa Vilas.
Nuestra despedida fue precipitada. La Peque y yo, con obligaciones abueleras, a las seis de la tarde teníamos que llegar a Antequera. Los dejamos a los demás que recogieran habas, alcachofas y huevos a sus anchas. Nosotros, los primeros en llegar, ya íbamos bien servidos.
Hasta la próxima.
Fili
Querido Fili, no gano para satisfacciones. Andrea ya me está recriminado, con leves palmotazos en la barriga, que ésta se está inflando poco a poco; y que ya me enteraré cuando llegue a Móstoles. Me va a poner más derecho que una vela. Acabo de despedir a Sánchez y a Mari. Le eché el teléfono ayer para poder vernos y hemos pasado el día juntos aquí en Montalbán. Segunda satisfacción en tres días. Llevamos muy en serio aquello de: "Si tú me dices ven..." Tiempo habrá de volver al yugo culinario. Cosas de la amistad!!!
ResponderEliminarHay que comer todos los platos, desde el primero se último, en platos de postre o, mejor aún, en los platillos de la taza de café, eso en los menús apetecibles, en los despreciables, de esos no solemos catar, vale cualquier cantidad.
ResponderEliminarGracias, como siempre, Fili.
Feliz regreso a los fundamentos, de las comidas y las crónicas.
ResponderEliminarUn abrazo.