La otra infancia de Agustín
La infancia de Agustín rompió balones y botas de invierno, manchó ropas de sudor y en más de dos ocasiones echó sangre por sus rodillas al caerse por las piedras de la calle Esperanza de Villaralto, donde tenía su casa y vivía cuando no estaba en la escuela. En el corral de su casa, en el rincón según se salía a la derecha, Agustín nos enseñaba el horno donde habían hecho pan sus abuelos cuando la vida había que fabricarla desde principio a fin, sobre todo si se tenían que ir a la sierra a coger aceitunas en el invierno. Esa era la infancia de cualquier muchacho cuya vida había empezado en la mitad del siglo XX, cuando no había móviles, ni ordenadores, ni televisiones ni, a veces, en algunos casos, nada de comer. Fue en ese momento cuando Agustín dejó la infancia de Villaralto, su pueblo, compró el baúl y el colchón, le hicieron la maleta, y se montó en el coche de línea que tenía la parada en la calle Bodega de Córdoba, por donde hasta los billetes del autobús olían a gas-oil, y transformó su infancia.
Si la patria es la infancia la que marcó el pensamiento de Agustín de por vida fue la que encontró, de pronto, sin esperarlo, en Hornachuelos, en el Seminario de Nuestra Señora de los Ángeles. En ese pueblo de Sierra Morena, a 43 kilómetros de distancia, está Sierra Albarrana, donde se encuentra el cementerio de residuos radiactivos de baja y media actividad El Cabril, que era un secreto en los tiempos de Agustín. También estaba el castillo, el palacio de Moratalla, la iglesia parroquial de San Calixto, la iglesia mudéjar de Santa María de las Flores y la muralla urbana. Pero desde el primer día Agustín lo que vió.fue la gran puerta de madera del Seminario donde al entrar le pareció que su historia iba a dar un vuelco. Y vaya que lo dio. A partir de ese día Sierra Morena sería como el corral de su casa de Villaralto y el río Bembézar, el milagro por donde transcurría, a su estilo, la vida, tanto la real como la imaginada por el cordobés Duque de Rivas, Ángel de Saavedra, nacido en la actual Vimcorsa, en su obra de teatro “Don Álvaro o la fuerza del sino”, escrita en 1835, que allí la situó.
Agustín, cuando empezó a fabricar su nueva infancia para incorporarla a su historia, entró en el seminario de Santa María de los Ángeles, un antiguo monasterio franciscano del siglo XV, que pasó a ser residencia privada de los marqueses de Peñaflor después de la Desamortización española en el siglo XIX, y además fue seminario desde 1957 a 1971. Tras varias décadas de abandono, en agosto de 2021 fue reconvertido en el centro de reinserción social San Gabriel.
Pero tuvo tiempo de guardar su corazón en esa Sierra Morena donde la Virgen del Buen Suceso, la patrona de Villaralto, y Santa María de los Ángeles, natural de aquellos montes, convivieron en su mente y consiguieron crear su nueva infancia, llena de historias, vivencias y paisajes.
La patria de Agustín fue su infancia, la que se construyó en aquellos amaneceres nublados del Bembézar con vapor de agua y atardeceres donde las campanas y la música transformaban el paisaje en una antesala del Cielo. La patria de Agustín, que se nos ha ido estos días.
Manuel Fernández
Jo! Agustín y yo, compartíamos, no sólo infancia en Santa María de los Ángeles, sino en la vida actual, como Manuel Fernández. Muchas gracias, Manuel, has despedido aún amigo, amigo común, por lo que se ve.
ResponderEliminarComo si de un tatuaje se tratara, quedará impresa su amistad en nuestro corazón. Nos ha dado una lección en todos los sentidos. Gracias amigo Agustín.
ResponderEliminarEl mejor recordatorio que se le puede hacer a mi primo Agustín.. Nunca perdía su sonrisa y el enorme corazón que tenía.. Su cuerpo descansa pero su alma siempre está y estará con todos nosotros.. Te quiero mucho!
ResponderEliminarLeer estas líneas que ha escrito Manuel nos han traído un poquito de vuelta a nuestro marido, padre y abuelo. Agustín recordaba sus años en Hornachuelos cada día, y con ellos a sus compañeros. Se sentía orgulloso de haber formado parte de esa gran familia que erais y seguís siendo. Sin duda el Seminario le cambió la vida. Le dio no solo la oportunidad de estudiar, sino también de aprender unos valores que le acompañaron siempre y que hicieron de él un hombre extraordinario. Gracias a todos por tenerle presente.
ResponderEliminarGracias, gracias, gracias, por esa reflexión sobre el gran amigo y compañero Agustín. D. E.P.
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