Buenos días, amigos. Hoy he amanecido con una noticia muy agradable. No, no me tocó anoche el cuponazo, no es pa tanto. Ha sido otra cosa. Algo que tiene que ver con la emoción y los sentimientos. Nada, que de la noche a la mañana ha resultado que Andrés, nuestro querido Andrés Luna, y yo somos cuñados. Así, de sopetón. ¿Cómo es eso, hombre? Ni él ni yo estamos ahora como para cambiar de pareja, ¡no te fastidia! No, no es eso. Veréis, un muy querido amigo, paisano y lector asiduo de mi blog, me ha confesado por teléfono que, siendo él superviviente de un cáncer, se siente tan ligado a la gente que lo padece que se considera hermano de todos los sufridores de tal dolencia. De manera que siendo así la cosa, resulta ser cuñado mío toda vez que se hace pasar por hermano de mi mujer. Y como esa teoría suya de la gran hermandad cancerosa es muy de mi agrado yo la hago extensiva a todo mi mundo conocido. Andrés, por tanto, es hermano de la Peque. Así que ya lo sabéis: desde hoy mismo tengo un cuñado a estrenar.
De estos cuñados con quienes uno hubiera deseado intimar más; cuñado que llega a tu vida con mucho retraso y con la distancia física como elemento contrario. Del seminario lo recuerdo más por los apellidos que por su imagen física. Coincidí con él un año en Los Ángeles y dos en San Pelagio, creo. Pero no intimamos. De haber sabido yo este futuro parentesco nuestro lo hubiera intentado con más ahínco. Yo tenía mucha más relación con la gente de su curso que era futbolera o empollona -pares cum paribus facillime congregantur-, como Tenor, "El Paiza", Antonio Lara, Torrico, Ramírez, Paco Ruiz, Paco Gálvez, Manolo Gutiérrez, Valenzuela, Pepín y Manolo Estepa (por amistad y paisanaje) o "El Añoro" (no precisamente por futbolero). Éramos tantos que resultaba imposible congeniar con todo el mundo, cada cual se buscó su grupito de íntimos, es natural. Pero sí creo recordar que ya por entonces -genio y figura- era un chaval moderno y fogoso, un disfrutón con mucho más fervor por la música moderna que por las letras. En los primeros años de San Pelagio formó parte del grupo musical "los Cuervos", junto a otros perchas como él: Manolo Gutiérrez, Pepe Castro, Andrés Osado y Rodríguez Gutiérrez. Debió dejar el seminario al terminar sexto curso, creo yo, antes de entrar en Introductorio. Y muchos de nosotros lo hemos repescado ahora.
Creo que en este intercambio de roles, en esta nueva relación de familia, salgo yo favorecido. Andrés recibe un cuñado calvo, larguirucho y mal conformado, tuerto de cadera izquierda y con un corazón quemado a cortocircuitos; un buen médico, sí, pero ya jubilado, sin las ansias de antaño; un aprendiz tardío de escritor; un hombre llamando con insistencia a la puerta de la vejez; un abuelo baboso, eso sí; un marido monótono, rutinario, cansado y cansino. Un cromo. Sin embargo, a mí me llega un cuñado de mi edad pero que ha vivido el triple que yo; un hombre polifacético, proactivo y emprendedor; un buen cordobés amante de su suelo y de sus tabernas; un senequista observador y sufridor con las palabras justas. "Compadre, qué bien se está hablando poco". Y el otro: "Mejor se está sin hablar nada". Pues eso. Un lector empedernido, poseído. Podré presumir de un cuñado activista y generoso en tiempos heroicos, un tipo que se jugó su puesto de trabajo en el manicomio de Alcolea enfrentándose a las monjas todopoderosas para que los locos internos pudieran disponer de sus propias cartillas bancarias y de sus dineros, y que contribuyó de manera definitiva a mejorar la calidad de la vida de los mismos; que fue capaz -temerario diría yo- de llevarse a los internos a dar un garbeo por la Feria de Córdoba o por los Patios. Ríete tú de los maestros al cargo de una jauría de niños de excursión. Me sentiré más que orgulloso de un administrador de aquel centro que se llevaba a su casa a dormir a un antiguo compañero de seminario ingresado por entonces por problemas de depresión. Para tenerlo mejor vigilado. Para que no durmiera con locos. Aplaudiré aquella ocurrencia suya, verdadera locura -dime con quien andas y te diré quien eres-, de utilizar una ambulancia del manicomio con su sirena tronante y todo para llevar a su mujer a la Feria eludiendo así los atascos. Intentaría, si pudiera a mis años, emular su espíritu aventurero, yo que he sido siempre un cagao, un pusilánime. Un tío, Andrés, capaz en sus años mozos de ir en su moto Guzi hasta Mondragón solo para devolver un monedero de cordobán que un ligue, vasca ella, se había dejado olvidado en Córdoba. Con sana envidia rememoro para vosotros sus aventuras por el mundo, de resultas de una de las cuales se trajo para Córdoba a su nueva pareja, su queridísima Jenny, su sostén, alivio y consuelo, su palo mayor en estos tiempos de naufragio. Mi mujer, su hermana repentina, podrá admirar la faceta artística de este prohombre autodidacta, que a un servidor no le ha sido dada la gracia del arte. En nuestra próxima visita a Córdoba será obligada la contemplación de la efigie del padre Bonifacio -gran benefactor cordobés- en el patio central del hospital de San Juan de Dios, obra culmen de este cuñado mío. En fin, amigos, aprenderé de él la lección más soberbia que nos está dando a todos: su valentía y su entereza ante la adversidad. Ahí lo tenemos cada mañana como gallo kikirikí despertándonos a todos con sus buenos días optimistas y positivos. A pesar del trallazo de Sinogán nocturno.
Mi querido cuñado Andrés, muy buenos días y bienvenido a mi familia. Nuestra familia.
Creo que en este intercambio de roles, en esta nueva relación de familia, salgo yo favorecido. Andrés recibe un cuñado calvo, larguirucho y mal conformado, tuerto de cadera izquierda y con un corazón quemado a cortocircuitos; un buen médico, sí, pero ya jubilado, sin las ansias de antaño; un aprendiz tardío de escritor; un hombre llamando con insistencia a la puerta de la vejez; un abuelo baboso, eso sí; un marido monótono, rutinario, cansado y cansino. Un cromo. Sin embargo, a mí me llega un cuñado de mi edad pero que ha vivido el triple que yo; un hombre polifacético, proactivo y emprendedor; un buen cordobés amante de su suelo y de sus tabernas; un senequista observador y sufridor con las palabras justas. "Compadre, qué bien se está hablando poco". Y el otro: "Mejor se está sin hablar nada". Pues eso. Un lector empedernido, poseído. Podré presumir de un cuñado activista y generoso en tiempos heroicos, un tipo que se jugó su puesto de trabajo en el manicomio de Alcolea enfrentándose a las monjas todopoderosas para que los locos internos pudieran disponer de sus propias cartillas bancarias y de sus dineros, y que contribuyó de manera definitiva a mejorar la calidad de la vida de los mismos; que fue capaz -temerario diría yo- de llevarse a los internos a dar un garbeo por la Feria de Córdoba o por los Patios. Ríete tú de los maestros al cargo de una jauría de niños de excursión. Me sentiré más que orgulloso de un administrador de aquel centro que se llevaba a su casa a dormir a un antiguo compañero de seminario ingresado por entonces por problemas de depresión. Para tenerlo mejor vigilado. Para que no durmiera con locos. Aplaudiré aquella ocurrencia suya, verdadera locura -dime con quien andas y te diré quien eres-, de utilizar una ambulancia del manicomio con su sirena tronante y todo para llevar a su mujer a la Feria eludiendo así los atascos. Intentaría, si pudiera a mis años, emular su espíritu aventurero, yo que he sido siempre un cagao, un pusilánime. Un tío, Andrés, capaz en sus años mozos de ir en su moto Guzi hasta Mondragón solo para devolver un monedero de cordobán que un ligue, vasca ella, se había dejado olvidado en Córdoba. Con sana envidia rememoro para vosotros sus aventuras por el mundo, de resultas de una de las cuales se trajo para Córdoba a su nueva pareja, su queridísima Jenny, su sostén, alivio y consuelo, su palo mayor en estos tiempos de naufragio. Mi mujer, su hermana repentina, podrá admirar la faceta artística de este prohombre autodidacta, que a un servidor no le ha sido dada la gracia del arte. En nuestra próxima visita a Córdoba será obligada la contemplación de la efigie del padre Bonifacio -gran benefactor cordobés- en el patio central del hospital de San Juan de Dios, obra culmen de este cuñado mío. En fin, amigos, aprenderé de él la lección más soberbia que nos está dando a todos: su valentía y su entereza ante la adversidad. Ahí lo tenemos cada mañana como gallo kikirikí despertándonos a todos con sus buenos días optimistas y positivos. A pesar del trallazo de Sinogán nocturno.
Mi querido cuñado Andrés, muy buenos días y bienvenido a mi familia. Nuestra familia.
Todos los que conocemos/queremos a Andres nos sentimos agradecidos Fili a tu articulo, y hay más cosas de él que completarían este retrato que firmas, quizás más jocosas, menos trascendentes pero que son tan Andres Luna como esas que describes, Fili te reitero mis gracias. Un abrazo a la Peque y ánimo para ti.
ResponderEliminarQuerido César: muchas gracias. Que sepas que he añadido al texto la anécdota graciosa que me has contado.
ResponderEliminarUn abrazo.
Muchas gracias, Fili, por el relato. Ayuda a recordar cosas de con quién conviví bastante, dentro y fuera del seminario. Fuera, sobre todo en aquellos buenos momentos que compartimos en el Teleclub San Francisco. Hasta que llegó el cura y nos lo cerró.
ResponderEliminarGracias
Ahora continuamos disfrutando de él de otro modo, aunque crea que en momentos nos importuna o nos molesta expresando lo que siente en cada momento
ResponderEliminarGracias Fili por este relato breve de lo vivido intensamente por el amigo Andrés Luna.
ResponderEliminarA pesar de ser compañeros de curso, yo tampoco lo recordaba, pero gracias a este reencuentro desde junio de 2014, he pasado muchos y buenos ratos en su compañìa disfrutando en persona de sus comentarios sobre sus aventuras.Hay otra que cuenta como de golpe y sin pensarlo apostaron unos cuantos amigosa que no habìa cojones de ir a los San Fermines. Dicho y hecho, se metieron en un pequeño coche, tipo 127 o algo así y se largaron sin avisar siquiera a la familia.
Gracias y un fuerte abrazo.
Gracias a vosotros, los que estáis ahí dándole cariño y apoyo, y los que me habéis proporcionado tal cantidad de vivencias y episodios de este gran hombre. Él se lo merece todo, y si no he querido extenderme más en el relato es porque sé de su rechazo a la adulación y al empalago.
ResponderEliminarGracias a Rafa Vilas, siempre atento a la "coreografía".
Un abrazo para todos.
El Fili
José María magnífico retrato de Andrés Luna, y sincero el reconocimiento del valor y la bravura con la que enfrentan la vida, quienes resisten a pie firme los embates del destino.
ResponderEliminarDesde el recuerdo de aquellos días de común convivencia, estoy seguro; que todos los que fuimos compañeros en aquellos años, hoy os dedicamos un pensamiento con los mejores deseos de fuerza y recuperación.
Como aprendimos en aquellos años de seminario.
Un fuerte abrazo.
Juan Martín.
Filo, yo me he incorporado hace muy poco, pero amo este blog y aunque en persona no te conozco, creo que tus relatos nos hacen sentirnos esos chiquillos que hermanaron curso tras curso, seguro que coincidimos en los distintos Seminarios y me uno a ti en el sentimiento hacia nuestra guía Andrés, luz y alma de este grupo, un saludo y sigue con tus espléndidos relatos
ResponderEliminarPero Juan, yo creo que sí me conoces. Tengo para mí que tú eras un defensa lateral derecho en nuestro equipo de San Pelagio ¿no?
ResponderEliminarAmigo José Maria: en primer lugar decirte que, al igual que a Andrés, también a ti te hemos echado mucho de menos en el encuentro de Lucena.
ResponderEliminarDesde aquí te mando un montón de ánimos para esa intervención quirúrgica para la que ya te estás preparando mentalmente. También deseo una evolución favorable para Toñi.
Te agradezco y te felicito por este artículo tan emotivo y entrañable sobre Andrés Luna. Él no es hombre de halagos, casi se siente molesto con ellos. Pero no puede evitar que nosotros le queramos, que nos sintamos muy cercanos a él y que suframos sabiendo que muchas veces los malditos dolores no le dejan vivir.
Siempre será nuestro faro-guia, para cuando lleguen los malos momentos, que sin duda los habrá, antes de nuestra definitiva arribada a puerto.
Recibe un cordial abrazo.
Gracias Manolo. En efecto, Andrés no tiene más remedio que saber "soportar" nuestro cariño. Es lo menos que podemos hacer por él. Se siente.
ResponderEliminarUn abrazo.
Amigo Fili: yo diría que, si eres cuñao de nuestro amigo Andrés, tambien eres cuñao nuestro. ¡Cuánta ternura y candidez desprente tu escrito y tus elogios para con Andrés Luna! ¡Cuánto me alegro por habernos reencontrado todos, nuevamente en este grupo inmenso! Gracias a tí y a todos. Un abrazo
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