GENERACIÓN TRAS GENERACIÓN
«En Semana Santa intento llenarme
de Jesús para después vaciarme en los demás»
Antonio Estepa Romero, montalbeño de nacimiento y madrileño de adopción, es un cofrade y seguidor de Cristo.
¿Cómo llegó al mundo de las hermandades y cofradías?
Corrían los años 50. Tendría unos seis o siete años. Recuerdo que era un Viernes Santo y estaba contemplando, con mis padres, la procesión de Nuestro Padre Jesús Nazareno y María Santísima de los Dolores. Cuando el Nazareno llegó a mi altura sentí, al mirarlo, como un latigazo dentro de mí. Aquella experiencia me empujó a pedirle a mis padres el ingreso en la Cofradía.
¿Qué significa para usted ser cofrade?
Significa pertenecer a un grupo de cristianos que se esfuerzan cada día en vivir con coherencia el amor a Dios y a los demás. Ese estilo de vida se exterioriza públicamente cada año en Semana Santa, dando testimonio y celebrando de forma especial la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús.
Las cofradías reúnen a los creyentes en torno a una advocación de Cristo, de la Virgen, de un Santo, un momento de Pasión. ¿Ser cofrade le ayuda personalmente a estar más cerca de Dios y de la Virgen?
El 5 de mayo de 2013, Año de la Fe, el Papa Francisco convocaba en Roma a las hermandades y cofradías. El Papa celebró una Eucaristía en la Plaza de San Pedro. En su homilía dijo que: “A lo largo de los siglos las hermandades han sido fragua de santidad de muchos que han vivido con sencillez una relación intensa con el Señor.
Caminad con decisión hacia la santidad. No os conforméis con una vida cristiana y mediocre”. Y añadía: “En las parroquias y en las diócesis, sed un verdadero pulmón de fe y de vida cristiana, aire fresco”. Aquellas palabras del Santo Padre me hicieron reflexionar mucho sobre mi vida de cofrade, ayudándome a ser mejor persona y, por ende, mejor cristiano.
Y al hilo de esto, ¿ayuda a transmitir la fe de padres a hijos?
Nací en el seno de una familia humilde, campesina y muy alegre. Desde pequeño observaba el amor que se tenían mis padres y crecí, junto a mi hermana, en un ambiente cálido rodeado de cariño. En él aprendí muchos valores que me han servido en la vida: la generosidad, la empatía, el valor de la palabra dada, la honestidad, el sacrificio… Con unos padres así era fácil encontrar a Dios. Con trece años ingresé en el Seminario. Estuve cuatro años en el Seminario Menor “Santa María de los Ángeles” (Hornachuelos), y dos años más en San Pelagio (Córdoba). Conocí a compañeros maravillosos, como por ejemplo a Pedro Soldado o a Manolo Vida, dos buenos sacerdotes. Aquellos seis años de Seminario marcaron positivamente toda mi vida. Recibí una educación integral humana y espiritual. Todo lo bueno que recibí he intentado transmitírselo a mis hijos.
¿Qué siente cuando ve a sus hijos o a sus nietos trabajar en el seno de la Hermandad?
En el año 1976 contraje matrimonio, en Montalbán de Córdoba, nuestro pueblo, con una mujer maravillosa y nos trasladamos a vivir a Madrid. Allí formamos una familia, siendo el Señor el centro de nuestra vida. Por este motivo no hemos podido colaborar con la Cofradía de forma activa. Siempre sentí añoranza de poder “arrimar el hombro”, y el mecanismo de defensa por el que opté fue hacerme “hombre de trono”. Mis hijos, desde pequeñitos, ya tenían la ilusión de seguir un día los pasos de su padre. Yo no dejé nunca de atizar esa llamita que ardía dentro de ellos y cuando alcanzaron la edad, ilusionados y orgullosos, se agarraron también a los varales. Los años que portamos juntos el paso del Nazareno se han quedado impresos para siempre en mi memoria.
¿Con qué vivencias se queda y qué considera que le puede aportar a sus hijos el sentirse parte de una Hermandad?
Son muchas las vivencias que a lo largo de los años he ido guardando en mi interior. Pero, sin ninguna duda, elegiría el momento de vestirnos, cada madrugada del Viernes Santo, con las túnicas moradas, ayudándonos unos a otros a que todo estuviera perfecto, y siempre con la mirada atenta de la madre. Cuando veía esas caritas de ilusión y de impaciencia por hacer un año más la Estación de Penitencia con nuestra Cofradía, era algo que siempre me conmovió profundamente.
Mis hijos nunca han perdido el
sentido de pertenencia a la Cofradía. El estar lejos les ha impedido, como jóvenes, disfrutar de muchos momentos de convivencia cofrade, pero al mismo tiempo les ha ayudado a ser más sensibles y receptivos con todos los acontecimientos que rodean la vida de la Cofradía, interesándose siempre por la buena marcha de la misma.
Cada uno aporta su granito de arena según su tiempo, pero ¿Cómo es la vida cofrade el resto del año?
Antes de trasladarme a Madrid disfrutaba de los días previos a la Semana Santa. La parroquia era un hervidero de trabajo ilusionado para que todo estuviera a punto. Siempre he recordado y valorado el trabajo de tantos hombres y mujeres que, movidos por la fe, han dado lo mejor de sí mismos. Mi vida de cofrade durante el resto del año es una continuación de lo vivido en la Semana Santa. Intento llenarme de Jesús para después vaciarme en los demás. Lucho por ser un buen discípulo de Él. Nada me gustaría más que, al observar mi testimonio de vida, comentaran de mí: “...este es uno de ellos”.
Por último, un recuerdo o una imagen especial que tenga en su cabeza junto a su familia.
Un recuerdo que resume el esfuerzo, junto a Andrea, mi mujer, en educar a nuestros hijos, es la fotografía que se adjunta en la entrevista y que condensa “Una vida de cofrade de generación en generación”.
Agradezco a Teresa Ruz, excelente cofrade y amiga, y a la Delegación de Medios de Comunicación Social de la Diócesis de Córdoba por la oportunidad de poder expresarme en esa maravillosa revista diocesana.
Bravo Antonio, eres todo un fenómeno, me ha encantado tu entrevista. Un fuerte abrazo amigo.
ResponderEliminarCrack, me has emocionado
ResponderEliminarMe encanta que expreses tus sentimientos tal y como están en tu interior. Sigue así, amigo Antonio. Un fuerte abrazo y a seguir...
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