CRONICAS DE LOS ANGELES
(Por Antonio Gómez
Ramírez)
En aquella época era tan exiguo y
tan endogámico nuestro transcurrir del tiempo, que cualquier cosa, por banal
que fuera, llamaba poderosamente nuestra atención y nos sacaba de la monotonía de
la vida rígida y enclaustrada que llevábamos. De ahí que los curas aplicando
cierta inteligencia organizaran una velada, aprovechando el buen tiempo de los
días finales de la primavera de 1964.
En aquellas veladas, aparte de
los “discursitos” de las “autoridades”, se nos enseñaban
canciones y alguno de los niños actuaba mostrando sus habilidades, ora cantando
(Vilas te tengo reservado un capítulo),
ora tocando algún instrumento o simplemente leyendo una poesía.
Recuerdo la velada, a mediados de
Mayo de 1964, en la que todos juntos, en el patio, en el que ya la superficie disponible era un poco más grande (las obras avanzaban), se organizó la “fiesta”.
Era una tarde-noche transparente,
de cielo limpio, estrellas relucientes como nunca, ambiente aromatizado por los
efluvios de tomillos, romeros, jaras y azahar de los naranjos de la huerta de
bancales…, que nos traia una ligera brisa que acrecentaba el placer de estar
allí, junto con el resto de compañeros y esperar el devenir de las actuaciones.
Ayudaba a crear ambiente, la escasa
iluminación artificial que procedía de los porches y soportales.
Los que estuvisteis allí, cerrad
un momento los ojos y tratad de recordar
aquella noche y los momentos que se vivieron. Los que no estuvisteis, imaginad
la escena en aquella noche idílica.
Después de los discursos, las
canciones y otros actos, como plato final, apareció nuestro compañero Adame
Rodríguez y para sorpresa de todos, se dispuso a dar un concierto de armónica,
instrumento que, inicialmente, me pareció bastante precario para prestarle
atención, fundamentalmente porque entre la mano que lo guía y la boca, ni se
ve.
Pero cuando Adame (aunque no era Navidad) entonó las
melodías tan dulces de “Noche de Paz,
Noche de Amor”, lo hizo de forma tan
sublime, sentida y magistral, que a todos (al
menos a mí y a los que tenía más cerca) aquella música nos envolvió y nos
hizo elevarnos a las alturas, en un viaje a las estrellas que parecía infinito,
tan liviano me sentía, que parecía que volaba y el tiempo se detenía. Aquella
música la recuerdo tan bien, que todavía hoy, cuando escribo estas letras, la
oigo tan cerca, que me produce un escalofrío solo el pensar las sensaciones que
me produjo.
Cuando Adame terminó la
interpretación, había un silencio tan profundo y tan espeso, que durante unos
largos segundos nos tuvo inmovilizados. Un cura inició el aplauso, y fue como
el chasquido de los dedos del hipnotizador, para despertar al hipnotizado. El
aplauso que recibió Adame a continuación fue frenético, inacabable, estruendoso
y entusiasta.
Amigos y hermanos, el “nirvana” no lo sintieron ni los “hippies”, ni los budistas, el NIRVANA (Sí con
mayúsculas) se sintió en su máxima expresión, una noche mágica de finales de la
primavera del año 1964, en el patio del Seminario Menor de Santa María de los
Ángeles. Yo doy fe de ello.
Hasta la próxima. Un abrazo.
Increible no recuerdo na de na, gracias Antonio por tus relatos
ResponderEliminarGracias a ti amigo Raya.
EliminarBuenas noches.
EliminarMi gran preocupación es pensar que no os reconozca, tras los "añitos" transcurridos. Pero este relato (y ya he podido leer y vivir otros anteriores),me dice que el corazón es capaz de reconocer de inmediato a otros que laten con el mismo sentir y ritmo.
No he podido contener estos dos pedazos de lagrimones cuando mi pensamiento y sentir se ha identificado con tales relatos.
Es cierto, hasta el olor de aquellas tardes maravillosas se conserva en mí.
Antonio, te compro todas tus ediciones(porque las tendrás, espero). Qué manera de describir!.
Yo también recuerdo cómo me temblaba la mano,cómo buscaba que la falta de aire no me traicionara; pero era un niño sencillamente, dispuesto a regalar aquel pedacito de música con el más pequeño de los instrumentos, que con tanto esfuerzo me habían traido los Reyes Magos.
Gracias por lo que aportas.
Un fuerte abrazo.
Antonio, tu fuiste el protagonista de aquella noche, por ello y por vivirla de nuevo te doy (te damos) las gracias.
EliminarAntonio Gómez.
Gracias, Antonio por rememorar esos momentos, que los recuerdo perfectamente. Un salyfo
ResponderEliminargracias Paco. Un abrazo
EliminarYo no los recordaba, pero al relatarlos, los he reviví ido. Maravilloso relato Antonio
ResponderEliminarDe eso se trata de revivir nuestras vivencias infantiles. Un abrazo
EliminarMuy bueno Antonio.
ResponderEliminarUn abrazo.
Gracias. Un abrazo para tí
EliminarInolvidable el amigo Adame. Relato precioso, amigo Antonio. Gracias por compartirlo y hacer que afloren nuestros recuerdos
ResponderEliminarPACO RAYA
El objetivo es recordar momentos agradables, como ya dije al principio de mis relatos. Un abrazo Paco.
EliminarAntonio, que buen "disco duro" tienes. Con tu relato me has transportado a recuerdos que creía olvidados. Enhorabuena. Pepe López
ResponderEliminarDon Pepe, gracias por tu comentario, el objetivo es ese de recordar, si lo conseguimos lo vivimos de nuevo. Un abrazo
Eliminar¡He dicho! Muy bien por ti y por esa noche.
ResponderEliminarSi el maestro te da la enhorabuena, el objetivo está cerca. Un Abrazo, Andres
EliminarEstupendo, Antonio. Veladas como ésa que tan tiernamente describes hubo también en años posteriores. Y recuerdo vagamente canciones de armónica muy emotivos, quizás también por el mismo protagonista, posiblemente en el curso siguiente. Luego, las sesiones de velada en el patio se convirtieron en proyecciones d e películas aptas para nuestras infantiles seseras, llevando las sillas y con los cortes apropiados en las escenas que pudieran resultar indecorosas. ¡Qué bonito recordarlo, amigo Antonio! Tempus fugit...
ResponderEliminarGracias Fili. Tempus fugit, pero si revives el recuerdo se convierte en "Tempus aeternum". Como van tus dolencias? Espero que suficientemente bien bien para el día 9. Un abrazo. Antonio Gómez
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