Muy cercanos a los tiempos del Catón, Córdoba y su provincia eran “in partes due divisas”, La Campiña y La
Sierra. El Guadalquivir, nuestro río grande, serpentea la divisoria, lo que quedaba a su izquierda era campiña y su margen derecha era la sierra. Incluso en la propia capital.
Existían entonces, desde luego, la Sub bética y los valles del Guadalquivir, del
Guadiato y de los Pedroches pero quedaban inmersos aquélla en la Campiña y
éstos en la Sierra por mucho que la
gente de los Pedroches se resistieran. Y casi como conceptos o realidades
antagónicas, la una, la Campiña, cultivada y moderna; la otra, La Sierra, ruda
y arcaica. No deja de ser curiosa la manera binaria que gasta la mente de las
criaturas del Señor para entender el mundo, siempre juntando al uno con su
contrario: cielo y tierra, tierra y mar, bueno y malo, campo y ciudad, rico y
pobre, hombre y mujer, Madrid y Barsa, PP y PSOE… Sierra y Campiña.
Era, sin embargo, chocante para aquellas
infantiles seseras que Añora, por ejemplo, o Pozoblanco o Dos Torres,
horizontales infinitas de dehesa, fuesen de la Sierra, y que Cabra, Carcabuey o
Priego, rodeados de montes por doquier, fuesen de la Campiña. Cosas de los
curas, que todo lo complican. A Filiberto lo asignaron como de la Campiña
porque su pueblo, Palenciana, que por entonces no salía en los mapas –ni ahora
tampoco-, era cercano a Benamejí. Y quedó muy conforme porque así formaría
parte del equipo de Jaime, de José Pablo y, al año siguiente, también de
Joaquinillo Baena.
Los curas procuraban alimentar una sana rivalidad Sierra-Campiña en el
terreno académico y, desde luego, en el deportivo. Los equipos de “Cesta y
Punto”, de baloncesto y de fútbol, en las competiciones serias del fin de
trimestre, de curso o cuando por mayo venían los padres a la fiesta de la
familia, competían La Sierra contra La Campiña. Un clásico, como se dice ahora.
Después de la Liturgia y del
Latín, el fútbol era la cosa más importante en el seminario de los Ángeles -a mucha distancia del ping-pong o del pichoncho-, de manera que no se podía considerar baladí si uno era de la Sierra o de la Campiña. No es menos cierto que había entonces, también, un nutrido grupo de imparciales, indiferentes, a quienes el fútbol ni fu ni fa. Eran muchachos por lo general más cultivados, caso de los hermanos Bosch Valero, Ricardo Goñi, Diego Ruiz Alcubillas, Hilario Orta o Manuel del Pino, entre otros; o bien de chaveas muy dedicados a la meditación y al "secretismo"con la naturaleza, como era el caso de "Los Penitentes"; o simplemente, el de otros -"El Pollo", Antonio Luna, Agustín Madrid o Pepe Ruz-, que habían nacido con el pie torcido (tuerce botas). Creo que las victorias y las derrotas se repartían casi por igual, los equipos eran bastante parejos, y, además, don Lorenzo, el árbitro, favorecía al que más conviniera ese año o ese partido concreto. Recuerdo que en la Sierra destacaban Contreras, Rebollo, Jesús Cantarero, Barbero... y que a Luis Enrique, su portero, le tirábamos siempre que se podía por arriba porque era un renacuajo. En la Campiña, los mejores eran Joaquín Baena, José Pablo, "El Bronco", Jaime, nuestro portero de siempre, Costa y yo mismo, coño. La Campiña era mejor en el Cesta y Punto,
un concurso académico por equipos, pero eso no tenía tanto caché entre los
chaveas. El premio del campeonato del fútbol era el subidón en la autoestima,
la enorme consideración entre coleguillas, la gloria. La recompensa por ganar
Cesta y Punto era una excursión a san Calixto, fíjate qué diferencia.
Campiña y Sierra ha sido uno de
los elementos geográficos, sociales, culturales y, sobre todo, vivenciales que
ha cincelado el molde de la personalidad de aquellos jovencitos.
Aparte de la cantidad de partidos
oficiales Sierra-Campiña que se pudieron celebrar en aquel seminario durante todos los años de permanencia de estos muchachos, en sucesivos ciclos (1963-1972), hubo un partido
único y memorable, creo que en la primavera del 68: Hornachuelos F.C. – Seminario de los Ángeles.
De aquel partido tan singular (me parece que acabó 1-1, con gol nuestro de Joaquín Baena)), me gustaría recibir información más cercana y veraz por parte de sus
protagonistas (José Pablo, Antonio Estepa, Contreras, Joaquín Baena,
Barbero, Juan Martín…). Lo mismo que de otras tantas vicisitudes de los partidos Sierra-
Campiña. Con todo ello, me será mucho más fácil intentar novelar aquellos
momentos mágicos e irrepetibles.
Un abrazo para todos.
José Mª Rivera Cívico
José Mª Rivera Cívico
Fili, esos duelos Sierra-Campiña, que empezaron el en 63-64, se mantuvieron durante mucho tiempo, incluso en San Pelagio. Gracias por recordar. Todo bien? Un abrazo
ResponderEliminarAntonio Gómez
Amigo José Mª, como tú muy sabes, juagar al fútbol era una de las formas que teníamos los seminaristas de quemar adrenalina, algo que luego nos dejó un poso para el resto de nuestra vida de esa mentalidad de sana competición y competencia, de ejercicio y de trabajo.
ResponderEliminarEn aquel campo de tierra, de baches e inclinado solo eran buenos los que tenían calidad innata, el resto íbamos de relleno, yo entre ellos.
Creo que tú tuviste la oportunidad de juagar en el campo del pueblo con su equipo junto a otros compañeros y viste la diferencia.
Incluso Joaquín Baena, Paco Contreras y Antonio Estepa, fueron fichados creo por ellos.
En aquel encuentro no quisieron hacer sangre con nosotros y nos dejaron mantener la honrilla, pero mi impresión fue de que eran muy superiores, más fuertes y conjuntados que nosotros.
Tenían entrenador fijo y un campo en condiciones.
Y por otro lado el Seminario era para el pueblo de Hornachuelos un gran orgullo, un talismán, vinieron a jugar en visita de cortesía.
La misma impresión me llevé en S. Eulogio cuando un día se formó un equipo para enfrentarnos a los mayores, Solo recuerdo de ellos un apodo: Pulgarín creo que le llamaban.
Aun conservo una foto de aquel encuentro donde tuve la suerte de jugar en la segunda parte, entré con Jiménez Hidalgo y con Gª Dublino.
Si un día puedo enviaré a estas páginas un pequeño recordatorio que tengo montado con todo lo que he podido recoger del Seminario Menor de Sta. Mª de los Ángeles.
Un abrazo.
Juan Martín.
Juan, Pulgarín era el apellido, jugaba de extremo derecho y corría como el diablo. Yo compartí con él alineación en el SP 68 en San Eulogio. Un abrazo. Antonio Gómez
EliminarEs verdad. Había mucha rivalidad en aquellos partidos. Me acuerdo que, con lo comilón que era, me reservaba bastante para los partidos. ¡Era un profesional, eso es lo que era! Me entraba un hormigueo, adrenalina, dicen ahora, que no se me quitaba hasta "salta al terreno de juego" No cambio aquellos tiempos por nada. En Hornachuelos, efectivamente, formé parte de la selección del Seminario. Estoy de acuerdo contigo en que fueron condescendientes, aunque algunos entraban como si estuvieran jugando la final de Copa. Modestamente, creo que, en aquel partido, representamos con dignidad al Seminario.
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