miércoles, 26 de diciembre de 2018

EN LA OTRA ORILLA DEL BEMBÉZAR

El tiempo pasa volando


Queridos amigos vicarianos, los que habéis seguido mis relatos en el blog, (este es el noveno), habréis notado un ir y venir en el tiempo. De Santamaría a San Pelagio y también a la inversa. Como en un bucle temporal, intento volver al inicio de todo, pero desde luego, sin pretender cambiar el rumbo de los acontecimientos. Eso es imposible. 

Tampoco ha sido algo premeditado, me ha salido de esta manera y he contado las vivencias en ambos Centros según han surgido desde mi memoria. Me ha parecido que podían interesar a muchos de vosotros y las he querido compartir. 

El sábado 12 de mayo de este año 2018, hicimos una visita muy especial. Después de 50 años justos, volví a entrar en nuestra antigua y añorada “casa”. Muchos sentimientos y nostalgias afloraron ya desde el principio de la excursión, al ir bajando por el camino desde los llanos del pozo y, sobre todo, en la última curva, divisando el edificio blanco que nos acogió a muchos de nosotros durante cuatro años, los del final de nuestra niñez y primera adolescencia. 

Todo esto lo plasmó magistralmente nuestro amigo José María Rivera, el “Fili” como a él le gusta que le llamemos, en su inmejorable crónica “Regreso a los santos lugares”. 

No voy a insistir en el magnífico día de convivencia, en lo corto que se nos hizo el tiempo ni en las tremendas ganas de volver que nos quedaron. 

También es muy complicado expresar sobre el papel la cantidad de recuerdos, sensaciones y reflexiones que pasaron por mi mente en aquel día y en los días siguientes, sobre todo cuando ordenaba el archivo de fotos y vídeos que entre todos realizamos y compartimos. 

Una vez visitadas y fotografiadas todas las dependencias del ala derecha del edificio, comencé a descender las escaleras que me llevarían a la gran zona de recreo. Avanzaba por el camino que nos conducía a la sala de juegos. A mi izquierda un muro con la pintura muy ajada, (en su día era blanca), de algo más de un metro, tenía como misión protegernos del precipicio de la ladera de la montaña, completamente llena de un espeso matorral que descendía hasta la misma orilla del río. 

Mi cabeza de niño se asoma por allí con gran curiosidad, intenta calibrar el peligro real que supone iniciar una bajada por aquella interminable pendiente. Luego, mi mirada se concentra en el enorme árbol que, a sólo unos metros, emerge entre la espesura. El almez está floreciendo con hojas lanceoladas y muy verdes. Nunca lo había visto antes de llegar aquí, pues este árbol no existe en el campo de mi pueblo. Seguro que para el otoño ya tendrá almesas, unos pequeños frutos que en su madurez son de color negro. Almesas que desde el curso anterior, en primero, habían empezado a formar parte de mi dieta para compensar las comidas que no me gustaban. Sí, son pequeñas y con mucho hueso, pero están dulces y aportan un buen alimento. Pienso: “Qué pena que no haya almesas durante todo el año...” 

Doy unos pasos hacia adelante y me encuentro situado frente a la primera entrada de la sala de juegos. Estoy esperando turno para jugar al pichoncho, que se me da bien. Me gusta más el ping-pong, pero la mesa está muy solicitada y los dos futbolines también. Es domingo y a las diez y media, apenas hemos acabado de desayunar, hemos salido todos corriendo escaleras abajo, aunque sólo los más rápidos han conseguido ocupar los primeros puestos en todos los juegos disponibles; los demás a pedir turno. Por mi parte no hay prisas, tengo por delante tres largas horas de recreo para disfrutar jugando y paseando. 

Muchas veces tengo la sensación de que el tiempo pasa lentamente, demasiado despacio. Los días son largos, los contabilizo y los tacho con una cruz en el calendario; los meses me parecen interminables. En un horizonte muy lejano queda el fin de curso y las ansiadas vacaciones. 

Apoyo mis codos en el blanco muro. Mis ojos se posan en el río, sus aguas mansas rezuman tranquilidad, son el mejor ejemplo de que el tiempo se ha detenido. 

En la otra orilla del Bembézar, por el camino estrecho y entrecortado por los múltiples salientes de la montaña, vislumbro un rebaño de cabras avanzando lentamente. En la parte trasera un pastor y un pequeño zagal, quizás su hijo, cierran la comitiva. Los observo desde la distancia y poco a poco una sensación de LIBERTAD invade mi espíritu. 

Un camino por recorrer, múltiples destinos a los que llegar, sin barreras, sin obligaciones, sin toques de campana, sin pitidos de silbato, sin “palmadas” para llamar la atención, sin horarios rigurosos. Me parece un sueño, pero es real. Existe otro mundo muy diferente al que yo estoy viviendo. No sé muy bien cuál es el mejor, pero otros ya han decidido por mí y es el que tengo que seguir para hacerme un hombre de provecho en el futuro. 

Este semestre de 1.966 está siendo especialmente duro. Atrás quedan los acontecimientos de amargo sabor por el trato con Don José Delgado y las dos entrevistas en el despacho de Don Gaspar. Establecimos una tregua pero mis sentimientos continúan a flor de piel. Por todo esto, he dado un gran bajón de rendimiento en los estudios y así lo reflejan las malas notas cosechadas en este último control trimestral. Deseo con toda mi alma que el largo semestre termine cuanto antes, que las vacaciones de verano dejen en el olvido los malos momentos y que cicatricen todas las heridas abiertas. 

Me uno a la comitiva del rebaño de cabras. Ahora, caminando por aquel sendero, respirando el aire fresco de la umbría de la montaña, me siento liberado de todas mis obligaciones y preocupaciones. Es como abrirme a un nuevo horizonte, a una nueva vida. No quiero regresar. 

Casi de inmediato unos sentimientos de “mala conciencia” arruinan mi caminata pastoril. No tengo derecho a albergar estos pensamientos de evasión. Nadie me ha obligado a iniciar unos estudios en el Seminario. Es más, un par de meses atrás tuve la oportunidad de volverme a casa. No atesoré entonces la suficiente fuerza para tomar esa decisión, pesaron mucho más las circunstancias y el qué dirán. 

No estoy siendo justo con mis ensoñaciones. Además, qué podrá pensar ese zagal al que pretendo acompañar con el rebaño. Eso, qué pensará ese chico. Qué preguntas rondarán por su mente al contemplar desde la otra orilla, un edificio blanco, enorme y solitario en esta falda de la montaña. 

Ya le habrán contado que en este edificio, chicos como él, estudiamos para ser sacerdotes algún día. Intento adivinar sus pensamientos: “Qué suerte tienen esos chavales al poder seguir estudiando”. “Yo he tenido que faltar muchos días a la escuela para ayudar a mi padre”. “Me hubiera gustado que me diesen la oportunidad de entrar en un lugar como ese”. “Ellos seguro que son hijos de padres ricos”. “¿Pero realmente estarán más cerca de Dios? ¿Habrán conseguido hablar con Él?” 

De repente una voz me saca de mis pensamientos. 

-¡¡Manolo, Manolo, que ya nos toca jugar, ven rápido que perdemos turno!! -es mi amigo Manuel Rafael, formamos muy buena pareja de pichoncho. 

-¡¡Ya voy, ya voy!! -le contesto. 

Me giré sobre mis talones, con unos pasos rápidos crucé el camino y con la mano empujé la puerta, pero la puerta no se abrió. Lo intenté de nuevo sin éxito. “No puede ser... si sólo han pasado unos segundos... si acabo de oír su voz...”Miré a través del cristal y todo estaba muy oscuro. Instintivamente avancé unos pasos y me situé delante del ventanal grande enrejado. No había luz, era como si de golpe se hubiesen marchado todos... Me acerqué más al cristal y pude contemplar un dibujo en la pared: un seminarista con sotana chutando con fuerza un balón de fútbol. Ni rastro de nuestras mesas de juegos. En su lugar un sin fin de herramientas y materiales de obra. 

Eché mano a la máquina de fotos, miré a través del objetivo y desistí de disparar. No merecía la pena, la sala de juegos no se parecía a la que tengo registrada en mis recuerdos. Sentí una pequeña frustración. 

Quise seguir avanzando por el camino, al levantar la mirada me di cuenta que unos metros más adelante había un cortado con mallas de alambre y dos grandes perros vigilantes me impedían el paso. 

Me volví sobre mis pasos mientras trataba de darme ánimos: 

-“Venga Manolo que todavía te quedan muchas estancias por visitar, la capilla, el comedor, el despacho de Don Antonio Pedro Llamas, los dormitorios en los que estuviste... son muchos los recuerdos por refrescar y realmente el tiempo pasa volando...” 


Me han dado pie para escribir este relato los recientes comentarios en el blog de Andrés Osado, Pedro Calle y Pacocesar, que me invitaban a confeccionar un croquis y poner nombres a las distintas dependencias del Seminario de Hornachuelos. 

Asumí el compromiso de reordenar las fotos del reportaje que hice aquel día, poner nombre a los dormitorios que aún recordaba y compartirlo con todos vosotros. Estoy en ello y a punto de terminarlo. 

Seguro que encontraréis errores y olvidos. Estaré encantado de que me ayudéis a subsanarlos y con mucho gusto haré las rectificaciones oportunas. 

Gracias por vuestra paciencia y comprensión. En estas fechas: Salud, Paz y Bien. 

Un fuerte abrazo para todos y cada uno de vosotros. 

Móstoles, 20 de Diciembre del 2018. 
Manuel Jurado.

25 comentarios:

  1. Precioso relato,Manuel Miguel.
    Aunque como tú dices, estaba oscura, creo que al final, la foto salio y la he visto.
    Cuantos recuerdos.
    Gracias por traerlos al presente.

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    1. Gracias Antonio. Es bueno traer a la memoria algunos recuerdos dormidos. Si lo he conseguido me doy por satisfecho.
      Un abrazo cordial para ti.

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  2. Amigo Manolo, que alegría me ha dado estar en tu relato. Es verdad que el ping pong nos gustaba más, pero el pichoncho se nos daba mejor.
    Eres un fenómeno relatando tus vivencias y tus recuerdos. Te admiro.
    Un fuerte abrazo

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    1. Gracias Manuel Rafael por tus palabras. Es verdad que teníamos pocas oprtunidades en el ping pong, cuando nos tocaba siempre nos ganaban y a volver a guardar turno. Quizás por eso nos hicimos especialistas en el pichoncho. Recuerdo que ganamos, en pareja, un campeonato en el día del Rector. Cuando llegó nuestra hora de recoger el trofeo, nos dijeron que se habían acabado, pero que no nos preocuparamos que en los días siguientes nos lo darían. Hasta hoy...
      Recibe un fuerte abrazo.

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  3. Manolo, cojonudo tu relato. Nos transporta a otros tiempis, que comparte con estos. Muy bien por recordarnos los malos ratos que nos hizo pasar D. José Delgado, (q.e.p.d.). No sabe lo que algunos nos acordamos de él, y no para bien.

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    1. Gracias Paco Nieto. Lo de Don José fue punto y aparte, al menos con algunos de nosotros. Demostró con creces el alma caritativa que atesoraba. No he querido poner adjetivos cslificativos, en mi relato, porque ya no está en este mundo y he querido respetar la memoria de los que le tuvieron aprecio.
      Un abrazo fuerte.

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  4. Salud, Paz y Bien para ti también.
    Magistral relato donde reaparecen tus dudas y al final la decisión irrevocable de seguir adelante.
    Eso te hace grande: oponer a los problemas que aparecen en nuestras vidas y en nuestra mente un corazón valiente que no se rinde.
    Mis felicitaciones por el relato y mis/nuestro agradecimiento por el trabajo que estás preparando, y nos ofrecerás en breve, de identificación de espacios y lugares del Santamaría.
    ¡Un gran abrazo, que es lo mínimo que te mereces!

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    1. Gracias Pedrito. Llevas toda la razón. Eramos niños y las dudas que se presentaban, en nuestra pequeñas vidas y dentro del día a día, eran muy grandes. Al final el balance fue positivo y cada uno de nosotros hemos crecido dejando atrás muchas cosas sin importancia y sacando a la vida, el lado más humano e importante.
      Un abrazo muy fuerte para ti.

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  5. Manuel, tienes la habilidad de transportarnos, con tus vivencias, a unos años claves en nuestra joven vida. Y todos los que te leemos vivimos contigo tus sentimientos porque eran los nuestros. Gracias por seguir relatando con maestría retazos de nuestra vida. Un abrazo.

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    1. Gracias Antonio, esas vivencias que tanto nos ataron de chiquitines y como tú has comentando recientemente, significaron unas raíces de sincera amistad.
      No te hagas ilusiones que no pienso en reemplazarte para las crónicas. Para mi quisiera, esa "chispa", ese humor y esa gracia con las que ilustras tus crónicas. Eres insustituible.
      Un abrazo cordial para ti.

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  6. Amigo Manuel, lo primero mis felicitaciones por esta magnífica primera entrega de un trabajo con un sello tan personal y lleno de nostalgia.
    Un trabajo prometido que ya te garantiza el seguimiento fiel al relato, de todos los que pasamos entre aquellos muros parte de nuestra juventud.
    Agradecerte el esfuerzo que supone el traernos traducido al presente, lo que significaron aquellos años en nuestra formación, al lado de unas imágenes rescatadas que a todos nos resultarán familiares.
    Te animo a seguir en este loable empeño, y seguro que contarás con toda la colaboración del grupo de compañeros.
    Un abrazo y buen Año Nuevo.
    Juan Martín

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    1. Gracias Juan por tus palabras. Intentaré completar el trabajo con la descripción de las dependencias y con un reportaje fotográfico que hice en la visita de Mayo.
      Felices Fiestas y mejor Año Nuevo, para ti y los tuyos. Un abrazo fuerte.

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  7. Todo bien, que digo bien, muy bien Manuel Miguel, bien recordado y muy bien expresado lo que recuerdas: en esa rememoracion, todo recuerdo es creación en parte un momento vivido, encuentro afinidad contigo, no todo lo vivido en Los Ángeles fue, al menos para mi y veo que también para ti, dulce y placentero, aun así regresamos a esa parte de nuestra vida de vez en cuando, definitivamente la verdadera patria del hombre es la infancia. Gracias Manuel Miguel.

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    1. Gracias Pacocesar por tus comentarios. También estoy convencido que compartimos muchas afinidades. En aquellos primeros años tenía una personalidad algo introvertida, melancólica y bastante sentimental, todo aumentado por mis particulares circunstancias familiares. Esto no era malo, pero me hacía más sensible a esas imposturas de alguno de nuestros formadores.
      De ahí mis inmensas ganas de libertad y de evasión. Por otro lado los "remordimientos" eran fruto de la educación religiosa, tan estrecha, que estábamos recibiendo.
      Aprovecho para enviarte un fuerte abrazo para ti y para Luis.

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  8. Manuel M.,descriptivo y emotivo relato retrospectivo de algunos momentos vividos en Santa María de los Ángeles, en aquellos parajes de Hornachuelos. Era mucha la ilusion que teníamos,a mi parecer,por bajar a la sala de juegos, me ha venido a la mente un dia que me visitaron mis padres, junto con otros familiares de compañeros de Hinojosa, y era tal la afición por jugar que dejé a mis padres y me fui a la sala de juegos,ellos,al ver que estaba perdido, me buscaron y por indicación de otros compañeros, le dijeron que estaba en la sala de juegos,me recriminaron que los hubiera dejado, a lo que le manifesté que estaba aprovechando la ausencia de muchos compañeros y me permitía jugar.Anécdota que me han citado en varias ocasiones.Ilusión de niño. Enhorabuena por tu escrito.

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  9. Gracias Ramón por tus palabras. Es simpática la anécdota que cuentas, en la visita de tus padres. No lo habrán olvidado nunca.
    También, al igual que tú, tengo el recuerdo, que un año que no fueron a visitarme mis familiares, aproveché a tope aquellas circunstancias y no paré de jugar a todo, ya que la sala de juegos se encontraba prácticamente vacía.
    Recibe un cordial abrazo.

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  10. Hablaba, en la reciente Comida de Navidad, con Mateo, sobre las lagunas mentales, incrustadas en nuestro cerebro. Sobre las vivencias tenidas y ocultas, de aquellos tiempos. Efectivamente, no todos recordamos lo mismos momentos.
    ¡Ahora me ha pasado a mí!
    Tu tierno y sincero momento de recuerdos, me ha llevado a un estado de confusión, aderezado de un cierto amargor. Si, Manolo, me has hecho percatarme de una de esas lagunas. "No recuerdo absolutamente esa sala de juegos. En principio pensé en una nueva construcción, realizada a partir del tercer año. Pero, al ver a los tres "cabritos" (con perdón) Antonio Lara, Rafa Montes y Pedro Urbano... ¡me he quedado pasmado! ¿Cómo es posible que no recuerde esa habitación? Solo me viene a la memoria la ubicada al lado de la capilla.
    Pero ya repuesto de mi encontronazo con la fragilidad de mi mente, quiero expresarte, amigo Manolo, el sincero y delicioso placer que me has dado con la lectura de tu relato, de tu pastoril y chispeante alegato de realidad. Te doy las gracias por ello. Espero ansioso, más aldabonazos a "mis adentros". Un fuerte abrazo

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    1. Gracias Andrés por tus comentarios. Esas lagunas mentales las padecemos todos. Como mucho recordamos el 10% o el 15% de las vivencia de esos años. Han pasado más de 50 y el subconsciente nos traiciona con frecuencia. Unos y otros tendremos recuerdos diferentes. La grandeza es construir entre todos ese puzle lejano y maravilloso.
      En la visita de Mayo lo que más me impactó fue, encontrarme intercaladas dos aulas antes del estudio grande. Mis registros se dieron por vencidos, no podían asimilar tal olvido. También pensé : ¿ cuántas lagunas más tendré ¿
      Días después, en frio, pude razonar. Si estuvimos en Santamaria hasta Junio del 68, cabía la posibilidad de que esas aulas se confeccionasen, en algún momento de los tres cursos siguientes.
      Recibe un fuerte abrazo.

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  11. Siento el retraso, perdón, pero es que entre los viajes y el cuidado de mis nietos apenas abro el ordenador. Sin duda, todos tenemos lagunas de memoria de nuestros años mozos, el que menos, tú, Manolo. Eres un prodigio. Yo tampoco recuerdo que la gran sala de estudio estuviese encajonada entre dos clases. Quizás, como tú dices, fuese una obra posterior a nuestra marcha.
    Un abrazo y feliz año para todos.
    El Fili

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    1. José María bienvenido de nuevo. En nuestras edades, los viajes son importantes, atender y disfrutar de los nietos es una tarea más importante aún. Lo demás puede esperar.
      Estoy bien seguro que los registros de tu memoria son infinitamente mayores que los míos. Es posible que sólo algunos recuerdos fijados en la mía, sean diferentes a los tuyos.
      Llevas razón, hasta Junio del 68, las dependencias de ese pasillo que llevaba al estudio eran: primero los servicios, luego la puerta de la peluquería y a continuación la procura. Ésta tenía un ventanal grande que daba al mismo estudio, desde donde comprábamos el material de papelería.
      En la foto del reportaje aparecen 2 aulas intercaladas, con vidrieras transparentes para la entrada de luz, antes de llegar al estudio. Seguro que fueron construidas posteriormente, en algún momento durante los 3 cursos siguientes, hasta Junio del 71 en que se cerró como Seminario Menor, los alumnos y profesores se trasladaron a San Pelagio.
      Feliz año para ti y los tuyos. Recibe un abrazo fuerte.

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  12. Querido amigo Manuel. Tu relato es magnífico, mágico en esa secuenciación espacio temporal de recuerdos. Al igual que Proust en su novela "À la recherche du temp perdu", no sumerges en el laberinto del recuerdo, de la sinestesia infantil y de aquel lugar determinado que irremediablemente nos marcó.
    Pero sobre todo, me ha gustado ese recurso estilístico que has sabido usar al elegir al zagal, el hijo del pastor... En la otra orilla del Bembézar, por el camino estrecho y entrecortado por los múltiples salientes de la montaña, vislumbro un rebaño de cabras avanzando lentamente. En la parte trasera un pastor y un pequeño zagal, quizás su hijo, cierran la comitiva. Los observo desde la distancia y poco a poco una sensación de LIBERTAD invade mi espíritu.

    Tienes grandes habilidades literarias para la narración, amigo, y me ha complacido en extremo el poder leer este artículo.
    Un cordial abrazo.
    Antonio.

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  14. Me uno a la comitiva del rebaño de cabras. Ahora, caminando por aquel sendero, respirando el aire fresco de la umbría de la montaña, me siento liberado de todas mis obligaciones y preocupaciones. Es como abrirme a un nuevo horizonte, a una nueva vida. No quiero regresar.

    Y al final fuiste libre.

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  15. Querido amigo Antonio. Te agradezco de corazón tus comentarios, que me llenan de cierto "orgullo", sobre todo al venir de una persona extraordinaria como Escritor y Poeta.
    Es cierta esa mezcla de sensaciones en el final de mi etapa infantil y creo que me hizo sentirme bastante inseguro, durante aquellos años en Hornachuelos.
    La imagen del rebaño de cabras es cierta, contemplada en varias ocasiones, así la tengo registrada en mi memoria. La sensación de inmensa LIBERTAD también. La preocupación de cómo nos podían ver los demás, también rondaba por mi cabeza. Siempre preocupado por ser justo e intentar hacer las cosas lo mejor posible.
    Si, es verdad, al final fui LIBRE.
    Recibe un fuerte abrazo.

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  16. Muchas gracias, Manuel por tus palabras. Quiero buscar tiempo y escribir algo sobre tu artículo y ponerlo paralelo a mis vivencias de aquel tiempo en Santa María de los Ángeles.
    Un abrazo.

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