Antes del Seminario. Priego: 1961-1963
(1ª parte)
En el Seminario Don Ángel
Carrillo de Priego no necesitaba presentación. Todos lo conocían por la gran
labor de la “Obra de las Vocaciones”, como él designaba a promover chiquillos
que fueran al Seminario para ser sacerdote. Hubo años que Priego tenía mas
sacerdotes que la propia capital cordobesa. Incluso el obispo de Jaén le
solicitaba a Don Ángel que le mandara seminaristas a su Seminario. No cabe
duda, que llevó a cabo indirectamente una gran labor social de promocionar a
jóvenes, que si no hubiese sido por su paso por el Seminario no hubieran
accedido a otras carreras o profesiones.
Los primeros recuerdos de Don
Ángel Carrillo que guardo están relacionados con la Escuela Unitaria
de Don Juan Osado en la Calle Amargura de Priego. Cada
cierto tiempo acudía para invitarnos a
que fuéramos ese día por la tarde a la Iglesia de San Francisco, de la que era capellán.
Cuando hacía su aparición por la puerta, todos los chiquillos a una nos lanzábamos
hacía él a besarle la mano. En más de una ocasión estuvimos a punto de tumbarlo,
pues por esa época ya era mayor. Ni el
maestro, ni él mismo lograban poner orden a tan impetuoso saludo.
Aquello era algo que los
pequeños, en principio, habíamos visto hacían los mayores y todos lo imitábamos
pensando que algo grande tendría que ser aquel sacerdote. Como poco a poco nos
íbamos dando cuenta, por su cariño e interés por cada uno.
Una de las veces que me confesé,
me preguntó la edad que tenia y seguramente por la falta de gravedad de lo confesado
y siguiendo su costumbre con la mayoría de niños me dijo: “Hijito mío, ¿tu quieres ser sacerdote? ¿Quieres ir al Seminario?
Piénsalo.
En Priego los seminaristas eran
una institución: se hacían notar cuando aparecían en vacaciones por algunas características
externas que los diferencia del resto de jóvenes: zapatos y calcetines negros y
peinados a “cepillo”. Solían pasear juntos en pandillas, después de misa, desde
la Fuente del
Rey al Paseo de las Rosas.
En la siguiente confesión esperé
a que de nuevo me preguntara lo de ser cura. En seguida le dije, que sí. Y él
con una entusiasta alegría que le nacía de muy adentro, me besó la frente
repetidas veces, a la vez que repetía:” Muy
bien, hijito mió, muy bien!”.
Cuando esta decisión la dije en
casa, mi madre la acogió con alegría y agrado. Pero a mi padre, no le hizo
mucha gracia. El argumentaba que la Iglesia y los sacerdotes hoy están muy criticados. Y añadía que la Iglesia está muy adulterada.
También él como muchos niños y jóvenes de Priego había recibido en su
momento la propuesta de Don Ángel de ser cura.
En cierta ocasión se encontró
Don Ángel por la calle con mi padre y le dijo: “Tu no quisiste ser cura. Pero
has tenido un hijo que lo va a ser”. Mi padre, había colaborado
estrechamente con Don Ángel dando clase en un Centro Obrero. Su respuesta en
este caso, después de pensarlo en el plazo de tres días, fue: “Don Ángel a mi me gustan mucho las
mujeres, yo no quiero ser cura” Y Don Ángel, nos contó mi padre, le dijo: “Ay, hijito mió, que me has matao”
A partir de ahí se fueron sucediendo las
continuas idas a San Francisco: recibir
clases de apoyo para el ingreso en el Seminario por parte de él mismo o de
algún ayudante (posiblemente seminarista). Clases que se desarrollaban en la
sacristía mayor de San Francisco.
Los aspirantes al seminario
también algunas tardes lo visitábamos en
su casa. Allí nos pasábamos las horas
sentados con él, como si fuéramos mayores. Hablando de temas, que no recuerdo
cuales podrían ser. Como niños no teníamos ideas claras de cuando había que
poner fin a la visita. Esta acababa cuando venían otras personas o él
discretamente nos invitaba a irnos a casa, que se hacía tarde. Pienso que era
el cariño y como nos trataba lo que
hacía que lo buscáramos y lo frecuentáramos. Nos sentíamos queridos por él y
esa era la razón de nuestras visitas espontáneas a su casa. Cosa que lo
diferenciaba del resto de sacerdotes de Priego, mucho más distantes y lejanos.
Manuel Vida Ruiz
Parroquia de Ntra. Sra. de Linares
Córdoba, 12 de abril de 2016
Manuel Vida Ruiz
Parroquia de Ntra. Sra. de Linares
Córdoba, 12 de abril de 2016
Paisano, firma el escrito.
ResponderEliminarHas recreado exactamente lo que a todos los de Priego nos sucedió. Has levantado recuerdos anteriores a mis crónicas que te agradezco de corazón. El respeto y el cariño hacia D. Angel sigue presente en mi vida y lo considero un hombre Santo, que vivió su sacerdocio profundamente. Gracias a él, muchos tuvimos una oportunidad de estudiar y formarnos, ya que en el pueblo difícilmente la hubiéramos conseguido.
Gracias de nuevo por tu relato y tus buenos recuerdos. Un abrazo
Antonio Gómez
No sé por qué pero todos imaginábamos que eras tú.
ResponderEliminarEs verdad, Manuel, en aquellos años el número de seminaristas de cada pueblo era directamente proporcional al empeño que ponía el cura en captar adeptos para la causa. En este caso nuestro una causa bendita por todo lo que ha supuesto después en el desarrollo personal de cada uno de nosotros.
Mi pueblo, Palenciana, con sólo 1500 habitantes tenía siete u ocho seminaristas.
Un abrazo.
El Fili
Huele que el redactor,es un Sacerdote. Leean y reflexionen, se palpa que lo ha escrito, el amigo, Vida.
EliminarGracias, Manolo, por compartir tus primeros pasos para el sacerdocio. Contigo acertó ese gran sacerdote al que,sin conocerlo, tengo especial cariño. Paco Raya
ResponderEliminarMuy bien Manolo D.Ángel quiso q Agustín Vida fuese sacerdote pero como el no quiso
ResponderEliminarDios te eligió a ti para recompensarlo.
Sigue así que te queremos