CRÓNICAS DE LOS ANGELES
(Por Antonio Gómez
Ramírez)
(Con la publicación de esta crónica, doy
por finalizada la primera serie de estas entregas. Pasado el verano, en el que
tendré tiempo para escribir, comenzaré la segunda serie, que espero merezca
vuestro interés. Gracias por el acogimiento que ha tenido entre vosotros esta
primera fase.)
En el año 1.964, en los meses de
Abril o Mayo, nos visitaron unos chicos de nuestra edad, de un Instituto de
Córdoba. Pasaron el día recorriendo estancias, lugares y sorprendiéndose de la
forma de vida que llevaban los moradores de aquellos lares, o sea nosotros.
Como no podía ser de otra manera,
D. Pedro Antonio, para conmemorar la visita y hacerles la tarde un poco más
amena, organizó un partido de futbol (faltaría
más), en los llanos del pozo, ya que ellos venían preparados para el
evento. Gracias a mis buenas artes futboleras (posteriormente jugué en el SP 68 y más tarde en tercera división, en
el Unión Deportiva Moscardó de Madrid y otros equipos de Toledo y además, si os
fijáis, aparezco en casi todas las fotos de futbol antiguas que circulan por
nuestra red social – modesto que es uno-)
fui alineado en el equipo del Seminario.
Comenzó el partido y aquellas
criaturas, me imagino que acostumbradas a jugar en un campo como Dios manda, no
esperaban el patatal donde se desarrollaba el partido. Claro, nosotros
acostumbrados a aquella superficie, en la que el balón botaba donde le venía
bien y donde dominarlo era una obra de arte, empezamos a darles caña y marcar
goles a mansalva.
A D. Pedro Antonio, aquella
masacre futbolera no le pareció correcta, me imagino que por la humillación, que él suponía, sufrían aquellos muchachos.
Así que en el descanso del partido reunió al equipo y prohibió que siguiéramos jugando de aquella manera, como
máquina de marcar goles. Que dejáramos meter alguno al contrario, por aquello
de ser buenos anfitriones y además humildes seminaristas.
Uno que era un “killer” cuando se ponía a jugar al
futbol, al principio intentó cumplir la orden, pero cuando llegaba el balón a
mis pies, no podía resistir la tentación de jugar y además hacerlo lo mejor que
podía. Disfrutaba regateando, recuperando el balón (incluso con cierta violencia, si era necesaria), marcando goles,
etc. Era algo superior a mis fuerzas imponerme la contención en un partido de
futbol. A los diez minutos de la charla, ya se me había olvidado y volví a
disfrutar jugando y contribuyendo a aplastar al otro equipo.
D. Pedro Antonio, me sacó del
partido, con el enfado correspondiente, prometiéndome de paso, consecuencias posteriores para mí. Me castigó
en lo que más me dolía: sin jugar al futbol un mes. De modo que cuando íbamos
al llano del pozo, me quedaba o bien mirando con envidia a los que jugaban, o
pasando la tarde como mejor podía con aquellos que no tenían las aficiones
futboleras arraigadas.
Esta situación dio lugar a un
percance para mí, que gracias a Dios, no llegó mayores, pero que pudo ser de
consecuencias trágicas para mi integridad física.
Un día de los que estaba
cumpliendo mi condena de no jugar al
futbol, me enrolé con una pandilla entre los que estaba mi buen y malogrado
amigo, Juan Antonio García García (el de la sopa amarilla).
Como rural que era, inventó un
juego que consistía en fabricar con unos arbustos de la zona, que tenían unas
varetas muy derechas y de más de un metro de altura, una especie de lanzas, que
dejándoles el follaje de la parte superior, se podían lanzar, a modo de
jabalina, manteniendo el artefacto la trayectoria deseada. La lanza, después de agotar su trayectoria se hincaba
en el suelo, merced al afinamiento que le hacíamos en la punta. La competición
se trataba de ver quién la enviaba más lejos y que además quedara clavada en la
tierra.
La competición transcurría sin
más novedad, hasta que al ir a recoger mi vareta al lugar donde la había
lanzado, para proseguir el juego, Juan Antonio en un descuido, no se percató de
mi presencia en la trayectoria hacía la que había enviado su artefacto y este
fue a impactar contra la parte trasera de mi cuello, allá donde confluyen el
lóbulo de la oreja y el hueso de la quijada. Tuve suerte de que la madera
impactó precisamente en el hueso, ya que de no haber sido así, y hubiera
impactado sobre una parte blanda, no sé qué hubiera ocurrido. Evidentemente caí
“peloto” al suelo, al lado del pozo
del llano y el susto mío y por supuesto de Juan Antonio fue mayúsculo. Estuve
no pocos días, que me costaba trabajo hasta hablar. Fue el mes en que mejor
nota en conducta saqué, ya que no pude “cuchichiear”
en las filas, mi caballo de batalla por el que siempre estaba en la parte tibia
de la calificación en conducta. Mi amigo Juan Antonio, durante mi “convalecencia”, no se despegaba de mí ni
un instante, tal preocupación agobiaba a su espíritu sencillo y transparente y
que le invadía en un sentimiento de culpabilidad, que hasta que constató que el
asunto no llegaba a mayores, estuvo en vilo durante muchos días.
Juan Antonio, que a buen seguro
que estás en los cielos, fuiste para mí un amigo de verdad, lástima que el
devenir de la vida nos separó, primero por tu salida del Seminario y después
porque con tu camión emigraste al País Vasco y no volviste, salvo escasas
ocasiones, hasta la última vez, en que regresaste para vivir tus últimos días
en tu pueblo y tuve la suerte de compartir un rato contigo. Te envío un abrazo
allá donde mores y decirte que mi mandíbula todavía aguanta, sobre todo si es
con una buena mariscada. Tú lo ves desde allí, verdad?
Hasta la próxima. Un abrazo y
suerte para todos.
Buen relato, Antonio
ResponderEliminarGracias Andrés por tus comentarios. Un abrazo
EliminarQuerido paisano: Archivaré en un lugar privilegiado de mi memoria el puzle que he ido completando con las fichas que nos has ido regalando todos estos meses. Espero impaciente la segunda entrega.
ResponderEliminarDesde estas lineas quiero agradecerte públicamente la confianza que has depositado en mi dejándome maquetar tus relatos, con el consiguiente riesgo de intromisión que esto conlleva, ese privilegio lo agradeceré siempre. Un abrazo hermano-paisano-compañero.
Solo te pido un favor: Aunque la serie "CRÓNICAS DE LOS ÁNGELES" tenga su andadura prevista para pasado el verano, te ruego que, sin premuras pero sin pausas, escribas en nuestro blog de vez en cuando.
Un abrazo
Rafa Vilas
Gracias a ti, querido Vilas. Tus ilustraciones mejoran con mucho mis crónicas. Seguiré confiando en tu intuición para maquetar e ilustrar las mismas. Un abrazo.
EliminarAsombrado me dejas como siempre querido amigo Antonio, ¿por favor todo el verano sin relatos?. Un abrazo
ResponderEliminarAmigo Rafael, gracias como siempre por tus comentarios. No tengo más remedio que interrumpir las crónicas, ya que los impuestos (IRPF y Sociedades) que tengo que atender en el Despacho, no me dejan ni pensar. Ya te compensaré. Un Abrazo.
EliminarAy que ver con cuánta veracidad y memoria pones al día las peripecias de nuestras vivencias infantiles!
ResponderEliminarQue se te conserve tal don, ya que sigues provocando el placer que produce tal recuerdo.
En mi caso no era de los futboleros. Pero sí de esas otras aventuras.
Gracias siempre. Y esperamos los siguientes relatos. Un abrazo,
Antonio Adame
Antonio, gracias por tu comentario. El primer beneficiado de estos recuerdos soy yo, ya que como dije una vez, si los recuerdas, los vives de nuevo y conviertes el paso del tiempo en un regreso a aquel tiempo.
ResponderEliminarUn abrazo
Tu ves... esos problemas no los tenía yo. Eso te pasaba por ser tan bueno jugando al futbol.
ResponderEliminarPor cierto, pocas cosas nos pasaban con las tratadas que hacíamos.
Un abrazo, "pichichi"