CRONICAS DE LOS ANGELES
(Por Antonio Gómez
Ramírez)
Os presento otra crónica, que
como podéis comprobar, sigue fiel a mi
principio de relatar sólo aquellas vicisitudes jocosas, alegres o curiosas, sin
adentrarme en la profundidad de interpretación de otros hechos y circunstancias
que sin duda acaecieron, y que para entenderlos habría que hacer un ensayo en
su redacción. Estas crónicas son meras descripciones de hechos que ayudan a
recordar aquellas fechas y que cada cual en sus recuerdos y vivencias, interprete
lo que crea conveniente y saque las conclusiones personales que considere.
Corría el mes de Junio de 1965,
último año que pasé en Los Ángeles, y uno de esos días en que nos bañábamos en
la piscina, a unos pocos se nos fue la “chaveta”, y protagonizamos una historia
que acabó mal para nosotros, pero mientras sucedía nos lo pasamos en grande. La
historia es más o menos como sigue:
Estando en la piscina jugando con
el resto de los compañeros y después de observar la exhibición que cada día nos
hacía D. Antonio Jiménez Carrillo, tanto de su físico, como de sus cualidades y
potencia natatoria, apareció por allí D. Francisco Javier Varo Arjona (q.e.p.d.)
dispuesto a darse un chapuzón. No era frecuente verlo bañarse con nosotros, por
lo que nos resultó sorpresivo.
Todos recordareis el físico de D.
Francisco Javier, que sin ánimo de ofender, era el más propio de un personaje
de la película “El planeta de los
simios”, tanto por su aspecto físico, como por los pelos que le salían
hasta de las uñas. El hombre estaba un poco acomplejado por este accidente
corporal y siempre procuraba disimular en lo posible lo que el consideraba
anomalía, tapándose lo más que podía y llevaba hasta las mangas de camisa y
sotana tan largas que casi le cubrían la mano, a fin de evitar que se le vieran
los pelos que le cubrían los dedos. A pesar de sus esfuerzos, a las doce de la
mañana ya tenía la barba, como si no se hubiera afeitado en dos días. Sin pecar
de exagerado los pelos le sobresalían por encima de los alzacuellos de la
sotana.
D. Francisco Javier Varo Arjona |
Así, apareció envuelto en una
toalla en la piscina y al desprenderse de ella vimos que llevaba una camiseta
debajo y un bañador más largo de lo normal para la moda de aquella época, con
lo que intentaba tapar el grueso de su problema. Y de
esta guisa se lanzó rápidamente a la
piscina.
Los que andábamos pendientes de
sus evoluciones, sentados en el banco de obra que había en un lateral de la
piscina, ideamos la forma de zambullirnos, rodearlo en el agua e intentar
quitarle la camiseta, para ver lo que suponíamos había debajo. Nunca deberíamos
haber intentado tal hazaña. Don Francisco Javier se puso fuera de sí y llegó
hasta asustarnos con su actitud belicosa y furiosa. Salimos de la piscina a la velocidad que
pudimos, confiando que en la refriega D. Francisco Javier no pudiera
identificar, al menos, a alguno de nosotros. Pero se nos había olvidado que el
vigía estaba presente: D. Antonio.
Automáticamente fuimos
desalojados de la piscina y después de vestirnos nos condujeron al “pasillo de
la muerte”, que no era otro que la antesala del despacho de D. Gaspar. Una vez
dentro y con el alma encogida, recibimos la reprimenda correspondiente, todos
con la cabeza baja y esperando un desenlace
más grave del que después realmente
sucedió. Don Francisco Javier,
una vez que se le había pasado el enfado (en el fondo era un buenazo),
intercedió ante el tribunal que nos juzgaba, diciendo que aunque lo sucedido
era una falta de respeto hacia él, también debía tenerse en cuenta que era una
travesura de chiquillos sin más trascendencia e intencionalidad, por lo que
proponía un castigo de no usar la piscina en un tiempo, dedicando el horario de
piscina al estudio o a rezar, a elección de cada uno.
Salimos del Despacho, respirando
hondo y dando gracias a que el asunto no pasó a mayores. Nos perdimos siete
días de piscina. Don Francisco Javier no volvió a aparecer por la piscina aquel
final de curso, al menos en el horario en que nosotros la usábamos.
Esta y otras aventuras nos
sacaban de la rutina diaria, y se hacían de forma inconsciente con el riesgo de
sufrir unas consecuencias desastrosas, por causa de la disciplina interna y la
rigidez de algunos curas. Nuestra mente infantil era propensa a la travesura y
al “escaqueo”, aprovechando cualquier circunstancia para escapar de aquellas
ataduras impuestas y dar rienda suelta a nuestra vitalidad vigorosa de los años
que teníamos.
Quiero desde aquí, dedicar un
emotivo recuerdo a D. Francisco Javier, que Dios tenga en su gloria.
Hasta la próxima. Un abrazo y
suerte para todos.
Esto de la camiseta de D. Francisco Javier, lo recuerdo yo perfectamente, pero desde otro punto vista. Junto con otros compañeros, yo le vi desde una ventana de los dormitorios que daban a la piscina, como se bañaba con su camiseta que nos parecía sucia, al verse oscurecida por el vello tan negro que tenía. De igual forma recuerdo haber visto a D. Antonio Jiménez llevando sobre los brazos a D. Gaspar, enseñándole a nadar. Éste descubrimiento para mí al verles a hurtadillas desde la ventana fue como si cometiera el mayor de los pecados. ¡Ay que ver como pensaba uno entonces!
ResponderEliminarEsta vez no estaba yo en la refriega. En esos últimos días me tenía que limitar a ver los toros desde la barrera debido a las consecuencias del gran tortazo que me propinó el practicante de "Sanson Institut". Mi oido supuraba y zumbaba tanto que no sabía ni donde estaba la mayoría de las veces, pero recuerdo la escena del salto al agua con camiseta blanca de d. Fco. Javier, como si la estuviera viviendo ahora mismo.
ResponderEliminarGracias Antonio.
Un abrazo.
Amigo Antonio muy buen recuerdo a la vez que triste, la referencia de la muerte de D. Francisco que yo desconocía.
ResponderEliminarQuiero pensar que esas mismas acciones ocurrían en cada curso, pues en el curso 66/67 algo similar me parece recordar en lo referente a verlo con su camiseta enfundada en la piscina.
Yo guardo de este hombre un muy buen recuerdo por lo que apuntas, de buena persona, honorable, serio y amable para con todos nosotros.
Una cualidad que me imagino le acompañó durante toda su vida y que le acompañará por siempre en nuestro recuerdo.
Descanse en paz.
Un abrazo.
Juan Martín.
Muy bien amigo Antonio... una composición cogida por "los pelos"
ResponderEliminarY luego habrá quien se resista a admitir que no procedemos del mono.
Gracias, como siempre
Recuerdo con afecto a D.Francisco Javier, fue de los pocos educadores que transmitía cariño hacia aquellos chiquillos, recuerdo perfectamente el dorso de sus manos cubiertas de pelo, eran salvo la cara casi lo único que se le veía del cuerpo, pero le recuerdo sobretodo como un hombre cercano y bondadoso, que se le haya premiado todo el bien que nos hizo.
ResponderEliminarYo también tengo un muy buen recuerdo de D. francisco. Igual que él, yo uso camiseta de tirantes todos los días del año (también soy algo peludo, por el cuerpo, claro pues la cabeza la tengo algo desnuda, pero sin complejos). Recuerdo que él decía que la camiseta evitaba que la camisa se pegara, incómodamente, al cuerpo. Y os digo que tenía mucha razón. Gracias, Antonio, por traernos esas vivencias de nuestra infancia.
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