Refiere Manolo Jurado con mucho acierto la gratitud debida a don Moisés, don Francisco Javier Varo y don Manuel Cuenca, como curas que más nos favorecieron con su dedicación y su cariño. Sí, yo estoy de acuerdo. Sin embargo, he de añadir, además, dos nombres muy importantes para mí: uno es el de don Eduardo Mármol, nuestro insigne profesor de Latín en el grupo de 1C, mi mentor y quien me bautizó para siempre con mi nombre de Fili. El otro es don Gaspar Bustos. Y no por su papel de rector, sino por esta historia que vais a leer.
Es la primera vez que cuento este relato. Ni mis íntimos lo conocen. Me ha dado vergüenza, fíjate qué tontería. Desde luego se trata de una historia increíble. No sólo para vosotros, incluso para mí. Increíble porque es una historia de transgresión. Ya ves tú, yo, un transgresor. Yo que fui un niño modélico, temeroso de Dios, como se decía antes, que jamás me metí en líos, un niño de conducta y notas de sobresaliente. El niño que cualquiera de nuestras abuelas quiso siempre tener como nieto. Ahora, con los años, me doy a mí mismo un poco de asquito de lo bueno que era entonces. Me hubiera gustado, sí, haber sido como el Luna, el Bermúdez, el Castro Navas o, incluso, el José Pablo. Niños echaos palante, niños curiosos y divertidos, niños valientes y traviesos. Si tuviéramos la necesidad de encontrarme alguna falta en aquellos años sería, sin duda, la de pajillero. Ahí sí me habéis pillado. Me perdían las pajillas. Era algo superior a mis fuerzas de niño bueno. Sin embargo, esta historia que os cuento no se desencadena por mi afición onanista sino por otra de cariz más plausible y aceptable: mi golosinería.
Era el caso, por entonces, que siendo tan goloso de dulces y chucherías, mis días preferidos eran los jueves, porque teníamos fútbol por la tarde y la entrega de las talegas por la noche. Después de las pajas, uno de los mayores placeres que uno podía saborear en los Ángeles era el de los dulces que mi chacha Josefa me mandaba camuflados entre la ropa limpia. Mi talega sucia no llegaba a Palenciana sino al cuartel de la Guardia Civil en Córdoba, donde vivía mi tía que, con mucha mejor posición que mis padres, me mimaba con tales golosinas. Nunca le agradeceré bastante aquellas noches de gula pecaminosa, a solas en mi cuarto de santa maría de los ángeles.
Sucedió, sin embargo, que siendo siempre los mismos dulces y que, como reza el refrán, hasta el jamón cansa, me dio por espiar qué otras exquisiteces comerían algunos de mis amigos. Enseguida renuncié a la gente de la Sierra porque veía al "añoro" y al "pollo" comiendo chacinas debajo de los chaparros en el llano del pozo, y yo no quería chorizos sino dulces. Con infantil raciocinio supuse que los mejores manjares deberían venir en la talega de Jesús Cantarero, a quien yo veía como un niño bien (lo que hoy diríamos pijo), o en la de Jaime, que tenía en Cabra una tía abuela pastelera. De manera que, por una vez huyendo de mi habitual buen juicio, después de muchos días de dudas y remordimientos, de esta vez sí y luego no, la próxima será, determiné "robar" una de esas talegas aprovechando el alboroto que se producía en el acto de la entrega por ver qué traían. Esta vez la curiosidad y el deseo pudieron en mí más que mi natural timidez y recato. Así que, armado de un valor desconocido, agarré mi talega en cuanto la vi y, en vez de irme zumbando a mi cuarto, esperé impaciente a atisbar la primera de aquellas dos a las que había echado el ojo. Jaime enseguida echó mano de la suya en cuanto salió por el culo de la furgoneta de Matías, pero Jesús andaba discutiendo con alguien, cosa muy habitual en él, lo que aproveché para coger la suya y salir pitando. No era extraño para los demás que alguien llevara dos talegas porque con frecuencia los paisanos se daban ese encargo unos a otros. Con una mezcla nueva para mí de vergonzante malicia y de audaz pillería, sentado en mi cama abrí tembloroso ambas talegas. Primero la mía: sin sorpresas, mi ropa y las tortas de almendra de siempre. Y luego, salivando y con el corazón en la boca, abrí la de Jesús. Ansiaba encontrar allí... qué sé yo: magdalenas de chocolate, chupa chups, tortas de aceite, tortas de sol y sombra, borrachuelos de miel, barras de turrolate... Pero... ¡me cachis en la mar salá! Lo que allí veía eran las mismas tortas de almendra, las mismitas, que había en mi talega. ¡Qué decepción! ¡Tanta estrategia, tanto valor... para esto! Entonces caí en la cuenta de que los padres de Jesús vivían también en el cuartel de la Guardia Civil de Córdoba, y que, por tanto, muy posiblemente, seguro, su madre compraba en el mismo economato que mi tía. ¡Vaya chasco!
Asustado y sudando a chorros, me despertó de madrugada este mal sueño. Una vez repuesto del canguelo y aliviado porque todo había sido eso, un mal sueño, decidí, no obstante confesarme al día siguiente no con don Moisés, que era el habitual, sino con don Gaspar, porque, pensaba, aquello bien pudiera ser algo más serio y grave que una simple pajilla. Don Gaspar me tranquilizó mucho. Pero mucho. Mucho más de lo que podéis pensar. Porque me dijo que allí donde interviene el deseo, pero no la voluntad, no hay pecado. Sin voluntad de pecar, no hay pecado. Y en los sueños no interviene la voluntad.
¡Qué alivio, nene! Porque yo ya trasladé esta sentencia a mis frecuentes poluciones nocturnas, que tenía hasta entonces por pecaminosas, porque muchas noches remataba la faena a mano cuando la cosa se quedaba a medias. En adelante, mis masturbaciones dejaron de causarme angustia y miedo al fuego eterno porque -don Gaspar dixit- yo no tengo voluntad de pecar, sino sólo deseo. "Muncho" deseo.
Espero sepáis perdonarme. He sido siempre un salido. Muy salido.
Sevilla, 14 de septiembre de 2016.
El Fili.
Asustado y sudando a chorros, me despertó de madrugada este mal sueño. Una vez repuesto del canguelo y aliviado porque todo había sido eso, un mal sueño, decidí, no obstante confesarme al día siguiente no con don Moisés, que era el habitual, sino con don Gaspar, porque, pensaba, aquello bien pudiera ser algo más serio y grave que una simple pajilla. Don Gaspar me tranquilizó mucho. Pero mucho. Mucho más de lo que podéis pensar. Porque me dijo que allí donde interviene el deseo, pero no la voluntad, no hay pecado. Sin voluntad de pecar, no hay pecado. Y en los sueños no interviene la voluntad.
¡Qué alivio, nene! Porque yo ya trasladé esta sentencia a mis frecuentes poluciones nocturnas, que tenía hasta entonces por pecaminosas, porque muchas noches remataba la faena a mano cuando la cosa se quedaba a medias. En adelante, mis masturbaciones dejaron de causarme angustia y miedo al fuego eterno porque -don Gaspar dixit- yo no tengo voluntad de pecar, sino sólo deseo. "Muncho" deseo.
Espero sepáis perdonarme. He sido siempre un salido. Muy salido.
Sevilla, 14 de septiembre de 2016.
El Fili.
Joer! José Maria, además de un alumno super inteligente,te perdonaban los pecados antes de cometerlos...no me extraña que tengas encumbrado a D. Gaspar...
ResponderEliminarPara mi no, era el más sibilino de todos, el máximo inductor, de lo bueno y de lo malo. Para lo malo ya tenía al Jiménez de turno, a él le bastaba con pasearse en silencio con un careto que daba miedo...
De D. Eduardo, coincido contigo, era buena gente. A ti te dio latín y puede que también ciencias y a mi clase lengua española. No lo nombré porque creo que sólo estuvo aquel primer curso con nosotros.
Bueno recibe un abrazo José Maria.
Coño, Fili!!! Porque no lo has comentado antes. Acabas de levantar la losa, liberando mi conciencia juvenil de forma retrospectiva, sobre aquellas pajillas. Si la jurisprudencia dice lo que dice, viva la jurisprudencia. Estaba absuelto y yo sin saberlo. Ahora ya no importa, si lo hubiera sabido en aquella época en vez de una, tres. Una abrazo
ResponderEliminarAntonio Gómez Ramírez
Jajaja. Antonio, tú sabes que todo aquello relacionado con el sexo era algo tabú entre nosotros mismos. No nos decíamos ni pío. Ahora, hace poco, me he enterado de que José Luis Roldán, "El chivo", estaba cabreado con nosotros, sus amigos en los Ángeles, porque nunca le dijimos nada acerca de las pajillas, y que él se pasó allí cuatro años sin meneársela ni una sola vez. O que a otro compañero, cuyo nombre ignoraré, le ocurrió lo contrario, esto es, que en sus primeras masturbaciones su confesor lo amenazó y asustó tanto con que ya lo tenía todo perdido, que el pobre pensó que de perdidos, al río. Se masturbó a mansalva, todo lo que quiso, y sin remordimientos ni ná.
ResponderEliminarEn fin...
¡Hola, José María!
ResponderEliminarPor Manuel Jurado a quien he reencontrado después de 45 años, he conocido este blog.
Os leo tanto a ti, como a él, como a Pedro Calle.
De nuevo me sonrío y pienso la de buenos guiones que habría tenido cualquier director de cine con estas narraciones -memorias de infancia-.
Me alegro de poder saludarte aunque sólo sea virtualmente.
Un cordial abrazo.
Antonio Roldán García.
¡Ostras Fili! ¡Que bien has entrelazado los apetitos carnales y la golosonería!
ResponderEliminarYo me confesé por primera vez con mi tío Constantino y nunca he buscado la comprensión en el confesor sino el permiso para comulgar. Pero no me habría venido mal haber utilizado a D. Gaspar, como hiciste tú. Muy divertido tu relato. Un abrazo. Pedro
Gracias, muchachos por vuestra cariño.
ResponderEliminarPero hoy tendréis que perdonarme por dedicar estos minutos a uno de nuestros más queridos hijos pródigos, esto es, a Antonio Roldán García. Personalmente, echo mucho de menos en nuestras reuniones primaverales a Antonio y a su paisano Rafa "El cuartillas", entre otros. Dado que tengo excelentes amigos en Cabra, alguna cosa sé de ellos. Pero no es lo mismo que verlos en persona y abrazarlos. Bueno, a Rafa no sé si se le podrá abarcar de un abrazo.
En fin, Antonio, anímate este año. El evento va a ser en Lussena, ahí mismo, hombre. Me gustaría mucho verte y hablar contigo, en francés, si quieres, como hacíamos en el patio de san Pelagio después de la clase de don Ricardo.
Un abrazo.
El Fili
Para eso servían las meditaciones, amigo Fili, para darle vueltas al bombo y sacar conclusiones. Buena conclusión la tuya, aunque si el se hubiera enterado, menuda te hubiera armado.
ResponderEliminarEres genial, no tienen desperdicio tus puestas en común.
Un fuerte abrazo
Andrés O