sábado, 27 de febrero de 2016

APUNTARSE AL CORO (Capítulo II)

Don Manuel Cuenca, profesor de música y de educación física, está realizando un “casting” entre los nuevos, los recién llegados, para completar el coro y la rondalla que ya se iniciara en el curso anterior.  Tiene medio armada la rondalla, unos quince chaveas que, casi de un día para otro, puntean las bandurrias como si no hubieran hecho otra cosa en sus vidas. Admirable. Entre ellos, Paco Carrillo, José Castro o Paco Contreras, unos prendas de cuidado. José María –aún no le ha llegado la hora del Filiberto- se ha apuntado. No al de la rondalla, sus manazas lo hacen incompatible con sostener algo tan delicado. Imposible del todo. Se ha apuntado al coro. Eso es otra cosa. Se gusta a sí mismo cantando, cree que lo hace bien y está animado. No va a tener problema alguno, piensa para sus adentros. Como a casi todos los niños que va conociendo, le resulta admirable la voz de ángel que adorna al solista, un tal Rafael Vilas, del curso anterior. De monaguillo, en la iglesia del pueblo cantaba divinamente el Tantum ergo y el Pange lingua. Hay que apuntarse a las cosas, alistarse en algo, si no, te aburres y nadie te conoce. En un sitio tan perdido donde conviven doscientas criaturitas tienes que hacerte notar, destacar en alguna cosa. Y más él, un niño acobardado y acomplejado por sentirse más cateto de pueblo que ninguno otro y por sus piernas enclenques, de alambre.  Su paisano Manuel Gámez Rivera, por ejemplo, ya es un as en el ping-pong. Y lo nombran y todo en los corrillos del recreo.

Hay cola.  Desde la capilla hasta el patio principal, casi hasta la sala de juegos. Por lo menos veinte chaveas, calcula. Hace frío y puede llover, los críos se pegan unos a otros con lo que la cola se acorta. Todos ellos igualados por el babi color canela si no fuera por el larguirucho de Pablo Márquez que les saca dos cuartas. Según avanza la cola, va escuchando la prueba en otros niños, parece fácil. Don Manuel, sentado al piano de la iglesia, da unas primeras notas del Salve Regina o del Tantum Ergo, y el aspirante las repite cantando. Y, sobre la marcha, lo aprueba o lo catea. A Tomás Madueño (el Pollo), al Bermúdez y al Luna, por ejemplo, ya se los ha cepillado sobre la marcha, quién ha visto presentarse a esto teniendo un oído enfrente del otro… Otros niños, Antonio Roldán, el Prieto (de Pedro Abad), Jaime o Mejías Valenzuela han pasado sin problemas. José Pablo va tres o cuatro por delante de él en la fila. No lo pierde de vista, no es que tenga muy buena voz, lo ha oído ya varias veces en las misas cantadas de los domingos. Y le sale algún que otro gallo. Pero le parece un niño bueno. Hasta ahora ha sido de los pocos que ha mostrado cercanía con él. Tendrán que pasar muchos años, muchos, y aún así no olvidará el calor humano de la primera noche. No hace tanto, tres semanas quizás. Se siente reconfortado cuando ve que su amigo se vuelve hacia él y aprieta el puño como dándole ánimo. Ya le va a tocar el turno a José Pablo. Lo hace regular. Ha carraspeado a lo primero, un poquito, los nervios. Y luego se ha liado con las notas. De vuelta, pasa a su vera.

-¿Cómo se ha escuchao?
-Bien -le contesta José María por cortesía, más que otra cosa.
-Pos yo creo que me ha suspendido -responde el otro-. Ánimo, te espero en el patio.

Pudo haber un algo de crueldad espartana en las primeras noches de estos muchachos en el seminario. Todavía colea en muchos de ellos la amarga sensación de abandono. La murria le llaman. No es para menos. Como la mayoría, niños de once años, José María no ha salido de su casa hasta ahora. De muy niño, recuerda un viaje a la casa de su chacha Josefa en Córdoba capital y luego, ya con seis añitos, claro, dos días de estancia en una posada de Cabra, cuando se operó de anginas. Y ahora, de pronto, de un momento a otro, la soledad más absoluta. Rodeado de críos por todas partes, sí, pero solo. Todos solos. Desde la gran explanada de la entrada van desapareciendo, la primera tarde, todos los coches y furgonetas, uno tras otro, detrás de la primera curva de la carretera, a escasos veinte metros. Mientras tus padres hablan y se despiden de don Gaspar estás ahí, asido con fuerza a la mano de tu padre, todavía no se van a ir –piensas-, es muy de día… Pero cuando pierdes de vista al último coche… Es una sensación rara, nunca antes experimentada, de frío interior, de desamparo, de miedo, de… ¿y ahora, qué?. Estás en medio de la nada. Todo lo que te rodea es monte, riscos y precipicios. Y los árboles, en vez de olivos acostumbrados, son algarrobos, acebuches y chaparros. Amargura desoladora. Muchos buscan amparo en sus propios paisanos -los de Priego son legión-, se forman corrillos en el patio, otros se pegan a don Gaspar, a don Eduardo o a don Moisés, curas estos dos últimos que, entraditos en carnes, parecen hacer mejor el papel de padres. Otros, sollozan en solitario. ¡Quién va a tener ganas de cenar esta noche? Nadie. Sin embargo, a José María la inseguridad le abre el estómago. Se trincó su plato de sopa amarilla y una tortilla francesa inflada artificialmente con maicena, le faltó pan y se lo distrajo a otro niño de al lado.

-Me da igual –le dice el otro-, no tengo hambre.
-¿Tú de dónde eres? –se decide José María.
-De Cabra –responde el niño.
-¡Anda, de Cabra! Ahí van los niños de mi pueblo a examinarse de Ingreso al instituto.
-Ya, claro, de muchos pueblos vienen. ¿Cuál es tu pueblo?
-Palennssiana.
-¿Y eso por dónde cae? No lo había escuchao nunca.
-¿Tú has ido a Málaga alguna vez?
-Sí, un par de veces, con mis padres. A Benalmádena.
-Pos cuando pasas por el Tejar…  ¿tú sabes dónde está el Tejar?
-Me parece que sí, un sitio que tiene un bar en la misma carretera que se come mu bien.
-Eso es, el bar de Reina. Pues de ahí mismo sale una carreterilla que lleva a mi pueblo.
-Tan cerca y no lo conocía, oyes.
-Ya, pero es que es mu chico mi pueblo.
-Yo me llamo Jaime –zanja ya el tema y muy educadamente le alarga la mano. José María entonces, notándose la suya pringosa de haber rebañado con los dedos el plato de la tortilla, se la seca rápido con su servilleta y le devuelve, cortés, el saludo.
-¡Ah, cucha, es verdad, y yo José María.

Él aún no lo sabe tiene la virtud de caerle bien a la gente, al primer contacto. Hay algo en sus gestos burdos, en su rusticidad, en su mirada franca, en su inocencia, que parece imantar la voluntad de los demás.

El compañero de mesa que está sentado enfrente, un niño serio y de facciones nobles, ha seguido la charla en silencio. Al fin, se arranca

-Yo me llamo José Pablo, y soy de Fuente Tójar, mu cerquita de Priego. Me parece que estamos juntos también en el dormitorio.

Y José María se extraña de la cantidad de pueblecitos y aldeas que hay por toda Córdoba de los que nunca había oído nombrar. ¡Fuente Tójar!

Luego, en el dormitorio de san Tarsicio, sus camas, en efecto, resultan ser vecinas. No es casualidad. O sí. Quizás los curas hayan distribuido a los chaveas en razón de la primera letra de sus primeros apellidos. Jaime es Pérez , José Pablo también es Pérez y José María es Rivera. Los de la P y los de la R caen juntos en el refectorio, en las clases, en el estudio y en los dormitorios. Su madre le ha dejado el armario y el baúl lo mejor ordenado que ha podido a sabiendas de su desdén por todo lo que significa decoro y limpieza, para que lo tenga todo a mano. Pero él ahora, al tener que acostarse, se siente raro debiéndose desnudar delante de tantos niños en ese dormitorio de camas corridas. Aunque parezca que cada uno va a lo suyo y que nadie se fija en nadie, él se siente observado. Jaime por abajo y José Pablo por arriba, sus vecinos que lo flanquean, tienen unos muslos la mar de robustos. A él le da vergüenza enseñar sus canillas de nada.

-Puedes abrir la puerta del armario si así te sientes más cómodo para desnudarte. Te tapa casi entero –le adelanta Jaime-. Si yo abro también la mía y el compañero de tu lado, la suya, nadie te verá.
Y así fue como José María se enfundó de pijama la primera vez en su vida.

-¿No te duermes? A lo mejor te da miedo la oscuridad… –le cuchichea José Pablo notándolo suspiroso.

Hace ya un buen rato que don Antonio Jiménez Carrillo, el prefecto, se ha paseado por el dormitorio, parece haber ido contando, uno a uno, cada mochuelo en su olivo, a los chaveas, les ha advertido con voz firme la necesidad de guardar silencio, les ha dado las buenas noches y ha dejado la habitación completamente a oscuras.

-No, ¡qué va! –miente sin convicción-, es que… me acuerdo mucho de mi casa.

Por probar a quedarse dormido ha ido repasando mentalmente las letanías nocturnas acostumbradas de su abuela Josefa, iba ya por la R cuando Jaime lo ha interrumpido, regina angelorum, refugium pecatorum, salus infirmorum… Pero la Virgen, esta primera noche, no se apiada de su miedo.

-Si queréis –se rodea Jaime en la cama hacia ellos- nos contamos cosas de nuestras familias. Hasta que nos durmamos.
-Vale.

De esta manera, José María se enteró de que Jaime tenía un porte de hermanos, más que él aún, siete, y que el más chico había nacido enfermo. Y pensó en qué suerte tenía él porque de los suyos, todos estaban buenos, hasta el Frasquito, el último, un renacuajo de sólo cinco meses. Y supo ya también dónde estaba Fuente Tójar, un pueblecito que debía ser muy parecido a Palenciana, por lo que contaba José Pablo.

Distraído con ese recuerdo agradecido de su primera noche en san Tarsicio, se le echa su turno de ensayo encima sin apenas darse cuenta. Cuando quiere acordar tiene ya a don Manuel tecleándole las notas.
Don Manuel es un cura muy apreciado por la chavalería. Parece un muchacho grande y alto, de cara chupada y ojos muy expresivos, algo saltones, que suele ocultar con sus gafas de sol casi perennes. Está muy delgado, tanto que pareciera que le guste la comida del seminario menos aún que a los alumnos, que ya es decir. Juega con ellos al fútbol en el patio de cemento arremangándose la sotana hasta por encima de las rodillas, cosa que les hace mucha gracia. Hace poco, en uno de los recreos, se trastabilló y se dio un cachiporrazo, qué cosa más extraña, un cura por los suelos. Pero no se hizo nada.

-Venga José María, tú eres José María ¡no?
-Sí.
-Pues venga.

Sin que él se diera cuenta, hace ya un rato que don Manuel ha cambiado las notas musicales. Ya no es  el Tantum Ergo, ahora le tatarea "Estrella de los mares".  Lo suficiente para que José María titubee, tosa un par de veces antes de arrancar, le salga un gallo en la primera nota alta… luego consigue entonarse pero con una voz quebrada por su propia inseguridad. Sabe ya que no pasa, seguro que no.

-Me ha dicho don Eduardo que lo tuyo es el Latín –intenta consolarlo el cura-. No te preocupes. Lo haces bien, pero en tu tono de voz ya me sobra gente.
Total, que lo cateó también.
 “Me apuntaré al fútbol”, se anima enseguida.  

Fuera ha empezado a llover. José Pablo se ha quedado en la salida al patio a esperarlo.

-¿Qué tal?
-Psss… Mal. Hasta me ha salido un gallo. Me ha cateao, ya está.
-No pasa ná, cantamos desde abajo, en la capilla. A nuestro aire. -Y luego, echándole el brazo por los hombros, en plan compadre, le espeta:
-No te preocupes, nos apuntamos al fútbol. Te he visto ya jugar, eres mu rápido y regateas mu bien. Pero me parece que eres un poco cagueta…
-Los dos somos de la Campiña ¿no?
-Ya lo creo. Y el Jaime también. Y Guisado, y Ruiz Roldán, y Montes Cubero, y Ramírez, y el Paco Gálvez...
-¿Y Estepa Romero, ese defensa grandote?
-Ese también. Creo que es de La Rambla... O de Montalbán, no estoy seguro. De por ahí. Vamos a formar un equipaso, verás.
-Estupendo.


El patio está desconocidamente vacío. Se ha acabado la cola para la música. De cuando en cuando, algún valiente, cubriéndose con los brazos la cabeza, lo cruza desde los soportales para alcanzar los wáteres en la pared de enfrente. Escasos seis o siete metros y llega pingando. Llueve a mares en la sierra y los chaveas se entretienen apelotonados en los soportales apostando quién será el siguiente en empaparse, empujándose unos a otros, haciendo el ganso, como es su obligación. Empieza a rugir el monte de por arriba, la enorme piedra siempre amenazante, y en el suelo hierven saltarinas y juguetonas las burbujas de los chuzos de agua. Es noviembre, el mes de las primeras lluvias.

José Mª Rivera Cívico
27 de febrero de 2016

11 comentarios:

  1. Todos los que te leemos y seguimos estoy seguro, que estamos disfrutando una barbaridad con lo que nos cuentas de aquel entonces, es como mirar las fotos de un álbum antiguo que se repasan una a una lentamente, pero que en este caso van con comentarios vivos a pie de foto.
    Y los nombres, con los detalles personales sacados del eco del tiempo como si volviéramos otra vez a estar allí.
    Los que llegamos al Seminario de Los Ángeles dos años después ya nos encontramos mucho camino hecho, por la experiencia vivida de los profes, por ejemplo ya no teníamos que usar la sotana a diario.
    Recuerdo a la mayoría de mis compañeros veteranos que nunca dejaron de ejercer sobre el resto de novatos la prevalencia de aquella ascendencia.
    Como hacen los descubridores o los guías que abren camino en las marchas por lugares recónditos y perdidos.
    Sin exagerar nada, allí había serpientes de las de verdad en el campo.
    Ellos eran los mayores, y se les tenía un respeto.
    Aquellos nombres contundentes, y aquellos apodos desconcertantes que eran como galones grabados, o como tatuajes en los brazos.
    Como digo se sentía un respeto, que nos hacía sentir como reclutas con todas las letras a los que llegábamos nuevos en los años posteriores.
    José Mª, allí llamado Filiberto: Por favor sigue pintando este magnífico cuadro con ese derroche de detalles, que sumados a los que nos aportan otros compañeros con sus relatos, conformará sin duda un conjunto magnífico para los que allí estuvimos, y una alegría inmensa, por todo lo bueno que sacamos de entre aquellos muros.
    Bajo la batuta de aquellos magníficos profesores como los que citas.
    Sentando las bases de los hombres que luego fuimos.
    Cada cual en su destino.

    Un abrazo compañero, sabes que estamos contigo y que te tenemos en el pensamiento.

    Juan Martín Santiago





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  2. Leyéndote he recordado ese momento de las pruebas para el coro, es curioso esto de recordar un recuerdo, tienes lo que se llama memoria eidética y a todos nosotros tus recuerdos nos hacen recobrar esa parte de nuestra vida. por mi parte lo que puedo recordar, casi fotográficamente, es la distribución física del edificio del seminario, podría levantar un plano de él.
    Muchas gracias por tu relato, nos hace recuperar la vida que creíamos perdida.
    Un abrazo fuerte y que la intervención del día 2 solucione todo.

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  3. Muchas gracias por vuestro aprecio y seguimiento. Y muchas gracias a Rafa Vilas por insertar las fotos. Para eso soy un desastre.

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  4. Gracias a ti por estar tan presente en todo lo nuestro.
    Un abrazo muy fuerte y cuídate que en Baena será de los "achucaos" como se los dan los hermanos.

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  5. Hoy he compartido con Juan de Dios Lopez Martinez un acto y hemos estado hablando de ti (bien) de tu prodigiosa memoria y lo bien que sabes expresarlas. El me decía: ¿Te acuerdas de Nieto Vallin? ¿Y de Epifanio? Y mi respuesta siempre la misma, si del nombre. De verdad tengo una memoria de mosquito, a medida que vais escribiendo relatos, voy rememorándolos. ¡Fili soy fan tuyo! Y te reitero mis mejores deseos en esa intervención. Un abrazo
    Antonio Toro Perez

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  6. Hoy he compartido con Juan de Dios Lopez Martinez un acto y hemos estado hablando de ti (bien) de tu prodigiosa memoria y lo bien que sabes expresarlas. El me decía: ¿Te acuerdas de Nieto Vallin? ¿Y de Epifanio? Y mi respuesta siempre la misma, si del nombre. De verdad tengo una memoria de mosquito, a medida que vais escribiendo relatos, voy rememorándolos. ¡Fili soy fan tuyo! Y te reitero mis mejores deseos en esa intervención. Un abrazo
    Antonio Toro Perez

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  7. ¡Ah se me ha pasado comentarlo, el de oscuro jugando al ping pon, creo que soy yo

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  8. ¡Ah se me ha pasado comentarlo, el de oscuro jugando al ping pon, creo que soy yo

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  9. Hoy he compartido con Juan de Dios Lopez Martinez un acto y hemos estado hablando de ti (bien) de tu prodigiosa memoria y lo bien que sabes expresarlas. El me decía: ¿Te acuerdas de Nieto Vallin? ¿Y de Epifanio? Y mi respuesta siempre la misma, si del nombre. De verdad tengo una memoria de mosquito, a medida que vais escribiendo relatos, voy rememorándolos. ¡Fili soy fan tuyo! Y te reitero mis mejores deseos en esa intervención. Un abrazo
    Antonio Toro Perez

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  10. Gracias Antonio. Es cierto que tengo buena memoria. Pero el novelista tiene también su espacio para reinventar un poco la cosa, es natural. Los hechos ocurrieron, todos estábamos allí, pero las anécdotas y ciertos detalles pueden ser licencia de autor.

    A ver si podemos verte por Baena este año.

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  11. Antonio Estepa Romero1 de marzo de 2016, 19:37

    ¡Sencillamente grandioso! Cuentas las cosas con tanta naturalidad que parece estar viviendo de nuevo todo aquello. Buen regalo de cumpleaños me has hecho, querido amigo.

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